Para nadie es un secreto la inmensa deshumanización que se vivió en los campos de concentración en plena Segunda Guerra Mundial. En este fatídico periodo de la historia quedó demostrado cómo los poderes político y personal pueden corromper no solo al estado, sino las garantías de vida de los seres humanos. Muestra de ello aún queda latente en ciudades como Berlín o Polonia donde, a través de sus memoriales o espacios que fueron usados con fines mortales, nos recuerdan como sociedad lo que no debe volver a ocurrir.
Por Fabiana Sans Arcílagos
Este momento histórico no solo es recordado de manera monumental en aquellos países en los que su ciudadanía vivió la masacre, sino que además ha sido retratado en prácticamente todas las manifestaciones artísticas. Por poner un ejemplo, en la literatura encontramos el famoso Diario de Ana Frank, donde se relata la historia de la joven de 13 años que se oculta de los nazis durante dos años. Otro ejemplo lo encontramos en la novela El niño con el pijama de rayas de John Boyne que, años más tarde, sería llevada al cine por Mark Herman. Del séptimo arte podemos recordar El pianista de Roman Polanski o La lista de Schindler de Steven Spielberg que, aunque sean títulos mainstream, no dejan de ser dos películas de referencia en torno a esta etapa.
Pero, no solo el cine, el teatro o la literatura han dejado muestra de todas estas historias. Debemos recordar el celebérrimo Cuarteto para el fin de los tiempos de Olivier Messiaen, compuesto en plena Segunda Guerra Mundial, mientras permanecía cautivo en un campamento de prisioneros en Görlitz, antiguamente ubicado territorio alemán, denominado ahora Zgorzelec (Polonia).
Breve historia de Weinberg
Moisey [Mieczyslaw] Samuilovich Weinberg [Vaynberg] nació en Varsovia el 8 de diciembre de 1919. Sus primeros pasos en la música fueron guiados por su padre, Shmuel Vaynberg, quien se describía a sí mismo como ‘violinista, director de orquesta y coro, actor, hombre de propiedades y apuntador’ (Shmuel Vaynberg: Lives in the Yiddish Theatre). Shmuel era director del Teatro Yidish, recinto en el que Weinberg tocaba el piano. Realizó estudios en el Conservatorio de Varsovia, donde recibió clases de Jozef Turczinski.
Gracias al virtuosismo que Weinberg demostró al piano, y a las buenas dotes que se le intuyeron desde sus primeros pasos como compositor, llamó la atención de Josef Hoffman quien, rápidamente, organizó su traslado a Estados Unidos para que el joven músico ampliara sus estudios musicales. Pero el estallido de la Segunda Guerra Mundial puso punto final a esta idea, que no solo acabó con sus sueños de trasladarse al norte de América, sino con el de la vida de sus parientes más cercanos. Su padre, Shmuel, su madre, Sonia, y su hermana, Esther, fueron ejecutados en Polonia, dejando una huella de dolor imborrable en el joven músico.
Las circunstancias arrastraron a Weinberg a emigrar a la Unión Soviética, donde emprendió un nuevo camino en 1939 en el Conservatorio de Minsk, de la mano de Vladislav Zolotaryov, compositor soviético recordado especialmente por sus obras para bayán (acordeón de botón) con quien pudo profundizar en el folclore. Tras su graduación en 1941, debe huir nuevamente, encontrando en esta ocasión su residencia y el amor en Tashkent, Asia central.
En la ciudad entabla relación con Natalia Vovsi-Mijoels, hija del actor y director del teatro judío Solomón Mijoels. Gracias a las relaciones que tenía Mijoels, Weinberg conoce a Dmitri Shostakóvich, con quién entabló una gran amistad que se mantuvo hasta la muerte del compositor ruso en 1975.
Ya en Moscú, Weinberg y su esposa Natalia no gozaron de los grandes beneficios del régimen. Al contrario, el compositor fue arrestado en 1953 bajo sospecha de ‘apoyar’ el nacionalismo burgués judío, conflicto en el que se vio ‘implicado’ por la relación que tenía con el tío de su esposa, quien había sido etiquetado como ‘enemigo del pueblo’. Después de pasar tres meses arrestado, su amigo Shostakóvich defendió su inocencia ante los responsables del sistema y, a pesar de que Stalin murió unos meses antes de ser procesado, el músico logró su libertad.
