Por Enedina Lloris
La voz humana es el instrumento perfecto. Órgano de seducción dotado de un abanico infinito de colores, es capaz de transmitir las emociones más profundas.
Misteriosa alquimia la que da a cada uno de nosotros un timbre de voz único. Y qué gran suerte si este es bello, y qué privilegio si además somos poseedores del talento musical para ser los artífices de ese fenómeno mágico que se produce en nosotros mismos y se proyecta en los demás: «La voz como vehículo del canto».
De todas las formas y estilos posibles en los que se puede manifestar el canto, ya sea el pop, jazz, rock, folklórico o el lírico, y sin infravalorar lo más mínimo ninguno de ellos, quizá sea el último de los mencionados el más exigente con la voz por lo que requiere un proceso de aprendizaje más largo y difícil.
Por eso…»muchos son los llamados, pero pocos los elegidos». Y en los elegidos para el canto lírico me voy a detener ahora.
Probablemente los aficionados a este arte se hacen preguntas como estas: ¿en qué consiste ser barítono o tenor? ¿Por qué se es soprano y no contralto, o viceversa? ¿Se puede elegir el tipo de voz? ¿Es mejor un tipo que otro de voz?
Según la escuela italiana de canto (que es también la nuestra), en la actualidad, y en una clasificación a grandes rasgos, los tipos de voz son: soprano, mezzosoprano y contralto para las voces femeninas; tenor, barítono y bajo para las voces masculinas. Estas vienen determinadas por el timbre, la extensión, y lo más importante: la posibilidad de soportar más o menos fácilmente las tesituras características de cada voz. Pero además hay otros factores como la actitud psico-física individual, las múltiples exigencias de los estilos y los repertorios, la caracterización de los personajes que los cantantes deben interpretar y que pertenecen a su tipo de voz, etc., que obligan a subdividir las categorías antes mencionadas. Incluso hay voces que no pertenecen claramente a ninguna de ellas por sus peculiares características, lo cual carece de importancia desde mi punto de vista. Lo importante no es que la voz lleve una etiqueta con su descripción y fecha técnica, sino que suene bien, su portador sea dueño de ella y con ella sea capaz de interesar al oyente-espectador. ¡Hay tanta música donde elegir!
Así pues, y ahora me centro de lleno en la voz de soprano, nos podemos encontrar con diferentes «tipos» de soprano, según la constitución fisiológica del instrumento, el timbre, las diferentes aptitudes expresivas y la capacidad técnica para usar las dotes naturales. La soprano ligera es una voz de poca consistencia que se mueve ágilmente y con gracia, encuentra su mejor registro en el agudo y sobreagudo, y tiene gran facilidad para la «coloratura». El timbre suele ser muy claro y casi siempre tiene un gran nivel técnico, ya que su mejor cualidad está en el virtuosismo y este requiere el dominio absoluto del instrumento (sea cual sea este, no solo la voz). No olvidemos que el virtuosismo se fundamenta en la exhibición de cuantas más «habilidades» mejor. Las sopranos ligeras vendrían a ser las acróbatas de las sopranos. Ellas cantan papeles como la «Reina de la noche» de La flauta mágica de Mozart, la «Zerbinetta» de Ariadna auf Naxos de Strauss o la «Olympia» de Los cuentos de Hoffman de Offenbach, y piezas míticas como el aria de las campanas de Lakmé de Delibes o la de Dinorah de Meyerbeer. Entre las ilustres representantes del pasado destacaría a María Barrientos, y de las actuales a Edita Gruberova y Luciana Serra en los primeros años de sus brillantes carreras, ya que con el paso del tiempo, ambas, sin perder ni un ápice su capacidad virtuosística, han conseguido ampliar su voz y abordar un repertorio algo más lírico.
La soprano lírico-ligera puede unir a la extensión y la coloratura capacidad expresiva, gracias a una mayor amplitud de las cavidades de resonancia y su buena utilización en pro del volumen. Es un valor añadido en ella el aportar un timbre algo más cálido que la anterior para afrontar los grandes papeles del bel canto como «Lucía» de Donizetti, «Amina» de La sonámbula y «Elvira» de Los puritanos de Bellini, «Gilda», del Rigoletto de Verdi, «Konstanze» del Rapto en el serrallo de Mozart, etc. En este grupo destacaría del pasado a la gran Liná Pagliughi, más tarde a Renata Scotto y Joan Sutherland, y entre las actuales, además de las del grupo anterior, Mariella Devia y June Anderson.
La soprano lírica no dispone de la facilidad en la coloratura de las lírico-ligeras, ni tiene la intensidad en el timbre o en la acentuación de la lírico-spinto (que será el siguiente grupo). Se caracteriza por la belleza de un timbre cálido y puro (de ahí que muchas veces se defina como «lírico puro»), aunque no sea muy voluminosa. Es el tipo de voz más femenina, más humana y quizá la más abundante. Los personajes que le son idóneos son, como se puede suponer, de carácter dulce y amoroso en general. Quizá por ello los franceses la definen también como «demicaractère». Los más representativos son: «Pamina» de La flauta mágica de Mozart, «Giulietta» de I Copuleti e i Montecchi de Bellini, «Micaela» de Carmen de Bizet, «Marguerite» del Fausto de Gounod, «Manon» de Massenet, «Mimi» de La Bohème de Puccini, etc. Recordemos estos personajes en las maravillosas voces de Victoria de los Angeles, Mirella Freni, Kiri te Kanawa, Monserrat Caballé, Katia Ricciarelli y tantas otras.
