El 18 de mayo de 1804, tras quince años convulsos, en los que Francia oscila entre el terror de las masacres y los avances sociales y humanísticos, Napoleón proclama el Imperio. Días después, el 31 de mayo, nace Jeanne-Louise en París. Tanto su padre, Jacques-Edme Dumont, como su madre, Marie-Élisabeth Courton —pariente de los Coypel, célebre familia de artistas relacionada con la Corte— descienden de una larga estirpe de pintores y escultores
Por Carmen Martínez-Pierret
Los padres de Louise no se casarán hasta 1807, dato no banal, que revela una mentalidad tan abierta como poco común en la época. Los Dumont-Courton deseaban para sus hijos una formación cultural e intelectual completa, así que los tres —Auguste, el mayor, nació en 1801, Constance en 1808— serían educados de forma idéntica, sin distinción de sexo.
Hay que recordar que, tras unos años en los que las mujeres van conquistando importantes derechos como citoyennes, los hombres piensan que quizá las cosas han ido demasiado lejos. El Code Civil de 1804 marca el inicio de un duro período en el que, devuelta al estatus de sumisión previo a la Revolución, la mujer se ve reducida a la categoría de individuo menor, situado, por ley, bajo la tutela de un hombre: primero su padre; su marido después. Educada para ser el ‘ángel del hogar’, se convertirá en un bello adorno, obediente a su esposo y devota a una progenie sobre la que no tendrá derecho alguno, mientras que el padre los tendrá todos, incluido el de repudiar a su mujer sin obligación o consecuencia legal.
Louise y Constance son afortunadas respecto a sus coetáneas, al recibir la instrucción reservada, a priori, a los chicos, impartida, además, por eminentes pedagogos. En el caso de Louise, será su madrina, Elizabeth Cécile Soria, excelente pianista adiestrada por Muzio Clementi, quien establezca las sólidas bases de su formación. Como las mujeres tenían vetado el ingreso a cualquier centro oficial, conservatorio incluido, Louise se verá obligada a estudiar composición de forma privada. En 1819, Anton Reicha, impresionado por su talento, la aceptará como alumna.
De Dumont a Farrenc
En 1821, Louise Dumont se casa con el flautista Aristide Farrenc. Ella tiene 17 años, él 27. De nuevo, la suerte sonríe a Louise, ahora Farrenc: Aristide admira sinceramente el talento de su esposa, por lo que la confianza, el respeto y el mutuo apoyo serán el leitmotiv de más de cuarenta años de matrimonio.
Aristide había fundado, en 1819, una editorial de música con un catálogo de más de 700 obras, entre las que figurarán, desde ahora, las de su esposa. Louise es poco dada a la vida mundana, por lo que será Aristide quien promocione sus composiciones entre colegas y público. A su vez, Louise compartirá los trabajos de investigación musicológica y la actividad como editor de su marido.
Victorine, su única hija, nacida el 24 de febrero de 1826, recibirá, desde los 5 años, una completa formación musical que estará, esencialmente, a cargo de Louise.
Y, sin embargo, es mujer…
Farrenc publica sus primeras obras pianísticas en 1824. Recordemos que, en el siglo XIX, el piano, instrumento de moda, estaba presente en todos los hogares burgueses. Con estas piezas, Louise gana el reconocimiento del público… y bastante dinero, al conservar todos los derechos de la venta de su música, editada por Aristide.
Poco a poco, su reputación atraviesa fronteras. El mismísimo Schumann alaba su Air russe varié, opus 17:
‘Si un joven compositor me presentase variaciones similares a las de Louise Farrenc, recibiría todos mis elogios acerca de la buena disposición y la sólida educación de las que esta pieza da testimonio’.
En cuanto a los 32 Études, opus 26, editados en 1837, serán distinguidos por el Conservatorio, en 1845, como obra didáctica de referencia. La crítica, laudatoria, pero de corte misógino, señalaba el ‘legítimo éxito’de estos estudios que ‘situarán a su autor en una elevada posición entre los compositores-pianistas’, alabando su ‘talento tan viril‘, para concluir:
‘Es de justicia recomendar, tanto a los profesores como a los alumnos, estos estudios, que no serían indignos de nuestras eminencias pianísticas, y que debemos, sin embargo, a la pluma de una mujer…’.
