Por Sofía Tros de Ilarduya
Sea cualquiera el nombre que se quiera utilizar, la realidad nos muestra que la sociedad que se desarrollaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX es radicalmente distinta a la que fue conocida con el nombre de moderna. El cambio ha sido en cierto modo tan brusco, tan rápido, que resulta muy difícil asimilar que nos hallamos sumergidos dentro de lo que ciertos pensadores han decidido denominar la época posmoderna. Si bien resulta muy complejo analizar o tan siquiera hacer un breve esbozo de en qué consiste este momento, hay que reconocer que se han incorporado ciertas características definitorias que no se pueden pasar por alto para comprender cuál es el lugar en el que nos estamos moviendo. Estas características fundamentales son tres, a saber, la primera de ellas hace referencia a que, una vez superada la sociedad industrial, hemos construido un nuevo estado posindustrial en el que predomina el conocimiento y en el que se podría hablar de una industria cultural o de invasión de la cultura. La segunda deja constancia de la superación del sistema capitalista por otro conocido como poscapitalista en donde el enfrentamiento proletariado-capitalista ha sido sustituido por la oposición entre una mayoría dominante frente a un conjunto de minorías débiles. Y el tercer elemento hace referencia a la cultura metropolitana que se basa en la utilización de la tecnología más avanzada, está dominada por los medios de comunicación y la información es fuente de poder.
Si se cree, como así ha quedado demostrado a lo largo de la historia, que todos los distintos modos de expresión artística marchan al mismo ritmo que la sociedad y son un reflejo de ella, es evidente que el arte, en el sentido más general del término, ha experimentado por necesidad una gran transformación.
La enorme dimensión y violencia del giro que se ha producido en cualquiera de los ámbitos artísticos, hasta este momento perfectamente estructurados, ha sumido a los espectadores y teóricos en un estado de confusión en el que se enfrentan las opiniones y los criterios son difíciles de establecer, hasta el punto de resultar complicado separar la paja del barro. Lo que sí que queda visible a todas luces es la tendencia por la que camina el Arte, en el amplio sentido del término, hacia la fusión. Los departamentos estancos de los diversos modos de manifestación artística están derribando sus tabiques en busca de la consecución de un gran espacio en el que las disciplinas se combinen, se apoyen y complementen hasta llegar a la construcción de obras inclasificables en cuanto al sector artístico al que pertenecen. Así es posible que se dé dentro de un mismo trabajo artístico, la danza, la música, la plástica, el texto, etc.
Esto que parece tan novedoso tiene un antiguo precedente, el arte sonoro. Este gran desconocido ha cumplido ya 100 años y ha desarrollado una labor fundamental respecto a la fusión de la que se ha hablado y, más importante, ha supuesto una auténtica revolución dentro del campo de la música en la que se introduce como valor positivo el ruido.
Russolo, el genio italiano que participó de la corriente futurista, escribió un manifiesto en 1913 que titulo Arte del ruido. Este polifacético artista se propuso construir obras de arte por medio de la combinación controlada de los más diversos sonidos, partiendo de la base, en la que creía firmemente, de que el ruido no nació hasta el siglo XIX, momento en el que surgieron las máquinas. Y para construir este arte inventó el Russolfono, órgano de producción de ruidos.
Dejando a un lado este interesante e imprescindible antecedente del asunto que se trata, la persona que verdaderamente significó la subversión de todos los valores musicales fue John Cage. La labor de John Cage ha desembocado en un nuevo modo de hacer música, en una nueva estética y en una distinta concepción del arte.
Los tres grandes creadores que Cage admiró profundamente y que influyeron de forma decisiva en su trabajo fueron Joyce, Duchamp y Satie. Tres campos diversos de las artes a los que él unirá la danza y una forma de teatro en sus experiencias artísticas.
La relación entre Duchamp y Cage va más allá de lo personal e incluso de lo profesional, a ambos se les acusó de «asesinos», al primero se le incriminó por acabar con la plástica y al segundo por matar la música. La realidad es que, efectivamente, ambos creadores significaron un nuevo modo de comprender el arte. Sin embargo, muy al contrario de la opinión de sus acusadores, con el correr del tiempo ha quedado patente que su mayor crimen fue el de ampliar esos campos artísticos de un modo desconocido hasta el momento. Ambos trabajaron en el intento de unir el arte con la propia vida, hicieron de la vida arte, dando más importancia a la voluntad creadora que a la realización de un objeto concreto predeterminado y lograron, sin siquiera pretenderlo, establecer una nueva concepción del arte ajena al modo clásico.
