En septiembre de 1790 fallecía el Príncipe Nikolaus Esterhazy y Joseph Haydn pudo finalmente liberarse de su jaula dorada. Aunque el nuevo príncipe lo mantuvo en su puesto, le permitió salir a recorrer mundo. A sus casi sesenta años, había pasado veintidós encerrado entre los muros de Esterhaza. Si bien Paul Anton Esterhazy siguió pagándole su pensión, en realidad hubiera podido pasar muy bien sin ella, pues todo el mundo quería contratar a aquella celebridad mundial. La propuesta que finalmente le sedujo fue la del empresario y violinista Johann Peter Salomon, que llevaba una década afincado en Londres, donde Haydn era muy admirado. El 15 de diciembre ambos se embarcaron en dirección a la capital inglesa. La víspera, Haydn se había despedido de un triste Mozart que le confió su intuición de que nunca más volverían a verse. Acertó, pues él fallecería al año siguiente.
Por Martín Llade
La estancia en Londres del compositor supuso una experiencia muy intensa para él desde todos los puntos de vista. Por un lado, compuso lo mejor de su producción sinfónica (las llamadas “Sinfonías de Londres”, que abarcan desde la Nº 93 hasta la 104, aunque repartidas a lo largo de sus dos estancias en Gran Bretaña), y por otro, dio conciertos, se le tributaron honores (como un doctorado honoris causa que dio lugar a la Sinfonía Nº 92 “Oxford”), fue recibido por numerosas personalidades, ganó mucho dinero e hizo grandes amigos. E incluso tuvo tiempo para el amor, con la viuda del compositor Johann Schroeter, Rebecca. Haydn siempre se referiría a sus años en Inglaterra como los mejores de su vida. La primera estancia duró de finales de diciembre de 1790 a julio de 1792, y la segunda, de febrero de 1794 a mediados de agosto de 1795. En el año y medio transcurrido entre una y otra estancia, tuvo lugar su breve periodo de enseñanza a un prometedor joven que había conocido durante una visita a Bonn, llamado Ludwig van Beethoven. Como el tiempo demostraría, la impronta haydniana se manifestaría en Beethoven, pero no por mucho tiempo…
Sinfonía Nº 93 en Re Mayor
Estrenada el 17 de febrero de 1792 en los Hanover Square Rooms londinenses, es una sinfonía muy especial por diversos motivos. Comienza de forma insólita, con un adagio presentado por toda la orquesta en fortissimo sobre tres re, dos de ellos con calderón. Sin embargo, muchos oyentes suelen resaltar sobre todo el segundo movimiento, Largo cantabile, en cuyo final la música va apagándose, al son de suaves toques de timbal y, de forma inesperada, un fagot irrumpe en fortissimo, recreando inequívocamente el efecto de una ventosidad (una muestra más del sentido del humor de Haydn, aquí si cabe, menos refinado que en otras ocasiones). Se ha dicho siempre que si esta sinfonía no tiene sobrenombre es por cuestión de decoro, y no porque no lo inspire. De hecho, han sido muchos los directores que, por temor a ser tildados de groseros, han buscado minimizar en las salas de conciertos el efecto del susodicho fagot. No era éste el caso de George Szell, que fue uno de los primeros en mostrar al público la verdadera intención de Haydn en este pasaje.
Aunque se ha señalado que en esta sinfonía Haydn se libera de la impronta de Mozart en el terreno sinfónico, tanto en la arquitectura de la obra como en su sonoridad, lo cierto es que el genio de Salzburgo no deja de estar presente en ella, mediante una cita realizada por el oboe de “Viva la libertà” de Don Giovanni, en el cuarto movimiento, Presto ma non troppo.
Sinfonía Nº 94 en Sol Mayor “La sorpresa”
Esta es probablemente la más conocida de todas las sinfonías de Haydn y ello se debe a la leyenda que ha circulado en torno a su segundo movimiento, Andante. Según ella, Haydn, cansado de que algunas damas de la aristocracia se durmieran sin ningún recato en los conciertos, habría introducido el sorprendente golpe de timbal, tras los quince primeros compases en piano del movimiento, con objeto de despertarlas. De ahí vendría el sobrenombre de “sorpresa”. Sin embargo, la historia carece de crédito por varios motivos. En primer lugar, el manuscrito original carece de ese efecto, por lo que cabe pensar que a Haydn se le ocurrió introducirlo muy poco antes del estreno, quizás el mismo día, ya que la prensa habla con entusiasmo de él. De hecho, el sobrenombre que la obra recibió en alemán desde entonces fue “Mit dem Paukenschlag” (“De golpe de timbal”), lo que no debe confundirse con el sobrenombre de la Sinfonía Nº 103 “Redoble de timbal”.
