En recuerdo de Niccolò Paganini, fallecido el 27 de mayo de 1840
Por Ángel Tomás Lázaro
Sin voz, habló, aún faltaban dos años para su muerte, una extraordinaria impresión y una sincera gratitud le movían a ello: —Nunca había estado más poderosamente impresionado en un concierto—, le dijo un señor de extraña silueta al compositor.
A causa de ser inaudibles los sonidos que emitía, el hombre, se sirvió de la boca de su hijo Aquiles para proseguir ratificando la fuerza de su conmoción, tenía que hacer evidente su impacto: —Sería capaz de inclinarme ante usted para agradecerle esta música—.
Frente a la incredulidad y escepticismo del compositor, el conmocionado lo agarró y lo arrastró al escenario y para sorpresa de la orquesta y el público aún presente, se postró ante él y arrodillado le besó la mano lleno de devoción. Fue un gesto espontáneo fruto de un enorme sobrecogimiento musical. Paganini se inclinó ante Berlioz, ante su música. Sucedía el 16 de diciembre de 1838, tras un concierto de la sinfonía Harold en Italia.
Pero la impresión del virtuoso era mayúscula, y este gesto no le debió parecer suficiente, ni acorde a lo que había recibido de la música, necesitaba de otra acción sensacional para demostrarlo, de modo que a los pocos días le hizo llegar la extraordinaria cantidad de 20.000 francos, acompañada de una nota donde reconocía entre otras palabras: ‘He escuchado tu divina composición, muy digno del genio de Beethoven’.
Berlioz debió comprender entonces el alcance y el efecto que produjo su música en el alma agitada del mayor prodigio del violín. Fue a su encuentro y le abrazó, el violinista le recordó el enorme impacto musical recibido: ‘No diga nada más, no hables de eso, ni una palabra más. Es el mayor placer que he sentido en mi vida. Nunca sabrás cómo me afectó tu música; son muchos años desde que sentía algo así’.
El arrodillado agradecido no era un personaje ajeno al escenario, él mismo, con su música había ocasionado incontables arrebatos por toda Europa. Un musicólogo animaba a vender todo lo que se poseyera para poder ir a escucharlo, los elogios se sucedían, era lo más milagroso, lo más triunfante y lo más extraordinario (Francois Castil-Blaze, musicólogo).
Los comentarios decían que, pasando por el intelecto, su música llegaba a levantar pasiones, que tocaba divinamente. Al parecer su alma incandescente irradiaba fuego a los corazones, acariciaba almas, transportaba a otro mundo. Producía sonidos de lo imposible. Todos quedaban extasiados. En el lado contrario se hablaba de un personaje sombrío y de una música de exhibición. ¿Se trataba solo de esperpento, circo y música o, por el contrario, estaba en contacto con el alma de la música?
Su música inspiró a otros compositores, Brahms, Rajmáninov, Liszt… Aún hoy en pocos casos se puede dar vida a parte de su obra por la increíble exigencia técnica, por el virtuosismo imprescindible para su realización.
Unos años antes Paganini había visitado al compositor para solicitarle una composición para viola. Tenía una Stradivarius que quería emplear, pero no le bastaba cualquier música, necesitaba una que respondiera a una alta aspiración, que por un lado implicara un exigente dominio técnico y por otro que fuera inspirada. Él no se sentía capaz de crearla, estaba enfermo, por eso buscó ayuda.
El proyecto no fructificó como tal, pero finalmente derivó en esta sinfonía, en la que Berlioz introdujo ‘la viola como una especie de soñador melancólico, en el estilo de Childe Harold de Lord Byron’, según hizo constar en su diario. El personaje de referencia era un héroe marginado y nunca satisfecho. Un héroe que debía de habitar en el fondo de la compleja alma del oyente italiano y que gracias a la música debió reconocer en forma inteligible para el corazón. Escuchar forma héroes, ya Homero señalaría como conveniente al espíritu del héroe (Aquiles) el ejercitase con la belleza perfecta de las melodías.
¿Por qué le impactó tanto? Nunca lo sabremos con exactitud. Solo que en lo más profundo había vivido algo asombroso. Vamos a ver si podemos averiguar algo más de este suceso.
Él no formó parte de los músicos que interpretaron la sinfonía, pero de algún modo esa sinfonía había partido de una petición suya, de algún modo iba dirigida a él. Acertó con su encargo al confiar en el genio de Berlioz. Aunque la obra no llegó a concretase en forma de concierto como él deseó, sí pudo vivirla como oyente. Esta circunstancia le facilitó poder concentrarse más en lo que vivía en los sonidos que en los detalles de la ejecución. Pudo acceder a la verdad de los sonidos, estaba abierto a ella, a la experiencia que colma de dicha, debió de suceder algo similar a lo que describe Pirfano: ‘Cuando el observador se encuentra en disposición de poder acceder a la verdad latente en la obra de arte, esta irrumpe con enorme fuerza —rasgando los velos con que amorosamente se oculta— y brinda una claridad y una dicha inefables. Ante estas solo cabe inclinarse respetuosamente y callar. Es precisamente entonces cuando el hombre —tanto el artista como el espectador— puede ‘recrearse’ en la obra de arte, porque la obra de arte se ‘re-crea’ en él’ (Pirfano, Íñigo. Ebrietas. Ediciones Encuentro, 2019, pág. 70).
