Aunque la Sinfonía núm. 14 de Dmitri Shostakóvich incluye textos cantados, como ya lo hizo la Sinfonía núm. 13, varios rasgos la diferencian de su predecesora. Cuenta solo con dos solistas, una soprano y un bajo, acompañados por una orquesta que solo incluye la sección de cuerda y percusión. Además, si la anterior sinfonía se centraba en rememorar un hecho histórico, aquí Shostakóvich vuelve a poetas como Lorca, Apollinaire o Rilke para reflexionar sobre la cercanía de la muerte.
Por Diego Manuel García
La Sinfonía núm. 14 fue compuesta para la Orquesta de Cámara de Moscú; su director, Rudolf Barshai, discípulo de Shostakóvich, estuvo a cargo de su complicado estreno en Leningrado el 20 de septiembre de 1969. Muchos años después, Barshai sería el responsable de una integral sinfónica del compositor. La obra está dedicada a Benjamin Britten, que sería el encargado de estrenarla en Inglaterra en 1970.
La obra consta de once partes, bastante concisas, escritas sobre textos de Federico García Lorca (partes 1 y 2), Guillaume Apollinaire (de la 3 a la 8), el poeta ruso Wilhelm Karlovich Küchelbecker (parte 9), y Rainer Maria Rilke (10 y 11). Una idea ronda a todos estos poemas: la muerte. En las fechas previas a la composición de la sinfonía, Shostakóvich acababa de terminar de orquestar el ciclo de Músorgski Cantos y danzas de la muerte, y podría pensarse que su salud precaria le llevó a compartir el espíritu de estas canciones.
Como contrapeso al pesimismo que emana de esta Sinfonía núm. 14, sería interesante recuperar el comentario que Nikolai Ostrovski escribió en el diario Pravda antes del estreno moscovita de la obra: ‘Lo más precioso que el hombre posee es la vida. Solo le es dada una vez y hay que vivirla de manera que no lamentemos los años pasados inútilmente, que no nos avergoncemos de un pasado bajo y mezquino, y podamos decir al morir: toda mi vida y todas mis fuerzas han sido consagradas a lo más bello que hay en el mundo, la lucha por la liberación de la humanidad’. Quizá Shostakóvich tenía en mente esta idea al recuperar para esta sinfonía el lenguaje vanguardista y ajeno a la tonalidad que caracterizó a sus primeras obras.
Orquestación vanguardista
Después de la Sinfonía núm. 13, ‘Babi Yar’, que rememora la matanza de judíos realizada por los nazis en el barranco de Babi Yar en Ucrania, Shostakóvich vuelve a componer una sinfonía vocal pero con una estructura y un espíritu diferentes a la anterior. Si aquella contaba con bajo y coro, esta trabaja con dos solistas, soprano y bajo, y una orquesta de corte camerístico, limitada a la cuerda y a la percusión ligera: castañuelas, bloques de madera, látigo, tres tamtanes, campanas, xilófonos, vibráfono y celesta.
Las secciones primera y segunda (sobre poemas de Lorca)
‘De profundis (Adagio)’. Una tristísima y larga melodía de los violines comienza evocando las primeras notas del Dies irae, para convertirse después en una serie dodecafónica. Durante toda esta primera parte, la cuerda continúa trazando líneas parecidas, mientras que el bajo canta el texto de Lorca trabajando el registro grave con una impresionante sobriedad y ensimismamiento.
‘Malagueña (Allegretto)’. Contraste absoluto con la parte precedente. Se trata de una verdadera danza de la muerte, nerviosa, entrecortada y dislocada. La soprano aparece de manera intermitente, con un canto staccatto de una alucinante intensidad. ‘¡La muerte entra y sale de la taberna!’ es el tema recurrente de esta malagueña lorquiana. La percusión tiene verdadero protagonismo; al final, las castañuelas dan paso al látigo, que sirve de nexo de unión con la primera de las poesías de Apollinaire.
