En la historia de la relación entre música y poder Lady Macbeth de Mtsensk, ópera en cuatro actos de Dmitri Shostakóvich, tiene su propio y desolador capítulo. Estrenada con excelente acogida en el Teatro de Ópera Académico Maly del Estado Leningrado (MALEGOT) el 22 enero de 1934, dos días después en Moscú, contaba con 182 representaciones en ambas ciudades cuando fue prohibida. La asistencia de Stalin a una representación del Bolshói sellaría el destino de la obra y de su autor.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
‘Todos estos arrestos y exilios son inexplicables, injustificados. Nadie está a salvo. […] Todos somos culpables sin culpa. Si no eres ejecutado, arrestado o exiliado, agradece tu suerte a las estrellas’.
Lyubov Shaporina, Diario 1935-1939
‘¡Eso no es música, es una estupidez!’
Dado que el entusiasmo por Lady Macbeth no decaía, la dirección del Bolshói moscovita decidió montar una nueva producción para la segunda temporada. En 1936 llegaron a ofrecerse de la ópera tres producciones distintas en los teatros de Moscú. La del Bolshói se programó para el 26 de enero. Shostakóvich, que acababa de regresar de una gira de conciertos, recibió una llamada telefónica del teatro instándole a acudir. Objetó que aquella noche tomaba un tren para Arcángel, donde daría varios conciertos con el violonchelista Viktor Kubatsky. Fue en vano: su presencia en el Bolshói era imperativa. El 9 de enero había escrito a su amigo Iván Sollertinsky, profesor en Leningrado: ‘Estoy extremadamente cansado, pero no por los banquetes en mi honor o del MALEGOT. Estoy cansado de la ansiedad y el éxito que me rodea’. Ocupado el asiento junto al director del Bolshói, su sorpresa fue inmensa al reconocer en el palco de enfrente, acorazado ex profeso con láminas de acero contra posibles atentados, a Viacheslav Mólotov, presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, a Anastás Mikoyán, comisario del Pueblo para el Comercio Interior y Exterior, y a Andréi Zhdánov, secretario del Comité Central del Partido Comunista. Detrás de una pequeña cortina que le permitía ver sin ser visto, estaba Stalin.
El compositor Levón Atovmyán contaría que la representación marchó bien hasta el entreacto orquestal que precede a la boda entre Katerina y Serguéi. En ese momento, las secciones de percusión y viento-metal de la orquesta dirigida por Aleksandr Mélik-Pasháyev, sencillamente se desbocaron. Se daba la circunstancia de que los metales, reforzados esa noche de manera extraordinaria, se hallaban justo debajo del palco de Stalin. Otro testigo de excepción, el tenor ruso-polaco Serguéi Radamsky, invitado por Shostakóvich, ofrece en sus memorias una versión más detallada y dramática de momento: ‘Cada vez que la percusión o los metales tocaban en fortissimo, Zhdánov y Mikoyán se sobresaltaban y miraban riendo hacia Stalin. Pensamos que Shostakóvich sería invitado al palco de Stalin. Como en el segundo entreacto no recibía invitación nos pusimos nerviosos. Shostakóvich, que vio cómo se divertían, se ocultó en la parte interior de nuestro palco y se cubrió la cara con las manos. El nerviosismo hizo que estuviera empapado en sudor’.
El colmo de la desesperación del compositor llegó en el segundo acto, durante la escena de amor. Los miembros del gobierno no podían contener la risa. En el centro del escenario se dispuso un colchón de paja sobre el que tuvo lugar un acto amoroso bastante explícito. ‘En Leningrado —cuenta Radamsky— se había procedido con mayor delicadeza. La escena se situó en un espacio elevado de manera que solo se veían sombras. El carácter descriptivo de la música no dejaba lugar a la imaginación’.
Acabado el acto, Shostakóvich quiso marcharse. El director del Bolshói lo disuadió razonando que, aunque Stalin no le hubiera llamado, no parecía sensato irse cuando aún podían hacerlo acabado el tercer acto o al final de la ópera. Pero el telón cayó y Shostakóvich no fue invitado al palco del gobierno. Se inclinó de manera maquinal, lívido como una sábana, cuando salió al escenario para agradecer los aplausos del público. Entre bastidores susurró a Levón Atovmyán: ‘Lyova, vámonos rápido. Es hora de tomar el tren’.
El trayecto a la estación fue angustioso. En su habitual tono monótono y atropellado, pero incapaz de calmarse, preguntaba a Atovmyán con insistencia: ‘¿Por qué reforzaron los metales? ¿Por qué ese nivel exagerado de ruido? ¿Qué pretendía Mélik-Pasháyev mostrando tanto temperamento? ¿Tenía que “aderezar” así el entreacto y toda la escena?’. Convencido de que los miembros del gobierno habrían quedado ensordecidos por el volumen de los metales, comentó sombrío: ‘Tengo muy mal presentimiento por eso’, y, supersticioso como era, añadió que 1936 era año bisiesto. ‘Me traerá mala suerte’.
