Un vestido de boda manchado de sangre… Todo operófilo consumado recordará fácilmente que este mítico objeto de atrezo, que aparece tanto en las puestas de escena contemporáneas como en las más tradicionales, hace referencia a esta ópera, auténtico cénit del belcanto italiano. Todo en Lucia di Lammermoor rezuma tragedia, desde los primeros acordes de las trompas hasta el trágico suicidio de Edgardo. Podría decirse que los protagonistas son conscientes de este penoso destino que les lleva hacia un final nefasto. El compositor supo sin duda echar mano de los instrumentos y de las tesituras vocales adecuados para ir desgranando paso a paso los diversos grados de esta tragedia, convirtiéndola en una obra maestra. Con Lucia di Lammermoor, Donizetti se proclamaría el nuevo rey de la ópera italiana, tomando el relevo de Rossini y Bellini, y justo antes de que Verdi lo sucediera al poco tiempo, a partir del estreno de Nabucco.
Félix Ardanaz
Gaetano Donizetti a la carrera de la conquista de Italia
Gaetano Donizetti inició su carrera en 1816 con Pigmalione, una ópera de dimensiones modestas que ya llevaba en su seno aquellos elementos que harían popular a su autor. A pesar de su gran talento, Donizetti tuvo que esperar el estreno de Anna Bolenna en 1830 para empezar a ser valorado en el mundo de la ópera italiana que hasta pocos meses antes había estado dominado por la estrella de Rossini y en aquellos momentos veneraba la figura de Bellini.
Mucho se habló a partir del éxito de Anna Bolena de la rivalidad entre las dos grandes figuras musicales de la ópera italiana, Bellini y Donizetti, que competían por imponer sus criterios en los teatros de ópera de las principales ciudades italianas y en el propio París. Así, los primeros años de la década de 1830 se convirtieron en una auténtica carrera por conquistar el panorama lírico italiano, protagonizado por las dos cabezas visibles del bel canto en este momento. El músico de Catania, Bellini, consiguió estrenar en los últimos cinco años de su vida sus cuatro obras maestras: I Capuleti e i Montecchi (1830), La sonnambula y Norma (1931) e Il puritani (1835).
Donizetti, por su parte, no se quedaba atrás, estrenando L’elisir d’amore (1832), Lucrezia Borgia (1833) y finalmente Lucia de Lammermoor (1835), obteniendo cada vez con mayor firmeza un lugar estelar entre los compositores románticos. Su febril actividad compositiva y su indudable acierto en escoger los temas y en ofrecerlos de manera fácilmente comprensible para un público ávido de temas truculentos, hizo que a la muerte prematura de Bellini, Donizetti quedase como única figura estelar del teatro lírico italiano. Campo en el que reinaría hasta el año del estreno de Don Pasquale (1843), verdadero canto del cisne de la ópera bufa inspirada en los esquemas derivados de la Commedia dell’arte.
El argumento de Lucia de Lammermoor
Acto I
Cuadro primero: alrededores del castillo de Ravenswood, en el paraje montañoso de Lammermoor
Normanno, jefe de la guardia del castillo de Ravenswood, ordena a sus hombre que doblen sus esfuerzos para vigilar atentamente los misteriosos acontecimientos que últimamente vienen sucediendo en aquel lugar. Acto seguido, Enrico, el propietario del castillo, muestra su desazón por haber caído políticamente en desgracia y por los temores que le causan las insidias del antiguo propietario del castillo, Edgardo de Ravenswood. Para Enrico, la sola posibilidad de salir airoso de su desesperada situación sería una boda de interés de su hermana Lucia, pero ella se niega rotundamente.
Raimondo, el padre espiritual de la muchacha, intenta salir en su defensa alegando el estado de abatimiento en que se encuentra Lucia tras la muerte de su madre, todavía muy reciente. Normanno pone en duda tal estado y afirma rotundamente ante Enrico que Lucia está pálida porque arde de amor. A ruegos de Enrico, el jefe de la guardia explica que, después que la joven fue librada de una muerte segura ante un toro por un desconocido, ambos han sido vistos con frecuencia en el mismo lugar. Este rumor enciende las iras de Enrico, que no pueden ser calmadas por las palabras de concordia de Raimondo. Para certificar lo que ha explicado Normanno, llegan unos cazadores que aseguran haber visto de cerca al huidizo amante y que este no es otro que el mismo Edgardo, su más acérrimo enemigo.
