Por Diego Manuel García
Voces tenoriles como la de Pavarotti aparece solo una, en el transcurso de un siglo. El tenor de Modena, conjuga características de grandes voces italianas del pasado, como Beniamino Gigli y Giuseppe di Stefano, a quienes superaba con su timbre bellísimo y varonil, emitido con gran “squillo”, que permitía a la voz correr y expandirse en todas direcciones, con absoluta naturalidad, sin aparente esfuerzo, y con la posibilidad de adaptar una voz de características líricas a repertorios más dramáticos. Voz solar, mediterránea y, para colmo, dotada de una extensión de dos octavas, que le permitieron durante los mejores momentos de su carrera, moverse entre el Do2 y el Re4. Solamente podría ponérsele algún pero, a este maravilloso instrumento: una cierta dificultad de apianar la voz, donde claramente le superan Gigli, Di Stefano, Corelli, Bergonzi y Björling. Y, también, ciertas carencias interpretativas que, sin embargo, fue superando en su madurez: sirva como ejemplo su excelente actuación como Canio de Pagliacci en 1993 en el Metropolitan neoyorkino. En suma, una voz única e irrepetible.
El año 1935 fue de una muy buena cosecha lírica, ya que además del gran Luciano, nacieron otras magníficas voces como Mirella Freni, a quien dediqué un homenaje en el número del pasado abril, con portada incluida. También nacieron ese año las mezzos Teresa Berganza y Fiorenza Cossotto. El tenor Peter Schreier y el bajo Martti Talvela.
El ambiente familiar donde se desarrolló la infancia y adolescencia de Luciano Pavarotti, estaba impregnado de esencias líricas, ya que su padre, Fernando Pavarotti, panadero de profesión, tenía una bella voz de tenor; y, de hecho, siempre decía jocosamente cuando su hijo ya estaba triunfando por todo el mundo, que su voz era aún más bella que la de Luciano. El problema de Pavarotti padre era un irrefrenable miedo escénico que le agarrotaba la voz. Sin embargo, cuando cantaba en casa o arropado por un coro, su voz sonaba en perfectas condiciones. Cuando Pavarotti ya era famoso, invitó a su padre en algunas funciones y también, por ejemplo, en un papel comprimario de su grabación en estudio de la verdiana Luisa Miller.
Los comienzos
Los primeros pasos musicales del adolescente Pavarotti se produjeron en el coro de la Sociedad Gioacchino Rossini de Modena, donde acudía de un modo regular Fernando Pavarotti, llevándose también a su hijo. En una improvisada demostración los Pavarotti cantaron de modo muy vibrante el famoso “Nessun dorma” de Turandot, y Luciano fue de inmediato incorporado al coro en calidad de primer tenor, bajo la dirección del maestro Livio Borri. El coro participó durante aquellos primeros años cincuenta en diferentes concursos, en Italia y en el extranjero. Luciano Pavarotti viajó por varios países e incluso el coro de la Sociedad Gioacchino Rossini ganó el primer premio de coros masculinos del Eisteddfod, o concurso internacional de canto coral de Llangollen, en País de Gales, en 1955.
El joven Pavarotti, con diecinueve años comenzó a dar clases con Arrigo Pola, afamado profesor de canto. Luciano, entonces, se ganaba la vida como agente de seguros, actividad que se le daba bastante bien, pero que le producía bastante cansancio, como para tener, en sus ratos libres, que desplazarse de Modena para recibir dichas clases. Y continuó sus estudios vocales en su ciudad, con el pianista y profesor Leone Maggiera, quien llegaría a convertirse en uno de sus grandes amigos y su primer biógrafo. Cuenta el propio Maggiera que su primer contacto con Pavarotti tuvo lugar en 1955, cuando le escuchó en un programa televisivo de la RAI, cantar el “Nessun dorma”. Pocos días después y ya en directo, Maggiera tuvo ocasión de escucharle la famosa aria “Tombe degl’avi miei” de Lucia di Lammermoor, comprobando que la voz era aún mejor de lo que se había podido escuchar en televisión; y, al ver sus grandes posibilidades, logró ponerle en contacto con Ettore Campogalliani, prestigioso profesor de canto que ejercía en Mantua, y que también era maestro de la joven Mirella Freni. Maggiera en su pequeño coche, junto a su novia Mirella Freni y Pavarotti se trasladaban a Mantua, situada a unos cuarenta kilómetros de Modena, para recibir clases de Campogalliani. La metodología de trabajo de este profesor con sus alumnos incluía largas sesiones de estudio y ejercicios vocales, con unas sesiones como máximo de hora y media de dedicación diaria a los ejercicios de canto, intercalando algunas pausas para evitar la fatiga, y dedicando a las clases solo cuatro días a la semana. Campogalliani también era partidario de no insistir mucho en el registro agudo y tener sumo cuidado en no forzar la voz.
