Celebración del Día Europeo de la Música 2024
Por Ángel Tomás Lázaro
En el mundo físico hay fuerzas elementales que le confieren al universo su forma y su dinámica. Abarcan desde las estructuras subatómicas más diminutas hasta las grandes construcciones cósmicas, como los supercúmulos de galaxias. En el mundo humano hay fuerzas que interactúan con nuestra forma de ser y de relacionarnos. La música puede ser considerada una de esas grandes fuerzas fundamentales que incide en lo más profundo del ser humano y que a la vez tiene una gran repercusión colectiva.
Si dejáramos de lanzarnos artefactos que nos destruyen y empezáramos a compartir la música que nos construye, está claro que supondría un punto de inflexión en nuestra historia global. Podemos encontrar varios grafitis proarte, obras de arte urbano de Banksy que promueven la idea de cambiar las armas por música, como ‘Music Soldier’, donde un soldado dispara notas musicales, o ‘Make Music not War’, donde un avión de guerra lanza instrumentos musicales en lugar de bombas.
Defender que la música nos construye implica reconocerle un doble valor. Por un lado, es afirmar que nos arma y consolida por dentro como individuos. Y, por otro, que nos estructura por fuera como sociedad. La música tiene el poder de transformar el mundo porque puede transformarnos individualmente.
La soprano Ying Fang nos dice sobre su labor: ‘La música es el lenguaje de las almas. Para mí, cantar es comunicación a través de la música que conecta a las personas. Ese es un regalo que debemos compartir con el mundo y enviar un mensaje importante’. ¿De qué puede tratar ese importante mensaje? Intuimos que el Himno a la Alegría de Beethoven puede ser un claro símbolo y embajador de lo que representa.
Transformación social
Afortunadamente, esto que se exponía al principio es algo más que una bonita idea, dado que por todo el orbe surgen aleatoriamente focos musicales con una enorme fuerza integradora. En medio de un suburbio se forma una orquesta sinfónica que ofrece perspectiva de futuro a jóvenes que no lo tenían. Otra orquesta integra individuos cuyas sociedades están en conflicto. Otra viaja por el mundo llevando una obra musical como mensaje de hermandad. Y así podemos encontrar una larga lista.
La música aparece en cárceles, hospitales, zonas de conflicto, barrios marginales, residencias de ancianos, etc., ofreciendo un gran potencial para construir un futuro mejor. Pero no se quedan en acontecimientos aislados, igualmente aparecen programas de intercambio y cooperación internacional que fomentan el diálogo intercultural a través de la música.
Actualmente hay muchos proyectos puestos en marcha que demuestran de manera efectiva el poder transformador de la música como agente de cohesión social y como herramienta valiosa para un cambio positivo creando conciencia y oportunidades, contrarrestando la exclusión social, ofreciendo apoyo a las personas en situación de vulnerabilidad o buscando integrar lo que los conflictos armados desintegran. Parten de individuos, de músicos, de organismos, orquestas, instituciones con visión comunitaria con distintos propósitos sociales, educativos o terapéuticos.
Entidades destacables como agentes de cohesión social
El Instituto Baccarelli (Brasil) ha formado en su seno la primera orquesta del mundo en una favela, la Orquesta Sinfónica de Heliópolis. Allí se atiende a unos 1.200 estudiantes en situación de vulnerabilidad y se les ofrece profesionalización en la música.
El famoso e innovador programa de El Sistema (Venezuela) proporciona educación musical gratuita en comunidades desfavorecidas, buscando transformar vidas y proporcionar una alternativa positiva a la violencia y la pobreza, y también la rehabilitación y prevención del comportamiento criminal. Ghetto Classics se ha puesto en marcha en Kenia con un propósito similar.
La Orquesta Kimbanquista de El Congo (El Congo), nacida en las calles de una desvencijada ciudad con millones de habitantes, nos demuestra el poder de la música para propiciar la fraternidad y su fuerza impulsora para ayudar en la superación de circunstancias adversas.
También cabe destacar el proyecto solidario A Kiss for all the World (España), promovido por Íñigo Pirfano, que lleva un abrazo musical a los desfavorecidos a través de la música de Beethoven, la grandiosa Novena, por todo el mundo.
Opera for Peace, Peace Through Music International y The Peace Orchestra Project promueven la paz y la cooperación internacional por medio de la música.
La West-Eastern Divan Orchestra, fundada por Daniel Barenboim y Edward Said, es una orquesta compuesta por músicos jóvenes de Israel, Palestina y otros países árabes para es promover el entendimiento y la convivencia a través de la música.