Cuadro segundo: fuente en ruinas en el bosque de Ravenswood
Lucia y su acompañante Alisa se dirigen a una fuente cercana al castillo. Alisa increpa a la joven por su atrevimiento al dejarse ver a plena luz del día con su amante, sobre todo cuando se sabe la reacción que causó en su hermano tal sospecha. Lucia, una joven muy sensible, sin hacer el mejor caso de los consejos de su dama, le explica los negros presagios que le trae la visión de la fuente en torno a la cual sucedieron antiguamente hechos muy trágicos para los Ravenswood: por motivos de celos, una antepasada suya fue asesinada por uno de los Ravenswood. Su cadáver ensangrentado cayó inerte dentro de la fuente y tiñó sus aguas del mismo color rojizo que ella algunas veces descubre después de haber visto un fantasma rondar por los alrededores.
Llega Edgardo, quien explica a Lucia que se ve obligado a alejarse de Escocia para dirigirse a Francia, desde donde podrá atender mejor sus reclamaciones sobre las propiedades de los Ravenswood. Tal noticia desalienta a Lucia, pero para calmar a su amante, Edgardo le confiesa que está decidido a visitar a su hermano Enrico y hacer con él las paces, para lo cual piensa pedir la mano de Lucia. Edgardo explica que después de la muerte de su padre se prometió a sí mismo venganza en la persona y las propiedades de Enrico, pero que el amor de Lucia ha ido desvaneciendo sus decididos propósitos. Lucia se esfuerza en consolar a su amante y ambos acuerdan prometerse fidelidad eterna y desposarse ante Dios, ya que no pueden todavía hacerlo ante los hombres. Un encendido dúo de amor y la entrega de anillos sella sus propósitos. Acto seguido, Edgardo parte, no sin antes prometer a su amada que se mantendrá en contacto epistolar con ella.
Acto II
Cuadro primero: estancias de Lord Ashton, en el castillo de Ravenswood
Enrico pasea por sus aposentos a la espera de Lucia. Ella llega pálida y descompuesta. Enrico le explica los motivos de su demanda matrimonial, pero ella se niega afirmando que está unido a otro. Él insiste, aduciendo que la única posibilidad de salvar su hacienda y su vida es la boda que ha concertado entre Lucia y Arturo Bucklaw. La continuada negativa de la joven obliga a Enrico a entregar una supuesta misiva de Edgardo dirigida a una incierta amante. El ánimo de Lucia queda totalmente traspuesto ante la sospecha de infidelidad. Poco a poco, la férrea decisión de la joven se va minando. Enrico parte a recibir al joven Arturo. Mientras tanto, Raimondo penetra en la estancia con la misma intención persuasoria. El capellán le explica a Lucia los pasos que ha hecho para intentar localizar a Edgardo, que han sido en vano. Raimondo sugiere entonces a Lucia que acepte la boda, pero la joven le recuerda que ya está desposada. Raimondo niega toda validez a la íntima ceremonia que ambos realizaron en la fuente e insiste en la boda con Arturo. Los acontecimientos se van sumando en detrimento de la actitud decidida de Lucia, que acaba por ceder ante la evidencia.
Cuadro segundo: gran salón del castillo de Ravenswood
Los nobles y las gentes de Lammermoor celebran entusiasmados el futuro acontecimiento. Arturo llega y es recibido con honores por los invitados, que son conscientes del papel salvador del novio. Este, tras los saludos, se interesa por la novia y por ciertas sospechas que le han llegado. Enrico se esfuerza en disipar todo rumor, achacándolo a la débil situación en que se encuentra Lucia tras la muerte de su madre. A la llegada de Lucia, todavía indecisa, se celebra la ceremonia en breves instantes mediante la firma del contrato matrimonial. Lucia se ve empujada a la firma por la presión del hermano. Cuando todos han firmado ya, llega impetuosamente Edgardo, que pretende impedir la ceremonia. La tensión crece cuando a la fiereza de Edgardo se le oponen Enrico y Arturo, mientras Lucia, que sale de su desvanecimiento momentáneo, no puede articular más que ideas inconexas ante su desesperación. Cuando comunican a Edgardo que Lucia está ya casada, el joven se dirige a Lucia y le pide el anillo que le entregó ante la fuente. Se lo tira a sus pies, prometiendo vengarse.
