Nacido en Bérgamo en 1797 y fallecido en la misma ciudad en 1847, Gaetano Donizetti es uno de los operistas más importantes de la primera mitad del siglo XIX. Autor de 68 óperas y de una gran cantidad de cantatas y obras religiosas, de canciones, música de cámara y música para piano -todo lo cual muestra su extraordinaria facilidad para componer- es, junto con Rossini y Bellini, el gran representante del belcantismo italiano. Entre sus títulos más representativos figuran algunas de las obras maestras del melodrama italiano de la época como Anna Bolena, Lucrezia Borgia, Maria Stuarda, La favorite, L´elisir d´amore, o Don Pascuale.
Por Carlos Ruiz Silva
Pero, sin duda, entre todas las óperas donizettianas es Lucia di Lammermoor la obra más ampliamente gustada y representada de entre todas las suyas y una de las pocas del autor que ha permanecido siempre en el repertorio de todos los teatros importantes del mundo. Puede darnos una idea de su popularidad el que en sus 75 años de vida del antiguo Teatro Real de Madrid Lucia se representase en 232 ocasiones. Las diez que ahora se anuncian en el nuevo Real tienden un puente de más de 75 años de silencio de sus inmortales melodías.
En noviembre de 1834, Donizetti firmó un contrato con el San Carlos de Nápoles por el cual se comprometía a componer tres óperas que habrían de estrenarse en el teatro italiano a partir de julio de 1835. El maestro pasó parte de este último año en París (donde en marzo estrenó Marino Faliero), y llegó a Nápoles en abril, sin saber todavía qué ópera iba a escribir. Luego de muchas dudas, decidió poner música a un libreto basado en la novela de Walter Scott La novia de Lammermoor (The Bride of Lammermoor), obra publicada en 1819 y que ya había servido de inspiración para varias óperas de compositores hoy olvidados como Carafa, Balocchi o Bredal. El libretista Salvatore Cammarano (1801-1852), hábil profesional de la literatura dramática, fue el elegido por Donizetti, de acuerdo con el San Carlos del que era algo así como el libretista oficial, para escribir el texto de la nueva ópera. Ésta era la primera colaboración entre ambos artistas, y, dado el éxito alcanzado por Lucia, volvieron a trabajar juntos en numerosos títulos (hasta la enfermedad mental del músico que le impidió seguir componiendo a partir de 1843), entre ellos Roberto Devereux y Poliuto.
Acostumbrado a componer con prisas para atender a las demandas de los teatros, Donizetti, en un especial estado de inspiración, escribió la ópera entre finales de mayo y comienzos de julio (el manuscrito lleva en su última hoja fecha del 6 de julio), en total sólo 6 semanas, algo verdaderamente increíble dada la belleza de la obra y su extensión (sin cortes dura alrededor de 2 horas y me
dia).
Luego de muchas dificultades, debido a las escasas fuerzas de la economía del teatro, Lucia di Lammermoor se estrenó en el napolitano San Carlos el 26 de septiembre con extraordinario éxito. Fueron sus protagonistas la soprano Fanny Tacchinardi-Persiani y eltenor Gilbert Duprez, dos de los más importantes divos de su tiempo. Ella tenía una voz no muy grande pero de gran belleza, con agudos fáciles y bien proyectados, una excelente técnica, perfecta afinación y una presencia escénica delicada y llena de encanto. Él era un tenor que combinaba la elegancia del fraseo con el ímpetu en los pasajes di forza (fue el primero en dar el do de pecho sin recurrir al falsete) consiguiendo resultados que desataban el delirio del público.
Cuatro años más tarde del estreno napolitano y durante una estancia en París, Donizetti realizó una nueva versión de la ópera a petición del Théâtre de la Renaissance. Con libreto francés de Alphonse Royer y Gustave Vaëz, la nueva ópera, con el título de Lucie de Lammermmoor, se estrenó en ese teatro parisino el 6 de agosto de 1839, teniendo como protagonistas a Anna Thillon -una ligera de gran virtuosismo- y Achille Ricciardi. Tuvo también un enorme éxito. La versión francesa ofrece nueva música y suprime otra (la ausencia más notoria es la de la muy bella aria ‘Regnaba nel silenzio’), hay algún nuevo personaje (Gilbert) y desaparecen otros (Alisa y Normanno). Pero, en términos generales, permanece la música de la versión italiana. Aunque durante el siglo XIX, ‘Lucie de Lammermoor’ se representó frecuentemente en Francia, en el siglo XX desapareció paulatinamente de los escenarios franceses. Hoy supone una rareza. Sin embargo, su aparición en el Festival de Martina Franca de 1997 y el que una famosa diva como Natalie Dessay la haya agregado a su repertorio parece que indican una posible resurrección.
