Vamos a plantear un juego. Sí, un juego en el que debemos nombrar algún instrumento inusual en la música ‘clásica’. Muchos se quedarán pensando, otros nos remitirán a los que hoy presentamos en este artículo. Pero, ¿qué pasa si a ese juego le sumamos citar el nombre de alguna de sus intérpretes más reconocidas? Nosotras, antes de preparar este artículo y de que nos planteasen esta cuestión, nos hubiésemos quedado prácticamente en blanco. Pero, como la curiosidad ‘aún no ha matado a estas gatas’, hemos decidido realizar un acercamiento a algunas intérpretes que han hecho historia con instrumentos un tanto ‘inusuales’.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín-Maestro Verbo
Alrededor del año 1761 dos eventos centrados en un mismo punto tuvieron lugar en Londres. El primero de ellos se produjo cuando Anne Ford, intérprete de viola da gamba, publicó Instructions for Playing the Musical Glasses, primer método para tocar las musical glasses. Este instrumento, que causaba curiosidad tanto en EE. UU. como en algunos centros musicales europeos, tiene sus antecedentes en las culturas orientales. Pero más allá de todo lo que envuelve a este artilugio (musical o espiritual), su utilización en conciertos fue lo que verdaderamente llamó la atención en la época.
Como hemos dicho, Ford da a conocer este método de ejecución el 2 de noviembre de 1761 y con ello anuncia su primer concierto con las ‘copas’ musicales. Anne se presentaba cantando y ejecutando este instrumento además de otros ‘novedosos’ como la guitarra inglesa, convirtiéndose en una intérprete de referencia para el público, que llenaba el gran salón de la sala de subastas Cox para escucharla. Según algunas crónicas que se pueden leer en el libro L’Harmonica de verre et miss Davies, Anne probablemente conoció las glasses gracias a su profesor de guitarra, Friedrich Theodor Schuman, quien, pasados unos años, llegó a tener una rivalidad con ella por el éxito que tenía en sus presentaciones. Lamentablemente la carrera musical de Ford fue corta. Su padre, con el que tuvo que lidiar durante años, la crítica social y, posteriormente, su marido, coartaron su carrera musical pública.
Pero, tal como hemos dicho, ese mismo año otro acontecimiento salía a la luz. Benjamin Franklin visitaba Inglaterra cuando algo llamó su atención: un hombre, Edmund Delaval, friccionaba el borde de unos vasos llenos con líquido en diferentes proporciones y, al frotarlos, producían una vibración de la que se podía percibir distintas alturas. Gracias a su imperiosa curiosidad, Franklin decidió reproducir y mejorar lo que había visto, ajustando los cuencos de los vasos concéntricamente de mayor a menor tamaño en una varilla horizontal, haciéndolos sonar gracias a una manivela de pedal. Automatizar el proceso, mejorar la precisión en la afinación y reducir el espacio de ejecución, permitieron que el músico pudiese, realmente, reproducir obras con mayor exactitud. El resultado: había nacido la glass armonica.
La primera actuación con este instrumento se llevó a cabo a principios de 1762, posiblemente el 18 de febrero, en la Great Room de Spring Gardens, en las manos de Marianne Davies, quien era ya conocida en su círculo social como clavecinista, flautista y cantante. Marianne inició su carrera gracias a sus padres que eran músicos y la presentaron, desde muy niña, en actos benéficos y conciertos para grupos exclusivos de la sociedad londinense. En estos conciertos la joven tocaba la flauta y el clavecín acompañando a algunos cantantes y, en ocasiones, a ella misma. La crítica del momento se hacía eco de sus conciertos, llenándola de elogios.
A las actuaciones de Marianne se sumó su hermana Cecilia, quien tuvo una sólida carrera como cantante. Las hermanas Davies ofrecían conciertos en las principales salas y salones de las mejores familias y mecenas de Europa. Llegaron a ser recomendadas y reconocidas por Johann Christian Bach y la familia Mozart. Por su parte, Gluck, quien ejecutaba las glasses, las ayudó a introducirse en la sociedad vienesa, llegando a trabajar para la realeza. En Viena las jóvenes conocen a Johann Adolph Hasse, quien fue profesor de Cecilia y en 1769 compuso su cantata L’Armonica con libreto de Pietro Metastasio, posiblemente para las hermanas Davies.
