La celebración madrileña más popular es, sin duda, la verbena de la Paloma, que se celebra cada 15 de agosto, y que da título, además, al célebre sainete lírico de Ricardo de la Vega con música de Tomás Bretón, a pesar de no ser la Virgen de la Paloma la patrona madrileña, como algunos creen
Por José Prieto Marugán
La historia
Si en aquel 1894 se hubiera realizado un estudio de las posibilidades de éxito de La verbena,los resultados habrían desaconsejado el estreno. El músico pasaba por ser uno de los más académicos del momento, empeñado en tareas líricas en el campo de la ópera. El tema, basado en un hecho real, los amores y celos de un pobre obrero, no debía despertar, en principio, ilusiones extraordinarias. Se comentaba que el texto había sido propuesto a otro conocido músico que lo rechazó y, para acentuar esta incertidumbre, la obra había sido escrita en solo diecinueve días y casi por compromiso. Incluso el propio músico dudaba del éxito. ‘¡Vamos a ver qué pasa! Me parece que esta vez me he equivocado’, dijo antes del estreno. Las sospechas de Bretón demostraron ser infundadas. Desde el preludio el público quedó impresionado. En cierto modo era de esperar, porque el músico salmantino se había documentado recorriendo los cafés y las tabernas de los barrios bajos madrileños.
Antes del estreno la expectación era evidente y se tradujo en la reventa: se llegaron a pagar más de 10 duros (50 pesetas) por una butaca que en taquilla costaba 75 céntimos. Después de la función, la aceptación de La verbena fue excelente. Toda la prensa se hizo eco del sainete. Amaniel, en El Imparcial, escribió al día siguiente:
‘Ricardo de la Vega ha hecho un sainete bueno, como suyo, pero un tanto raro; la obra es sainete en cuanto a los tipos que por ahí desfilan y en cuanto a los lugares por donde andan, y comedia tierna y sentida en cuanto al asunto. Aquel cajista Julianillo, que es un tipo muy simpático, se lleva tras de sí la atención y el amor del público, y esta atracción del personaje desvía el interés de lo que en la obra es cuadro de costumbres populares y como que lo oscurece un poco, de tal modo que bien puede llamarse a la última producción de este maestro del género sainete sentimental. Yo no sabré decir ahora si esto le perjudica o le favorece ante el público, pero yo hallo de mi gusto aquel granito de ternura bien expresado que perfuma todo el ambiente del sainete.
Las situaciones abundan, sobre todo en el cuadro segundo, el mejor del sainete, a mi juicio, y en el que Bretón ha puesto indudablemente más cuidado y más cariño. Hay en él un delicioso y delicado cuarteto que termina, por intervención del coro, en un concertante de factura muy original y que fue muy justamente aplaudido y repetido.
El tercer cuadro es el menos musical de la obra, y sirve solo para desenlazar el escaso asunto del sainete, más sainete allí que en los dos cuadros anteriores, con más sabor popular y más firmeza en el dibujo de las figuras’.
Otro comentarista, F. J., en La Correspondencia de España, escribía:
‘El primer cuadro del sainete es todo él musical y el compositor ha hecho verdadero derroche de maestría. Aquellos recitados hermosísimos retratando primorosamente los tipos ideados por Ricardo de la Vega y acompañando al diálogo y a la acción de tal suerte que no se adivina qué parte pertenece al libro y cuál a la música; el alegre y magnífico coro, el inspirado y sobresaliente dúo del cuadro segundo, la primorosa Soledad cantada dentro de un café y la encantadora polka que luego ejecuta la orquesta, fueron recibidas por la concurrencia con tempestades de aplausos, aclamaciones al maestro y repeticiones sin cuento. Tanto fue el entusiasmo que en el público causaron’.
Los comentarios elogiosos vinieron incluso de un compositor francés, Camille Saint-Saëns, quien, en 1913, escribió a Tomás Bretón en estos términos:
‘Mi querido Bretón:
Hace veinte años, viajando por España en busca de la salud, descubrí esa mina de oro de la “zarzuela”, que casi me era desconocida. Era el momento del triunfo de Certamen nacional, La marcha de Cádiz, De Madrid a París, Châteaux Margaux, ¡Cómo está la sociedad!, Los lobos marinos, El dúo de La africana y otras tantas. Un poco más tarde llegó su maravillosa Verbena de la Paloma. ¡Una obra maestra!’.
Mucho tiempo antes Felipe Pérez y González, el autor del texto de La Gran Vía, resumía la popularidad de la obra: ‘Con que nada más les digo, / sino que es una zarzuela / que no va a haber en Madrid / gente que no venga a verla, / porque el libro es muy bonito / y la música muy buena’.