Las dos ‘Truchas’ de madame Farrenc
De 1839 a 1860, Farrenc compone once grandes obras de cámara. Empieza con dos quintetos, opus 30 y opus 31, escritos para la misma formación que el Quinteto D. 667, conocido como ‘la Trucha’, de Franz Schubert. Dejemos hablar a la crítica:
‘Lo más interesante fue la ejecución del segundo quinteto de madame Farrenc, excepcional en la producción de las damas compositoras. Si el primer experimento de Mme Farrenc atrajo la atención de los hombres competentes en la materia, este segundo quinteto coloca a su autor entre los compositores más distinguidos del género, abstracción hecha de toda galantería‘.
Entre 1844 y 1845, compone dos tríos,opus 33 y opus 34; en 1848, una Sonata para violín y piano, opus 37; y en 1849, un Noneto, opus 38. La década siguiente verá nacer otra Sonata,opus 39, también para violín y piano; el Sexteto, opus 40; dos tríos, opus 44 y opus 45, en los que el clarinete y la flauta reemplazan, respectivamente, al violín; y su última obra de cámara, la Sonata para piano y violonchelo, opus 46.
Las críticas son, de nuevo, positivas:
‘Este trío es una obra recomendable en todo lo que distingue a los maestros: melodía, armonía compleja y, sobre todo, magistral unidad de concepción’.
Aunque caen, irremediablemente, en los tics habituales:
‘Debemos felicitar a Mme Farrenc por su excepcional sonata para piano y violín, obra que recuerda las más sabias concepciones de Beethoven y en la que se hallan, junto a pasajes más severos, melodías que revelan la gracia femenina más exquisita‘.
Por tanto, Louise Farrenc demuestra ser una camerista excepcional, lo que le valdrá ser distinguida —en dos ocasiones— con el prestigioso Prix Chartier.
Un talento raro en las mujeres
Farrenc abordará también la composición orquestal. Ni público ni crítica estaban preparados para aceptar que una mujer pudiera firmar obras de la altura de las oberturas opus 23y opus 24, lo que otorga un valor especial a estas elogiosas —aunque teñidas de misoginia— palabras de Berlioz:
‘Madame Farrenc nos ha dado a conocer una obertura bien escrita e instrumentada, demostrando un talento raro en las mujeres‘.
Cierto es que, en este ámbito, Farrenc no brilla por su vanguardismo. Pero ¿quién se atrevería a reprochárselo? Cubre con creces el cupo de osadía, al penetrar en un territorio vetado a las mujeres. Entre 1841 y 1847, nuestra heroína compone nada más y nada menos que tres sinfonías. Más que una bomba, es una revolución en toda regla.
La primera, opus 32, escrita en 1841, se estrena en 1845, en el Conservatoire Royal de Bruselas:
‘Esta interesante manifestación musical consagra a madame Farrenc como compositor…, rivalizando con nuestro sexo y honrando al país que la vio nacer con su talento excepcional’.
‘Tras producir una obra tal, Mme Farrenc ha conquistado el derecho de situarse entre los compositores más distinguidos de la época actual’.
Después de dos sonoros eufemismos, alguien emplea, por fin, la palabra ‘tabú’:
‘De la audición de la sinfonía de Mme Farrenc, resulta que, como excepción a lo visto hasta hoy, una mujer puede transitar con éxito la espinosa senda de los Haydn, los Mozart y los Beethoven’.
La segunda, opus 35,compuesta en 1845 y estrenada en el Conservatorio de París en 1846, es acogida con no menor entusiasmo:
‘La nueva sinfonía de Mme Farrenc merece ser situada en primera línea de las obras de este género… Su talento compositivo en este campo tan difícil será, en adelante, una de las glorias de la escuela francesa’.
En 1849, su tercera y última sinfonía,opus 36, se estrena en la Société des Concerts:
‘La sinfonía en Sol menor corona dignamente la obra del estimable compositor que, único de su sexo en la Europa musical, ha demostrado una sabiduría unida a la gracia y el buen gusto‘.