Radamsky tuvo conocimiento de la opinión de Stalin sobre Lady Macbeth por el crítico del periódico Izvestia: ‘Cuando le pregunté, el camarada Stalin me replicó contrariado: “¡Eso no es música, es una estupidez!”’.
Dimensiones de la catástrofe
El tren partió de Moscú a las 0:20 horas. Después de ocho horas de viaje en un compartimiento tapizado pero insalubre, Shostakóvich y el chelista Kubatsky llegaron a la septentrional Arcángel. El frío era insoportable. También hacía frío en la casa donde se alojaron. Allí escribió una carta a Sollertinsky en la que, sin entrar detalles respecto a Lady Macbeth (‘La representación fue bien’, punto) se sinceraba con amargura: ‘Estoy temblando de frío. Me maldigo por haber venido aquí. No le hables a nadie de las malas condiciones de nuestro viaje y de la estancia en Arcángel, porque tengo miedo de que mis familiares se preocupen. Ya me he resfriado y estoy tosiendo. Además, estoy de mal humor’.
La mañana del 28 de enero, de regreso a Moscú, compró la última edición de Pravda en la estación ferroviaria. Se le cortó el aliento. Había un artículo editorial, sin firma, sobre la producción del Bolshói: ‘Caos en lugar de música —a propósito de la ópera Lady Macbeth de Mtsensk‘. Tras presentarle como un compositor bisoño que escuchaba solo alabanzas y no ‘críticas objetivas que habrían de resultarle útiles en futuras obras’, le reprochaban enfrentar al público a sonidos caóticos y disonantes. La música, difícil de seguir, era imposible de retener. El grito sustituía al canto, el ruido a la pasión. Toda melodía sencilla y expresiva se precipitaba en espesa cacofonía y delirio rítmico. Lady Macbeth parecía compuesta para negar la ópera, oponerse a todo realismo, a toda comprensión de la palabra en el teatro. Era música formalista y pequeñoburguesa, degenerada y neurasténica: un peligro para la música realista soviética. La protagonista, una comerciante avariciosa que se apropiaba del poder y la riqueza cometiendo asesinatos, era presentada como ‘víctima’ de la sociedad burguesa. Lady Macbeth había sido aplaudida en los teatros extranjeros solo por corresponderse con el gusto corrompido del espectador burgués.
El anónimo crítico de Pravda eximía de responsabilidad a los cantantes del Bolshói, que habían luchado contra el caos estruendoso y cacofónico proveniente de la orquesta, evidenciando gran talento: ‘Los logros interpretativos merecen reconocimiento; los esfuerzos inútiles, en cambio, merecen solo compasión’.
Shostakóvich sintió ‘como si una tonelada de ladrillos le hubiese caído encima’. Cerró el periódico, se quitó las gafas y rompió a sollozar. Lady Macbeth llevaba dos temporadas en cartel recibiendo ovaciones, ¿por qué una reacción tan virulenta ahora, acusándole de menospreciar las exigencias de la cultura soviética? Era consciente del resentimiento que despertaba en otros compositores. Se le envidiaba por ser el consentido enfant terrible de la escena musical, por haber cosechado semejante éxito con una ópera (su segunda ópera) con tan solo 27 años. Pero ningún colega se habría atrevido a atacarlo públicamente de aquella manera. No sin la aquiescencia de las autoridades. ¿Por qué no firmarlo entonces? Comprendió que el artículo carecía de firma sencillamente porque no la necesitaba. Aquella era la opinión del Partido, cuando no del propio Stalin. Para uno de los conmocionados admiradores de Shostakóvich, el crítico literario Isaak Glikman, estaba claro que solo el líder supremo ‘podía levantar una mano contra la famosa ópera y demolerla’. Un acto que implicaba la inmediata la muerte artística del compositor. Y estaba por ver si no también su aniquilación física.
Agradece tu suerte a las estrellas
Para Shostakóvich comenzaba un período de angustia y desesperación. Tenía amigos que habían sido represaliados sin piedad. Los poetas Daniíl Jarms y Aleksandr Vvedensk, condenados por ‘actividad nociva en el campo de la literatura infantil’, fueron deportados. Idéntica suerte corrieron los pintores judíos Boris Erbstein y Solomon Gershov. A Igor Terentiev, también poeta, se le condenó a cinco años de trabajos forzados. Tras una segunda detención sería fusilado. Shostakóvich, que no era literato ni pintor, se creyó entonces a salvo. Pero era cuestión de tiempo que los ejecutores de la Revolución Cultural de Stalin destinada a erradicar la ‘insubordinación’ artística en la URSS fijaran su atención en los músicos.