Pavarotti probó fortuna en 1957 en un concurso de canto en Bolonia, donde solo pudo conseguir una mención honorífica. Dos años después, probó fortuna en el prestigioso concurso internacional de canto “Achille Peri” de Regio Emilia. Pero una faringitis le impidió ganar y tuvo que conformarse con el segundo premio. Siempre animado por su profesor Ettore Campogalliani y sus amigos Leone Maggiera y Mirella Freni quienes ya habían contraído matrimonio y eran padres una niña, nuestro tenor siguió participando, con gran éxito, en sesiones de canto organizadas por su profesor en poblaciones menores del norte de Italia. Entonces Pavarotti decidió presentarse de nuevo al concurso “Achille Peri” de 1961. El premio en esa edición, consistía en una actuación teatral con puesta en escena, orquesta y la dirección del famoso maestro Francesco Molinari-Pradelli. En el jurado figuraban la soprano Mafalda Favero (responsable de la dirección escénica) Mariano Stabile, Ettore Campogalliani y otras famosas figuras del mundo operístico italiano. En la fase final del concurso, Pavarotti cantó la famosa aria de La Bohème “Che gelida manina” emitiendo un sonoro y vibrante do4 que entusiasmó al público. El jurado por unanimidad le concedió el primer premio, que le suponía cantar dos representaciones de La bohème en Reggio Emilia. La fecha para la historia del debut oficial de Luciano Pavarotti fue el 29 de abril de 1961. Aquella función fue tomada en directo, y tengo la suerte de poseer en vinilo una selección de aquella representación. Después de las dos funciones en Reggio Emilia, nuestro tenor fue profeta en su ciudad de Modena, con una muy exitosa representación de la ópera pucciniana. Poco después cantó otra Bohème en Lucca. Y, el 30 de septiembre de aquel 1961, en Modena, contrajo matrimonio con Adua Veroni, con quien tendría tres hijas.
El tenor belcantista
La característica fundamental de su primera década de carrera fue cultivar casi exclusivamente –además de las puccinianas La Bohème y Madama Butterfly- el belcantismo, asociado a sus más genuinos representantes Bellini y Donizetti, junto a las óperas más belcantistas del joven Verdi: El Duque de Rigoletto, Alfredo Germont de La Traviata, Rodolfo de Luisa Miller y el Oronte de I Lombardi. Después de unos lentos comienzos, Pavarotti debuta en 1963 en la Ópera de Viena y en el Covent Garden londinense, en ambos casos cantando La Bohème. Al año siguiente debuta en el prestigioso Festival de Glyndebourne, con el personaje de Idamante en la mozartiana Idomeneo, re di Creta. La primera representación de Idomeneo, tuvo lugar el 24 de julio de 1964 y el resto de las doce funciones se extendió hasta mediados de agosto. La dirección musical corría a cargo de Sir John Pritchard. Esta experiencia británica significó para Pavarotti perfeccionar su inglés y aprender a cantar en el “estilo mozartiano: lento y ligado”, siendo ayudado eficazmente para la necesaria adecuación estilística por Jani Strasser, maestro repetidor para la ocasión. En aquellas funciones acompañaron a Pavarotti el tenor inglés Richard Lewis como Idomeneo, la magnífica soprano Gundula Janowitz como Ilia y en el papel de Elettra la soprano catalana Enriqueta Tarrés. De la última función el 16 de agosto de 1964 existe una toma en directo que ha llegado a remasterizarse en CD acercándonos a la curiosidad de escuchar a Luciano Pavarotti cantando un papel mozartiano. Muchos años después, concretamente en 1982, en el Metropolitan neoyorkino, Pavarotti volvería a cantar esta ópera interpretando el papel de Idomeneo, junto a la Idamante de la exquisita Frederica von Stade, la Ilia de Ileana Cotrubas y Elettra de la malograda Hildegard Behrens, todos bajo la flamígera batuta de James Levine. Este Idomeneo, re di Creta está comercializado en DVD por DEUTCHE GRAMMOPHON.
