Christa Ludwig. Fritz Wunderlich
Orquestas Philharmonia y New Philharmonia
Director: Otto Klemperer
Emi Classics CDC 7 47231 2 AAD
El año 1907, lleno de dolorosos acontecimientos, representa el inicio de la última etapa, vital y creativa, de Gustav Mahler. Tenía cuarenta y siete años y le quedaban cuatro de vida.
La muerte de la mayor de sus hijas, de tan sólo cuatro años, su renuncia al puesto de director de la Ópera de Viena y el diagnóstico de la enfermedad cardíaca que condicionaría el resto de su existencia, sumieron a Mahler en una terrible crisis. Vivía momentos de desesperación y también, en cierto modo, de aprendizaje, obligado a cambiar muchos de sus hábitos y a enfrentarse con un nuevo proyecto profesional. Para animarle e incitarle a reanudar su trabajo, un viejo amigo de la familia, Theobald Pollak, le regaló una colección de poemas chinos adaptados, a partir de diversas traducciones, por Hans Bethge. Mahler quedó seducido inmediatamente por ellos y comenzó a bocetar lo que un año después se convertiría en «La canción de la tierra», una Sinfonía para tenor, contralto (o barítono) y orquesta que, para engañar al destino, el compositor no quiso que fuera su Sinfonía nº 9. Beethoven, Schubert o Bruckner no sobrevivieron a sus ‘novenas’ y Dvorak había muerto el 1904 sin conseguir superar ese número. Aunque con trampa, tampoco Mahler lo conseguiría.
El 20 de noviembre de 1911, en Munich, en un concierto dedicado a la memoria de Mahler, que había muerto seis meses antes, Bruno Walter dirigió el estreno de Das lied von der Erde. Walter, colaborador y amigo del compositor, conocía muy bien la obra: «Me dio el manuscrito para que lo estudiara… Cuando se lo volví a llevar, casi incapaz de pronunciar una palabra, lo abrió por la página de La despedida diciendo: «¿Qué le parece? ¿Se puede soportar? ¿No incitará a la gente a poner fin a sus días?» Después, indicándome las dificultades rítmicas, dijo en broma: «¿Tiene usted alguna idea sobre cómo hay que dirigir esto? ¡Yo no!». Mahler eligió para esta obra poemas dedicados a la naturaleza y a la soledad del hombre frente a ella. El brindis por el lamento de la tierra, El solitario en otoño, De la juventud, De la belleza, El borracho en primavera y La despedida son los títulos de los seis movimientos, que cantan alternativamente el tenor y la contralto, y a través de los cuales podemos disfrutar de la más pura música mahleriana, la más bella, emocionante, dulce, apasionada, melancólica, «la más personal de sus obras» decía Walter.
Afortunadamente, hay muchas y muy buenas grabaciones de La canción de la tierra. Ésta es mi preferida. Tan perfecta, que ni siquiera lo notas hasta que llega el final y, citemos de nuevo a Bruno Walter, eres incapaz de pronunciar una palabra. Cuando en una obra la emoción llega a límites tan increíbles la capacidad expresiva de los intérpretes, al margen de otras cualidades, es más que importante y tanto Christa Ludwig como Wunderlich y, naturalmente, Klemperer, son esos transmisores excepcionales con los que una/o siempre sueña.
La fecha de grabación que figura en el disco (1967) está confundida. Wunderlich había muerto el año anterior.