Este título de ópera francesa, que tan raro puede resultar a los lectores, pertenece a la producción de un compositor no menos extraño para los oídos líricos de nuestros días: Daniel-François-Esprit Auber (1782–1871). Se trata de uno de esos compositores que en su tiempo alcanzaron máxima fama y fortuna en el campo de la ópera, pero que en la actualidad, al igual que le ocurre a Franz von Suppé o a Jacques Offenbach, son recordados en mayor medida a través de las oberturas, privilegiadas en los atriles de medio mundo, de sus obras escénicas.
Por Roberto Montes
De ese modo, la música más conocida y divulgada de Auber la conforman un puñado de oberturas, entre las que destacan las de Fra Diavolo, Los diamantes de la Corona, El Dominó Negro, El caballo de bronce y también la de La muda de Portici. Eso sí, en su época, Auber permaneció en un primerísimo plano en la vida musical francesa tanto por su enorme y exitosa producción lírica como por haber ocupado durante una treintena de años el ilustre puesto de director del Conservatorio de París.
Orígenes relacionados con la monarquía
No está de más internarse en la biografía de tan solícito autor, nacido en Caen, Normandía, el 29 de enero de 1782. El abuelo de Auber era pintor real bajo el reinado de Luis XVI, y su padre fue mayoral de caza del mismo monarca, quien fue a su vez pintor y gran aficionado a la música. Después de la Revolución de 1789, abrió un almacén de láminas, así, el joven Auber fue predestinado por su padre para continuar con el negocio, pero le fue permitido satisfacer su ilusión por la música y aprendió, a temprana edad, a tocar algunos instrumentos. En 1802, Auber fue enviado a Londres para aprender inglés y comercio, regresando dos años después al reanudarse las hostilidades entre Francia e Inglaterra como consecuencia de la ruptura entre ambas naciones del Tratado de Amiens.
De regreso a Francia, Auber comenzó su carrera musical como aficionado, compartiendo esta afición con el boyante negocio familiar de estampación de láminas. Durante este tiempo compuso una pequeña ópera cómica, L’Erreur d’un moment, interpretada por una sociedad de aficionados a la música de París, la cual, pese a su nulo éxito, le permitió ser acogido como alumno de Luigi Cherubini en el Conservatorio de la capital francesa, con la inmediata consecución de algunas composiciones instrumentales. Por entonces escribió Auber también Jean de Couvin, ópera cómica en tres actos. Se orientó entonces hacia el teatro lírico, para el que escribió cerca de setenta partituras. Su primera representación se efectuó en el teatro Feydeau el 27 de febrero de 1813 con el Séjour militaire, obra de éxito mediocre, y seis años después se representó en el mismo teatro Le Testament et les billets deux.
Entretanto, el padre de Auber muere arruinado, por lo que el joven intentará vivir de la música. En 1820 escribe La Bergère chatelaine y descubre por entonces la música de Gioacchino Rossini, de notable influencia en su obra. Conoce también en 1823, a Eugène Scribe, autor de libretos de ópera muy famosos, con el que estableció buena relación y fue directo colaborador hasta su muerte. De la pluma de Scribe y la inventiva musical de Daniel Auber surgieron decenas de óperas, de las cuales alcanzaron mayor popularidad La muda de Portici, de 1828, Fra diavolo, de 1830, y El Dominó Negro, en 1837. Cabe anotar que el éxito de estas óperas fue de tal magnitud que, hasta la primera década del siglo XX, cada una de ellas registró alrededor de mil representaciones sólo en París.
En efecto, Auber alcanzó la gloria con La Muette de Portici, ‘grand opéra’, obra madre del género, en cinco actos, interpretada por las afamados voces de la soprano Laure Cinti-Damoreau y del tenor Adolphe Nourrit, que desde 1828 hasta 1882 tuvo un total de quinientas cinco representaciones. Auber sucedió a su mentor Luigi Cherubini como director del Conservatorio de París en 1842, puesto que ocupó hasta su muerte en 1871. En 1825 fue elegido miembro de la Legión de Honor, consiguiendo el rango de comandante en 1847, mientras que Napoleón III le nombró Maestro de Capilla Imperial en 1857. Como un trágico acto de valor, durante el sitio alemán de París de 1870 a 1871, se quedó en la ciudad, pero las miserias sufridas enfermaron su corazón y murió el 12 de mayo de 1871.
Una muda en la ópera
La creación de La muda de Portici se remonta a 1825, cuando Germain Delavigne confeccionó el libreto para una ópera en tres actos. El tema abordado era de origen conflictivo y despertaba mucho interés, por estar relacionado con la sublevación de Nápoles ante la ocupación española, acaecida mediados del siglo XVII. Una vez fue presentado a comités de censura, el libreto tuvo que ser sometido a revisión, y así fue como surgió una segunda versión, más satisfactoria, realizada por Eugene Scribe, aunque los tres, Auber, Delavigne y Scribe, ya habían cosechado enormes éxitos en esos mismos años con óperas cómicas como La Macon de 1825 o La Beige de 1823.