Muy importante en su carrera fue caer bajo el manto protector de Herbert von Karajan, quien propició su debut en el Teatro alla Scala el 28 de abril de 1965, con su papel más emblemático: Rodolfo de La Bohème, con extraordinario éxito. Previamente a este debut scalígero en febrero de ese mismo año, Pavarotti debutaba en EEUU, de la mano del director y musicólogo australiano Richard Bonynge, con el Edgardo de Lucia di Larmermoor, junto a la Lucia de Joan Sutherland; fueron cuatro funciones en Florida, que empiezan a acreditarle como un gran tenor belcantista. Bonynge y su esposa Joan Sutherland, se convierten también en protectores de la carrera de Pavarotti, con una gira australiana donde Pavarotti junto a Sutherland y la dirección musical de Richard Bonynge cantó el Nemorino del L’elixir d’amore, Edgardo de Lucia y Alfredo de La Traviata; y consiguiendo un extraordinario éxito como Elvino de La Sonnambula en Melbourne, concretamente el 3 de agosto de 1965, donde Pavarotti recibió una ovación tan tremenda que llegó a eclipsar la magnífica interpretación de Joan Sutherland como Amina. Estos triunfos van convirtiéndole en un tenor estrechamente vinculado al repertorio belcantista, algo que siguió confirmándose en 1966, con su debut en el personaje de Tebaldo en la belliniana I Capuletti e I Montecchi, con dirección del joven Claudio Abbado, quien consigue del tenor de Modena un rendimiento que se acerca a la perfección.
Ese mismo año, también realiza su primera grabación de estudio para el sello DECCA con la gótica ópera de Bellini Beatrice di Tenda, donde interpreta el personaje de Orombello. Y, también ese mismo 1966 debuta en el londinense Covent Garden, en uno de los papeles que darán más justa fama: Tonio de La fille du regiment, impresionando a los espectadores con los nueve do4 del aria “Pour mon âme, quel destin…A mes amis” el último emitido de modo particularmente brillante, manteniéndolo varios compases. Al año siguiente se realizó para DECCA la grabación de estudio con Joan Sutherland como Marie y la Orquesta del Covent Garden dirigida por Richard Bonynge. El prestigioso crítico y musicólogo Rodolfo Celletti hizo el siguiente comentario acerca de esta grabación: “Pavarotti se confirma como la más completa voz de tenor lírico de nuestro tiempo. El timbre es espléndido, la emisión mórbida y el registro agudo extensísimo”.
Pavarotti acomete en 1968, después de otras extraordinarias representaciones de La fille du regiment junto a Mirella Freni, en el Teatro alla Scala, uno de los papeles de más compromiso vocal de todo el repertorio, el Arturo Talvo de I Puritani de Vincenzo Bellini, que canta por primera vez el 22 de marzo de 1968 en el Teatro Máximo Bellini de Catania y al año siguiente con dirección de Riccardo Muti con la Orquesta de la RAI de Roma y junto a la Elvira de Mirella Freni.
Para todos aquellos que tengan curiosidad por escuchar y también ver al joven Pavarotti de aquellos años: existe una película actualmente disponible en DVD, perteneciente a ese cofre de DEUTCHE GRAMMOPHON que conmemora el 111 aniversario del sello amarillo, donde un Pavarotti sin barba, mucho más delgado que años después; y, junto a Leontine Price, Fiorenza Cossotto y Nicolai Ghiagurov cantan El Réquiem de Verdi, dirigidos por Herbert von Karajan. Fue tomado en enero de 1967 en el Teatro alla Scala, en conmemoración del décimo aniversario de la muerte de Arturo Toscanini. Ni que decir tiene, que Pavarotti dirigido por Karajan daba lo mejor de si mismo.