El asunto Chapí y la opinión de Barbieri
Inicialmente, el texto de La verbena fue ofrecido a Chapí, pero por desavenencias de este con la empresa del Teatro Apolo, el libreto terminó llegando a Tomás Bretón. El compositor salmantino, acostumbrado a bregar con textos dramáticamente más enrevesados, se encariñó con los personajes y, sobre todo, con el ambiente popular. En poco menos de tres semanas, dio fin a una partitura castiza e inspirada. La sorpresa en la ciudad fue notable; en la tablilla del Apolo aparecieron estos versos: ‘Noticia de sensación / que a alguno pondrá en un brete: / la música del sainete / la hace don Tomás Bretón’.
El propio Barbieri, ya gravemente enfermo (moriría dos días después de darse a conocer La verbena)expresó sus dudas cuando, al recibir la visita de Ricardo de la Vega, preguntó por quién pondría la música al nuevo sainete. Cuando el libretista le contestó que Tomás Bretón, el prestigioso autor de El barberillo de Lavapiés,contestó: ‘Bretón, no tié ropa’, dando a entender que no sería capaz de poner música a un sainete de corte popular.
Barbieri, siempre tan perspicaz, no acertó en esta ocasión. Aquel 17 de febrero de 1894, en el Apolo, La verbena triunfó, gracias, en buena parte, a un plantel de intérpretes que se ‘metieron’ en los personajes y en sus peripecias con intensidad y acierto. Fueron Susana, novia de Julián, soprano, Luisa Campos; Casta, hermana de Susana, soprano, Irene Alba; Señá Rita, esposa del tabernero y protectora de Julián, mezzosoprano o contralto, Leocadia Alba; Tía Antonia, tía de Casta y Susana, algo celestina, contralto, Pilar Vidal; La cantaora, cantante flamenca del café, mezzosoprano, Ángela Llanos; Julián, cajista de imprenta enamorado de Susana, tenor o barítono, Emilio Mesejo; Don Hilarión, boticario y viejo verde, cortejador de Casta y Susana, tenor cómico o bajo, Manolo Rodríguez; Don Sebastián, amigo de Don Hilarión, actor cantante, Melchor Ramiro; el Tabernero, marido de la Señá Rita, barítono, José Mesejo. Dirigió la orquesta el propio Tomás Bretón y los decorados fueron realizados por Giorgio Busato y Amalio Fernández.
El argumento
La historia de este sainete narra los celos de un modesto cajista de imprenta porque su novia irá a la verbena, acompañada por un boticario vejestorio, rico y faldero.
Cuadro I. 14 de agosto. Don Sebastián y Don Hilarión comentan los avances de la farmacopea mientras Julián confiesa a la Señá Rita su desaliento por la actitud de Susana. La mujer le aconseja que olvide a esa ‘morena chulapa’ y vaya a divertirse a la verbena. El tabernero y dos mozos juegan a las cartas. Unas mujeres van a la verbena muy alegres mientras Julián sigue lamentándose. Don Hilarión confiesa su interés por las mujeres.
Cuadro II. Del Café de Melilla salen las ‘soleares’ de una cantaora que entusiasman a Casta, Susana y Tía Antonia. Fuera, dos guardias y el sereno critican lo mal que va la política. Don Hilarión se las promete muy felices con la compañía femenina que le espera. La Señá Rita intenta convencer a Julián de que es Susana la que debe decidir. El hombre parece ceder, pero encarándose con Susana le recrimina su proceder. La respuesta indiferente de la joven colma la paciencia de Julián que arremete contra Don Hilarión.
Cuadro III. Verbena de la Paloma. La Señá Rita teme la reacción de Julián, que discute con la Tía Antonia. Unos guardias y un inspector intervienen y la Tía Antonia es enviada a la prevención por insolente. Julián, en un arranque de hombría, se ofrece a ir a la cárcel en lugar de la vieja, y Susana, conmovida, se presta a acompañarle. Este es el gesto de la reconciliación. Don Sebastián sale como fiador de Julián y el inspector deja que la verbena continúe. Se reanuda el baile y la calma renace entre los dos enamorados.