Una combativa pedagoga
A Farrenc no le seduce la vida nómada de los virtuosos de la época, por lo que prefiere desarrollar, en paralelo a su actividad creadora, una carrera docente. Al no poder enseñar en centros oficiales, impartirá clases privadas. En 1841 se convierte en profesora de Ferdinand-Philippe d’Orléans, hijo de Louis-Philippe, rey de Francia desde 1830. Farrenc había dedicado su segundo quinteto a la Duchesse d’Orléans, en cuya residencia se interpretará la obra —en febrero de 1842— ante invitados tan ilustres como Auber, futuro director del Conservatorio.
De repente, sucede algo insólito: el 15 de noviembre de 1842, Farrenc es contratada como profesora de piano en el Conservatorio de París, puesto que ocupará durante los siguientes treinta años. Respetada como compositora, admirada como intérprete, apreciada como pedagoga, la balanza se inclina, al fin, a su favor. La prensa reconoce que ‘nadie era más digno de este importante puesto’, destacando la ‘aprobación y elogios unánimes’ que suscita su nombramiento.
Pero no faltan problemas. En primer lugar, a Farrenc solo se le permite dar clases a mujeres. A pesar de esta injusta limitación, alcanzará grandes éxitos con alumnas tan brillantes como Marie-Louise Mongin o Louise Cohen-Salomon y, especialmente, su hija Victorine.
Por otra parte, a Farrenc se le había asignado un salario muy inferior al de Henri Herz, contratado al mismo tiempo que ella. En 1849, la pianista aparca su proverbial modestia para escribir a Auber:
‘Hace unos 15 meses, tuve el honor de pedirle que tuviera a bien concederme un aumento, como a varios de mis colegas. Hace casi dos años que messieurs Allard y Franchomme, nombrados después de mí, lo obtuvieron, y otros han gozado del mismo favor. Me atrevo, pues, a esperar de usted, señor director, que acceda a equiparar mis honorarios a los de estos profesores, ya que si yo no recibiese, como ellos, este incentivo, se podría creer que no he puesto todo el celo y la asiduidad necesarios para cumplir la tarea que me fue encomendada’.
Gracias a su perseverancia, su petición será escuchada por fin.
Farrenc triunfa como pedagoga, como virtuosa y como compositora. Pero, como madre, vivirá una tragedia: en 1849, Victorine muestra los primeros síntomas de una larga y fatal enfermedad, que la llevará a la tumba con solo 32 años. Como consecuencia, Louise, devastada, abandonará la composición definitivamente.
El tesoro de los Farrenc
En la década de 1850, Aristide emprende un ambicioso proyecto: Le Trésor des Pianistes,una antología que reunirá tres siglos de música para teclado. Louise, deseosa de transmitir a futuras generaciones el conocimiento necesario para abordar este repertorio, se suma al proyecto. A la muerte de Aristide, en 1865, Louise consagrará al Trésor sus últimos años de vida.
Tras su fallecimiento, el 15 de septiembre de 1875, la Revue musicale dedica a Farrenc una laudatoria necrológica:
‘La artista de la que lamentamos la pérdida, la más extraordinaria de todas las mujeres dedicadas a la composición musical, se apagó el pasado miércoles… Si como profesor madame Farrenc deja una huella imborrable, es, sobre todo, como compositor, que vivirá en la historia de la música. Sus obras muestran una fuerza, una imaginación, una ciencia, que nunca antes fueron atributo de una mujer. Abordó sin miedo los géneros más difíciles, y triunfó. Si algún día el público ignora su nombre, corresponderá a los artistas, conocedores de la valía de esta eminente mujer, rendirle homenaje del modo más útil a su memoria, haciendo oír las creaciones de su mente privilegiada’.
La gran pregunta es: ¿cómo Farrenc, reconocida y célebre en vida, pudo caer en el olvido?
NOTA: Al citar las críticas de la época, la autora ha destacado en cursiva ciertas expresiones que, teñidas de misoginia, resultan especialmente chocantes en el contexto actual.
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