Musicambia (Estados Unidos y El Salvador) utiliza el poder de la música para construir comunidades de apoyo donde las personas encarceladas puedan construir conexiones significativas, participar en el aprendizaje y reconstruir sus vidas. Parecido es lo que ofrece Music in Prisons en Reino Unido.
Street Symphony (Estados Unidos) organiza conciertos y talleres de música clásica en refugios, hospitales y cárceles para personas sin hogar y en situaciones marginales. Similar es lo que hace Live Music Now, fundada por el famoso violinista Yehudi Menuhin en el Reino Unido.
Music for Autism ofrece conciertos adaptados de música clásica para personas con autismo y sus familias, creando un entorno inclusivo y accesible donde la música actúa como un puente de comunicación y expresión emocional.
Playing for Change ha creado una red global de músicos y ha financiado proyectos educativos y humanitarios utilizando la música como un lenguaje universal de paz.
Estos ejemplos, unos pocos entre muchos, muestran cómo la música clásica va más allá del mero entretenimiento y se convierte en una herramienta poderosa para abordar desafíos sociales, promover la igualdad de oportunidades y mejorar la calidad de vida de personas en situaciones vulnerables por todo el planeta. Demuestran cómo el arte puede ser utilizado como una herramienta poderosa para construir un mundo más inclusivo, justo y compasivo.
Además, a través de la música, se crean espacios de diálogo, se fomentan relaciones interculturales y se promueve un entendimiento más profundo entre personas de diferentes orígenes. Con su capacidad para evocar emociones y conectar a las personas en un nivel profundo, sigue siendo un medio eficaz para promover la paz en el mundo.
La música clásica no solo enriquece culturalmente a las comunidades, sino que también actúa como un catalizador para el cambio social al ofrecer oportunidades educativas, promover la salud y el bienestar, fomentar la inclusión social y crear conciencia sobre problemas globales. Estos programas además de ofrecer alivio y esperanza también promueven el desarrollo personal y social, fomentando la resiliencia y la cohesión comunitaria.
Transformación personal
Qué responderías a la típica pregunta: ‘¿Qué sería lo último de lo que te desharías?’. Para Evan está claro, cuando Karamakate le pide que se deshaga de sus pertenencias, para evitar el hundimiento de la piragua donde viajan, lanza todo al agua menos su reproductor de discos, a lo que se niega tajantemente. Ellos son protagonistas de la premiada película El abrazo de la serpiente, de Ciro Guerra, que está dedicada a la memoria de los pueblos cuya canción nunca conoceremos. Evan es un explorador que busca la Yacruna, una planta sagrada que ayuda a encontrar los sueños (simbolismo de la conexión propia con uno mismo y también con la naturaleza). Karamakate es un chamán que vive solitario en lo profundo de la selva al que recurre para que le ayude en su búsqueda. Evan encuentra al viejo sabio del Amazonas convertido en un ‘chullachaqui’, una cáscara vacía de hombre, privado de emociones y recuerdos, mientras que él ha perdido su capacidad para soñar. Ambos se ven inmersos en una aventura de autodescubrimiento.
En un momento del metraje Karamakate explica que cada joven, de su desaparecido pueblo, debía emprender un viaje en solitario para descubrir en silencio quién es realmente. Que debía convertirse en un vagabundo de sueños, lo que le capacitaba para enfrentar su destino, algo que ellos mismos parecen estar recreando, aunque de manera conjunta. ¿No es ese el gran reto de nuestra vida, descubrir quiénes somos y cuál es nuestro lugar? En una escena, Evan acciona el tocadiscos y cuando empieza a sonar La creación de Haydn, Karamakate le pregunta: ‘¿Qué cuenta?’. A lo que responde: ‘Cómo Dios creó al mundo’. Entonces, el viejo chamán le revela: ‘En esta música tuya está el camino. Escucha’. Ante esta tajante afirmación de que la música guarda una dirección vital, el escéptico Evan le reprocha, que es muy bello pero que solo es un cuento. Más adelante el indígena insiste: ‘El mundo habla. Yo solo sé escuchar. Escucha la canción de tus ancestros. Aquí está la respuesta. Pero escucha de verdad. No solo lo que dicen tus oídos’.
