El año Beethoven llega pisando forte con la conmemoración del 250º aniversario del nacimiento del compositor. Con motivo de su celebración, este 2020 Ludwig van Beethoven (1770-1827) será foco de homenajes en todo el mundo: desde la casa donde nació en la localidad de Bonn, convertida en museo desde 1889 y actualmente reacondicionada con una exposición permanente, hasta incontables exposiciones y conferencias informativas sobre sus obras en toda Alemania pasando, inevitablemente, por la interpretación de gran parte de su legado musical.
Por Tania Herraiz
De niño prodigio a genio solitario
Beethoven nació el 16 de diciembre de 1770 en el seno de una modesta familia de artistas, siendo el mayor de tres hermanos. Su padre, Johann, percibió a temprana edad un talento especial en el joven Beethoven y comenzó a inculcarle sus primeros conocimientos musicales de piano, órgano y clarinete. A la corta edad de 7 años Beethoven ya interpretaba su primer concierto al piano en la ciudad de Colonia.
Seguidamente fue instruido por Peffeifer, cantante del teatro de la corte, y Van den Henden, reputado organista y clavecinista de la época. Sin embargo sería Christian Gottlob Neefe, un organista de la corte, la personalidad que más influiría en la educación musical del joven. A través de las recomendaciones de este último, Beethoven conseguiría el puesto de clavecinista de la corte (por supuesto no remunerado) y publicaría en Mannheim en el año 1782 sus Variaciones para piano sobre una marcha de Enst Christoph Dessler.
A partir de 1784 Beethoven consigue el puesto de segundo organista y gracias a los contactos del conde Waldtein viaja hasta Viena para estudiar con el mismísimo Mozart. Beethoven no pudo aprovechar al máximo esta oportunidad, pues tuvo que volver con premura a Bonn debido a la enfermedad de su madre y a la ruina económica en la que se encontraba su padre. Beethoven tuvo que hacerse cargo de su familia durante cinco años, en los cuales se dedicó a impartir clases particulares de piano, ocupando al mismo tiempo el puesto de segundo organista de la corte y el de viola de la orquesta del teatro. Hasta que comienza a recibir encargos de composiciones y, tras la defunción de su padre, se traslada a Viena en 1792 para recibir clases de composición con Haydn, de contrapunto con Johann Georg Albrechtsberger y de música vocal con Antonio Salieri.
Beethoven realiza su primera gira por Praga, Berlín, Núremberg, Dresde, Leipzig y Budapest en 1796. Tras su vuelta, en 1800, compone su Sinfonía núm. 1, comenzando aquí una serie de circunstancias vitales que influirían negativamente en el estado anímico del compositor hasta el fin de sus días: su sordera y su fracaso amoroso debido a la diferencia de clases con una de sus discípulas, Giulietta Guicciardi, a la que dedicó su famoso Claro de luna.
En 1809 recibió una oferta por parte del rey de Westfalia, Jerónimo Bonaparte, para ser el nuevo director de orquesta de la ciudad de Holanda. Beethoven, pese a cualquier pronóstico, rechazó el empleo y redactó un documento denominado Proyecto para una Constitución Musical, en el que exigía unos derechos económicos muy estrictos a quien contratara sus servicios. Y así fue cómo el compositor comenzó a ser sustentado por personajes como el archiduque Rodolfo (hermano del emperador), el príncipe Lobkowitz o el príncipe Kinski, con pensiones anuales de hasta 4.000 florines, llegando a convertirse en el primer compositor independiente de la historia de la música. Beethoven contaría así con diversas ventajas, además de la holgada y cómoda situación económica, como la libertad para componer cuanto quisiera, y sin un tiempo límite para los encargos de obras concretas, y su estabilidad en la ciudad de Viena.