En este nuevo libreto no sólo suprimió el material de mayor contenido revolucionario, sino que también se confirió un cambio hacia un nuevo estilo de ópera, la llamada ‘grand opéra’, con cinco actos, el obligado ballet, grandes pasajes corales, un colosal aparato escénico y la atención sobre las pasiones románticas antagónicas en contra de un entorno histórico de confrontación. Todo ello conforma el estándar que da forma al resto de la ópera del siglo XIX. Ha de recordarse que la ‘grand opéra’ francesa es una corriente de la que La muda de Portici vendría a ser la primera manifestación, la piedra de toque o número inaugural. Pero, además, ha de apuntarse que la ‘grand opéra’ jugará un papel mucho más importante en la posterior carrera tanto del libretista como del compositor. Auber escribió otros tres títulos más en este género: Le dieu et la bayadère, de 1830, Gustave III, de 1833, y Le lac des fées, de 1839. Como es sabido, la ‘grand opéra’ alcanzaría posteriormente su mayor expresión con los estrenos de títulos tan emblemáticos de Giacomo Meyerbeer como Roberto El Diablo, Los hugonotes, El profeta o La africana, o incluso La Juive de Fromental Halévy, para los que Scribe proporcionó el libreto. No obstante, la obra pionera de Auber llamó la atención del joven Richard Wagner, quien estaba deseoso de poder escribir una nueva forma de drama musical. El maestro alemán anotó que, en La muette, ‘las arias y dúos sin sentido preciso ya no habrían de detectarse jamás, y seguramente, con la excepción de una sola aria de primadonna en el primer acto, no se descubría ninguna como tal; a cada momento, era el conjunto de todo el acto lo que hilvanaba la atención y encantaba a uno….
Volcanes y revoluciones
En La muette de Portici, que también es conocida por el título de Masianello, según el nombre de su protagonista masculino, es de señalar el hecho de que se introduce el singular elemento de que Fenella, el personaje de la señorita muda que da el nombre a la obra, se presenta en escena sólo como una pantomima, interpretado por una actriz y/o bailarina. Anteriores puestas en escena del mismo tema, realizadas por los compositores Keiser, Bishop o Carafa, no habían considerado este último recurso.
Portici es una ciudad de Campania, en la provincia de Nápoles, a los pies del Vesubio. Fenella no es sino una muchacha muda que se expresa sólo con mímica, sobre unos acompañamientos orquestales. Es la hermana de un pescador llamado Masaniello, y ha sido seducida y vejada por un miembro de la gobernante élite española. Masianello se convertirá, en parte por la suerte de su hermana, en el líder de los revolucionarios que intentan rechazar el asedio de la ciudad de Nápoles por parte de los españoles en 1647. Los destinos tanto de Masianello como de su hermana muda están delicadamente entrelazados a lo largo de la ópera. Fenella es conducida al suicidio por los violentos eventos y la tragedia de su propia deshonra, mientras que él es prácticamente asesinado por los muchos hombres que condujo a la victoria sobre la nobleza española.
Empero, la ópera está basada ligeramente en los hechos narrados. Nada más iniciarse la ópera, la Princesa Elvira se ve obligada a casarse con Alfonso, el hijo del virrey español. Sin embargo, la muchacha muda Fenella le denuncia por seducirla y secuestrarla. El maltrato sufrido por ella inducen a su hermano, el pescador Masianello, a liderar la revuelta contra la ocupación española. Elvira perdona a Alfonso pero intenta encontrar a Fenella. A medida que la revolución se aleja del control de Masianello, Alfonso y Elvira buscan refugio en la cabaña del pescador, arriesgándose a ser pasto de la furia de su amigo rebelde Pietro por protegerles. Pietro ve a Masianello como un traidor y un tirano en potencia y él pide que los entregue, pero Pietro envenena a Masianello, quien consigue salvar a Elvira incluso mientras se muere. Alfonso marcha al frente de la armada española contra los rebeldes y rescata a Elvira. Al final de la ópera, como toque espectacular propia de la ‘grand opéra’ y como uno de los efectos clásicos de Scribe en este tipo de obras, el monte Vesubio entra en erupción y Fenella se arroja desesperada a la lava del cráter.
Una vez vio completado el libreto definitivo, Daniel Auber desarrolló su trabajo durante un período de tres meses. El estreno de La muda de Portici en el Teatro de la Academia Real de Música de París, tuvo lugar el 29 de febrero de 1828, dirigida por François Antoine Habeneck, con un éxito inmediato, cuya temática patriótica y libertaria llegó a encender verdaderamente fuertes pasiones. El papel de Masianello lo interpretó el famoso tenor Adolphe Nourrit, y la Princesa Elvira la cantó Laure Cinti-Damoreau. La bailarina Laure Noblet interpretó el papel principal de muda, un rol posteriormente tomado por actrices como Fanny Taglioni o Harriet Smithson, la futura esposa de Héctor Berlioz e inspiradora de su Sinfonía fantástica.
Tal fervor político de la historia y su música hicieron de La muda una obra inmediatamente popular por toda Europa. Se puede subrayar al respecto el hecho de que durante su representación en Bruselas, el 25 de agosto de 1830, se produjo un gran tumulto. Fue tal la exaltación de la audiencia, quien vio reflejada la represión ofrecida por los holandeses en el sitio de Nápoles por los españoles, que sirvió de señal para el inflamado ánimo que desencadenó el comienzo de un movimiento popular que llevaría a los belgas a independizarse de Holanda.