La Sinfonía núm. 8 en Do menor es una obra monumental que representa el clímax de la carrera sinfónica de Anton Bruckner. Compuesta entre 1884 y 1887 y revisada en 1890, esta obra refleja la lucha espiritual y la profunda fe del compositor. Junto al exquisito lirismo del Adagio, encontramos pasajes de majestuosidad orquestal, fusionados con una complejidad armónica excepcional, consolidando a Bruckner como uno de los grandes sinfonistas del siglo XIX.
Por Fernando Nieto
El legado de Bruckner
Termina este 2024 en que se conmemora el 200 aniversario del nacimiento de Anton Bruckner (1824-1896) y es justo hacer un homenaje a este genial compositor comentando una de sus obras más perfectas y majestuosas: su Sinfonía núm. 8.
Bruckner se propuso la tarea de integrar el espíritu de Wagner dentro de la sinfonía tradicional y escribir música litúrgica teniendo en cuenta los recursos técnicos de su época. Su música coral fusiona elementos modernos (armonías, modulaciones, etc.) con influencias del movimiento ceciliano, que buscaba recuperar el estilo a capela del Renacimiento.
El austriaco compuso nueve sinfonías, además de las catalogadas como 0 y 00. La mayoría de ellas fueron revisadas, debido posiblemente al carácter humilde e inseguro del compositor, muy dependiente de la opinión de los demás, pero, a la vez, obsesivamente perfeccionista con su trabajo. Sus sinfonías constan de los tradicionales cuatro movimientos, pero sus características formales y expresivas hacen evolucionar el género.
La Sinfonía núm. 9 de Beethoven fue su fuente de inspiración en lo referente a la composición, a sus proporciones y al espíritu religioso. De ella tomó la idea de reciclar temas de movimientos anteriores de forma cíclica. Sus sinfonías suelen comenzar como ‘La coral’, con las cuerdas en pianissimo, para poco a poco ir condensándose el sonido en un crescendo gradual.
La influencia de otro de sus modelos, Wagner, se percibe en las grandes estructuras, la enorme duración de sus sinfonías, las armonías brillantes y complejas, la repetición de pasajes enteros y el empleo de una orquestación formidable.
Se perciben asimismo influencias de Schubert en el tratamiento melódico y en el uso de las modulaciones armónicas, así como en su forma de trabajar con temas líricos y en el sentido de lo pastoral, especialmente en los movimientos lentos.
Por otra parte, su formación en contrapunto y como organista le llevó a orquestar combinando y oponiendo instrumentos o grupos de instrumentos, logrando una sonoridad especial gracias a los distintos bloques de sonido.
Composición de la Octava
La Sinfonía núm. 8 en Do menor es una de las obras más importantes y ambiciosas de Bruckner. Fue compuesta entre 1884 y 1887, con revisiones posteriores en 1889 y 1890. El compositor se encontraba en Viena, donde trabajaba como profesor en el conservatorio y en la universidad y comenzó a componerla poco después de completar su Sinfonía núm. 7. A pesar del cierto reconocimiento que le otorgó su obra precedente, la Octava se enfrentó con varios obstáculos en su composición.
Cuando presentó la primera versión al director Hermann Levi en 1887, fue rechazada, ya que este la consideraba demasiado compleja y difícil de interpretar. Esta crítica devastó a Bruckner, quien se embarcó en una revisión exhaustiva que incluía cambios significativos en la estructura, la orquestación y el desarrollo temático de la sinfonía. También el director Franz Schalk le instó a revisar la sinfonía, por lo que existen tres versiones de la obra. Finalmente se estrenó el 18 de diciembre de 1892 a cargo de la Orquesta Filarmónica de Viena bajo la batuta de Hans Richter.
Trascendencia de la Octava
¿Qué distingue a esta obra del resto de su corpus sinfónico? En primer lugar, se trata de la más larga de sus sinfonías, con una duración que puede superar los ochenta minutos. Su estructura es monumental, con movimientos extensos y elaborados que presentan una enorme variedad de temas y desarrollos. Es, también, una de las obras más grandiosas en términos de orquestación y alcance emocional. En ella utiliza de manera intensiva motivos que aparecen y se transforman a lo largo de la composición. Estos motivos sirven como hilos conductores que unen los diferentes movimientos y proporcionan una cohesión temática (se percibe aquí la influencia de los leitmotiv de Wagner) y una narrativa musical rica y compleja.