A partir de 1812, tras la crisis económica que sufría Viena en ese momento, el agravamiento de su sordera y la muerte de su hermano Kaspar Karl (que le dejó la custodia de su hijo de 9 años), comienza el último y turbulento período de su vida. En medio de estas preocupaciones compone algunas de sus mejores obras, pero la complicación de un simple resfriado y sus constantes problemas hepáticos provocarían que el compositor falleciera el 26 de marzo de 1827. La soledad y el aislamiento que marcaron sus últimos años de vida contrastan con las más de 20.000 personas que asistieron a su funeral, reconociendo y despidiendo a Beethoven como uno de los más grandes compositores de la historia de la música.
El imparable proceso de ‘la furia creativa’
Innumerables escritos académicos y críticos avalan la atención unánime que ha suscitado este compositor. Su condición de ‘primer músico libre’ y la tendencia a caracterizarlo como el mayor genio de la historia de la música han hecho del personaje uno de los más estudiados e interpretados en la actualidad, y lo han transformado en uno de los compositores de referencia. La mayoría de estos teóricos coinciden en dividir la trayectoria profesional de Beethoven en tres periodos temporales en base a su evolución creativa: un primer periodo de formación hasta el año 1802, un segundo periodo hasta 1812 y un tercero entre 1813 y 1827. Si bien en otras ocasiones se ha considerado también un cuarto periodo, origen de dividir el primero en dos; cada uno de los grandes periodos suelen dividirse en dos subperiodos respectivamente.
En sus primeros años Beethoven practicó un estilo vienés y un individualismo cada vez más marcado, llegando hacia 1800 a una transición que le condujo al periodo intermedio mediante piezas de carácter experimental. En este periodo las sonatas para piano pueden considerarse más o menos visionarias y maduras, al contrario que sus primeros cuartetos para cuerda y su Sinfonía núm. 1, más rígidos y conservadores.
La segunda fase de su creación contiene una serie de composiciones de carácter heroico que encuadran la mayor parte de la música orquestal del compositor: la Sinfonía núm. 3 conocida como ‘Heroica’, su ópera Fidelio, la Sonata opus 53 y los Cuartetos opus 59 en el primer subperiodo, y los Cuartetos opus 74 y 95, su Sinfonía núm. 7 y la núm. 8 en el segundo. Esta música presenta un mayor dominio en los aspectos técnicos y un mayor nivel de experimentación.
El último periodo es el que presenta una complejidad musical mayor debido a los sucesivos cambios emocionales en sus últimos años de vida. El carácter íntimo a comienzos de esta fase desembocó paulatinamente en las grandes obras maestras del final de su producción, como sus últimos cuartetos y sonatas, las Variaciones Diabelli, su Missa Solemnis y su Sinfonía núm. 9, conocida como ‘Coral’. En una situación de aislamiento, Beethoven produjo la parte más original de su catálogo, caracterizada por un profundo lirismo, un interés por la música folclórica, nuevas sonoridades y sentido de continuidad y temporalidad en sus obras, un mayor poder comunicativo a través de características verbales en sus melodías, el uso de la variación y la fuga y una actitud retrospectiva con un principio arcaizante.
De esta manera Beethoven sería considerado, todavía en vida, como el mayor compositor de los grandes géneros musicales clásicos (cuartetos de cuerda, sonatas para piano y sinfonías) y estos géneros pervivirían durante el siglo XIX evolucionando hacia música absoluta o autónoma. Un nuevo estilo y técnicas compositivas como la exploración de las posibilidades instrumentales y nuevas sonoridades tímbricas, la expansión de la forma sonata mediante la ampliación de la duración de sus movimientos o la unificación de los mismos mediante relaciones motívicas llegaron a ser una constante en generaciones de compositores posteriores a Beethoven, que se vieron influidos por el legado musical del gran genio. Beethoven llegaría a posicionarse como el compositor que recogió toda la cosecha del Clasicismo para venir a sembrar las nuevas bases de la era romántica, convirtiéndose en un punto de inflexión y en un ejemplo para ambas generaciones de compositores al estar a caballo entre uno y otro estilo.
