Puede que el caso de Sorozábal sea único en la historia de la música española. La excepción que confirma la regla de que todo cambio de registro desesperado acaba siempre desesperadamente mal. Al menos en el primer intento. El músico donostiarra quiso triunfar como compositor de música pura; triunfar luego, además, como director de orquesta (esto sí fue audaz); así durante años. La desesperación le obliga reinventarse como músico. Deja de lado la música pura, cambia de registro y triunfa con Katiuska, su primer intento lírico. La opereta gusta tanto que antes del estreno en Barcelona comienza a generar discografía.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
Telepatía, espiritismo e inflación
Madrid, otoño de 1919. Sorozábal considera su vida de entonces como absurda. Apenas avanza en la composición de su Cuarteto en Fa mayor o en la orquestación del Capricho español, afanado, a sus 21 años, en luchar por la subsistencia. Vive a pensión completa en la calle del Olmo, próxima a la plaza de Lavapiés, por cuatro pesetas y media. La habitación es tan pequeña que el registro del piano alquilado puede recorrerse completo desde la cama. Como violín de la Orquesta Filarmónica (razón por la que se traslada a la capital) recibe cinco duros semanales, ensayos diarios incluidos, por cada concierto del maestro Pérez Casas. Toca asimismo en el trío del Café Comercial de la glorieta de Bilbao; le pagan, al día, seis pesetas.
A las tertulias del café acuden personajes bohemios, letristas y compositores de cuplés. Conoce a José Rincón Lazcano, autor del sonado chotis Colón 34. Locuaz y gracioso, sin dejar de tocarse el sombrero mientras habla, Rincón le asegura traerse entre manos otro que ‘pegará’ todavía más.
En cada pausa el trío se pasea entre las mesas. Les invitan a sentarse, beber y charlar. Sorozábal cae bien. Ha sabido modelar su áspero carácter norteño para resultar agradable. Tres son los temas en su tertulia favorita: espiritismo, telepatía y transmisión del pensamiento. No le concede el menor crédito a nada de eso; y si en ocasiones fabula con experiencias paranormales, es por solo velado interés. Un bancario destaca entre los contertulios. En los apasionados debates sobre las revelaciones telepáticas del maestro Djwal Khul a tal dama inglesa o las últimas noticias ciertas llegadas del más allá, el bancario disfruta calzando información financiera. Sorozábal debió hacer verdaderos esfuerzos por mantener cerrada la boca y dejar de frotarse los ojos. ¿Cómo era posible que con un puñado de pesetas pudieran adquirirse bienes de tanto valor? El término que explicaba cumplidamente el fenómeno —lo conocerá entonces— era ‘inflación’. Y el lugar donde esa aparente realidad fantástica era cotidiana, Alemania. La inestabilidad política y las reparaciones de guerra impuestas en Versalles habían forzado al marco a depreciarse de manera continua frente al dólar norteamericano. En julio de 1923, un dólar se cambia por un millón de Reichsmark. En agosto, media libra de mantequilla cuesta 1.500 millones; en noviembre, media libra de pan cuesta 3.000 millones; media libra carne, 36.000 millones.
Marcharse a estudiar en Alemania se convierte para Sorozábal en una obsesión. Una desavenencia con el dueño del Comercial, molesto por sus ausencias para tocar con la Filarmónica (pese a dejar siempre sustituto), le lleva a renunciar al puesto. Después de varios días celebrando la despedida de Madrid no tiene ni para el billete de vuelta a San Sebastián. Telegrafía a su madre, que enseguida le envía dinero. Paga deudas y, otra vez, falta para el billete de tren. Un amigo le propone hacer colecta en una tasca donde paran vascos. Asegurándole que hay tongo en el frontón y que podría doblar la apuesta, un paisano le afana los últimos cinco duros.