La sinfonía se caracteriza, además, por una orquestación innovadora, con un uso destacado de las maderas, los metales y las cuerdas en combinaciones poco usuales. Bruckner crea texturas sonoras densas y contrastantes que enriquecen la experiencia auditiva, incluyendo algunos de sus clímax orquestales más poderosos, con crescendi largos y acumulativos que culminan en momentos de gran intensidad emocional.
La Octava es a menudo vista como la sinfonía más espiritual y filosófica de Bruckner. Refleja su profunda fe religiosa y su meditación sobre temas trascendentales como la lucha humana, la vida, la muerte y la redención espiritual. Desde un punto de vista expresivo, se encuentran en la sinfonía pasajes de gran belleza melódica y riqueza sentimental y otros de gran fuerza y optimismo.
Esta sinfonía, junto con la Novena, representa, en definitiva, la culminación del estilo sinfónico de Bruckner, integrando las lecciones y experiencias de sus sinfonías anteriores en una síntesis madura y completa.
Orquestación, estructura y forma de la Octava
La orquestación de la Sinfonía núm. 8 es rica y compleja, reflejando su maestría en el uso de la orquesta sinfónica para crear efectos sonoros poderosos y detallados. Consta de los siguientes instrumentos: cuerdas (violines I y II, violas, violonchelos y contrabajos), maderas (3 flautas —una de ellas piccolo—, 3 oboes, 3 clarinetes en Si bemol y La —el tercero también toca el clarinete bajo—, 3 fagotes), metales (8 trompas en Fa —las cuatro primeras también tocan tubas wagnerianas en la segunda versión—, 3 trompetas en Fa, 3 trombones —2 tenores y 1 bajo—, 1 tuba), percusión (timbales, platillos, triángulo, tam-tam) y arpa (introducida en la segunda versión).
La sinfonía consta de cuatro movimientos:
Primer movimiento: Allegro moderato
El movimiento sigue la forma de sonata clásica. Comienza con un tema solemne en la tonalidad de Do menor, presentado por las cuerdas, creando un ambiente oscuro y misterioso. Este tema inicial es una mezcla de majestuosa gravedad y agitación. El segundo tema, más lírico, en la tonalidad relativa (Mi bemol mayor), es introducido por las maderas. Un tercer tema, heroico y triunfante, aparece posteriormente, aportando un contraste dinámico.
En el desarrollo, Bruckner transforma y combina los temas, creando una textura rica y compleja. El uso del contrapunto es destacado, con los temas entrelazándose y evolucionando. Los metales juegan un papel crucial, añadiendo majestuosidad y poder a la sección. La recapitulación retoma los temas principales, ahora con una mayor intensidad y elaboración. El movimiento concluye con una coda poderosa, en la que interviene toda la orquesta y que reafirma la tonalidad de Do menor.
Segundo movimiento: Scherzo: Allegro moderato – Trio: Langsam (Lento)
El Scherzo es enérgico y vibrante, con un carácter rústico y casi danzante. Comienza con un motivo rítmico contundente en las cuerdas y los timbales, con el apoyo melódico de los metales y las maderas. Este motivo se desarrolla en un tema vigoroso que recorre todo el movimiento, con una sección de desarrollo que explora diferentes texturas y dinámicas.
El Trio contrasta fuertemente con el Scherzo. Es más lento (Langsam) y tiene un carácter lírico y pastoral, con una melodía fluida en las cuerdas y las maderas. Este contraste proporciona un respiro antes de que el Scherzo regrese, creando una estructura A-B-A clásica.
Tercer movimiento: Adagio: Feierlich langsam, doch nicht schleppend (Solemne y lento, pero no arrastrado)
El Adagio es uno de los más largos y emotivos que Bruckner haya compuesto. Este movimiento es el corazón emocional de la sinfonía, y es considerado uno de los momentos culminantes de toda su obra. Comienza con una melodía solemne y expansiva en las cuerdas, que establece un tono de introspección y serenidad. A lo largo de la sección, Bruckner introduce varios temas secundarios que se entrelazan y evolucionan, creando un tejido musical complejo y conmovedor, con especial presencia de trompas y trombones, que aportan un carácter solemne y expansivo. A través de un crescendo prolongado y una serie de modulaciones armónicas se alcanza la culminación del Adagio. La coda es serena y meditativa, concluyendo con un sentido de paz y resolución. A ello contribuye el arpa, que aporta un toque etéreo y delicado.