Según contó Haydn a su biógrafo Georg August Griesinger, su propósito había sido sorprender al público congregado el 23 de marzo de 1792 en Hanover Square Rooms, ya que una semana atrás se habían iniciado los conciertos de la orquesta liderada por su antiguo pupilo y ahora rival, Ignaz Pleyel. Los londinenses se mostraron entonces tan descolocados ante el inesperado acorde del timbal, que apremiaron una y otra vez al timbalero para que volviese a repetir el efecto. Este andante está estructurado en cuatro variaciones y una coda sobre su célebre tema, que Haydn reciclaría en el aria del labrador de su oratorio Las estaciones, de 1801.
Sinfonía Nº 95 en do menor
Se desconoce la fecha exacta del estreno de esta sinfonía, pero es probable que fuera escrita en 1791. Se diferencia claramente del ciclo londinense de Haydn por ser la única en modo menor (aunque esto no se mantiene a lo largo de toda la obra) y por prescindir de la introducción en adagio. Otro rasgo llamativo es las similitudes que presenta la escritura fugada del cuarto movimiento, Vivace, con la Sinfonía Nº 41 “Júpiter” de Mozart. La obra no se había publicado ni interpretado por aquel entonces, por lo que hay que deducir que Mozart le mostró el manuscrito, quizás una de las últimas veces que se vieron, antes de la partida de Haydn a Inglaterra.
Sinfonía Nº 96 en Re Mayor “El milagro”
Este sobrenombre no se debe a lo milagroso de la música de la sinfonía, ni tampoco debería corresponderle, ya que la historia a que dio lugar su origen sucedió durante el estreno de la Sinfonía Nº 102, el 11 de marzo de 1791, en los Hanover Square Rooms. Se ignora cuándo se estrenó la 96, aunque tuvo que ser también en 1791. Nos encontramos aquí a un Haydn especialmente alegre y luminoso, pese a la consabida introducción en adagio de la obra. Ello se debe al bellísimo minueto, genuinamente vienés, muy próximo en espíritu al género nacional austriaco por excelencia, el vals, lo que se confirma en ese ländler no oficial que es el trío, con su bellísimo soliloquio confiado al oboe. También el movimiento final, Vivace-Vivace Assai, da sensación de ligereza, debido a la brevedad de sus motivos y a la ausencia de repeticiones de los mismos, lo que, salvando las distancias, anticipa en muchos años a Mahler.
Sinfonía Nº 97 en Do Mayor
Vio la luz el 3 o el 4 de mayo de 1792. Se ha considerado que ésta obra sirvió de modelo a la famosa Sinfonía de Jenna de Friedrich Witt, atribuida durante bastante tiempo a Beethoven. Siempre se recuerda esta partitura por dos particularidades del segundo y tercer movimiento, Adagio ma non troppo y Menuetto e Trio. El primero está estructurado como una serie de variaciones y una coda. En la tercera Haydn introduce un extrañísimo efecto: una sonoridad fuertemente metálica, obtenida a través de la indicación “al ponticello, vicino al ponticello, sul ponticello” para los violines. Al final del trío del Minuetto, hay otra indicación autógrafa del compositor “In octava Salomón solo ma piano” para que el empresario y violinista Johann Peter Salomon tocase una octava más por encima del resto de los violines.