Fortuna audaces iuvat
Sorozábal nunca había cruzado la frontera. Sabía que ‘después de Francia estaba Alemania’ y que llegaría a Colonia vía París, después de ‘atravesar una nación que se llama Bélgica’. Desde Colonia viajaría a Leipzig, ciudad donde ‘Mendelssohn dirigía la Orquesta del Gewandhaus y Schumann escribía sus sabrosas críticas’. Pero aparte de eso, acaecido ochenta años antes, no sabe nada de Leipzig. No conoce a nadie ni lleva recomendaciones. Exceptuada la situación financiera, cuanto lee en la prensa sobre Alemania es sencillamente aterrador. Había disturbios, destrucción y muertes en las principales ciudades; comunistas, por un lado, paramilitares y nacionalsocialistas por otro, ‘andaban a cañonazos por las calles’.
Más precavido esta vez, Sorozábal se procura un revólver. Y como su conocimiento del idioma es corto (Ja y Guten Tag), echa al bolsillo el popularísimo libro con el Método Robertson ¿Quiere usted saber alemán en diez días? Equipado, pues, para defender su vida y para hacerse entender si no, portando el pequeño baúl que con resignación y rostro de pena le prepara la madre (más ‘un cheque de mareos para cobrarlo en Leipzig’, resultado del cambio en marcos de las 1.500 pesetas de la beca de estudios concedida por Ayuntamiento de San Sebastián), parte a labrarse un destino en Alemania. Con ese dinero vivirá un año entre gentes de modales ásperos y miradas hostiles. Al verlo con su boina vasca y su gabardina, no pocos debieron pensar que se trataba de einfranzösisches Schwein, un cerdo francés de los que les ganaron la guerra, ahora expatriado. ‘¡Cuánto odio existía en aquella época hacia los extranjeros!’.
Stephan Krehl, director del Conservatorio de Leipzig, accede a darle lecciones particulares de composición. Krehl tiene metodología propia para el estudio del contrapunto, pero en ocasiones, llevado por el entusiasmo, ignora los ejemplos de Bach y los toma de Bizet, compositor cuya admiración transmite a Sorozábal. Las lecciones de violín, también particulares, las recibe de Hans Sitt, inventor de las ‘partituras de bolsillo’. Entre el maestro, ya jubilado, y el discípulo surge una relación de afecto. Sitt, que también le dará clases de dirección, le informa de cierta orquesta sin director que cualquiera puede contratar y dirigir. A Sorozábal le falta tiempo para presentarse en la agencia que representa a la orquesta. Asegura ser un director de éxito en España y que desea darse a conocer en Leipzig. Informado del importe, calcula en pesetas la carretada de millones de marcos. Factible. ‘¡Iba a ponerme al frente de una orquesta sinfónica de Leipzig… sin haber dirigido en mi vida!’.
El primer concierto de Sorozábal como director tiene lugar en la Gran Sala del Teatro Central de Leipzig la tarde del 19 de abril de 1920. Cuatro autores y sendas obras en el programa: Obertura don Juan de Austria de Sitt, En las estepas del Asia Central de Borodin; su propio Capricho español (completado poco antes); y la Sinfonía Nuevo del Mundo de Dvorák. A juzgar por la prensa, el concierto fue éxito. El flamante nuevo Dirigent elabora un folleto de presentación que envía a las agencias de conciertos. Aguarda ofertas para dirigir las orquestas alemanas. Nunca le llegará ningún contrato.
Hacia el cambio de registro
En noviembre de 1923 entra en circulación una nueva moneda en Alemania, el Retenmark, al margen del patrón oro. El dólar se cambia por 4,2 Rentenmark; en pesetas, 7,66. Una catástrofe para Sorozábal. Acaban las visitas a los mejores cafés y restaurantes de Leipzig, las comidas y cenas de caviar y pollo frío regados con dorados vinos del Rin. Acaban las lecciones de música. El capital que reúne tocando en San Sebastián durante los veranos ni siquiera le alcanza para vivir en Alemania. De la noche a la mañana pasa de la opulencia a la miseria. Cose almohadones, vende medias; se alimenta durante meses de grasa untada en pan. Carente de permiso de trabajo, toca el violín en cines de manera clandestina. Pero volver a España no es opción. No sin haber triunfado. Con sacrificios, mejorando progresivamente, resistirá en Alemania hasta 1929. Cuantas obras compone en Leipzig se estrenan con éxito en Donostia. Sin embargo, es consciente de que nunca podrá vivir de la música sinfónica. El éxito de Guridi en el Teatro de la Zarzuela con El caserío, cuyos ingresos en concepto de derechos de autor se le antojan extraordinarios, le persuade de lanzarse a probar suerte con la música lírica.