El libreto: Cammarano y Scott
Salvatore Cammarano es uno de los más ilustres maestros del libreto de ópera. Colaboró con los más destacados compositores italianos de su tiempo, además de escribir diversos dramas -tanto comedias como tragedias- que alcanzaron cierta notoriedad dentro del mundo teatral de la Italia de los años 30 y 40 del XIX. Persiani, Pacini, Mercadante y, sobre todo, Verdi fueron algunos de los músicos que escribieron óperas sobre sus textos. Con Verdi colaboró desde Alzira (1841) a El Trovador (1852) y sólo su temprana muerte rompió esa estrecha relación, que cuenta también con La batalla de Legnano y Luisa Miller.
En Lucia di Lammermoor, Cammarano realizó un buen trabajo de adaptación de la novela de Scott, conservando los rasgos esenciales de los personajes y de las situaciones de la trama. La acción se desarrolla en Escocia a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, durante el reinado conjunto de Guillermo III y su esposa María II. La estructura del libreto divide la ópera en dos partes y tres actos, el primero de los cuales corresponde a la primera parte, que se titula ‘La partida‘ (‘La partenza’), mientras que los otros dos conforman la segunda parte, titulada ‘El contrato matrimonial’ (‘Il contrato nuziale’). Los dos primeros actos constan de dos cuadros cada uno, mientras que el acto tercero tiene tres cuadros.
Como es frecuente en el maestro escocés, la novela toma y mezcla elementos históricos y ficticios e incluso legendarios (como la historia de amor entre una ondina que vive en una fuente y un miembro de los Ravenswood), impregnándolos de un aire misterioso y fatídico que el autor ya establece cuando un bardo profetiza que el último señor de Ravenswood aspirará a la mano de una joven muerta y enterrará su caballo en el pantano de Kilpie.
La trama es una historia de dos familias rivales, una de las cuales, la de los Ashton, usurpó en el pasado las posesiones de los Ravenswood y desde entonces existe un odio mortal entre ambos clanes. El conflicto fundamental se produce cuando los hijos de ambas familias, Edgar de Ravenswood y Lucy Ashton, o Edgardo y Lucia como se llaman en la ópera, se enamoran (él la salva de la acometida de un toro). En lugar de que este hecho sea acogido con agrado para terminar con las enconadas rivalidades, Lady Ashton, madre de la joven, se opone con desprecio a estas relaciones. El personaje es importante en la novela aunque Salvatore Cammarano lo ignoró en la ópera, pasando las diversas maquinaciones para separar a los amantes al hermano de Lucy, Sir Henry (Enrico).
Ante las adversas circunstancias, Edgar y Lucy se prometen en secreto, de modo que cuando el joven tiene que partir al extranjero para una misión política, la muchacha jura serle fiel y esperarle. Pasa el tiempo y Lady Ashton obliga a su hija a casarse con Lord Bucklaw -Arturo en la ópera- por lo que Lucy escribe a Edgar comunicándole el peligro que corre su amor y conminándole a que vuelva a Escocia. Lady Ashton intercepta la carta y da a la muchacha otra, falsa, en la que se descubre el amor de Edgar por una muchacha. Lucy, creyéndose olvidada y traicionada, accede al matrimonio.
En la ópera son Enrico y el capellán, Raimondo, los que urden el engaño. Enterado Edgar, al fin, de los sucesos, regresa de Francia a Lammermoor llegando en el momento en que la ceremonia nupcial acaba de tener lugar. Desesperado, increpa a Lucy por lo que considera una traición y se ve envuelto en un duelo con su hermano. Durante la noche de bodas, la desgraciada joven sufre un ataque de locura, apuñala a su esposo -en la ópera lo mata, en la novela sólo lo hiere- y al día siguiente muere. A su entierro acude Ravenswood de incógnito y, cuando llega el nuevo día, parte a caballo para luchar en el concertado duelo, pero cae en unas arenas movedizas (precisamente en el pantano que había establecido la profecía) y perece engullido por ellas. En la ópera, Edgardo va a la cripta donde yacen las tumbas de sus antepasados y se suicida con un puñal al enterarse de la muerte de Lucia.
Como puede observarse, tanto la novela como la ópera tienen un innegable sabor romántico: amores imposibles, odios entre familias, intrigas, predilección por las escenas nocturnas y lugares de sabor medieval, sentido trágico, exaltación de los sentimientos, implicaciones políticas y una tendencia a lo desmesurado, con algunas dosis de sangre y violencia.
Música y voces
La partitura de Lucia di Lammermoor es una de las más inspiradas de su autor, tanto desde el punto de vista musical como de su adecuación dramática. El nivel medio, a diferencia de otros muchos títulos de Donizetti, es de gran categoría, con momentos particularmente felices y que se encuentran entre los más apreciados de la historia del bel canto. Habría que destacar, en el primer acto, la excelente aria ‘Regnaba nel silenzio‘, en la que Lucia proclama su apasionado amor por Edgardo, pese a la maléfica sombra que se le aparece junto a la fuente y la tiñe de sangre. La expresión del amor de Lucia y Edgardo se pone de manifiesto con una feliz mezcla de belleza melódica y exaltación lírica en el famoso dúo con el que se cierra el primer acto: noche, fuente, luna y amor prohibido. Además, juramento de que siempre serán el uno para el otro. Romanticismo en plenitud.