Acto III
Cuadro primero: sala de la derruida torre del castillo de Wolf’s Crag
Nos hallamos ahora en el domicilio de Edgardo, que ha visto cómo todas sus propiedades iban pasando poco a poco a manos de su rival. Se oye el trotar de un caballo y se presenta en el umbral de la estancia Enrico, que viene a pedir cuentas a Edgardo de su violenta acción en medio de la boda de Lucia. Edgardo le recuerda que está en un lugar en el que se han proferido maldiciones y promesas de venganza contra su persona y hacienda. Enrico, a cambio, y para excitar todavía más su ánimo, le cuenta cómo Lucia está en aquellos momentos en brazos de Arturo en el lecho nupcial. Presa de los celos, Edgardo propone un duelo a Enrico y ambos convienen que será al amanecer junto a las tumbas de los Ravenswood. Acto seguido, Enrico parte para el castillo mientras Edgardo vela sus armas, presa de los más desesperados presagios.
Cuadro segundo: gran salón del castillo de Ravenswood
Los invitados todavía celebran jubilosos la boda que les ha sacado de un negro destino. La alegría de la gente es interrumpida súbitamente por la llegada de Raimondo, que ha encontrado a Arturo muerto por un puñal que blandía todavía la novia. El espanto de los invitados se ve acentuado con la llegada de Lucia. La joven presenta un estado deplorable y parece víctima de una creciente locura. Sin hacer el menor caso de los presentes, se dirige a un supuesto Edgardo con el que realiza el contrato matrimonial y a quien promete fidelidad eterna. Todos se percatan de la triste situación de la joven novia. Llega entonces Enrico, que ha oído ciertos rumores y, al ser informado de la certeza de sus suposiciones, pretende encararse con Lucia, pero Raimondo se lo impide, pidiendo consideración al estado de la pobre muchacha. Enrico se atribuye entonces parte de la culpa del estado de Lucia y, mientras los presentes presienten cómo la desgracia ha caído sobre ellos, Raimondo culpa a Normanno, el causante de las primeras sospechas de Enrico.
Cuadro tercero: tumbas de los Ravenswood, cerca del castillo
En las afueras de la estancia de Edgardo, este ha decidido ya que sucumbirá voluntariamente ante el duelo con Enrico, único modo de hallar consuelo a sus penas, mientras maldice la suerte que le llevó hasta los brazos de Lucia, a la que cree culpable de su situación. Al poco, pasan por allí unos ciudadanos de Lammermoor que comentan la trágica situación que se ha dado en el castillo, la locura de Lucia y su próxima muerte. Edgardo queda traspuesto ante la noticia y quiere dirigirse de nuevo a su antigua mansión para ver a su amada. Llega entonces Raimondo, quien comunica a Edgardo que ya todo es inútil, puesto que Lucia ha muerto. El joven amante, desesperado, ruega a su bella amante que desde el cielo le perdone y le espere, mientras, sacando su daga, se la clava ante el horror de los presentes, que nada pueden hacer para impedir tan funesta decisión. Un canto final de Edgardo dirigido a su amada y coreado por los presentes finaliza la ópera.
Locura y fragilidad femenina en Lucia di Lammermoor
La muerte en circunstancias muy extrañas de Bellini en Puteaux, localidad situada a las afueras de París, pocos días antes del estreno de Lucia di Lammermoor, y el extraordinario acierto de la ópera y el consiguiente éxito que tuvo entre el público napolitano del momento, catapultaron al compositor y a su libretista hasta la cumbre del género. Y es que ninguna ópera de Donizetti como Lucia di Lammermoor ha sido identificada de tal manera con el compositor. Prototipo de la ópera romántica por excelencia, a la que pocos títulos harían sombra dentro del género, Lucia acertó con el tema: los amores trágicos teñidos de incomprensiones mutuas que acaban con la muerte de tres de los contendientes en liza, unos escenarios muy apropiados para tales hechos y una partitura que destila desde las primeras notas una perfecta conjunción entre texto y música, haciendo penetrar al público en los intrincados sentimientos que mueven a los personajes malditos desde sus primeras palabras y condenados al más rotundo de los destinos.
