Por Regolí
Los instrumentos
La percusión es, quizá, el más antiguo de los instrumentos musicales. Recordemos que ya en la prehistoria se utilizaban piedras y trozos de madera para avisar con diferentes toques o golpes el acercamiento de animales peligrosos o para ahuyentar las plagas. Muchos son los instrumentos que componen la gran familia de la percusión, y en el último siglo su número se ha visto todavía más incrementado. En un principio estaban clasificados en dos tipos: de sonido determinado y de sonido indeterminado, aludiendo a la posibilidad de ser o no afinados. Algunos musicólogos se inclinan, y yo con ellos, por otra terminología para esta clasificación: idiófonos y membranófonos.
Hasta hace no demasiado tiempo, y debido a los materiales con que se construían, los instrumentos de percusión no tenían las grandes posibilidades que hoy tienen. Así, las membranas han sido sustituidas por plásticos que hacen posible una afinación más exacta e incluso convierten en instrumentos susceptibles de ser afinados a los que antes no lo eran, como por ejemplo la caja. De ahí que yo prefiera hablar de membranófonos (los que tienen membranas o plástico, y pueden variar la afinación en virtud de la tensión de las mismas) e idiófonos (los que tienen su propio sonido).
En el repertorio clásico y romántico se utiliza habitualmente la llamada percusión sinfónica, formada por el bombo, la caja o tambor, platillos, triángulo y, desde luego, los timbales. Posteriormente, los compositores del siglo XX han buscado nuevos instrumentos como los bongós y los toms-toms, incluso utilizándolos a gran escala, con varios de ellos en una misma obra. También se han incorporado los instrumentos de láminas como xilófono y vibráfono, procedente del jazz. Y por último, se incluyen instrumentos de origen exótico, como el güiro, el reco-reco, maracas, etc. Llegamos a disponer de juegos de cencerros o crótalos afinados hasta dos octavas.
En cuanto a la anteriormente mencionada sustitución de la piel por el plástico, tengo que decir que este último, cuando es de calidad, produce un sonido equiparable al de la piel y, además, evita riesgos con la afinación ya que la piel es mucho más sensible por ejemplo a los cambios de temperatura. Esto es sumamente importante, sobre todo en el caso de los timbales.
El percusionista como músico de orquesta
La percusión clásica tiene diferentes funciones dentro de la orquesta. Así el timbal sirve muchas veces de apoyo al director porque refuerza la intención del efecto que este quiere conseguir; así, el gesto del maestro, cuando quiere obtener de la orquesta un crescendo hasta el fortísimo, se ve complementado por la intensidad del sonido de los timbales. El percusionista William Kraft, en una de sus obras, afirma que el timbalero es como el ‘segundo director de la orquesta’, con la ‘fiereza del león’ y la sensibilidad de un ‘fino concertino de violín’. Y tiene razón, porque si el timbalero no responde a un gesto brusco que pretende obtener un arranque poderoso, puede que la orquesta no responda con la misma facilidad. Y, del mismo modo, un pizzicato en pianissimo de los contrabajos se ve clarificado por un delicado y ajustado toque de timbal. De este modo no podemos hablar únicamente de la indiscutible condición del timbal como instrumento rítmico, sino también como apoyo a diferentes familias orquestales, principalmente los contrabajos.
En otras ocasiones, sobre todo en el repertorio clásico, los timbales van apoyando a las trompetas, haciendo prácticamente lo mismo que estas, aunque en una tesitura más grave. Sin embargo, hay que aclarar que su función como instrumento rítmico queda muy limitada cuando se trata de marcar un ritmo muy continuado ya que, al producir sonidos muy graves, el ritmo queda emborronado, incluso aunque se utilicen baquetas muy duras. Por este motivo esta función resulta más adecuada para la caja, el instrumento rítmico por excelencia. No tenemos más que acudir a conocidos casos como el Bolero de Ravel o la Sinfonía núm. 5 de Nielsen, donde la caja soporta todo el peso de la obra.
En cuanto a los platillos, aunque pueden tener alguna actuación delicada, su función principal consiste en proporcionar una mayor brillantez a los momentos más espectaculares de la orquesta, como ocurre también con el tam-tam. Por último, el bombo sirve como ayuda del timbal, si bien hay ocasiones en que casi pareciera que lo que hace es ‘molestarle’. Esto se debe a su sonido indeterminado: si ataca, por ejemplo, un sonido fuerte, a la vez que el timbal, el sonido de este puede resultar confuso a no ser que su tesitura esté escrita muy aguda, lo que facilitará que se distinga mejor su timbre respecto al del bombo.
Queda por mencionar un tema que suele despertar la curiosidad del aficionado. En algunas ocasiones me han venido a preguntar sobre ello ya que, en el Auditorio Nacional de Música, una parte del público está detrás de la orquesta y puede ver muy de cerca al percusionista. Me refiero a la gran variedad de baquetas, y a la frecuencia con que el percusionista cambia unas por otras a lo largo de una obra. ¿A qué se deben estos cambios constantes? La explicación es muy sencilla: sacar el mejor partido posible no sólo al timbal, sino al instrumento al que está apoyando en cada momento.
Así, para apoyar un staccato de trompetas con una secuencia muy rítmica, utilizaré una baqueta dura para reforzar la ‘agresividad’ del pasaje. Si, por el contrario, tengo que reforzar un pianissimo de contrabajos y chelos en legato, buscaré una baqueta más blanda, de forma que mi intervención no resulte más dura que la suya. Todo ello depende de la musicalidad de cada instrumentista y de sus ganas de ‘complicarse la vida’, ya que, por lo general, no existen indicaciones en la partitura sobre qué baquetas utilizar en cada momento, al igual que sucede con el tamaño de los platillos, que también son elegidos por el percusionista. Yo he llegado a cambiar de baquetas en el intervalo de un silencio de negra para darme el gusto de conseguir, con mayor precisión, un efecto determinado.
El percusionista como solista de orquesta
En contra de lo que muchos profanos pudieran suponer, el percusionista siempre ha tenido que ser un músico con una formación muy completa. En la actualidad, y debido a las nuevas posibilidades que proporcionan los instrumentos de láminas, su formación exige, si cabe, una preparación mayor. De la musicalidad del percusionista y su comprensión de lo que está sucediendo en la orquesta y en las diferentes familias orquestales, dependerá la elección correcta de baquetas y platillos que comentaba más arriba, así como la utilización más adecuada que haga de ellos en cada momento musical. Basten como ejemplos la necesidad de observar las respiraciones de los instrumentos de viento, cuando es a estos a los que el percusionista debe apoyar, lo que evitará hipotéticos desfases rítmicos; o el detalle de respetar el inevitable retraso en la entrada de algunos metales con respecto al gesto del maestro.
Por otro, lado existen pasajes musicales en los que la intervención del percusionista, aunque no definitivamente solística, sí es de máxima importancia, como puede ser un cambio de tempo.
Por último, existen momentos en los que la percusión tiene un papel claramente solista dentro de la orquesta como es el caso de la caja en Dafnis y Cloe o en el anteriormente citado Bolero. En la música más reciente instrumentos como toms-toms, bongós, etc., tienen un tratamiento eminentemente solístico por deseo expreso del autor.