Por Fabiana Sans Arcílagos
Sebastián Durón Picazo, organista y compositor español oriundo de Brihuega (Guadalajara), fue bautizado el 19 de abril de 1660. Sus inicios en la música están vinculados a su padre, sacristán de la iglesia de la localidad y, tras la muerte de este, a Andrés de Sola Ximénez, organista de la Catedral de San Salvador (La Seo de Zaragoza), del que fue su ayudante algunos meses.
Con 19 años, y gracias al apoyo de Alonso Xuárez, otro de sus maestros, Durón se traslada a Sevilla como segundo organista de la Catedral hasta 1685, fecha en la que es asignado como primer organista de la Catedral de Burgo de Osma (Soria). Un año después, ocupará ese mismo puesto en la Catedral de Palencia. Durante su estancia en Sevilla compone algunas obras litúrgicas, probablemente para la celebración de la Semana Santa, y algunos villancicos para el coro de la Catedral, mientras que en Palencia, además de organista, se dedicó a la enseñanza y a la composición.
Pero el gran salto del compositor se produciría cuando, el 23 de septiembre de 1691, fue contratado como organista de la Real Capilla, nombrado por Carlos II y bajo la dirección de José de Torres y Martínez. Según Louise K. Stein, en 1697 Durón se había distinguido en la corte no solo por sus excelentes composiciones sagradas, sino sobre todo como compositor teatral superior, considerado ‘sin igual’. La primera composición teatral fue la zarzuela Salir el amor del mundo (1696), con letra de José de Cañizares; un año después compone Muerte en Amor es la ausencia, comedia con letra de Antonio de Zamora. En años sucesivos crea Selva encantada de Amor, Júpiter y Yo, obras a las que siguen, ente otros títulos, Apolo y Dafne, Veneno es de amor la envidia, Coronis y La guerra de los gigantes, todas con textos de los dramaturgos de moda.
Pero, retomando su historia, algunos investigadores sitúan en 1701 y otros en 1702 la designación de Sebastián Durón como maestro de la Real Capilla y rector del Real Colegio de Niños Cantorcicos, sin duda, dos de los cargos más importantes de la época. Además de estos cargos, el músico asumió las composiciones para los festejos reales, nobiliarios y oficios religiosos. Pero, a pesar de la importancia de su cargo y su estrecha relación con la corte, la defensa de la Casa de Austria por parte del músico fue, precisamente, la que lo llevó a su exilio en Francia.
La difícil situación política que se sufría por la sucesión al trono español tras la muerte de Carlos II creó un conflicto entre los querían mantener la dinastía de los Habsburgo y los que estaban a favor de Felipe V y, por ende, con el ascenso de los Borbones a la corona española. Estos conflictos se hicieron cada vez más evidentes y, en 1706, el archiduque Carlos de Austria ocupa junto a las tropas imperiales la ciudad de Toledo. La celebración de este hecho, las reuniones conspiratorias y el festejo por la posible entrada a Madrid de los Austrias con el recibimiento de la Capilla de música, evidenciaron el apoyo de Durón a la causa austriaca en la Guerra de Sucesión española, lo que propició su destierro y salida de la corte. Huyó a Bayona (Francia), al servicio de Mariana de Neoburgo, segunda esposa y viuda de Carlos II, quien lo nombró limosnero mayor, capellán de honor y consejero. Fallece a los 56 años en Cambo-les-Bains, el 3 de agosto de 1716, aquejado, posiblemente, de una tuberculosis.
Según nos relata Stein, la integración musical de estilos nacionales con algunos géneros extranjeros llevaron a Durón a ser severamente criticado por los más nacionalistas. A pesar de esto, ‘sus partituras demuestran la coexistencia de estilos musicales autóctonos e importados que llegaron a caracterizar la vida musical en Madrid a principios del siglo XVIII’. Pero, independientemente de la pureza de las tradiciones, para el autor, Sebastián Durón debe ser reconocido como uno de los compositores más importantes de la música teatral española, al lado de nombres como los de Juan de Navas y Antonio de Literes.
Ópera escénica deducida de la guerra de los gigantes
Como hemos dicho, España y Francia pasaban por una crisis política que ponía en juego la sucesión al trono de Carlos II. Felipe V, bisnieto de Luis XIV, se hacía con el trono español, acabando con la dinastía de los Habsburgo e iniciando la estirpe borbónica en España. En este maremágnum político, Durón, quien, como ya sabemos, era compositor en la Real Capilla, y a pesar de su posición a favor de los Austria, compuso una de las obras más representativas de la época, la Ópera escénica deducida de la guerra de los gigantes.
Escrita como una comisión para el conde de Salvatierra, la ópera escénica se dibuja entre una multiplicidad de alegorías musicales. Tras una introducción por parte de La Fama, El Tiempo, La Inmortalidad y El Silencio, quienes repasan cada uno sus méritos para saber quién es digno de cantar las alabanzas en el casamiento de Minerva y Júpiter, Palante, rey de los gigantes, convoca a sus súbditos para informarles de que planea conquistar el Olimpo. Júpiter, que se entera de esta situación, llama a Minerva y le hace saber que su poder es mayor al de los gigantes. Minerva, increpa al dios y le aconseja contar con Hércules para su lucha. Júpiter no confía en Hércules por no ser de naturaleza divina pero, ante la sugerencia de Minerva, este es llamado al Olimpo. Hércules, que siente la necesidad de demostrar su poder, se enfurece por la noticia de la traición de los gigantes y forma el ejército de los dioses.
