Strauss, Mahler, Saint-Saëns y Rachmaninov sonarán este mes
Un estreno del mexicano Mario Lavista, Tres cantos a Edurne, encargada por la OSE y en cuya obra se suman las huellas musicales de Europa y América, preludia un primer programa para abril de intensa expresividad romántica. Por su parte, en su Concierto para violonchelo núm.1 Saint-Saëns despliega, con su proverbial habilidad constructiva, un discurso en el que tienen cabida el lirismo propio de su época, un virtuosismo bien dosificado y cierto regusto arcaizante. De Sadko a El gallo de oro, el universo legendario ocupa un lugar esencial en el catálogo de Rimski-Korsakov. Sheherazade constituye el ambicioso panel central del tríptico que completan Capricho español y La gran Pascua rusa. Mil y una veces escuchada, la inmarchitable sensualidad de esta partitura ha bastado para asegurar a su autor un puesto de honor en el panteón musical.
Este repertorio, que podrá escucharse entre los días 14 y 18 en Bilbao, Donostia, Vitoria y Pamplona estará dirigido por Diego Matheuz y tendrá como solista a Maxim Risanov.
Por su parte, el sábado 21 de abril tendrá lugar una nueva edición de las Matinées de la orquesta. Precisamente, dos palabras se repiten constantemente en las tres piezas que se escucharán en esta Matinée, bosque (Wald) y cacería (Jagd); si unimos a éstas el instrumento que creará la música instrumental, la trompa, nos acercaremos a un tópico que evocará recuerdos de la literatura, la pintura y el cine. Música de antaño, sencilla y con corta trascendencia; pero a la vez profunda, emotiva y directa. Música intemporal que recrea el pasado y el presente, clásica con Schubert, naïf y trascendente con Schumann e intensamente romántica con Brahms.
Por último, los días 26 y 28 Bilbao y Pamplona se engalanarán para recibir la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov, que interpretará el gran Joaquín Achúcarro. También disfrutaremos de Muerte y transfiguración, que representa para Strauss «la hora de la muerte de un hombre que había aspirado a las más altas metas». Su música evoca la infancia, los sueños, dolores y pasiones de su protagonista. En Till Eulenspiegel, cuyo argumento procede de un viejo relato flamenco que describe las aventuras de un irreverente bufón, el entonces joven compositor alía -a semejanza de su rival Mahler- comicidad, ironía y truculencia. La habilidad constructiva straussiana logra en esta página memorable un ejemplo consumado de música programática.