Por Ángel Tomás Lázaro
Soy la música, indefinible, lenguaje del alma, pura sabiduría que habita en notas y tiempos enamorados. Tú, oyente eres mi razón de ser, por ti y para ti existo: mi ángel, mi todo, mi ser mismo… Me llevas en la sangre, agito tu presión sanguínea, refuerzo tu sistema inmune, activo tu cerebro a gran escala, potencio tu desarrollo intelectual, canalizo tus ricas y complejas emociones, muevo tu cuerpo en la danza con la vida y le hablo a tu alma para que descifre principios eternos. Soy la flauta mágica que te ofrece el poder de vencer las miserias, la catedral sumergida que hace resonar tu naturaleza inmortal, soy la sinfonía que congrega a toda la humanidad en un abrazo universal, la cantata y la fuga que impulsa tu espíritu, el festival escénico sacro que restituye el valor del Santo Grial, éxtasis del sentido último, configuro lo maravilloso para que noche y tempestad se vuelvan luz. Mi corazón se desborda con tantas cosas que debo decirte mi amor… Pero, a veces, a veces nuestro amor se hace trágico…
Soy la música, te revelo con el corazón abierto las verdades que buscas y a veces no me escuchas, esos momentos me hacen preguntarte: ¿por qué te evades o duermes cuando te hablo? ¿Por qué te deleitas con mi forma sin reconocer mi fondo? ¿Por qué me aplaudes sin saber lo que he dicho? Conoces la vida de quien me ha compuesto, pero no la mía propia que se desliza en mil sonidos. Reconoces el valor de quien me interpreta, pero no el valor de mi mensaje. Soy la música, me presento ante ti deseando abrazarte y aunque despliego todo mi arsenal de tonos, volúmenes y timbres, toda la inmensidad de mi saber, la grandeza de mi arte y el fuego de mi inspiración no me prestas atención y buscas lo que soy en explicaciones fuera de los sonidos ¿Por qué, si le hablo a tu centro sagrado y tu alma puede entenderme? ¡Escucha por favor! ¡Solo yo puedo revelarte quien soy! ¡Nuestro amor tiene el poder de la trasfiguración!
¿Podemos acceder directamente a lo que la música revela?
La música se dirige al ser humano, experto o no. El crítico y compositor alemán Walter Panofsky afirma que para llegar a la música no se requiere oído absoluto, ni es necesario tocar un instrumento, ni poseer una vasta discoteca, lo esencial es afán de conocimiento, amor y una íntima disposición para dejar que la música actué sobre nosotros. La clave es mantener abierto nuestro ser interno para poder interactuar con los sonidos lúcidamente como un enamorado. Sentimiento y comprensión, solo desde ahí se puede acceder a lo que los sonidos quieren transmitir. Veamos brevemente las respuestas que ofrecen algunos directores, intérpretes, compositores y oyentes que también apoyan esta idea.
¿Qué responden los directores?
Leonard Bernstein, del mismo modo, defiende que no es necesario entender de acordes, sostenidos o bemoles para acceder a la música, si estamos dispuestos a que suceda algo dentro de nosotros y ese suceso nos hace cambiar interiormente la habremos entendido. De modo que un cambio interior, propiciado por nuestra actitud de recogimiento musical, es la evidencia de nuestra comprensión, algo que sucede íntimamente entre la música y el oyente. Para Nikolaus Harnoncourt el planteamiento de buscar en las biografías la intención de la música no es fiable, dice que aquellos que, sin legitimación alguna, tratan de extraer consecuencias sobre sus ideas basándose en la biografía del compositor, se mueven sobre el terreno de una especulación cuestionable. Similar es el planteamiento de Daniel Baremboim: ‘Siempre he leído con mucho gusto biografías. Por eso tengo una —digamos—posición bastante fuerte contra la tendencia de analizar la música de los compositores según su biografía, porque nunca se sabe si tuvieron dificultades en su vida privada y la música es una expresión de eso o si es justamente lo contrario: que la música les permitió salirse de las dificultades’. Baremboim expone algo preocupante, que en los conservatorios y escuelas de música se imparten conocimientos sumamente especializados a menudo desligados de toda noción sobre el auténtico contenido y verdadero poder de la música. También plantea una cuestión sumamente interesante, habla de la sabiduría que resulta audible para el oído pensante, un conocimiento que los sonidos trasfieren directamente a la consciencia atenta.
La directora Oksana Lyniv revela que cuando maneja la batuta con la música de Wagner, le pareciera sentir que el aire de alrededor quema y llega a confesar, con escalofrío, que estando como oyente en Bayreuth le pasó algo casi místico sintió como si las notas emergieran de la tierra y entrara en religión.