Se inicia la guerra entre los dioses y los gigantes; unos y otros empiezan a acobardarse pero, finalmente, Minerva, quien anima a Júpiter, ayuda a los dioses a vencer al ejército de los gigantes, que han huido. Minerva, busca a Palante y consigue darle muerte clavándole una lanza. La celebración del triunfo sobre los gigantes engalana a Minerva, quien cambia su nombre al de Palas, como deferencia por haber dado muerte a Palante.
En un acto y seis escenas Durón nos relata una guerra de ‘sucesión’ con múltiples alegorías musicales, aunque realmente la obra ‘se hizo para celebrar el anuncio del enlace del rey Felipe V con María Luisa Gabriela de Saboya’. Esta teoría es la que sustenta la investigación de Raúl Angulo Díaz y Antoni Pons Seguí en su edición crítica. Para estos musicólogos la introducción de la ópera ya sugiere que el papel de Minerva realmente hace alusión a María Luisa de Saboya y, a través de las loas encomiásticas, se puede percibir que La Fama aplaude la hermosura y otras bondades de Melisa, contracción de María Luisa.
Pero, como hemos comentado, existen otras tesis respecto a la dedicatoria de la ópera. Según la edición crítica de Antonio Martín Moreno, realizada para el Instituto Complutense de Ciencias Musicales (ICCMU), esta se compuso para ‘celebrar el enlace entre José Francisco Sarmiento de Sotomayor y Velasco, V conde de Salvatierra, con doña María Leonor Dávila López de Zuñiga, IX marquesa de Loriana’, sustentando su argumento en que en la portada se dice que la obra fue escrita para el conde y la segunda, que hace alusión a una boda.
Pero, si bien nosotros apoyamos la tesis de Angulo y Pons, ambas ediciones coinciden en que la ópera es un claro homenaje a Felipe V y a la Guerra de Sucesión de España. El argumento hace directa alegoría a la situación política, simbolizando al archiduque Carlos de Austria en Palante, al recién coronado rey de España en Hércules y a María Luisa de Saboya en Minerva.
Curiosamente, otro de los detalles inciertos de esta ópera versa sobre su libretista, identidad que aún no ha sido reconocida. Las investigaciones arrojan el nombre de Juan Simón Barber como copista, pero sin poder descifrar la autoría del texto. Lo que sí pueden asegurar es que este no forma parte de los libretos escritos por Cañizares y otro autor de la época con relativa fama, ya que en alguna de las estrofas de la ópera el libretista se disculpa por la osadía de escribir un relato para la ocasión. Sobre esto, esperemos que próximas investigaciones puedan arrojar más pistas.
Por otro lado, y convirtiéndose esta ópera en un sinfín de detalles inciertos, tenemos la fecha de su estreno. Todas la investigaciones coinciden en que, a pesar de poder indagar el motivo de celebración, no es posible confirmar la fecha de su representación. La ausencia de documentos y los pocos datos que se tienen en el propio manuscrito no pueden concretar un espacio y tiempo de estreno pero, nuevamente, los musicólogos de Ars Hispana nos proponen que podría haberse representado entre mayo y noviembre de 1701.
Música para los gigantes
Hasta este punto hemos recordado a Sebastián Durón y contextualizado su ‘guerra’ desde varios frentes pero, ahora nos gustaría acotar ciertos detalles que hacen de esta ópera una de las partituras más especiales de este compositor español.
El manuscrito de La guerra de los gigantes cuenta con el sello de la Real Capilla y es resguardado en la Biblioteca Nacional de España con una encuadernación de lujo, elegante y presuntuosa, de la que se puede deducir que ha llegado a nuestras manos no por su uso musical, sino como una ofrenda para la corte. Además, es la primera partitura española que hace alusión a la palabra ‘ópera’; esta curiosidad la convierte, según Antonio Martín Moreno, en ‘uno de los pocos ejemplos de este género musical en el Barroco español’.
Respecto a sus características musicales, los investigadores concuerdan en que ‘se aleja de algunas prácticas de la música escénica española de siglo XVII’, situándose en un estadio medio en las composiciones del autor. Comentan que vocalmente domina la escritura más silábica, pero que en algunos casos se incluyen pequeños melismas que sugieren pasajes con mayor dificultad y virtuosismo. Por su parte, Durón rompe con la imitación netamente vocal de los instrumentos, tratándolos ‘de un modo decididamente idiomático’. Además, se pueden encontrar una sucesión de escalas ascendentes y descendentes en el violín que dibujan con los sonidos las palabras.
Angulo y Pons destacan que en esta ópera se encuentra indicada explícitamente y por primera vez en una composición de Durón una ‘arieta’ en la partitura. Esta es un lamento entonado por Palante al ser herido por Minerva y, al ser la única con esta denominación en toda la ópera, es un signo que denota los recursos que empezaba a utilizar el compositor para obras posteriores. Se suman a las particularidades de esta ópera la genialidad en la construcción de un lenguaje y estructura ‘propios’, ya que no coinciden con otros de los géneros musicales del momento, es decir, el dramma per musica y la fábula mitológica.
Lo que sí es cierto es que Sebastián Durón no solo aportó una parte importante de la tradición de la música escénica española, ya que se dejan ver coplas y tonadas, sino que aporta novedades con la incorporación de características del estilo italiano, tal como se percibe en el recitado que entona Júpiter, ‘Y ya que varado el vuelo’, y en la arieta que hemos comentado, ‘Ay que el golpe del ceño cruel’.
NOTA: Para la redacción de este texto tomamos como base la edición crítica editada por Ars Hispana, en la que se hace un estudio pormenorizado de esta obra. Además, se han cotejado datos con otros textos especializados sobre el compositor y la obra.
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