Inclinarse y callar. ¿No fue lo que hizo, no vivió ese encuentro de rasgadura y dicha? Parece evidente que la sinfonía se ‘re-creó’ en él, pues llamó divina a la música y en ella reconoció el fuego del genio. En el centro de su ser algo resplandeció y le proporcionó una vivencia excepcional.
Esta claridad inefable que otorga el encuentro con la música no es algo puntual y exclusivo experimentado por Paganini, muy al contrario, parece algo tipificado en el ámbito artístico como un encuentro deseado que debe producirse entre el público y la obra. El arte busca a la persona y la persona busca al arte, la belleza ofrece un punto de encuentro, en esa conexión el ser entiende su dimensión y se hace incandescente.
Berlioz no tuvo su contrapartida como oyente, nunca escuchó tocar a Paganini, pero sin embargo sí habla de la irresistible influencia que ejercía en el público: ‘Paganini a fuerza de excitar violentamente la imaginación y el corazón de los parisinos, les hizo olvidarse de la muerte que planeaba sobre ellos’ (Berlioz, Hector. Las tertulias de la orquesta. AKAL, 2015, pág. 172.)
El virtuoso entró en París habiendo epidemia de cólera, el terror de la plaga no pudo contener el entusiasmo de la multitud que seguía sus pasos. Listz dice de él: ‘¡Qué hombre! ¡Qué violín! ¡Qué artista! Cuanto sufrimiento, cuanta angustia, cuanto tormento pueden expresar esas cuatro cuerdas’.
¿Qué esperamos de la música para anteponerla al miedo a la muerte, y por la que agradecidos podemos arrodillamos y pagar generosamente? ¿Que nos emocione? Si atendemos a la demanda de Cicerot a los artistas: ‘Sobre todo, emocionadme, sorprendedme, desgarrad mi corazón; hacerme temblar, llorar, estremecerme, insultadme; maravillad después mis ojos si podéis’. Está claro que es un tipo de emoción que implica maravillarse desde lo más esencial de nuestra naturaleza.
La música, como a Paganini, nos recuerda que en nuestro interior tenemos un ser que busca ‘un no sé qué’. Nuestra indicación más evidente para seguir esa luz la llamamos belleza, verdad y bondad, o de modo más global la gran certeza. Paganini se encontró con ella, ¿no vendría de ese encuentro el calificativo de divina música?
¿Qué implica el sobrecogimiento profundo? La capacidad para reconocer la belleza es milagrosa para Tanner Mark. En su libro Música y meditación expone: ‘Si un sonido bello es algo milagroso, nuestra capacidad para reconocerlo al instante como tal no lo es menos’. Pero ante esta belleza y este estremecimiento son posibles varias respuestas. Por un lado, podemos sentir gratitud, y, por otro, negarnos a ella.
¿Puede la belleza musical abrumarnos? ¿Por qué? Hay personas a las que la belleza les intimida y retroceden. A veces cuando esa luz surge, o simplemente se entrevé que remotamente pueda existir, de inmediato aparece el rechazo.
Es conocido que Freud despreciaba la música, le parecía algo inexplicable por medios racionales. No era capaz de encontrar el modo de razonar el hecho de ser conmovido sin poder saber la causa: ‘Sin embargo, no puedo hacer esto con la música, soy casi completamente incapaz de obtener placer de ella. Algún giro racional o analítico de mi mente se rebela ante la posibilidad de ser conmovido por una cosa sin saber por qué estoy siendo afectado y qué es lo que me afecta’.
He encontrado una explicación interesante: ‘Fue esta ausencia de sentido en la música lo que hizo que Freud se alejara, el no poder pasar a palabras, pues con la música se puede sentir que algo habla pero no dice nada, algo hermoso, desgarrador, oscuro, brillante, que no puede ser nombrado’ (Ramos, Iván. Música, esa acompañante obscena).
¿Cuál es la causa de la conmoción? ‘Hay que traspasar el sentido racional, ir más allá, al encuentro del ser con la certeza. Encontrar otra realidad posible implica una modificación en la línea de vida. Si la obra de arte es auténtica, legítima, en ella acontece la verdad. Y en esa medida resulta bella, grande, poderosa. Esta belleza reclama tanto el concurso de la razón como el de la sensibilidad, del logos y del gusto. El acceso a la obra artística, por tanto, compromete a la persona completa, a su entendimiento y a su voluntad. Nos permite conocer el mundo y a nosotros en lo más íntimo y real. Y ese entendimiento nos interpela; solicita de nosotros una respuesta. Por eso el arte puede hacernos mejores’ (Pirfano, Íñigo. Ebrietas. Ediciones Encuentro, 2019, pág. 72.).