Secciones tercera a octava (sobre poemas de Apollinaire)
‘Lorelai (Allegro molto)’. Es quizá la parte más elaborada de la obra. Se trata de una bellísima poesía que habla de la bruja-ondina Lorelai. Los dos solistas, soprano y bajo, ejecutan una escena dramática con diálogos, monólogos y recitación. A un tempo precipitado, con frecuentes cambios de compás y recitativos desgranados con gran rapidez, se oponen frases más lentas, construidas sobre un ritmo regular y en una textura en general dodecafónica. El momento en que el personaje de Lorelai se arroja al Rin está marcado por un glissando ascendente de la cuerda que finaliza con un tañido de campanas. El epílogo lo constituye una bella y triste melodía de las cuerdas graves, donde se intercala un arabesco producido por la celesta. Toda esta última sección contrasta con la agitación rítmica inicial. ‘Lorelai’ concluye con unos acordes del vibráfono y un bellísimo solo de violonchelo que enlaza con la parte siguiente.
‘El suicidio (Adagio)’. Una lacerante endecha en la que el violonchelo se superpone en un diálogo continuo con la soprano. Destacan algunas acentuaciones de la celesta y el xilófono, y en la última parte la belleza contrastada que aportan los instrumentos de cuerda. La sencillez de la melodía acentúa, aún más si cabe, el sentimiento de desolación.
‘En guardia (Allegretto)’. El xilófono toca un tema rítmico, de estructura dodecafónica, los tamtanes le responden, y se inicia con ello una danza macabra en la que la voz jadeante de la soprano promete al soldado que va a morir las delicias de un amor incestuoso.
‘¡Mirad madame! (Adagio)’. Después de una frase cantada por el bajo, es la soprano, apoyada por el sonido del xilófono, la que protagoniza esta poesía de Apollinaire, cuya parte más significativa está constituida por la emisión de una risa alucinada.
‘La prisión de La Santé (Adagio)’. Tras cuatro compases en las cuerdas graves y al unísono, asistimos a un largo monólogo del bajo que será interrumpido por una larga página de la cuerda tocando pizzicato y en una textura dodecafónica. Es quizá una de las partes más significativas y angustiosas de esta sinfonía.
‘Respuestas de los cosacos zaporogas al Sultán de Constantinopla (Allegro)’. El origen de esta poesía de Apollinaire está en un cuadro de Repine, en el que los cosacos, sentados alrededor de una mesa, escriben una carta injuriosa al Sultán. En Shostakóvich, como también ocurría en su admirado Mahler, lo trágico se codea con lo grotesco; entre todos estos poemas sobre la muerte, este texto salpicado de groseros insultos da lugar a una música agresiva y punzante.
Sección novena (sobre un texto de Küchelbecker)
‘¡Oh Delvig Delvig! (Andante)’. El poeta ruso Wlihelm Karlóvich Küchelbecker (1797-1846) fue amigo de Alexander Puchkin y se unió, junto a un grupo de 3.000 soldados,a la revolución contra la autoridad absolutista de los zares ocurrida el 25 de diciembre de 1825 en San Petersburgo —de ahí su denominación de ‘Revuelta decembrista’—. Küchelbecker fue desterrado a Siberia, y su carta literaria a un amigo constituye la parte novena de esta sinfonía. En este fragmento Shostakóvich adopta un estilo que nos recuerda a la escritura romántica, con una línea sobria del bajo que está acompañada por una sutil escritura de la cuerda.
Secciones décima y undécima (sobre poemas de Rilke)
‘La muerte del poeta (Largo)’. Los violines, en el extremo agudo, vuelven a tocar el Dies irae de la primera parte y la soprano comienza ejecutando con ellos un dúo muy ágil. Discretas son las intervenciones posteriores del resto de la cuerda y de los vibráfonos.
‘Conclusión (Moderato)’. Una sección muy corta y repetitiva, que comienza con la cuerda en pizzicato y las castañuelas. Los dos solistas cantan con sonidos que ascienden verticalmente. La segunda parte es dodecafónica, y después reaparece el ostinato de la cuerda, cuyo martilleo es cada vez más precipitado hasta que, bruscamente, concluye sin ningún tipo de cadencia final.
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