Esto es ficción, pero ofrece un diálogo interesante y pone en el ojo del huracán la clave: escuchar de verdad. ¿Cuántas veces escuchamos verdaderamente lo que nos dicen los sonidos? ¿Cuántas veces reconocemos en la música la sabiduría que puede ofrecernos, más allá de su visible belleza? ¿Cuántas veces aceptamos que la música puede descubrirnos nuestra esencia? ¿Cuántas veces tomamos a la música como guía de nuestro destino? ¿No nos toca el alma? ¿No nos canta el amor? ¿No nos sumerge en batallas espirituales? ¿No nos impulsa y alienta? ¿No mueve lo imperecedero que hay en nosotros? ¿No nos arranca himnos inmortales? ¿No celebramos con ella la vida y la muerte? ¿Cuántos de nosotros no vagamos por el mundo como cascaras vacías o semivacías? ¿Cuántos no andamos perdidos en nuestra realidad humana? ¿Cuántos no nos movemos desvinculados de nuestra propia esencia?
En el ser humano hay un centro de gravedad que cohesiona la identidad personal y que, extrañamente, a la vez nos conecta con el sentido último. El filósofo Emil Cioran llega a afirmar que si no tuviéramos alma la música nos la construiría. Nos enamoramos de los sonidos cuando conectan con lo más sagrado de nuestra naturaleza. La música es capaz de encender nuestra mirada, de danzar con nuestra consciencia, de proporcionarnos momentos de paz interior y reflexión espiritual y de reforzar nuestra identidad personal. La música clásica, nombrada como lenguaje del alma, con su capacidad para conectar emocionalmente y proporcionar estructura y disciplina, es una herramienta valiosa para el cambio positivo en las vidas de aquellos que enfrentan desafíos significativos. Influye de manera integral en el ser humano, ofreciendo beneficios emocionales, cognitivos, físicos, sociales y espirituales. Esta influencia multifacética hace de ella una herramienta poderosa para el desarrollo personal y el bienestar general. Hay algo en la música, un innombrable al que misteriosamente responde el innombrable que conforma nuestro ser, y entre ellos se da una comunicación de sabiduría ancestral e intemporal. Curiosamente el arte del tiempo nos habla de lo atemporal. En su libro Sobre la música Schopenhauer expone:
‘Es un arte tan grande y admirable, obra tan poderosamente sobre el espíritu del hombre, repercute en él de manera tan potente y magnífica, que puede ser comparada a una lengua universal, cuya claridad y elocuencia superan en mucho a todos los idiomas de la tierra. Desde nuestro punto de vista, que está caracterizado por el efecto estético, tenemos que reconocerle una importancia mucho más seria y profunda, ya que se refiere a la esencia interior del mundo y de nuestro yo’.
Personalmente he de decir que, tras más de treinta años de relación con la música, individualmente hubiera perecido sin ella. Coincido con Chaikovski en que, si no fuese por la música, habría más razones para volverse loco. O como sentenció Nietzsche, la vida no tendría sentido sin la música, porque sin música la vida sería un error.
He aprendido a escuchar de verdad, como reclamaba Karamakate. Musicosophia, y en línea con lo que decía Schopenhauer, me ha llevado explorar la esencia interior del mundo y del yo a través de la música, de sus emociones, de su sabiduría, de su belleza, de su verdad, de su creatividad, de su potencia y de su inherente fuerza de elevación. La música me ha proporcionado mis grandes referentes personales, ha contribuido en el desarrollo de mi sensibilidad, me ha hecho confiar en el espíritu humano y me ha conducido por viajes emocionales y espirituales mucho más allá de lo imaginable, de mis límites inmediatos, ensanchando mis horizontes.
En ocasiones esta interacción con la fuerza musical implica efectos físicos, nos pone la piel de gallina, nos provoca el llanto, agita nuestro corazón, haciéndonos ver la punta del Iceberg de esa fuerza espiritual que escapa del reino impalpable. Grieg nos cuenta como en una ocasión escuchando una interpretación de violín la música parecía arrancarle el corazón con un hilo dorado:
‘Me dejaba hechizado con una fuerza misteriosa e indefinible que tan pronto me hacía llorar como reír… Reía de gozo por su gran habilidad técnica, y lloraba cuando, con su melodía poderosa, me ataba el corazón con un hilo dorado y me daba miedo que incluso llegara a arrancármelo’.
La música clásica puede llevar a experiencias trascendentales y espirituales, ayudando a las personas a explorar aspectos profundos de su existencia y a encontrar un sentido de propósito y significado en la vida. La música clásica trasmite valores universales y contribuye a la construcción de la identidad humana al ofrecer un medio rico y complejo para la exploración y la expresión de emociones, el desarrollo cognitivo, la conexión cultural, la cohesión social y la exploración espiritual. Estos elementos combinados contribuyen a formar identidades personales y colectivas más ricas, complejas y empáticas. Al interactuar con la música clásica, las personas pueden desarrollar una identidad más profunda y completa, tanto a nivel individual como colectivo.
Susana Haydee Beatriz DI FRANCO dice
Creo un 100% en lo expresado sobre la música