Fue frecuente la inclinación donizettiana de ocuparse de la psicología romántica de la mujer en sus óperas, y buen ejemplo tenemos de ello en su producción, Lucrezia Borgia, Anna Bolena, Linda di Chamounix, Maria di Rohan, Maria Stuarda, la reina Isabel de Inglaterra en Roberto Devereux, Parisina, Gemma di Vergy. Sin embargo, ninguna de ellas captó tan a la perfección el sentimiento femenino romántico como Lucia. Lucia es la víctima de sus propios sentimientos, tan poderosos que dirigen todas sus acciones, y de la conspiración de su hermano, llevado por intereses de estado y por rencillas personales contra la figura de Edgardo de Ravenswood, su antagonista político. Estas dos causas, tamizadas por la incomprensión de ambos amantes, llevan a la figura femenina hasta extremos que rozan muy de cerca la irrealidad, la muerte en el lecho nupcial del amante impuesto por el hermano y, como consecuencia de tal acción, la locura y la muerte, ambas cosas producto de la enfermiza mentalidad romántica que de este modo castigaba tal tipo de acciones. Dado el carácter enfermizo de Donizetti, que le llevaría hasta una locura definitiva que sería su tumba, Lucia di Lammermoor se convierte, aun sin premeditación posible, en un reflejo de los propios sentimientos románticos del compositor que vertió en su partitura lo mejor de su propia concepción musical.
La música en Lucia di Lammermoor: una oda a la coloratura
La orquestación de esta ópera magistral está sabiamente escogida para reforzar el cariz trágico de la historia. La escuela beethoveniana de Donizetti en lo instrumental le lleva a utilizar con profusión los instrumentos de metal, especialmente las trompas, omnipresentes a lo largo de la obra. La madera también es utilizada con abundancia, aunque conserva un discreto segundo lugar, si exceptuamos la flauta, que sirve de contrapunto necesario en la escena de la locura. Finalmente, la cuerda, que tiene un papel discreto, destaca principalmente en los momentos rítmicamente acentuables.
La vena melódica de Donizetti se manifiesta profusamente en todos los momentos líricos. Se trata de un carácter lírico muy diferente al de su antecesor y, en cierto modo, maestro, Rossini. Así, en los temas de Donizetti destaca más el juego cromático que el juego rítmico tan rossiniano. El constante cambio de tonalidad es para Donizetti el fruto de un innato sentido del cromatismo, de un perfecto conocimiento de la adecuación de la línea melódica a la expresión de los sentimientos que el texto nos dibuja.
Por encima de esta línea melódica, aparece con frecuencia el recurso de los adornos vocales (coloratura), que en el caso de Lucia tiene más el aspecto de algo necesario que puramente espectacular. Recordemos que esta ópera está plenamente inmersa en la corriente belcantista y que el compositor no podía pasar por alto este tipo de agilidades. Pero tanto el acierto de su interpretación como el lugar en el que están colocadas, dan a estos adornos el aire de huidas líricas en medio de la tragedia. El caso más patente y, naturalmente, más famoso, es la ‘Escena de la locura’ de Lucia, el momento más famoso de la ópera, en el que la protagonista se permite hacer constantes giros vocales de gran dificultad y espectacularidad, pero totalmente necesarios para dibujar su instante de locura que le llevará a la muerte.
Todo ello da a la partitura una gran unidad de estilo, precisamente la cualidad más sobresaliente de la obra y la que la convierte en una obra maestra del bel canto. Se observa además una estrecha colaboración entre el libretista y el compositor, pues todas las arias de Lucia tienen el mismo esquema literario y musical: una primera parte (la escena), con un recitativo acompañado en estilo arioso; el aria propiamente dicha y la cabaletta.
Un papel colosal
Lucia di Lammermoor es una ópera por y para la prima donna. Su papel es uno de los más difíciles y apreciados de todo el repertorio belcantista no solo por la escena de la locura, verdadero mosaico de las posibilidades que una soprano ligera puede obtener de su voz, sino también por el resto de sus intervenciones. Pero pensemos también en el aria ‘Regnava nel silenzio’ y los dúos que Lucia canta con Edgardo, Enrico y Raimondo. En todos ellos, la protagonista se ve obligada a sacar el máximo provecho de sus cualidades interpretativas. Además, la partitura de Lucia permite la adición de pasajes ad libitum que en otras obras no tendrían cabida. Ello sucede sobre todo en la “Escena de la locura”, que en algunas grabaciones se presenta extraordinariamente larga y llena de adornos. Del acierto de la intérprete en escoger la coloratura añadida depende que la escena parezca más interesante, espectacular o excesiva.