La Sinfonía núm. 5 en Do menor opus 67
La obra en cuestión fue compuesta entre los años 1807 y 1808. Junto a la Sinfonía núm. 6 en Fa mayor opus 68, conocida como ‘Pastoral’, esta quinta sinfonía fue dedicada a sus dos patrones, el príncipe Lobkowitz y el conde Razumovski. Ambas obras fueron estrenadas el 22 de diciembre de 1808 en el Theater an der Wien, en un programa que incluía también otras obras del propio Beethoven: algunos extractos de la Misa en Do mayor opus 86, el Concierto para piano y orquesta núm. 4 opus 58, un aria del opus 65, la Fantasía para piano solo opus 77 y la Fantasía para pianos, coro y orquesta opus 80. El propio compositor fue en este concierto el director y el solista al piano del concierto y de la fantasía coral. Sin embargo, las críticas del evento no fueron positivas debido a imprevistos de última hora con alguna de las cantantes y a la falta de ensayos, por lo que la Sinfonía núm. 5 pasó inadvertida en un primer momento.
La importancia de esta sinfonía proviene inicialmente de un artículo sobre la primera edición de la obra escrito por E. T. A. Hoffmann y publicado en 1813 en una revista perteneciente a la editorial Leipzig Breitkopf und Härtel: La música instrumental de Beethoven. Hoffmann defendía el papel autónomo de la música romántica, siendo Beethoven para él el más romántico de los compositores clásicos de la música alemana. En este artículo Hoffmann predeciría que la Sinfonía núm. 5 sería ‘una de las obras más importantes de todos los tiempos’.
La sinfonía se compone en base a un motivo de cuatro notas que dan coherencia y unidad a sus cuatro movimientos. Está orquestada para viento madera a dos, dos trompas, dos trompetas, cuerda y timbales. En el último movimiento además añade un flautín, tres trombones y un contrafagot. La obra fue publicada por Breitkopt & Härtel en 1809 y el autógrafo fue regalado a la Biblioteca Estatal de Prusia (donde se conserva actualmente) por la familia de Felix Mendelssohn. Fue compuesta en un momento en el que Europa estaba sumida en las guerras napoleónicas y la agitación política de Austria estaba patente. Beethoven llegaba a la cuarentena y su situación personal se agravaba con el aumento de la sordera, lo que hizo que esta sinfonía se convirtiera en la primera escrita por Beethoven en modo menor.
El primer movimiento, Allegro con brío, mantiene una disposición estructural en forma sonata. El motivo rítmico principal, presentado inicialmente en fortissimo y al unísono por cuerdas y clarinetes dos veces seguidas, y conformado por tres corcheas y una blanca con calderón, será utilizado a lo largo de toda la pieza casi a modo de ‘monotematismo’ (desarrollo de un solo tema). Este motivo será la base del primer tema de la exposición y ofrecerá cierta ambigüedad tonal hasta que se estabilice la tonalidad principal de Do menor. Asimismo, será tratado con imitaciones contrapuntísticas libres, con cambios de intensidad y con variaciones. Tras la modulación que nos lleva a Mi bemol mayor (relativo mayor) las trompas presentan el segundo tema, con un carácter más pastoral y tranquilo, y una cadencia nos conduce hacia el desarrollo. Esta parte comienza nuevamente con el motivo principal y viaja por diferentes tonalidades con las que crea momentos de tensión y reposo gracias a grandes contrastes dinámicos con los que consigue un dramatismo extremo. Tras un pasaje contrapuntístico llega a la reexposición con el primer tema y el segundo, un expresivo solo en el oboe y una larga coda final, en la que se incrementa de nuevo la tensión.