Sinfonía Nº 98 en Si Bemol Mayor
Se estrenó en los Hanover Square Rooms el 2 de marzo de 1792. Beethoven compraría el manuscrito de esta sinfonía, que le inspiraría la Nº 4 de su producción. Aquí el compositor austriaco emplea por vez primera las trompetas y los timbales en si bemol, algo insólito para la fecha. Sorprendentemente, Haydn parece haber tomado la idea de su hermano Michael, que utiliza este procedimiento en su Sinfonía Nº 36, estrenada en Salzburgo cuatro años antes. Satisfecho, Haydn volvería a repetir esta característica en la Sinfonía Nº 102 y en sus últimas misas, además de en algunos números de La Creación. En el primer movimiento, el consabido adagio introduce el tema que se escuchará en el allegro. El segundo movimiento, Adagio, de espíritu elegiaco, ha sido considerado por estudiosos como Donald Tovey una suerte de llanto por Mozart, de cuya muerte Haydn se enteró mientras escribía la sinfonía. La introducción de un motivo que recuerda al tema principal del segundo movimiento de la Júpiter parece corroborar esta teoría.
El extenso cuarto y último movimiento, Presto, constituye quizás el más ambicioso final de una sinfonía haydniana y contiene, casi al final, un solo de clave que el propio compositor ejecutó en el estreno, siguiendo su propia indicación autógrafa de “con precisión y delicadamente”.
Sinfonía Nº 99 en Mi Bemol Mayor
Se estrenó el 10 de febrero de 1794 y destaca por la originalidad de su orquestación, que incluye por vez primera la introducción del clarinete en una sinfonía haydniana. Se recuerda muy especialmente esta partitura por su segundo movimiento, Adagio, cuyo tema principal es presentado por la cuerda y recogido en eco por las flautas y los oboes. Se da la sorprendente circunstancia de que este tema es una transposición a la clave de sol de las seis notas que dan lugar al primer movimiento, Adagio-Vivace Assai. Un impresionante pasaje de diez compases, confiado exclusivamente al viento (con lo que Haydn revoluciona la escritura sinfónica para este tipo de instrumentos), conduce a la exposición del segundo tema, que es otra variación, de la introducción del primer movimiento. La relación de tercera de este movimiento respecto a los otros tres es algo habitual en los cuartetos haydnianos, pero es la única vez que puede apreciarse en una de sus sinfonías.
Por otro lado, el compositor hace intervenir en este Adagio a las trompetas, algo insólito en los movimientos lentos de las sinfonías del clasicismo.
Sinfonía Nº 100 en Sol Mayor “Militar”
A pesar de La sorpresa y El reloj, la sinfonía de Haydn que más popularidad obtuvo en Londres fue ésta, en la que el músico recicló un movimiento completo de una partitura anterior, el Concierto para dos liras Hob. VIIh. 3, fechado en torno a 1786 y compuesto para Fernando IV, Rey de Nápoles. Y es precisamente el citado movimiento, el segundo, allegretto, al que debe su popularidad y su sobrenombre la obra. Siguiendo una moda muy de entonces, Haydn arregló este movimiento del concierto, en forma de lied, introduciendo en él con gran inteligencia la llamada “percusión turca” (compuesta por triángulo, platillos y bombo), que reaparecerá en el cuarto movimiento, Finale, presto. El propósito del músico era crear un efecto espectacular, sin embargo, el público congregado para su estreno el 31 de marzo de 1794, lo tomó como un clamor guerrero contra Francia, con cuyo gobierno revolucionario se encontraba Gran Bretaña entonces en guerra. Las interpretaciones que veían soldados, cañonazos y campos de batalla fueron la orden del día (algo que suscitaría también no muchos años después la Heroica de Beethoven) e incluso Haydn fue censurado por quienes eran contrarios a la guerra, por suscitar tales sentimientos ardorosos en el público.
Más interesante aún que este segundo movimiento es el cuarto, con su interesante solo de timbal de un compás de duración y su prefiguración del desarrollo perpetuo.
Sinfonía Nº 101 en Re Mayor “El reloj”
Estrenada el 3 de marzo de 1794 en los Hannover Square Rooms, debe su popularidad y su sobrenombre a su ingenioso segundo movimiento, Andante, que imita, en efecto, el sonido de un reloj. El efecto está logrado gracias a un ritmo pendular sostenido por diversos instrumentos -en una suerte de orquestación que va enriqueciéndose maravillosamente de forma progresiva- sobre el que los violines desarrollan una ligera y simpática melodía. Por otro lado, las dimensiones y la amplitud del Minuetto parecen ya enmarcarse en la sinfonía romántica y rompen con el clasicismo, mientras que el cuarto movimiento, Vivace, conjuga al maestro de la forma (en este caso rondó-sonata) y del contrapunto, con el maestro en su más irónica y exultante alegría de vivir.