Muchas de las sopranos que empiezan como líricas, acaban como lírico-spinto. Nos encontramos ante este tipo de voz cuando la calidad del timbre es más rico y penetrante («pastoso» o «con cuerpo» como frecuentemente se describe), y viene resaltado por la intensidad de los acentos dramáticos gracias a un mayor volumen y capacidad de empuje («Spinto» en italiano significa «empujado» y viene del verbo «spingere»-«empujar»). El lírico-spinto es el tipo de soprano de la ópera italiana de finales del siglo XIX y principios del XX, y que se define como el Verismo. A este periodo pertenecen los personajes de «Adriana Lecouvreur», «Wally», «Tosca», «Manon Lescaut», «Butterfly», etc. También los papeles verdianos como «Elisabetta», «Elvira», o «Amelia», y los wagnerianos como «Elsa» del Lohengrin y «Elisabeth» del Tanhauser. Y si la soprano posee la «agilitá di forza», puede afrontar las grandes arias con cabaletta de los personajes más dramáticos del «bel canto» como por ejemplo «Norma» e «Il pirata» de Bellini. A este grupo han pertenecido grandes y hermosas voces del pasado reciente como las de Renta Tebaldi y Leontine Price; después María Chiara o Margaret Price, y en el presente tenemos a Aprile Milo.
Y por fin llegamos al último peldaño de esta escalera de sopranos. La soprano dramática es el «peso pesado» de su cuerda por volumen y potencia en la emisión. Su fuerza vocal y expresiva unidas a un timbre oscuro en la la octava (centro) en general, son sus medios más valiosos para servir bien los personajes de carácter noble y rotundo que deben interpretar. Es casi imprescindible que esta voz vaya acompañada de una presencia significativa y de un gesto amplio y digno que secunde y refuerce sus cualidades, que siempre impresionan fuertemente al oyente-espectador, entre otros motivos por su rareza. Los personajes que le son propios son: «Elektra» y «Salomé» de Strauss, «Lady Macbeth» y «Abigaille» de Verdi, «Brumilda» e «Isolda» de Wagner, «Turandot» de Puccini, etc. Claro, este repertorio no se suele abordar en plena juventud porque es muy difícil que una soprano reúna las características de «dramática» a los veinte años; estos personajes exijen un esfuerzo vocal que sólo se puede dar en la madurez física y vocal, entendida como plenitud de facultades. Y como ejemplos tenemos las grandes sopranos wagneriananas Kirsten Flagstadt y Birgit Nilsson, y en la actualidad Ghena Dimitrova y Eva Marton.
Queriendo, todavía se podría hilar más fino, y dentro de esta subdivisión de la voz de soprano encontraríamos «tipos» más ambiguos como por ejemplo la soubrette. Y ¿cómo es esta voz? Pues vendría a ser una soprano ligera por timbre y volumen pero limitada bien por la extensión o por la facilidad en la agilidad, pero si la cantante es capaz de transmitir vivacidad, gracia y simpatía y aportar buenas dotes de actriz, puede hacer grandes interpretaciones de esos papeles de criada, camarera, campesina, y tantos otros de la ópera buffa del siglo XVIII.
No sólo existen voces ambiguas, también hay papeles que pueden ser interpretados por diferentes voces, como por ejemplo Zerlina, Despina o Cherubino, que están escritos en una tesitura media, pero como el carácter es ligero y no requieren por ello un gran peso de voz, se adaptan igualmente a una soprano o mezzo ligera, o joven. La causa de esta ambigüedad parece estar en el propio compositor. Si nos fijamos por ejemplo en La flauta mágica, de los dos tipos de soprano necesarios para los papeles de Pamina y la Reina de la noche, el que está escrito en tesitura más aguda es el del personaje más dramático, pero claro, son las sopranos «muy ligeras» las que pueden dar todos los «fa» sobreagudos que hay en la partitura y no la soprano dramática que impondría mejor el carácer. Aquí debo hacer mención de grandes y «valientes» Reinas de la noche como Edda Moser y Cristina Deutekom. Lo mismo ocurre en los casos de Fiordiligi -Despina o Doña Ana- Zerlina: las primeras han de soportar una tesitura aguda durante toda la obra, pero requieren por el carácter del personaje una voz con cuerpo; en cambio Mozart les adjudica los pasajes de agilidad precisamente a ellas. Se deduce pues que el compositor siente la fuerza expresiva y el dramatismo especialmente en el registro agudo y en la «agilitá di forza». Una prueba más de ello son sus endiabladas arias de concierto para soprano.
Precisamente la coloratura es una facultad, que si bien es propia de las voces agudas, puede darse también en voces medias o graves; y cuando tiene esta posibilidad el cantante no suele renunciar a ella por el gran lucimiento que puede proporcionarle con relativo «poco esfuerzo». Rossini, Mozart, y el periodo barroco le ofrecen un amplio repertorio para inciciar una andadura profesional, e ir dejando madurar la voz a su propio ritmo.
Ha habido voces que por su especial forma de evolucionar con el paso del tiempo, han podido cantar el repertorio de varios tipos de voz, sucesivamente, y a lo largo de una dilatada carrera. Es el caso de Renata Scotto, que empezó como soprano lírico-ligera y ha llegado a cantar papeles dramáticos como «Fedora», e incluso de mezo como «Charlotte» en el Werther de Massenet. Pero una voz inclasificable, dotada de un talento musical y teatral excepcional y de todas las características de todos los registros de soprano: sobreagudos, coloratura, volumen, timbre oscuro y penetrante, graves profundos, y una fuerza dramática inusual, fue y sigue siendo punto de referencia de intérpretes y melómanos. Vaya desde aquí con profunda admiración, mi pequeño homenaje a aquella artista genial que fue Maria Callas.