El segundo movimiento, Andante con moto, se encuentra en la tonalidad de La bemol mayor. Presenta un tema con variaciones dobles a la manera de Haydn, dando comienzo un tema lírico y cantabile al unísono en violonchelos y violas (con acompañamiento en los contrabajos). Al tema en cuestión le sigue un segundo protagonizado por clarinetes, fagotes y violines (esta vez acompañados por un arpegio en tresillos en las violas y bajos). Estas dos ideas se suceden a lo largo de las seis variaciones por medio de ornamentaciones, aumentaciones y disminuciones, inversiones, eliminaciones, etc. El movimiento finaliza con una serie de crescendi que cierran tras un interludio y un fortissimo en el que participa toda la orquesta.
El tercer movimiento, Scherzo – Allegro, se construye en base a una forma ternaria en la tonalidad de Do menor. El carácter trágico y lúgubre se hace patente desde el primer tema, expuesto por violonchelos y contrabajos. Un segundo tema nos recuerda el motivo principal del primer movimiento, esta vez tratado por aumentación y expuesto a modo de llamada en forte por las trompas. El movimiento recorre diferentes tonalidades en su parte central hasta desembocar en el Trío (en la tonalidad homónima de Do mayor). Beethoven vuelve al Scherzo (esta vez en pizzicato por las cuerdas) del principio recordándolo de una manera lejana y fantástica, y llegando a la coda final con el primer tema en un colchón de un crescendo progresivo que nos conduce al Do mayor último del cuarto movimiento.
El cuarto movimiento, Allegro, presenta un primer gran canto triunfal en Do mayor por medio del viento madera, las trompas y tres trombones (estos últimos nunca antes utilizados en una sinfonía), además de la incorporación del flautín y el contrafagot tan poco usuales en la época… Su forma también es poco habitual, pues comúnmente se tendía a componer este último movimiento en forma de rondó y nuestro Allegro se presenta en forma sonata. El desarrollo de este último movimiento lo encontramos en la tonalidad de La mayor a través de juegos tímbricos y contrastes dinámicos que ponen el broche de oro a una contundente sinfonía. Reutiliza también el segundo tema del Scherzo tras una pausa, otorgando de nuevo cohesión y uniformidad a la obra en base a ciertos elementos rítmicos e interválicos. La reexposición sucede sin mayores cambios, conduciendo hasta la gran coda en Do mayor en la que los temas principales resuenan, encaminando al oyente a un Presto de veintinueve compases en fortissimo que redondea la tensión acumulada en este monumental Finale.
‘Per aspera ad astra’
La Quinta de Beethoven se nos presenta, por lo tanto, como una obra obligada para cualquier melómano que se precie, una obra llena de misterio que se cohesiona y se reinventa a través de un único motivo de cuatro notas mediante el principio cíclico y la economía melódica, un uso del ritmo como elemento dinámico y una armonía clásica explotada hasta sus últimas consecuencias. Una música que palpita contenido en todas sus formas y que pronto adquirió la condición de pieza central en el repertorio de la orquesta sinfónica. La emblemática e icónica pieza marcó un punto de inflexión a través de un inusual tratamiento tímbrico y un importante impacto técnico y emocional, convirtiéndose en un hito en la historia de la música desde el momento de su composición hasta nuestros días. Su gran riqueza expresiva y sus infinitas posibilidades tímbricas se unen a un excelente discurso estético-musical dentro de un rotundo estilo romántico.
Nuestra archiconocida sinfonía suscitó desde su estreno diferentes opiniones en relación a su contenido programático: su famoso motivo de cuatro notas simbolizaba, según Schindler (colaborador de Beethoven) ‘el destino llamando a la puerta’; su tonalidad (Do menor) tenía para el compositor un significado especial que solo concedía a obras o fragmentos de obras que tenían gran dramatismo (como el Concierto núm. 3 para piano y orquesta, la ‘Marcha fúnebre’ de la Sinfonía Heroica, el Trío núm. 3 opus 1 o la Sonata núm. 1 opus 10);y tanto su organización y estructura tonal como el carácter de su movimiento final sugerían en palabras del propio Beethoven ‘per aspera ad astra‘, que vendría a significar un viaje ‘hacia las estrellas a través de las dificultades’.
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