La década prodigiosa
Los años comprendidos entre 1970 y 1980 se convierten en la “década prodigiosa” del tenor de Modena, quien ha ensanchado la voz dotándola de mayor volumen sin perder un ápice de su insolente registro agudo. En febrero de 1972 vuelve al Metropolitan neoyorkino, para sacarse una espina que tenía clavada en este teatro, debido a su fallido debut en 1968, donde solo pudo cantar una función de La Bohème, al ponerse enfermo y tener que cancelar. La reaparición de Pavarotti en el Met fue con La fille du regiment, con Joan Sutherland y la dirección musical de Richard Bonynge. El triunfo fue apoteósico y, desde entonces, hasta el final de su carrera, el teatro neoyorkino se convierte en el habitual escenario de sus grandes triunfos.
El contrato en exclusiva de DECCA le permitió acometer diferentes grabaciones con sus títulos más característicos: Lucia di Larmermoor y Rigoletto en 1971 siempre acompañado por Sutherland y la dirección de Bonynge. Su Edgardo resulta modélico en una grabación completa de Lucia, rescatada por Bonynge y que incluye la escena de la torre en el comienzo del Acto III, con el duro enfrentamiento de Edgardo y Enrico Asthon, cantado magníficamente por el gran barítono norteamericano Sherill Milnes, que finaliza con un heroico dúo entre ambos, cuyo estilo influirá en el Giuseppe Verdi de Otello. En cuanto al Duque de Mantua, interpretado por Pavarotti, aún siendo de gran altura, sobre todo en los dúos con Gilda, carece de ese estiloso refinamiento de Alfredo Kraus y Carlo Bergonzi en el “Parmi veder le lacrime” del comienzo del Acto II. Pavarotti restituye la cabaletta “Possente amor” concluyéndola –como ya había hecho Alfredo Kraus- con un impresionante re bemol.
Sin embargo la joya de la corona de todas las grabaciones realizadas por Pavarotti, será el Rodolfo de La Bohème, grabada en 1973, con dirección de Herbert von Karajan, junto a la Mimi de Mirella Freni y el Marcelo de Rolando Panerai. Los tres cantantes interpretan de modo insuperable a sus tres personajes y, esta grabación, transcurridos ya treinta y siete años, sigue siendo por interpretación y teatralidad, la versión de referencia de este popular título pucciniano. Ese mismo año grabó el Turandot con la magnífica dirección de todo un gran experto en esta ópera, Zubin Metha. Si la “principesca” de la Sutherland resulta más que discutible, el Calaf de Pavarotti es extraordinario, luciendo sobremanera, cuando increpa a Turandot, después de la escena de los enigmas con el “No, no, principessa altera ti voglio tutto ardente amor” emitiendo sobre la palabra ‘ardente’ un vertical do4 que, en palabras de Rodolfo Celletti sube a las estrellas. El “Nessun dorma” también resulta de manual y será la página con la que Pavarotti cerrará sus cientos de recitales por todo el mundo.
En 1974 grabará una magnífica Madama Butterfly, con dirección de Karajan y de nuevo junto a Mirella Freni, con un antológico dúo de amor que, en palabras de Rodolfo Celletti es el más bello nunca oído en disco.
En 1975 realizará otra de sus míticas grabaciones: I Puritani, con Sutherland como Elvira, y la dirección de Richard Bonynge, quien recupera en el Acto III, el gran dúo de Arturo y Elvira, que Bellini había preparado para la versión napolitana que iba a cantar María Malibrán, y que no llegó a escenificarse por las muertes de Bellini y Malibrán. La interpretación que Luciano Pavarotti realiza de Arturo, constituye un verdadero hito en la historia de la ópera.