A pesar de los éxitos que cosecharon, el final de las dos mujeres no fue precisamente de triunfos. Marianne empezó a tener problemas de salud, mientras que su madre enfermó y murió. Los quejidos de la hermana mayor fueron en aumento, mientras que el dolor por la pérdida incrementó los problemas económicos y de responsabilidad para una Cecilia que intentaba avanzar en su carrera como cantante. Ambas mujeres lograron salir de Florencia y volver a Londres, ciudad en la que se dedicaron a dar clases de canto, buscando mejorar su situación personal y laboral. Pero la salud de la hermana mayor empeoró y terminó muriendo en Londres, dejando sola a Cecilia, quien logró vivir unos años más, falleciendo el 3 de julio de 1835 en la misma ciudad.
Durante esta época encontramos a más intérpretes dedicadas a este instrumento, como es el caso de otra Marianne, esta vez de apellido Kirchgaessner. Lamentablemente, algunos bulos que decían que la glass armonica provocaba problemas de salud, la amplitud de las salas de concierto y el desarrollo de otros instrumentos hicieron que esta quedara rezagada y casi en el olvido. Actualmente son muy pocos (y pocas) los que se dedican a tocarla, siendo una rareza en las salas de concierto.
Avanzamos hasta el inicio del siglo XX, en el que no solo tienen cabida los movimientos sociales y políticos, sino un sinfín de experimentos, nuevas visiones culturales y, como no, nuevos sonidos. Encontramos, entonces, una amplia variedad de instrumentos que han sido muy característicos en esta época, como por ejemplo las ondas Martenot, el trautonio, o, del que hablaremos a continuación, el theremín.
Desarrollado en Rusia por Lev Sergeyevich Termén, el theremín es uno de los primeros instrumentos electrónicos. Una de sus características se encuentra en la forma de ejecutarse, en la que el intérprete realmente ‘no toca’ nada más que las frecuencias proporcionadas por dos antenas. Quizá este sea un vacuo resumen de este instrumento que podemos ver (o escuchar) en muchas películas y series, aunque antes se podía ver en las salas de concierto, gracias a la dedicación y difusión de una de sus más destacadas intérpretes, la lituana Clara Rockmore.
Rockmore inició sus estudios musicales siendo una niña, gracias, según se relata en la página de su fundación, a su tío Pav, un hermano de su madre que le enseñó a leer música. Con tan solo 3 años ingresó en el Conservatorio de San Petersburgo, entrando en el ‘grado’ de niña prodigio. Clara agradecía sus enseñanzas en el piano, pero su verdadero interés estaba en el violín.
Con 4 años recibió sus primeras lecciones de violín con el húngaro Leopold Auer y se convirtió en la estudiante más joven de la historia del Conservatorio. Años más tarde, la joven y su familia emigraron a EE.UU. y en este país se reencontró con su maestro. Allí ingresó en el Instituto Curtis, pero llegó lo que ella consideró ‘su tragedia’. Su madre fallece y, ante el dolor y la impotencia, Clara se dedica únicamente a tocar ‘trabajando como loca, probablemente demasiado, ya que eso me deshizo… Empecé a tener un dolor insoportable en el brazo’ y, previo a un concierto en el que su maestro confiaba que ella podía tocar, la joven se desplomó anímicamente, ya que, no solo no pudo tocar, sino que fue el fin de su relación con el violinista.
A pesar de la lesión que la obligó a renunciar a su posible prodigiosa carrera como violinista, Rockmore no decayó y, tras tres años con dolencias, llegó ‘de rebote’ al theremín. Ella y Lev crearon una simbiosis en la que el mismo inventor decidió aceptar algunas recomendaciones de la joven, construyendo uno con un rango más amplio (cinco octavas), además de otras modificaciones que mejoraron la precisión en la interpretación del instrumento. Relata Clara: ‘no estaba satisfecha con el modelo RCA. No podía resistir la mano izquierda, o ‘melaza’, como la llamé. No había forma de romper el sonido, así que todo tenía que tocarse glissando. Necesitaba una mano izquierda más rápida para permitir el staccato, y notas bajas y altas […] y él, siendo el genio que era, construyó para mí un instrumento más exigente’.
Al igual que Anne, Rockmore creó su propio método para interpretar este novedoso instrumento electrónico que la convertiría en una de las primeras ejecutantes especializadas en el instrumento. Su dedicación al theremín la llevó a presentarse en grandes escenarios con agrupaciones como la Orquesta de Filadelfia o la Filarmónica de Nueva York.
Clara falleció en la Gran Manzana en 1998, dejando un gran legado para la música. A pesar de ser uno de los instrumentos más inusuales, el theremín se mantiene ‘activo’ en las programaciones para recitales a solo y con orquesta. Hoy día se ha vuelto a poner en boga gracias a la alemana Carolina Eyck, quien no solo recorre el mundo con el instrumento creado por Lev, sino que estrena obras dedicadas tanto al instrumento como a ella misma. Estamos seguras de que Clara siempre la acompaña.
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