Su música, de gran contenido autobiográfico, fue interpretada por instrumentistas como Mariya Grínberg y Mstislav Rostropóvich. Compuso óperas, música sinfónica, cuartetos, sonatas, obras corales, música para teatro y cine y obras para piano, entre otras, todas con un gran contenido humano y emocional condicionado por su experiencia personal. Falleció en Moscú en 1996 y podemos decir que es uno de los músicos más representativos de la antigua Unión Soviética.
La pasajera: de Posmysz a Weinberg
La pasajera, opus 97, de Weinberg, es la primera de siete óperas escritas por el compositor polaco y, sin duda, su gran obra maestra. De todas las composiciones escénicas realizadas por él, y a pesar de su relación con la historia, este trabajo no llegó a estrenarse en vida del compositor.
La ópera, compuesta en dos actos, se desarrolla en un trasatlántico pasada la Segunda Guerra Mundial. En él conviven dos ambientes: uno superior que corresponde al presente, que se escenifica en la cubierta y en el que se desarrolla el encuentro de Liese, exguardia del campo de concentración, con Marta, exreclusa de Auschwitz; y otro inferior que corresponde al pasado, que se desarrolla bajo la cubierta del barco y representa el campo de concentración. En toda la acción se entrelazan los dos niveles.
Walter y su esposa Liese navegan a Brasil, país en el que ocuparán un nuevo cargo diplomático. Durante el viaje, Liese es sorprendida por la aparición de una pasajera que le recuerda a uno de los presos de Auschwitz y que ella misma había mandado ejecutar. La mujer, atónita, queda en estado de shock al ver que su pasado puede quedar revelado ante su marido. Mientras, en el nivel inferior, Liese y su supervisora discuten sobre qué prisionero puede servir de espía. La mujeres hacen que las presas se presenten ante ellas relatando su origen y antecedentes. Llega al campo de concentración una mujer rusa y, a pesar de los golpes y las torturas, tiene una nota que podría costarle la vida. Marta es seleccionada por Liese para traducir la carta, que se convierte en una misiva de amor hacia Tadeusz. En la cubierta superior, Walter intenta aceptar el pasado de Liese.
El segundo acto se inicia en el campo de concentración. Tadeusz es enviado a recoger un violín que necesita para cumplir la voluntad de un comandante de interpretar su vals favorito. El hombre se percata de la presencia de Marta y buscan un encuentro. Liese se aprovecha de la situación para manipular a la pareja y que sirvan de espías de sus compañeros. El joven se niega, prefiere morir. Marta ve cómo algunas de sus compañeras van a ser ejecutadas, mientras Liese se burla de ella, ya que su ejecución está cerca.
En la parte superior, Liese hace lo imposible por conocer la identidad de la mujer que la persigue como una sombra, no está segura de si la presencia de Marta es real o no. Todos se encuentran en la cubierta del barco y Marta se acerca a la banda para pedirles que toquen el vals favorito del comandante. Liese, aterrada, se retira recordando los últimos minutos de vida de Tadeusz. El joven es arrastrado a tocar el vals, en cambio, y como desafío, interpreta la Chacona de la Partita para violín núm. 2 de Bach. En el escenario completamente vacío se ve a Liese. Marta canta una canción en la que se dice que los muertos no deben ser olvidados. La música se desvanece con la luz, todo es oscuridad.
Musicalmente, Weinsberg nos lleva a los límites de la tensión y la emoción durante toda la ópera. Su escritura, cercana a las sonoridades de Shostakóvich, hace uso de una curiosa instrumentación en la que reúne desde un acordeón y una guitarra, pasando por un conjunto de jazz y saxofón, llegando a la formación tradicional de una agrupación sinfónica, logrando un color orquestal dramático y lúgubre. Para el crítico Anthony Tommasini, la partitura de La pasajera muestra ‘estructuras neoclásicas y una voz armónica que va desde un modismo diatónico cargado de disonancia hasta el modernismo casi tonal’ en la que se puede ver la influencia del compositor ruso.
Comenta la musicóloga Verena Mogl que el compositor a lo largo de la ópera crea referencias musicales que se cruzan y juegan un papel decisivo entre los personajes y los momentos que ‘viven’. La superposición de los sonidos en contraste con las escenas deja a la vista el gran manejo compositivo de Weinberg.