Sinfonía Nº 102 en Si Bemol Mayor
Ya hemos comentado en la Sinfonía Nº 96 que El milagro es un sobrenombre originado en realidad por esta que ahora comentamos. Lo recoge el biógrafo Albert Christoph Dies, que lo escuchó de labios del propio músico (aunque muchos estudiosos creen que Dies exageró los detalles, en su afán de mitificar a Haydn). Al parecer, cuando el compositor tomó su lugar frente al pianoforte para dirigir la sinfonía, muchos espectadores abandonaron sus asientos y se acercaron al escenario para verle mejor Se produjo entonces la caída de un candelabro sobre el patio de butacas, que impactó sobre los asientos vacíos, ocupados apenas unos instantes antes por varias personas. Como no hubo ningún herido, los presentes clamaron “¡Milagro!¡Milagro!”. Un periódico de la época cita también este suceso, pero sin darle apenas importancia.
Aparte de algunos pasajes en los que su alumno Beethoven parece a punto de irrumpir, el gran hallazgo de esta obra es su adagio, segundo movimiento, con su doble exposición deliciosamente ornamentada (la orquestación de todo el movimiento es de un sorprendente equilibrio y de gran originalidad), sus innovadoras modulaciones y una célebre intervención de la trompeta que, poco antes del final, prolonga un acorde de toda la orquesta.
Sinfonía Nº 103 en Mi Bemol Mayor “Redoble de timbal”
Fue estrenada el 2 de marzo de 1795 en el King’s Theatre y las dimensiones de la plantilla orquestal, integrada por sesenta componentes, impresionó vivamente al público. Haydn se repartió la dirección con el violinista Giovanni Battista Viotti, mientras él hacía lo propio desde el pianoforte. La introducción en fortissimo con redoble de timbales, absolutamente inédita para una sinfonía, impresionó vivamente al público y la obra se ganó aquella noche su sobrenombre. Tras esta introducción, Haydn acomete un sombrío adagio, en el que los instrumentos graves citan el “Dies Irae”. Después se desarrolla el movimiento en forma sonata, en 6/8, con constantes alusiones, en un tempo más vivo, del tema introductorio. Se ha dicho que Beethoven compuso su Sonata patética dos años después, influenciado precisamente por este movimiento.
El segundo movimiento Andante più tosto allegretto y el Finale, Allegro con spirito, emplean materiales del folklore croata. En el segundo caso se ha identificado concretamente a la canción Divojcica potok gazi.
Wagner era un admirador de esta sinfonía y en su juventud realizó una transcripción para piano de la misma.
Sinfonía Nº 104 en Re Mayor “Londres”
Siempre ha extrañado que se conociese como “Londres” únicamente a la duodécima y última de las sinfonías compuestas por el músico austriaco para la capital británica, que es también la que cierra su dilatado ciclo sinfónico. Vio la luz el 4 de mayo de 1795 en el King’s Theatre, en el transcurso de una velada dedicada exclusivamente a la obra de Haydn, y en la que él mismo actuó como director. Según se deduce del diario del músico, parece que ya daba por cerrada esta etapa ya que sentencia “la duodécima y última de las inglesas”, aunque no expresa, sin embargo, ningún deseo de abandonar el género, algo que la naturaleza de la obra parece contradecir. Sus notas también señalan su entusiasmo por la acogida del público…y por los ingresos, que le procuraron en una sola noche 4.000 florines, cuatro veces más que su salario anual con los Esterhazy. “Verdaderamente-escribió-cosas así sólo pasan en Inglaterra”.
Lo más recordado de esta sinfonía, estructurada en Adagio-allegro, Andante, Menuetto y Trio:allegro y Finale: Spiritoso, es su movimiento final, en forma sonata. Un bajo de gaita precede y sostiene un tema de carácter aparentemente popular que algunos estudiosos han identificado como inglés y otros como croata, pero que no se descarta que surgiera de la propia imaginación del músico. Estudiosos como Marc Vignal han creído ver una suerte de despedida del género por parte de Haydn, en el deliberado carácter retardado del movimiento, con la elaboración del tema B en valores largos (blancas) y en una prolongada cadencia quebrada, que retrasa la reexposición de forma considerable.