En este movimiento utiliza Bruckner de forma sublime la llamada ‘escala celeste’, que sugiere un movimiento de anhelo y elevación (o de transfiguración). Se trata de una progresión ascendente con clara significación simbólica. Refleja el paso de un escenario de lucha y dolor a otro de ascenso y renacimiento. Toda la música de Bruckner está llena de figuras simbólicas que se reflejan en los diferentes parámetros (intensidad, dinámica, tonalidad, ritmo). Se puede destacar, por ejemplo, la utilización simbólica de los intervalos. La caída de octava casi siempre sugiere la grandeza y magnificencia divinas: la expresión de su poder y de su gloria.
Cuarto movimiento: Finale: Feierlich, nicht schnell (Solemne, no rápido)
El Finale es monumental y celebra la resolución de los conflictos temáticos presentados en los movimientos anteriores. Al igual que el primero, tiene forma sonata. Comienza con un tema solemne y majestuoso en las cuerdas y los metales. En la sección de desarrollo, Bruckner explora y combina los temas de manera magistral, utilizando técnicas contrapuntísticas y una rica orquestación para crear una textura densa y compleja. La recapitulación reúne todos los temas principales, ahora presentados con una mayor intensidad y elaboración. El movimiento culmina en una coda triunfal a cargo de toda la orquesta que une los temas principales de toda la sinfonía, celebrando la victoria y la resiliencia.
Recepción de la obra
Bruckner fue profundamente admirado por un círculo de amigos y alumnos, incluidos músicos como Gustav Mahler, Franz Liszt y Richard Wagner. Sin embargo, su música fue a menudo mal comprendida por el público general y por críticos de la época. En Viena, la escena musical estaba dominada por la figura de Johannes Brahms, cuyos seguidores, liderados por el influyente crítico Eduard Hanslick, desestimaban la obra de Bruckner, describiéndola como excesiva y desmesurada. Tras su muerte, en cambio, su música obtuvo un reconocimiento mucho mayor, especialmente desde el siglo XX.
La Octava, no obstante, fue bien acogida desde el principio. Destacamos algunos comentarios de reconocidos compositores y directores:
Para Gustav Mahler, se trata de ‘una creación absolutamente única, monumental, colosal, y al mismo tiempo absolutamente indestructible, como un edificio de granito gigantesco’.
Hans Richter expresó su admiración diciendo: ‘Con esta sinfonía, Bruckner ha alcanzado un nuevo nivel de profundidad y grandeza. Es una obra que desafía las expectativas y trasciende las convenciones’.
El renombrado director Herbert von Karajan afirmó que ‘es la obra de un gigante. Uno se siente pequeño ante ella, tan inmensa es en su concepción’.
Wilhelm Furtwängler, famoso por sus interpretaciones de Bruckner, la consideraba como ‘la más importante de todas las sinfonías de Bruckner, no solo por su longitud, sino por la increíble intensidad emocional y espiritual que contiene’.
El director Sergiu Celibidache señaló: ‘es una de las obras más espirituales jamás compuestas. Cada nota, cada acorde, es una meditación sobre la existencia y lo trascendental’.
Daniel Barenboim, pianista y director, afirmó: ‘es una sinfonía de contrastes supremos, de oscuridad y luz, de lucha y redención. Es una obra que, en cada escucha, revela nuevos aspectos y profundidades’.
Conclusión
La Sinfonía núm. 8 de Bruckner destaca por su monumentalidad, innovación orquestal, profundidad espiritual y complejidad temática y constituye, con la Novena, el culmen de su concepción musical, filosófica y religiosa. Estos elementos la sitúan como una de las obras más importantes y reverenciadas del repertorio sinfónico, habiendo influido en generaciones de compositores y directores, y generado un entusiasmo creciente en el público.
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