Entramos en otra dimensión, no me atrevo a calificarla de mejor o peor. Mozart, ya por entonces decididamente crítico en el tratamiento de sus óperas, había tocado temas tan delicados para la época como los argumentos de Beaumarchais, donde la aristocracia se ponía en tela de juicio. El 27 de abril de 1784 se estrenaba en París Las bodas de Fígaro. Es evidente que se estaba viviendo el hervor de lo que pronto sería la Revolución Francesa. A las autoridades, nada cándidas, no se les escapaban las intenciones; por lo mismo, el texto de Da Ponte tendría que hacer supresiones de índole política y social para evitar ‘atentados contra el buen gusto y las conveniencias sociales’; pero las simpatías, tanto del libretista como del compositor, habían quedado claras.
Por Víctor M. Burell
La flauta está en otra dirección (esta vez hacia lo popular) a través de parlamentos hablados que la sitúan dentro del singspiel; la forma más idónea para el pequeño teatro del barrio de Wieden -del que era espíritu e impulso Schikaneder, libretista de la pieza-. Desde su inauguración en 1789 con El jardinero tonto, el Wieden se había dedicado a un género fantástico, inspirado en obras de Wieland que ritmaba muy bien con el espíritu del pueblo.
Aunque la discusión sobre la paternidad del libreto de La flauta se venció en ocasiones hacia el naturalista Metzleer -que trabajaba para el teatro con el seudónimo de Giesecke- por conocedor de Sethoos (la novela iniciática del Abad Terrassont de principios de aquel siglo), cada vez se ha hecho más evidente que el transcriptor del libreto fue Schikaneder, director, actor y empresario al mismo tiempo.
La ópera alemana, de la que serían herederos Beethoven y Weber, había quedado instaurada con el Nationalsingpiel (utilización de la lengua alemana y elección de temas populares) a partir del Rapto en el serrallo. Se había impuesto, en aquella época, la falta de condescendencia de los que consideraban la ópera italiana como única ópera.
Es curioso que, entre las dificultades para el género -recordemos la censura para Da Ponte-Beaumarchais- fuere posible la publicación por Artaria del texto de La flauta, con ilustraciones harto evidentes de símbolos masones; y esto en el momento en que acababan de promulgarse decretos decisivos contra la franco-masonería.
La flauta y la masonería
La flauta mágica era una obra másonica sin paliativos tras la promulgación de las bulas papales (1738 y 1751) contra las sociedades secretas.
La emperatriz María Teresa hizo literalmente que miraba a otro lado, ante la adscripción de su marido a la secta. José II, liberal convencido, al simpatizar con las posturas nacionalistas seguiría apoyando la masonería, que permaneció a través del subterfugio de reducir a tres las ocho logias vienesas.
Mozart desde 1784 perteneció a la logia Caridad. Es a partir de 1790, con el advenimiento al trono de Leopoldo II, cuando la masonería es perseguida por la policía secreta del Estado, siendo definitivamente considerada delito en 1795, a la subida al trono de Franz I que impulsó la más absoluta de las represiones.
Es, en parte por las ideas más arraigadas por perseguidas, en parte por la popularidad del texto y la naturalidad de la música, que Die Zauberflöte fue una ópera de éxito, tanto que si la muerte de Mozart hubiera esperado no se hubiese producido en la mayor de las pobrezas. Es seguro que unas claves -entonces nada ocultas- relacionaban los personajes de la obra con personalidades de la historia del momento.
Que La flauta es un hilo esclarecedor de la masonería mozartiana no cabe duda; pero su éxito fulgurante no se debe sólo a eso. Desprendiéndonos ahora -y aún entonces- de la problemática religioso-política, esta ópera es una de las composiciones más impresionantes del catálogo universal; aunque el racionalismo de la época no hacía sino justificar por la luz los caminos hacia Dios.
El argumento y el reparto
Ópera mágica, farsa destinada a entretener al pueblo a través de un enigmatismo de ensueño masónico, para alcanzar la belleza a través del paraíso conquistado entre las dificultades humanas.
El príncipe Tamino, perseguido por un monstruo, pierde el conocimiento y es salvado por las tres emisarias de la Reina de la Noche (símbolo de la oscuridad y la permanencia en la antirazón. No hay que olvidar su género femenino. También podría ser la Iglesia Católica). El pajarero Papageno se jacta de haberle salvado, por lo que las damas le cierran la boca con un candado por su mentira, al tiempo que entregan a Tamino un retrato de Pamina (hija de la Reina), de la cual se enamora el joven de inmediato.
Su cometido será salvar a la amada, prisionera del mago Sarastro (sacerdote de Isis y Osiris), ayudado por una flauta mágica que le es entregada. Papageno le acompañará con un carillón encantado. Tres muchachos les servirán de guías.
En el palacio de Sarastro, el moro Monostatos maltrata a Pamina a la que desea, y a la que Papageno anuncia subrepticiamente que será liberada por un príncipe.
Tamino, conducido por los tres niños, llega a los templos de la Naturaleza, la Razón y la Sabiduría, donde un sacerdote le explica el porqué Sarastro (en realidad padre de Pamina. Conocimiento y razón de hombre frente a mujer) ha arrancado a su hija de la influencia de la madre.
Tamino toca la flauta y pájaros y animales salvajes se acercan a escucharle, recreándose el mito de Orfeo. La persecución de Monostatos, interrumpida por las campanillas de Papageno, cesa al obligarles a bailar, a él y a sus acompañantes, a los que Sarastro castiga por su deslealtad.
Pamina y Tamino son conducidos al templo para los iniciados. Los sacerdotes de Sarastro aparecen y se imponen las pruebas, conjurando a Tamino y Papageno para desconfiar de las mujeres a través del silencio para no ser vencidos.
En un jardín dormita Pamina bajo las miradas concupiscentes del moro. La Reina de la Noche, que aparece, entrega un puñal a su hija para matar a Sarastro. Pamina se niega, siendo éste el momento en que su padre exalta el amor contra el odio.
Papageno es visitado por una anciana repugnante que terminará siendo Papagena, su pareja como premio.
A Pamina se le ha dejado creer que Tamino no la ama, produciéndose en ella una reacción desesperada; pero el triunfo del amor por la perseverancia del príncipe en su silencio, a pesar de la desconfianza de la amada, sobrevendrá al traspasar dos pruebas más.
Pamina es conducida hasta Tamino, durante un pasaje en el que los caballeros armados leen una misteriosa inscripción evocando la muerte de manera conmovedora, a través de la melodía de un ‘coral luterano’. Se pasan las pruebas del fuego y del agua -llegándose en el plano dramático al momento crucial de la pieza-. La melodía de la flauta se eleva sobre un fondo de metal y timbales.
La Reina de la Noche, secundada por el traidor Monostatos, intenta su último asalto sobre el Templo; pero es engullida, con sus secuaces, por un terremoto mientras amanece. La ópera termina con un alegre saludo a los amantes y al amor.
Cuando en las primeras horas del 5 de diciembre de 1791 se salió a buscar un sacerdote, éste no se apresuró ante la notoria condición masónica del compositor, que murió, un poco después, sin auxilios espirituales. Constanza (la esposa) enferma, y la escasa concurrencia al cortejo fúnebre, dispersa por una formidable tormenta, permitirían que Mozart fuese enterrado, en la más absoluta de las soledades, en una fosa común del cementerio.