Por Susana Castro
Del título del editorial de este mes se deduce que vengo a darle un tirón de orejas a todo el tejido de la música clásica de este país. Ha tenido que venir una pandemia mundial a hacernos ver —¡por fin!— que la digitalización es una realidad y que eso de las nuevas tecnologías tiene bastante poco de ‘nuevo’.
Sí, está claro que el concierto en directo es una experiencia absolutamente insustituible, qué les voy a contar a ustedes, pero también está claro que tenemos que dejar de renegar de las tecnologías y las nuevas formas de comunicación y explorarlas para poder utilizarlas a nuestro favor y como mejor convenga a las singularidades de nuestros proyectos.
El confinamiento primaveral nos llevó a todos a trabajar sin descanso en la búsqueda de formas alternativas de difusión de la cultura musical y a plantear los distintos escenarios que nos podremos encontrar en este temporada que ahora empieza.
Rápidamente empezaron a surgir todo tipo de iniciativas para que la música no parase, pero siempre con la palabra ‘gratis’ planeando sobre nuestro trabajo. ¡Error! Que algo se haga en versión on line no es sinónimo de gratuidad. ¡Abandonemos el famoso término ‘por amor al arte’ y reivindiquemos nuestra profesión!
A lo largo de este verano han surgido numerosas iniciativas que han combinado la presencialidad —o no— con el formato vía internet, y han tenido un enorme éxito. Como ejemplos, encontramos el Concurso de Vídeos COVID-MAG de Música Antigua Gijón o las numerosas actividades de ECOS FESTIVAL, así como los conciertos que emitió en directo el CNDM con motivo del Día Europeo de la Música.
Espero que hayan llegado para quedarse. ¿Por qué? Porque esta vía de comunicación es la que utilizan las generaciones más jóvenes, esas a las que no prestamos atención porque no son nuestro público actual, pero que bien tratadas pueden convertirse en nuestro público en un futuro muy próximo. Mañana mismo.
Es hora de abandonar el discurso de la ‘creación de nuevos públicos’ y pasar a la acción. No basta con hacer conciertos didácticos manidos y ‘fusiones’ con otras músicas, hay que comunicar nuestros proyectos de forma diferente, porque está comprobado que, salvo contadas excepciones muy bien resueltas, esto no funciona.
El público está en internet y cuesta mucho sacar a la gente de casa. Creemos contenidos audiovisuales de calidad para proyectos de calidad que ya existen y hagamos que nuestras propuestas sean atractivas para otro tipo de consumidor que no es el habitual. No nos centremos únicamente en el concierto, es la punta del iceberg.
Está claro que al hablar de cultura no podemos hacerlo como si hablásemos de comprar un coche. Siempre huimos del concepto ‘producto’ pero, si no aplicamos las reglas del marketing a nuestros proyectos solo nosotros sabremos de ellos.
Tenemos que ser más permeables a la realidad tecnológica del 2020 y no quedarnos en nuestra torre de marfil. No se trata de sucumbir a la tecnología, sino de usarla a nuestro favor para seguir creciendo y consolidando, entre todos, un tejido musical menos frágil, que no esté a merced de pandemias, crisis y decisiones políticas.
En Melómano empezamos hace tres años a apostar por lo digital. Y de momento no nos ha ido mal. Hemos cerrado el primer semestre del año con una media de más de 160.000 visitas al mes, y subiendo. Claro que nos gusta el papel pero, ¿sería posible llegar a tal cantidad de lectores si nuestra distribución fuese únicamente en ese formato?
Lo mismo sucede con el propio hecho musical. Pero para eso no podemos bajar la calidad, y ahí es donde interviene la tecnología. Porque talento no nos falta, al contrario, pero necesitamos dejar los sectarismos y pensar que hay muchos públicos por descubrir. Tanto ellos a nosotros como nosotros a ellos.
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