Steiner también nos recuerda que cualquier arte que merezca la pena cambia la vida, nos hace preguntas directas a lo más esencial: ‘—¿Qué sientes, qué piensas de las posibilidades de vida, de las formas alternativas de ser que están implícitas en tu experiencia de mí, en nuestro encuentro?— El arte y la literatura serios son de una indiscreción total. Preguntan por las más hondas intimidades de nuestra existencia’ (Steiner, George. Presencias reales. Ediciones Destino, 2007, pág. 184).
El gran arte nos cambia. La música nos desnuda, conoce nuestros secretos, y nos nombra por nuestra esencia. Exige cierto valor.
Una de las definiciones que encontramos sobre la belleza dice: ‘Cualidad de una persona, animal o cosa capaz de provocar en quien los contempla o los escucha un placer sensorial, intelectual o espiritual’ (Diccionario Vox).
¿De qué placer se habla? Según Schopenhauer, no es un gozo cotidiano, el arte da cuenta de la esencia interior del mundo y del ser humano: ‘Si el contenido que la música nos produce no fuera otra cosa, se podría comparar a la satisfacción que experimentamos cuando resolvemos un problema matemático, y no sería aquel íntimo gozo con que se expresa en nosotros una voz interior. Desde nuestro punto de vista, que está caracterizado por el efecto estético, tenemos que reconocerle una importancia mucho más seria y profunda, que se refiere a la esencia interior del mundo y de nuestro yo’ (Schopenhauer, Arthur. Sobre la música. Casimiro libros, 2016, pág. 34.).
‘Arte verdadero. Belleza verdadera. Cuestiones, también interminables e inagotables. Pero que suponen una vía de conocimiento, al dar cuenta de su verdad fundamental: Al dar cuenta de la verdad más íntima y fundamental del hombre —su dignidad, su irrepetibilidad— el arte se presenta como una de las más impresionantes vías de conocimiento, como una auténtica fuente de revelación. Frente a esta belleza “terrible” con la que la verdad acontece en la obra artística, todas las demás cosas poseen un valor relativo. Es esta una belleza interpelante y redentora, indemostrable e indubitable a un tiempo, y corresponde a la manera de mirar del enamorado’ (Pirfano, Íñigo. Ebrietas. Ediciones Encuentro, 2019, pág. 80-81).
Musicosophia, primera escuela internacional para la formación de oyentes, plantea facilitar ese encuentro: que la persona ponga en marcha su inteligencia, su creatividad, su sensibilidad, sus emociones con la música para que esa corriente de la que es portadora le haga vivir lo que contiene, verdad, conocimiento, belleza… Cuando se interpreta una melorritmia la persona se convierte en un instrumento de resonancia con la música.
El psicólogo que ha sido revolucionario con la idea de inteligencias múltiples, Howard Gardner, confiesa que gracias a la música se pierde en cuestiones de alcance cósmico, y ese perderse le mejora y ennoblece. ¿No es una constatación de lo que busca el ser humano y lo que busca el arte, y de que ese encuentro se produce y fructifica?
‘Sin embargo, hay un ámbito de mi vida en el que tengo ciertas experiencias que otros atribuyen a lo espiritual: me refiero a la música. Cuando escucho o interpreto determinados tipos de música, las preocupaciones mundanas se desvanecen, pierdo la noción del tiempo y del espacio y, de vez en cuando, mi mente se pierde en cuestiones de alcance cósmico (…) Pero realmente tengo la sensación de que me encuentro ante los aspectos formales de estos ámbitos de la existencia y este encuentro me enriquece y ennoblece, haciendo que me sienta más humilde’ (Gardner, Howard. La inteligencia reformulada. Paidós Educación, 2021, pág. 90).
La mayoría de las personas que aman la música clásica se convierten en abanderados de su causa. La música mediante la belleza nos confiesa su verdad, nuestra verdad y la verdad del mundo. Esto es lo que dice Steiner: ‘El encuentro con lo estético es, junto con ciertos modos de la experiencia religiosa y metafísica, el conjuro más “ingresivo” y transformador a que tiene acceso la experiencia humana’ (Steiner, George. Presencias reales. Ediciones Destino, 2007, pág. 32).
Ahora algo, también a tener en consideración, la belleza es un prodigio del cerebro, existe en nuestra mente, no está en lo que vemos, oímos o tocamos. Actualmente se enfoca como una construcción mental compuesta por percepciones, sentimientos y conocimientos. La belleza modifica nuestro mundo y las verdades vivas de cada sociedad, cultura o nación.
Hay un peligro en la música clásica, tal vez debería aparecer como advertencia, en sus distintos etiquetados y medios de difusión: ‘PRODUCE ELEVACIÓN’.
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