Por Alfonso Carraté
Escribo este editorial el día en que recibimos por primera vez la noticia de que en España hemos tenido menos de 400 fallecimientos. No digo ‘la buena noticia’ porque siguen siendo demasiados y detrás de cada uno de ellos hay un drama familiar mucho más intenso que los fríos números.
Sin embargo, son precisamente las cifras las que nos invitan a ser optimistas y a pensar que, con el esfuerzo de todos, acabaremos saliendo adelante. Una buena prueba de ello (del esfuerzo colectivo) la ha dado el sector cultural en las últimas semanas, ante el estado de alarma. Me atrevería a afirmar que no recuerdo otra ocasión, en mis años de vida profesional, en la que todas las personas y asociaciones relacionadas con las artes escénicas se hayan unido de forma análoga.
Tras la metedura de pata de nuestro ministro, José Manuel Rodríguez Uribes, diciendo públicamente que el sector de la cultura ya estaba siendo atendido por las ayudas del Gobierno a todos los sectores y personas necesitadas, el clamor fue unánime. Lo dijo en respuesta a un intenso (y muy serio) trabajo previo que desembocó en una serie de propuestas por parte del sector para que fueran atendidas sus peculiaridades, consecuencia de su especial idiosincrasia. El ministro, o bien no lo vio, o bien no quiso verlo.
Pero al día siguiente, la avalancha de declaraciones públicas, cartas y todo tipo de llamamientos fueron tan abrumadores que por fin se hizo la luz: ningún artista pretende ser más ni recibir más beneficios que otros profesionales; lo imprescindible es que pueda recibir, al menos, la misma protección que otros. Un cantante no es más que un electricista, ni un director de orquesta merecería más que un carpintero.
Sin embargo, su trabajo se desarrolla en el tiempo y en el espacio de una forma tan diferente a los demás que, por sistema, cantante y director de orquesta se quedaban inevitablemente fuera de las ayudas ideadas por el Gobierno. De este modo pudimos comprobar, no sin sorpresa pero con gran alegría, cómo en pocos días se produjo un giro de ciento ochenta grados, con consecuencias inéditas: una, el ministro Uribes rectificó y prometió una reunión con su colega de Hacienda y los responsables de Cultura de las comunidades autónomas para buscar soluciones reales e inmediatas; y dos (y esto sí que merece la pena contarlo porque no ha sucedido jamás en la historia reciente de España), pudimos ver a un presidente del Gobierno de la nación mencionando la palabra ‘cultura’ en unas declaraciones públicas en televisión. Juro que no lo había visto antes, ni en campaña electoral, ni en jamás de los jamases. Y Pedro Sánchez lo ha hecho dos veces en pocos días.
Vamos, que el mensaje caló, el esfuerzo colectivo ha hecho que se oiga nuestra voz y la Cultura (me gusta escribirlo con mayúsculas) promete ser protegida por quien puede protegerla, aparte de todos los que formamos humildemente parte de ella: su ministerio competente.
Así, el pasado fin de semana fue prolijo en noticias esperanzadoras por parte del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM) y del propio Ministerio de Cultura y Deportes. Ante la incertidumbre terrible que supone el hecho innegable de que una inmensa mayoría de la vida cultural (conciertos, teatros, museos, festivales…) se desarrollan en espacios públicos que requieren cierta aglomeración de seres humanos, lo cual nos induce a pensar que, aunque la vida se vaya recuperando paulatinamente, quizá todo este tipo de eventos tarden muchos meses en poder volver a la normalidad, esas noticias anunciando medidas, tanto para apoyar al sector durante la crisis como para seguirlo haciendo a posteriori, son un bálsamo para todos nosotros.
Nos sentíamos huérfanos y olvidados. Ahora nos podemos sentir esperanzados. Solo cabe confiar en que esa esperanza no se vea truncada por una realidad que la defraude. El estado de alarma para la música durará mucho más que el del resto del país. Las consecuencias podrían destruir miles de puestos de trabajo y dejar inactivos a los artistas, privando al público del bien más preciado de la humanidad junto del alimento del cuerpo y la salud: el alimento del alma.
Aguardamos con ansia las soluciones, señor ministro. Las ideas ya se las han proporcionado los especialistas del sector, a través de 52 medidas propuestas. Solo hay que ponerlas en marcha.
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