En el segundo acto de Lucia di Lammermoor tenemos una de las más bellas muestras del género concertante, el famosísimo sexteto ‘Chi mi frena in tal momento?‘, que se produce cuando Edgardo llega al castillo de Ravenswood y se entera de que Lucia acaba de celebrar los esponsales con Arturo. Cada uno de los seis personajes -los dos citados, el novio, Arturo, Enrico, hermano de la protagonista, su capellán Raimondo y Alisa, confidente de Lucia (que en la versión francesa es sustituida por Gilbert, un barítono) -expresan sus distintos puntos de vista de la conflictiva situación. Una preciosa melodía, lírica y solemne a la vez, sirve de eje central para una página de extraordinaria belleza.
En la historia de la ópera, la escena de la locura más famosa es, sin duda, la de Lucia di Lammermoor, que se sitúa en el tercer acto. Tiene la habitual estructura tripartita de las grandes escenas de soprano: recitativo, aria y cabaletta con coro. El pretexto de la locura sirve para el lucimiento vocal que aquí ofrece un despliegue virtuosístico extraordinario. Por desgracia, las sopranos ligeras se adueñaron del papel recargando la línea melódica con todo tipo de adornos no escritos por el autor y alterando incluso la tonalidad para adecuarla a sus posibilidades. Hoy se tiende a cantar una Lucia con menos gorgoritos y con una intensidad más dramática, aunque es evidente que en esta escena se encierra un verdadero tour de force para probar la agilidad y, al mismo tiempo, la pureza belcantista de una soprano, a la que se exigen no sólo agudos sino trinos, escalas ascendentes y descendentes, notas de ataque en picado y picado ligado y todo el repertorio virtuosístico imaginable. Donizetti escribió un acompañamiento para una armónica de cristal, instrumento hoy en desuso, que se sustituye por una flauta.
A diferencia de lo habitual en el melodrama italiano romántico, Lucia di Lammermoor no finaliza con una escena de lucimiento para la protagonista. Es al tenor al que se le reserva el honor de clausurar la ópera con su gran escena del suicidio. En ‘Tombe degli avi miei’ y luego en ‘Tu che a Dio spiegasti l´ali‘ encontramos dos secuencias verdaderamente expresivas y muy difíciles de cantar, más por la tesitura, que incide mucho en la zona de paso, que por tener terribles agudos, que no los tiene.
El papel de la protagonista necesita una soprano lírico-ligera de timbre puro y angelical tal y como era el de Tacchinardi-Persiani, para quien Donizetti escribió el personaje. Dadas las dificultades en la zona aguda y sobreaguda, con la emisión de trinos y toda clase de notas de adorno, las sopranos ligeras que eran las que mejor podían lucirse en las alturas se apropiaron del papel, introduciendo numerosas notas interpoladas, es decir, no escritas por Donizetti, y que recargaban la línea melódica hasta extremos que hoy consideraríamos de mal gusto. Observando bien la partitura autógrafa se pudo comprobar que el papel de Lucia necesitaba no sólo agudos, sino también un centro de cierta densidad que pudiese así otorgar un mayor dramatismo a la desgraciada heroína.
Pese a esta nueva visión de una Lucia más dramática y menos ligera, es evidente que toda buena intérprete de este dificilísimo papel necesita tener una buena zona aguda, facilidad para las agilidades y timbre de la mayor pureza posible. El público siempre espera la resolución de las arias, dúos y cabalettas con el mi bemol sobreagudo, pese a que Donizetti no las escribió. Cantantes que han destacado en este papel fueron Adelina Patti, Nellie Melba, Toti Dal Monte, Mercedes Capsir, María Callas, Renata Scotto, Joan Sutherland y Beverly Sills, cada una de acuerdo con su personalidad y con su época.
El tenor debe hacer un Edgardo apasionado sin perder por ello la elegancia de la línea vocal. Necesita ser un tenor lírico capaz de responder a las situaciones dramáticas a las que tiene que enfrentarse y disponer de un buen registro agudo, aunque no llegue más que hasta el si bemol escrito (pero incluso hasta el mi bemol si quiere y puede), y dar la réplica a su amada tanto en el famoso dúo del primer acto como en el concertante del segundo, y desplegar en su gran escena del último acto todos los recursos líricos y dramáticos de un auténtico belcantista. Entre los intérpretes más destacados de Edgardo del siglo XX figuran Caruso, Di Stefano, Bergonzi, Kraus y Pavarotti.
En Lucia di Lammermoor, la pareja protagonista eclipsa a los demás personajes, aunque el barítono, Enrico, que es el malvado de la obra, tiene un papel de cierta importancia, con intervenciones de peso en los dos primeros actos. Pero, indudablemente, Lucia es ópera de soprano y tenor.