Para Sergiu Celibidache la música ES con mayúsculas, pone a nuestro alcance una experiencia trascendental. Más que una apreciación desde la erudición, el concierto debe activar la búsqueda de la verdad del acontecimiento sonoro, el que seamos plenamente conscientes de lo que nos mueve cuando escuchamos una obra, ya que en el centro de esta consciencia estaría el acceso a la libertad: la verdad final y finalidad de cada pieza musical es la libertad. Podemos suponer que se refiere a la plena libertad del ser. Ese hecho que nos trasfigura plenamente en nuestra verdad fundamental y que nos sitúa en el cosmos más que en la tierra.
¿Dan respuesta favorable los intérpretes?
El gran Niccolò Paganini, que tantos arrebatos pasionales ocasionó en sus conciertos, en una ocasión durante los últimos años de su vida, profundamente conmovido se arrodilló ante Berlioz y le besó la mano tras un concierto por lo que le había hecho vivir, sentir y experimentar su música, una inclinación que en realidad era ante la propia música y un beso pleno de gratitud que también era para ella, ¿este gesto no demuestra su actitud de reconocimiento de la fuerza musical?
Montserrat Caballé declaraba, con brillo en los ojos, que cuando suena una melodía la propia música pareciera que entrara en los ríos de la sangre como vitaminas, nutrientes fundamentales, y que circulase por todo el cuerpo.
Fijémonos, también, en la contundente respuesta de Glenn Gould, para quien la interpretación solo puede ser una historia de amor y como resultado la música debería llevar a un estado de contemplación. En los momentos en los que sucede algo excepcionalmente bello, dice, le encantaría que hubiera un gran número de oyentes. Es posible que con este suceso se refiera a la íntima conexión entre el ser y la música. Los neurocientíficos están demostrando por distintas vías de investigación que los músicos de una orquesta cuando interpretan sincronizan sus cerebros, también han demostrado que cuando los oyentes están ante una misma música se sincronizan sus cerebros y sorprendentemente que ambos tanto intérpretes como oyentes, también sincronizan sus cerebros durante un concierto. ¿Unificarán también las almas su actividad bajo la música?
¿Qué dicen los compositores?
Muchos compositores han tenido claro el origen de su música, Strauss planteaba que la facultad de absorber las ideas musicales en su conciencia era un regalo divino, hablaba de una fuerza cósmica a partir de la cual es posible crear, su cometido era hacer que se desarrollase y que llegara con autenticidad a los oyentes. La compositora Gabriela Ortiz confiesa que se enamoró de la música cuando comprendió que los sonidos tienen alma.
Edvard Grieg nos descubre que la música le dejaba hechizado con una fuerza misteriosa que lo hacía llorar y reír: ‘lloraba cuando, con su melodía poderosa, me ataba el corazón con un hilo dorado y me daba miedo que incluso llegara a arrancármelo’.
Quizá el hecho más significativo es aquel que relata el momento en que un admirador preguntó a Ludwig van Beethoven que había querido decir con una de sus sonatas para piano (Hammerklavier) y la respuesta inequívoca del compositor fue volver a tocarla, no dejaba lugar a duda de que solo la música puede revelar lo que lleva y que es el oyente quien debe descifrarla.
Stefan Zweig recrea una interesante escena en los momentos finales de la vida de Haendel, cuando en el Covent Garden se enfrenta a su obra El Mesías, allí mientras se despedía de este mundo, ante a la fuerza de los sonidos vive una fusión con la verdad: ‘Pero al acudir a su encuentro las oleadas de sonido, al expandirse el vibrante júbilo de cientos de voces proclamando la Gran Certeza, se iluminó su rostro y quedó trasfigurado’. Es literatura, pero el acontecimiento se contempla como posible para cualquier oyente expuesto a la fuerza de una música que manifiesta su esencia a máxima potencia.
El compositor estadounidense Aaron Copland cierra su célebre libro Cómo escuchar la música haciendo un llamamiento al oyente y a su responsabilidad, pues es quien dota de sentido al empeño del compositor y al del intérprete y vuelve a incidir en el amor irremplazable en nuestro trato con la música: ‘La música solo puede estar viva realmente si hay auditores que estén realmente vivos. Escuchar atentamente, escuchar conscientemente, escuchar con toda nuestra inteligencia es lo menos que podemos hacer en apoyo de un arte que es una de las glorias de la humanidad.’
¿Qué manifiestan los oyentes?
Arthur Schopenhauer encuentra que el hilo de la melodía, por sí, conserva un pensamiento significativo, la historia de la voluntad iluminada por la reflexión, el descubrimiento de los secretos más profundos; para él la música expresa la quintaesencia de la vida.
Existe una tradición de oyentes, que el musicólogo George Balan, denomina inspirados, que han reflejado en sus escritos la evolución en su relación con la música; mediante sus propios esfuerzos de aproximación y comprensión a esta quintaesencia han actuado como pioneros en la conquista de una escucha reveladora.
Charles Baudelaire evoluciona de una escucha sensual a una escucha trascendente; Rainer Maria Rilke pasa de temer encontrarse con la música a buscarla apasionadamente; Nadjeschda von Meck convierte su inicial escucha embriagadora en otra lúcida.