Aunque el Nemorino de Pavarotti resulta de gran altura, la grabación de L’elisir d’amore de 1972 dirigida por Bonynge, resulta un tanto fallida, ya que la Sutherland no logra identificarse con la pizpireta Adina, junto a unos más que discretos Belcore y Dulcamara interpretados respectivamente Spiro Malas y Dominic Cossa. Pavarotti incorpora nuevos papeles a su repertorio. Fernando de La Favorita, Leicester de María Stuarda, el dificilísimo Arnold del rossiniano Guillermo Tell el Cavaradossi de Tosca, y los verdianos Riccardo de Un ballo in maschera (su creación verdiana más representativa y asidua), Macduff de Macbeth y el Manrico de Il Trovatore, todas ellas con sus correspondientes grabaciones de estudio. La década finaliza con sendas grabaciones de La Traviata y La sonnambula, en ambos casos con Sutherland y la dirección de Bonynge. Durante los años setenta, Pavarotti visita España para cantar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid, en el Liceu de Barcelona y en las temporadas de ABAO y Oviedo.
El tenor que se convierte en un fenómeno mediático
La década de los ochenta nos presenta a un Pavarotti cada vez más famoso en el mundo operístico y fuera de él. También aparecen en su voz unos primeros síntomas manieristas y de cierto cansancio. No obstante sigue agregando a su repertorio, nuevos personajes, cada vez más dramáticos, como Enzo de La Gioconda y Radamés de Aida que, sin duda, van afectando a su lírica voz, sobre todo a su mítico registro agudo. El Radamés lo incorpora en 1981 en la Ópera de San Francico con dirección del malogrado maestro García Navarro. Puede decirse a través del DVD de aquellas funciones, que la creación realizada por Pavarotti es más que notable. Al año siguiente volverá a cantar Aida en Berlín con dirección de Daniel Barenboim junto a la magnífica Aida de Julia Varady, el Amonasrro de Dietrich Fischer-Dieskau y la misma Amneris de San Francisco: la bella mezzo polaca Stefanía Toczyska. Al escuchar la grabación en vivo de estas funciones berlinesas vemos el indudable progreso de Pavarotti como Radamés. Ya en 1986 tendrán lugar las famosas representaciones de La Scala, con escenografía de Luca Ronconi y dirección musical de Lorin Maazel.
El sobrepeso, cada vez más ostensible, que le impide moverse con facilidad en los escenarios, y la pérdida de fluidez en lo que siempre fue su gran baza, el registro agudo, se hace palpable en su Manrico de Il Trovatore que inaugura la temporada 1988-89 en el Met, donde canta “La pira” bajada medio tono. No obstante habría que señalar su magnífico Pollione de Norma en la grabación con Bonynge en 1983 y su Ernani, tanto en el directo del Met en ese mismo año, como en la grabación de estudio con Bonynge en 1987.
En los años noventa su actividad en teatros va disminuyendo y aumentado su presencia en multitudinarios conciertos, cuyo paradigma son los conciertos de los tres tenores: Pavarotti, Domingo y Carreras que se inauguran en “Las termas de Caracalla” el 7 de julio de 1990.
Aunque incorpora nuevos roles a su repertorio como el Andrea Chènier, que canta en el Met en 1995 y 96, así como el Don Carlo en la Scala en 1992 y Otello en forma de concierto, en Chicago con dirección de Georg Solti, y manteniendo aún ese timbre de ensueño, el declive se hace notorio, sobre todo por la casi imposibilidad de moverse en escena debido a su elevado peso.
No cabe duda de que su situación personal al separarse de Adua Veroni y casarse con la joven Nicoletta Mantovani, van a incidir muy negativamente en los últimos años de su carrera, marcados por esos multitudinarios conciertos de “Pavarotti and friends”.
En el verano de 2006 le diagnostican un cáncer de páncreas, que le llevará a la tumba el 6 de septiembre de 2007 en su Modena natal.
Muchos ríos de tinta se han vertido sobre esta extraordinaria figura de la lírica. Sin embargo, me quedo con el comentario que me hizo, hace algo más de un año, una aficionada a la lírica alicantina y gran admiradora de Pavarotti: “me impresiona por su bellísima voz, pero sobre todo por ese rostro bonachon y su figura de antidivo con esa pajarita torcida que exhibía en sus recitales”.