El libro y la música
Este argumento se desarrolla en un libro ágil y muy teatral en el que los personajes están muy bien definidos y sus intervenciones hábilmente tejidas. Son los de La verbena tipos perfectamente dibujados, producto de la observación directa: las coquetas chulapas, empeñadas en ir a la verbena a lucir sus mantones de Manila; el tabernero, con su plática lanzada a quien quiera escucharla; el tendero y el boticario, discutiendo los últimos avances científicos; el sereno y el guardia, arreglando la política; la partida de cartas, el café cantante… En este ambiente se desarrolla el particular drama amoroso de Julián, el ‘honrado cajista’ —como él mismo se define— que desea casarse con Susana, la joven que, aunque en el fondo le ama, se propone darle celos con su salida a la verbena del brazo del boticario, anciano, rico y simpáticamente frívolo.
Los diálogos son ágiles y el lenguaje sencillo, como el de las gentes populares. No faltan expresiones ingeniosas y sutiles como la solemne resignación del Sereno y los Guardias: ‘¡Buena está la política! […] ¡Pues y el Ayuntamiento!’, frase vigente en nuestro país antes y después de La verbena.
En cuanto a la música, lo primero es señalar la gran cantidad que tiene,considerando que se trata de un sainete. Arranca con un Preludio construido con citas de los números que seguirán a continuación.
El Cuadro I es prácticamente todo musical y en él se entremezclan distintos números: el simpático Dúo de Don Hilarión y Don Sebastián (‘El aceite de ricino’), cuyo estribillo (‘Hoy las ciencias adelantan’) se ha convertido en frase hecha; un sentido diálogo entre Julián y la Señá Rita (‘Unos ríen y otros lloran’); la Canción de Julián (‘También la gente del pueblo’), fragmento intenso, de corte operístico en el que el personaje confiesa su situación anímica; las célebres Seguidillas (‘Por ser la virgen de la Paloma’), de gran sabor popular; y las brillantes Coplas de Don Hilarión (‘Tiene razón Don Sebastián’).
El Cuadro II comienza con las célebres Soleares (‘En Chiclana me crie’), entonadas en el interior de un café cantante y jaleadas por la voz aguardentosa de la Tía Antonia. Sigue el Nocturno, fragmento pesante y descriptivo del calor agosteño, en el que expresan sus opiniones políticas el sereno y los guardias. Un breve Concertante, en el que Don Hilarión se las promete muy felices (‘Oh, qué noche me espera’), deja paso a la Mazurca instrumental (‘¿Oyes?, qué bonito es esto’), ‘un trozo de salero chulón’, en palabras de Víctor Ruiz Albéniz, ‘Chispero’.
Sigue el sainete con un Dúo entre la SeñáRitay Julián (‘Ya estás frente a la casa’) Julián confiesa que no puede evitar querer a Susana. Tras el encuentro de los dos protagonistas (‘Muy bien, muy bien’), surge una melodía acariciadora que da comienzo a un complejo Quinteto, forma no demasiado frecuente en un sainete. El cuadro termina con la célebre Habanera (‘¿Dónde vas con mantón de Manila?’) en la que Julián y Susana, tras los reproches iniciales, se reconcilian definitivamente.
El Cuadro III no tiene música propia, suelen emplearse las Seguidillas.
Discografía y filmografía
No existen grabaciones discográficas recientes de esta joya de nuestro teatro lírico. De las casi veinte versiones existentes, consideramos de referencia la de 1952, protagonizada por Ana María Iriarte y Manuel Ausensi, con dirección musical de Ataúlfo Argenta. Otra grabación recomendable, de 1961, es la de Teresa Tourné y Renato Cesari, dirigidos por Federico Moreno Torroba. Señalamos también una tercera interpretación, de 1994, con protagonismo de María Bayo y Plácido Domingo y dirección musical de Antoni Ros Marbá.
El cine español ha llevado esta zarzuela a la pantalla en tres ocasiones. La primera versión (1921) fue dirigida por José Busch y tuvo como pareja protagonista a Florián Rey y Elisa Ruiz Romero. Se estrenó en el Circo Price de Madrid el 13 de diciembre con intervención del propio Bretón dirigiendo la orquesta, ya que la película era muda. La segunda película (1935), dirigida por Benito Perojo, tuvo como personajes principales a Roberto Rey y Raquel Rodrigo. La música, arreglada por Luis H. Bretón, fue interpretada por la Orquesta Filarmónica de Madrid, dirigida por Ricardo Estevarena. Se estrenó en el Palacio de la Música de Madrid, el 23 de diciembre de 1935, en una gala a beneficio de la Asociación de la Prensa. La tercera versión (1963), interpretada por Vicente Parra y Concha Velasco, fue dirigida por José Luis Sáenz de Heredia. Los arreglos musicales los hizo Gregorio García Segura y se dio a conocer en el Cine Capitol de Madrid el 9 de diciembre.
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