En Madrid, con motivo de su presentación como director de orquesta, conoce a los libretistas de zarzuela Emilio González del Castillo y Manuel Martí Alonso, y les expone el propósito de escribir una opereta —temática actual, cosmopolita—, no una zarzuela con ‘ambiente de alpargata’. Cuando regrese a Leipzig llevará consigo el borrador de una historia de aristócratas rusos, en fuga hacia París, durante la Revolución Bolchevique. Por título, el nombre de la protagonista, Katiuska, joven princesa rusa que se enamora de un comisario del Soviet. Los primeros números cantables Sorozábal los recibe en Leipzig por correo.
Después de ser rechazada en los teatros de Madrid y aplazarse el estreno en Barcelona, Katiuskao La Rusia roja (el subtítulo enseguida se cambia por La mujer rusa) sube a escena el 27 de enero de 1931, bajo la dirección del compositor, en el Teatro Victoria del Paralelo. Aunque los cantantes tuvieron flojos, y el segundo acto necesitaba arreglos, Katiuska fue el éxito largamente anhelado.
Grabaciones de Regal, Columbia, Hispavox y Zafiro
De que Katiuska iba a ponerse de moda se percatan ya durante los ensayos Juan Unurrieta, empresario que establece la Columbia Graphophone Company en San Sebastián, y el gerente del sello asociado Discos Regal, quien enseguida ponen a disposición de Sorozábal al barítono Marcos Redondo, cuya exclusiva tenía Regal. Entre febrero y marzo de 1931 Felisa Ferrero (Katiuska) y Redondo (Stakoff) graban cuatro discos (78 rpm), con las romanzas Canto a la Patria y Calor de nido; La mujer rusa: ‘¡Atrás! ¡Porque muere quien toque a esa mujer’ y Final: ‘Esta mujer, tuya ha de ser’; dúo ‘¿Qué dices? ¡Katiuska!’; y romanzas Vivía sola y Es delicada flor (Regal LK 4022-4024, PK 1532). Dirigiendo asimismo Sorozábal la Orquesta Sinfónica Columbia aparece un disco con Canta saxofón, fox-trot, y Rusa divina, vals-Bostón (DK 8278); números grabados luego, en 1932, con Enriqueta Serrano (Katiuska) y Redondo (DK 8656).
En 1935 Columbia publica la opereta en siete discos; intervienen, junto a Herrero y Redondo, Amparo Albiach (Olga), Ángel de León (Coronel), José Acuaviva, (Boni); Coro y Orquesta Columbia dirigidos por Sorozábal (A 4013-4015, N 1153, N 677-679). Grabación reeditada en 1942 (R 14016-14022).
Al frente del Coro Cantores de Madrid y de la Orquesta de Conciertos de Madrid, Sorozábal volverá a grabar Katiuska en otras tres ocasiones:
En 1957, para el sello Hispavox, con Pilar Lorengar y Renato Cesari en los roles protagónicos; intervienen asimismo Enriqueta Serrano (Olga) y Alfredo Kraus (Príncipe Sergio), (HH 10-35). Reeditado en 1978 (S 20155) y 1981 (S 30053).
En 1967, de nuevo para Columbia, con Ana Higueras Aragón y Antonio Blancas (SS 637-638). Reeditado en 1984 (CS 8595) y en 1987 por el sello Alhambra (WD 71585).
Por último, en 1969, para el sello Zafiro, con Isabel Penagos y Manuel Ausensi (ZN6-8). Reeditado en 1973 (ZOR-220), 1979 (ZCL 1013) y 1984 (LM 3016).
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