Como podemos ver, La pasajera no es solo una ópera, sino el reflejo de un relato cercano a la realidad. Su historia se basa en el recuerdo en el que Zofia Posmysz, superviviente de los campos de concentración y autora del libro homónimo, ‘revive’ la experiencia de su aprehensión, pero esta vez desde la mirada de su opresor. Posmysz, natural de Cracovia, fue arrestada por la Gestapo con 19 años debido a que alguien denunció a su grupo por participar ‘en la distribución de folletos’. La joven fue trasladada de Cracovia a Auschwitz, campo del que logró salir. Pero su calvario continuó en el campamento Birkenau donde, tras ser asignada para la realización de diversas tareas en situaciones de extrema insalubridad, enfermó. Fue enviada, según su propio relato, al ‘Bloque 27, provisto para prisioneros con enfermedades infecciosas’, donde un compañero prisionero que había sido asignado al centro médico de mujeres, la proveía, en secreto, de los medicamentos que necesitaba.
Gracias a la ayuda de otros compañeros y sus constantes traslados, la mujer pudo sobrevivir y ser liberada en 1945 por el ejército de Estados Unidos. Posmysz logró finalizar sus estudios y desarrolló su carrera como editora cultural en la Polskie Radio SA. Pero, pasados catorce años de su liberación, en un viaje a París, Posmysz revivió su encierro, ya es que, en la voz de una turista ‘reconoció’ a una de las supervisoras del campamento. Tras la impresión, la angustia y el impacto del recuerdo, Posmysz decidió realizar un audiolibro con su experiencia, La pasajera de la cabina 45, que fue llevado al cine polaco y publicado, años más tarde, en un libro revisado por la propia autora. Es este relato el que Weisberg hace suyo a través de su libretista, Alexander Medvedev, creando lo que para él es una dedicatoria a todos los asesinados en campos de concentración.
Según relata Verena Mogl en su libro Juden, die ins Lied sich retten, Weinberg comenzó a trabajar en 1967 en su primera ópera, combinando su trabajo con otras de sus obras, como el opus 96. Sin embargo, en 1965 el compositor, en una misiva enviada a su esposa, le comenta que estaba trabajando en La pasajera. Para la autora del libro, esto puede ser una prueba de que la ópera fuera un encargo, presumiblemente, para el Teatro Bolshói de Moscú. Pero lo cierto es que en el año 1967 el compositor ya tenía la idea para la realización de su primera ópera. En una entrevista realizada en la revista Sovetskaya Muzyka, el músico comenta que el trabajo de Posmysz, peculiar y conmovedor, es la base de la ópera en la que empezará a trabajar. En ella, busca mantener la mayor cercanía con el relato, no solo el de Posmysz, sino también con de los relatos de Krystyna Zywulska, autora de Sobreviví a Auschwitz, una de los primeros de testimonios sobre el Holocausto de la literatura polaca.
A pesar de que se realizaron algunos ensayos en el Bolshói y de la profundidad motívica y social de la ópera, esta no cumplía con los estándares de censura impuestos por Stalin para su representación. La pasajera se mantuvo en silencio durante cuarenta años hasta que el Teatro Stanislavski la estrenó en versión semiescenificada en el año 2006.
Años más tarde, David Pountney se interesó por la ópera, y en 2010 fue estrenada por todo lo alto en el Festival de Bregenz en Austria, bajo la dirección escénica de Pountney, diseño escénico de Johan Engels y dirección musical de Teodor Currentzis. Este montaje fue realizado en coproducción con la Ópera Nacional de Polonia, la Ópera Nacional de Inglaterra y el Teatro Real.
A día de hoy, La pasajera ha renacido, así como el corpus completo de obras de Weinsberg. Para el estreno en Inglaterra, la BBC preparó la retransmisión en directo de la ópera, mientras que, en Estados Unidos se pudo disfrutar por primera vez de este título en la Houston Grand Opera en 2014. Un año después la Ópera de Frankfurt llevó a escena la representación. También ha sido estrenada en la Florida Grand Opera y en la Ópera de Israel, en 2019.
En 2020 correspondía su estreno en el Teatro Real, pero debido a la coyuntura sanitaria no podremos disfrutarlo. Estamos seguros de que desde la directiva del coliseo madrileño tienen puesto el interés en su reprogramación, ya que en palabras de su director artístico, Joan Matabosch, esta ópera es ‘pieza fundamental en la historia, tanto por su música como por el relato duro y cercano’.
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