Apenas dos semanas después de ‘Caos en lugar música’, el 11 de febrero de 1936, Pravda le dedicaba otro editorial: ‘La falsedad de un ballet’. Se atacaba el depravado formalismo de su Arroyo luminoso, obra en la que un grupo de artistas y bailarines llegaba a una cooperativa agrícola para solaz de los trabajadores. El Bolshói retiró inmediatamente la obra. El dramaturgo Adrián Piotrovski, autor del libreto, responsable de la polémica adaptación del Romeo y Julieta shakesperiano para Prokófiev, sería detenido al año siguiente y fusilado. Músicos y críticos que alabaron Lady Macbeth comenzaron a retractarse de sus palabras. El compositor Lev Knipper, envidioso de los éxitos de Shostakóvich, lo acusó de conducta antisocial, verdadero anatema para el comunismo. En una reunión de artistas en la que halló cierta oposición, Knipper vino a decir que su crítica no suponía ‘un clavo en el ataúd de Shostakóvich […] sino su punto de partida hacia ideas musicales nuevas y diferentes’. Algo similar había escuchado Shostakóvich decir a Platon Kerzhentsev, presidente del Comité para Asuntos Artísticos, cuando, después del segundo editorial de Pravda, solicitó entrevistarse con él para tratar del asunto. El presidente fue claro: debía cambiar de objetivos artísticos, abjurar de los errores formalistas y asegurarse de que su música fuera comprensible para las masas. Kerzhentsev, que acabada la entrevista telefoneó informando de esta a Molotov y a Stalin, aconsejó por último a Shostakóvich que, antes de decidirse a componer otra nueva ópera o ballet, entregara el libreto para su aprobación.
El compositor regresó a casa procurando convencerse de que todo acabaría arreglándose. Días más tarde, cuando leyó que se referían a él como ‘enemigo del pueblo’, le atenazó el pánico. El arresto ya no podía demorarse.
Los agentes del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos preferían la noche para realizar las detenciones. Aprovechaban el silencio en que sus víctimas dormían. Llegaban en brillantes coches negros y en camiones. Tras el sobresalto de puertas cerrándose ante el edificio, todos los oídos permanecían atentos. Nadie se movía. Se acostaban vestidos, junto a un maletín o bolsa cerca con lo esencial: mudas de ropa interior, artículos de higiene, algo de comida. Escuchaban las pisadas de botas adentrarse en el vestíbulo. El ascensor bajando, subiendo luego, las rejas abriéndose. De nuevo pisadas avanzando por el pasillo. Golpes brutales en alguna puerta. Familias enteras eran detenidas así cada noche. La hermana mayor de Shostakóvich, Maria, y su marido fueron detenidos. A ella la deportaron a Siberia.
Durante semanas el compositor repitió un invariable rito. Acostaba a su pequeña Galina, cenaba frugal, evacuaba los intestinos y se despedía de su esposa Nina. Asiendo el maletín salía al encuentro de los agentes. Las primeras noches los esperaba fuera del apartamento, delante de la puerta del ascensor, fumando hasta altas horas de la madrugada. Después los esperaba en el apartamento, sentado detrás de la puerta, siempre fumando. Por último, decidió esperarlos acostado en la cama. Durante meses esperó una detención que nunca se produjo. En estado de profunda depresión, destrozados los nervios. Pensando infinidad de veces en el suicidio. El temor a perder la libertad siguió acompañándolo incluso tiempo después de la muerte de Stalin. Puede que hasta su propia muerte. Sobrevivió al Terror solo porque el dictador lo quiso, persuadido de la conveniencia de preservar a un compositor cuyo talento y fama internacional servían a los propósitos del régimen.
Shostakóvich no defraudó. Nunca más hizo declaraciones públicas que fijaran su posición al margen de las opiniones del partido. Enmascaró sus pensamientos y emociones e hizo cuanto se esperaba de él. Tampoco volvió a componer un ballet ni otra ópera. Ni siquiera consintió que Lady Macbeth se representara en el extranjero, pese a serle requerido en varias ocasiones. Después del olvido impuesto, cuando la ópera subió de nuevo a escena en la Unión Soviética, en 1963, lo hizo con pocas modificaciones y el nombre de la protagonista, Katerina Izmáilova, por título. La irónica referencia shakesperiana de la novela de Nikolái Leskov, tan mal comprendida por el autor de ‘Caos en lugar de música’, fue suprimida.
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