Por Tomás Marco
Casi como en el siglo XIX, el género zarzuelístico sigue despertando pasiones encontradas entre sus defensores, que a veces se convierten en sus peores enemigos, y sus detractores, que generalmente poseen una insondable ignorancia sobre la misma. Pero el verdadero problema es cómo abordarla en un momento en que lo que era un arte popular se ha convertido en un elemento que se acerca a los parques temáticos ya que no ha conseguido constituir un verdadero museo.
Una de las principales características de la zarzuela como género era históricamente su ligazón con la actualidad y la manera en que los títulos nuevos iban sustituyendo a los más veteranos. Hoy día, sin embargo, se trata de un repertorio cristalizado que da vueltas en torno a sí mismo y que, además ha conservado los títulos, no tanto por su calidad o significado histórico, sino por la situación que había en el momento de su desaparición. La zarzuela como género vivo no llega más allá de la guerra civil y, aunque Sorozábal, Moreno Torroba, Guerrero o Alonso, por citar a los últimos de un género aún vivo pero ya gravemente herido, estrenan títulos después, en ese momento la zarzuela se colapsa y es sustituida ante el público popular en lo musical por la revista —aún más efímera— y en el espectáculo por el cine y el deporte.
Durante años, la zarzuela corrió un grave peligro de desaparición y vivió de manera realmente vergonzante; luego, ha remontado y se suele exigir ahora que se haga con una dignidad que seguramente no alcanzó ni en sus mejores tiempos. Buena parte del éxito de la operación debe atribuirse a la política de muchos años del Teatro de Zarzuela donde se ha hecho habitualmente en muy buenas condiciones. Pero ya con otro significado, la zarzuela ha dejado de ser un arte popular vivo para convertirse en un hecho cultural, una atención, a veces errática, al patrimonio musical del pasado. Eso está muy bien pero no deja de plantear serios problemas. El primero de ellos es el del repertorio.
Cuando la zarzuela se extingue como creación, los títulos que se hacen como patrimonio son de aquellos autores del último tramo de su historia que era lo que entonces se representaba. Incluso se puede decir que el repertorio que grabó Ataúlfo Argenta, y que fue una labor nunca suficientemente alabada, es lo que ha quedado como canon obligatorio de los títulos que hay que salvar. Se olvida que, por su naturaleza de actualidad, la zarzuela había dejado atrás los títulos de las primeras épocas y que, salvo algún título de Barbieri y la Marina (exclusivamente) de Arrieta, no ha pasado al repertorio ningún título de esa primera etapa del propio Arrieta, Gaztambide, Oudrid y otros. Y los intentos de recuperación histórica son por ahora mínimos. En cambio, continúan representándose algunos títulos – me guardaré muy mucho de citarlos- verdaderamente dudosos sólo porque estaban activos en el momento de la debacle.
El otro efecto es que casi nadie ha intentado continuar el género lo cual no deja de ser sorprendente ya que demasiado deprisa se declaró su imposibilidad de continuación. Y no porque no haya habido intentos. Algunos ambiciosos, como las dos zarzuelas (Los vagabundos y Fuenteovejuna) que abordó Manuel Moreno Buendía en el final de los setenta y comienzo de los ochenta que no han tenido continuidad ni tampoco reposiciones. Pero dos títulos no son nada en un género que basaba el nacimiento de sus mejores obras en los cientos de otras que eran arrastradas por el olvido. Ni siquiera se puede aducir que el teatro no ofreciera ejemplos de una posible dramaturgia para zarzuelas actuales pues si algo hay perenne en las artes representativas españolas es el espíritu de Arniches (y ahí está el cine de Almodóvar que no es sino un leve agiornamiento de ese género).
Puede que los literatos españoles de ahora no tengan práctica en libretos, pero creo que de Francisco Nieva a José Luis Alonso de Santos y otros muchos había autores capaces de hacer un libreto moderno. Y me cuesta trabajo creer que no hubiera habido compositores que lo intentaran si se les hubiera dejado. El caso de un Manuel Balboa es bien claro al respecto. De manera que muchos músicos españoles se han ido hacia el musical a la americana que es lo mismo pero más pobretón y de importación.
De este modo, a la zarzuela se la ha declarado arte de museo sin llegar a constituirlo y con ella sólo hemos montado un parque temático. Aún así, el cultivo como sólo muestra patrimonial no deja de tener sus peligros. En los últimos años se ha venido observando una molesta manía de realizar experimentos nada logrados so pretexto de poner al día unos libretos que, si no siempre son shakespearianos, a lo mejor les basta con un peinado de léxico y no hace ninguna falta rodearlos de invenciones que no hacen sino distorsionar obras, incluso joyas que más vale no tocar como La verbena de la Paloma. Claro que muchos de los que han intentado esos enjuagues son gentes que, además de dar la impresión de que no sabían previamente absolutamente nada del género, parece que lo abordan como avergonzándose de él y queriendo demostrar que, aunque lo hagan como puros mercenarios, ellos son ‘modelnetes’.
Que la zarzuela tiene pocas posibilidades de continuar con novedades es algo tan claro como lo es para géneros afines, pese a que han perecido con más lucha, como la opereta vienesa o la francesa. Pero hay que concienciarse de que es un patrimonio que hay que pulir y respetar. Nadie en Viena cree que La viuda alegre no sea un patrimonio cultural y ello no afecta a la grandeza de Beethoven o Mahler. De la misma manera hay que plantearse la zarzuela como Patrimonio, ya que éste no sólo son piedras y cuadros. Sólo así convertiremos el Parque Temático en un verdadero Museo. Y de Disneyworld a el Louvre o el Prado hay un cierto trecho.