Hermann Hesse termina por encontrar en la música la justificación de la vida; para él descubrir el fondo de la música constituye un desafío vital; intentando profundizar en sus arcanos llega a plantear una actividad con entidad propia, la meditación musical, como clave para acceder a los secretos que atesora, así acontece en su obra El juego de los abalorios en una breve escena protagonizada por Knecht y el Magister Musicae. Todos ellos encontraron directamente en la música una fuerza alentadora y reveladora que iluminó sus vidas.
Howard Gardner, autor de Inteligencias múltiples, reconoce que el ámbito de la música le proporciona experiencias que puede atribuirse a lo espiritual, su mente se embarca en cuestiones de alcance cósmico, pierde la noción del tiempo y del espacio, y vive un encuentro que lo ennoblece y enriquece.
Es interesante la apreciación de Mervyn Levy de que la verdadera obra de arte propicia una continua recreación pues sigue desplegándose y creándose dentro de la personalidad del observador, esa sería precisamente la misión de la meditación musical, lograr que la música viva en el oyente.
George Balan defiende: ‘La capacidad del oyente de retener a la música en su propio ser, para que ésta pueda convertirse en un canto interior perpetuo y en un guía que le anime, no es menos importante que el arte del director de orquesta, del pianista o del cantante’.
Musicosophia lidera un proyecto artístico único, pionero en el campo de la música, excepcional a nivel internacional
Resulta tremendamente innovador y rompedor conseguir, mediante su actividad de poner en marcha audiciones creativas, transformar una audiencia pasiva en una audiencia creativa e interactiva, y lograr conducir la música al lugar donde verdaderamente resplandece: el núcleo del ser humano. Musicosophia marca un antes y un después en la historia de la música, inicia el camino del oyente creativo, pone en marcha una escuela, plantea un método de escucha con espacio para la técnica y el arte, desarrolla una especie de partitura para oyentes llamada melorritmia, crea la figura del director de oyentes, configura al oyente activista capaz de creer en su potencial e iniciar actividades en pro de la música desde la escucha. El oyente tiene unas capacidades excepcionales y propias para acercar a otros oyentes a las profundidades de la música. Puede desempeñar un papel inestimable preparando a la audiencia para un concierto de un modo único. ¡Es la hora del oyente! Es la hora del oyente.
¿Y si el acceso directo a la música transformara tu vida?
Quien escucha con lucidez aprende a descifrar el enigma de los sonidos mediante el amor, destilando de ellos una sabiduría esencial. En la trasfiguración su espíritu ha rozado el abismo insondable y eso le otorga una visión de la realidad bajo la luz de una nueva comprensión, lo aparentemente real se hace relativo y lo considerado irreal se hace absoluto. La música adquiere una potencia de realidad incuestionable y las fronteras del mundo se diluyen. ¿Enlazarán con el más allá? Para Boecio el alma del mundo está conjuntada a base de un convenio musical, incluso nosotros estamos configurados musicalmente y es el reconocimiento de esta musicalidad común la que nos puede proporcionar un conocimiento de la esencia del mundo y de la nuestra: ‘Cuando, en efecto, mediante lo que hay en nosotros conjuntado y convenientemente ensamblado captamos aquello que en los sonidos está ajustada y convenientemente conjuntado, y nos deleitamos con ello, nos damos cuenta de que nosotros mismos estamos configurados a imagen y semejanza’.
Este escrito es consecuencia de la acción directa de la música, solo ella me ha convencido. Si la música no me hubiera estremecido, ni irrumpido innumerables veces en el centro de mi vida, estas palabras no existirían. Este texto es expresión de mi gratitud hacia ella, hacia lo que me ha hecho vivir tan amorosamente durante décadas. Sin embargo, sería ingrato no reconocer que ese encuentro vino propiciado por la metodología puesta en marcha por Balan, para quien uno de los momentos más solemnes de una vida es cuando se descubre que la música quiere llevarnos hacia un conocimiento superior.
Vemos que desde muchos ámbitos la fuerza de la música es reconocida por derecho propio, del mismo modo que se intuye que encierra una quintaesencia fundamental, la búsqueda de la verdad a través de la música es una gran aventura a la que todos estamos invitados. El solo roce con la verdad musical inaugura un proceso de transformación que se va completando con sucesivos encuentros que habremos de conquistar y hará que seamos permeable al corazón del cosmos.
El oyente enamorado es un melómano de élite cuando su pasión le conduce a la Gran Certeza y le hace infatigable en su camino, trayecto en el que vivirá, sin duda, la trasfiguración musical que le permitirá ver, con ojos limpios del mundo más terrenal, su verdadero lugar y asumir con humildad toda su fuerza. En palabras de Balan: ‘Dejar, a través de preguntas atinadas, que la música descubra lo que oculta, y transmutar el conocimiento adquirido de este modo en una fuerza espiritual, ¿No es esto una tarea tan creativa como la del compositor o la del intérprete? Solo el oyente puede llevarla a cabo’.
Soy la música. Quien tiene abiertos los sentidos del alma vive mi amor.
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