La intención primera de Cage fue hacer salir a la música del universo renacentista en el que todavía seguía existiendo en muchos de sus aspectos.
John Cage se impuso como tarea, una vez que decidió consagrar su vida a la música, romper las barreras que la limitaban, e incluir en ella cualquier tipo de «ruido». Estos ruidos podían ser naturales, él mismo recoge toda una variedad de sonidos de la vida cotidiana y los incluye en sus composiciones; o creados, utiliza instrumentos musicales manipulados, usa cualquier tipo de elemento que produzca sonidos: campanas, planchas de metal, y realiza manipulaciones técnicas de los sonidos, precedente de la música electrónica. Y no sólo eso, sino que se atrevió con algo más difícil, utiliza el silencio como elemento positivo, existente dentro de la composición. Con este nuevo elemento consigue realmente que el tiempo se convierta en música. Por otra parte, negó cualquier tipo de formalismo, destruyó el concepto de armonía derivado del Renacimiento que queda sustituido por estructuras rítmicas que dan por válidos, con el mismo valor, a los sonidos no musicales, es decir, los ruidos y el silencio y utiliza el azar como elemento fundamental en la interpretación para dar autonomía a los sonidos.
Dentro de la obra de Cage lo verdaderamente importante es su evolución continua, la investigación y reflexión a la que somete la música «clásica» para transformarla, el conjunto de sus descubrimientos. Sin embargo, se pueden destacar cuatro momentos especiales dentro de esa trayectoria. Su primera creación alternativa fue el water gong, un gong semi introducido en el agua de una piscina, que creaba un sonido diverso y alternante, para acompañar a un ballet acuático. El segundo invento, el más halagado y vilipendiado a la vez, fue el piano preparado. Cage introduce una serie de objetos entre las cuerdas del piano de modo que lo convierte en un conjunto de percusión que produce unos sonidos complejos y no previsibles y llega a la buscada desarmonización. El tercer y cuarto momentos son sendas composiciones: «imaginary Landscape» una pieza creada tras manipular los sonidos en mesas de mezclas, generadores. Esta obra está considerada como la primera pieza de música electrónica; y 4´33´´, una composición que se prolonga ese tiempo y en la que lo único importante es la duración, puesto que es completamente silenciosa, no cuenta con ningún sonido elaborado, aunque al final quedarán registrados los ruidos que crea el público en el patio de butacas y los que llegan desde el exterior del auditorio. La interpretación consiste en abrir y cerrar la tapa de un piano, que bien podría ser otro instrumento, indicando cada uno de los tiempos y la partitura son unos signos abstractos.
Es imposible siquiera apuntar las aportaciones de Cage a la música, pero sí que es imprescindible señalar que fue el primer artista en realizar un «happening», corriente muy desarrollada en la segunda mitad del siglo XX; y es el claro antecedente del movimiento Fluxus. El grupo Zaj, el único representante en España de fluxus, mantuvo estrecha colaboración con el maestro. Tanto el «happening» como fluxus son mágicos ejemplos de la fusión de las artes y del fin de las definiciones. Por otra parte, hay una serie de corrientes musicales claves para la concepción actual de este campo artístico, que deben su existencia a John Cage. A pesar de lo engañoso de las definiciones, se incluyen las de estos movimientos para comprender algo mejor el camino de investigación que siguió el creador y como un punto de partida para profundizar en el estudio del gran músico del siglo XX.
Música abierta: Se caracteriza por la ausencia de fijeza en la partitura de modo que permite una variabilidad en su ejecución.
Música concreta: Música producida a partir de la organización de sonidos y de ruidos de distintas fuentes sonoras.
Música electrónica: Compuesta por sonidos producidos de forma sintética en el laboratorio
Música aleatoria: Música en la que se introducen elementos al azar.
Música serial: Técnica de composición basada en la ampliación del uso de la serie, de modo que admite que en la serie, además de la sucesión de sonidos, puedan regir también el ritmo, la intensidad sonora y el timbre.