La flauta dulce es un instrumento que ha recuperado el esplendor de antaño gracias a la lucidez y perseverancia de la musicología. Paulatinamente, el público en general destierra la tan arraigada idea de que dicho instrumento no es más que un juguete.
Por Marco Antonio Molín Ruiz
Cuando en el siglo XVIII se abandonaba la costumbre de tocar en castillos y salones reales y el teatro iba convirtiéndose en el marco musical preferido, se vio que la flauta dulce era, y es, de sonido pequeño para ese nuevo auditorio. Así que se la relegó a círculos muy especializados donde imperaba el gusto por la música de cámara antigua. Con el paso del tiempo y el advenimiento de la sonoridad sinfónica, la flauta dulce quedaba postergada definitivamente en el ‘rincón de los olvidos injustos’.
Pero el interés creciente a lo largo del primer cuarto de este siglo por lo anterior al Romanticismo, época que había supuesto un desbocamiento de las pasiones en toda interpretación, hizo que se recuperara el aspecto científico de la música. De ahí surge el Historicismo, una corriente que ahonda en los orígenes propiamente dichos tanto de la ejecución como de la interpretación. Y en el seno de este afloramiento vuelven a la luz, junto a infinidad de violas, la flauta dulce.
Y muestra de la concienciación que toma la cultura occidental es que la flauta dulce sea ya una asignatura oficial en los conservatorios de Europa, materia parangonable a otros instrumentos de una larga tradición académica. Hoy, la flauta dulce abunda en los conjuntos de cámara y, con frecuencia, se programa en los conciertos y en la radiodifusión, medios que corroboran el gran alcance técnico y expresivo que la flauta dulce posee.
Historia y características
La flauta dulce es resultado del desarrollo que experimentan los silbatos y las flautillas rectas de carácter popular. Ciertamente, no hay datos iconográficos del todo exactos acerca del instrumento: se habla vagamente de flautas con seis agujeros en sus principios. Un modelo de Dordrecht, que se conserva en buen estado, es una de las piezas más estimadas por el Gemeentenmuseum (La Haya, Países Bajos), lugar donde volvió a la luz tras desenterrarse del foso arcilloso del castillo de Merwede.
En cuanto a orígenes artísticos, no será hasta el siglo XIV, en Italia, cuando la flauta dulce aparece también en otras expresiones. Una dama, en el conocido fresco Schifanoia (Ferrara, Italia), cuyo autor es Francesco de Cossa, sujeta dos instrumentos, similares a los siete que guarda la Academia Filarmónica de Boloña. Aunque la Edad Media supuso para la flauta dulce una implantación y un largo proceso de perfeccionamiento en el ámbito musical centroeuropeo, no sería hasta mediados del siglo XV cuando se produce el esplendor, una época en la que nació una verdadera familia, compuesta por cuatro miembros básicos: soprano, contralto, tenor y bajo, nombres en analogía a la voz, ya que un cuarteto de flautas en el Renacimiento se asemejaba a la textura de la polifonía.
Setenta y seis flautas, metidas en cajas con más instrumentos, constituyen el inventario de Enrique VIII. En el tratado de Michael Praetorius se registran ocho modelos, reflejados también en su Theatrum instrumentorum, de 1620. La llamada flauta de Ganassi es otra de las variedades renacentistas y se parece a un instrumento que se ha reconstruido a partir de un ejemplar del Museo de Historia del Arte de Viena, una flauta que se encontraba bastante deteriorada.
La progresiva ampliación de miembros de una misma familia instrumental fue muy corriente a lo largo de los siglos XVI y XVII. Los Hotteterre contribuyeron muchísimo al perfeccionamiento de la flauta dulce. Prácticamente, todos ellos pertenecieron a la Grande Écurie de Luis XIV y XV y en mayor o menor medida incidieron en los avances técnicos de los aerófonos de madera.
1535 es el año en que se publica el primer manual de flauta dulce, concretamente en Venecia. En la primera mitad del siglo XVI se editó los primeros libros de interés para el instrumento, tales como los de S. Virdung, S. Ganassi o Ph. Jambe de Fer.
Define a la flauta dulce una técnica relativamente sencilla con digitación (de la que se hablará) fácil de memorizar. Por eso, tanto el virtuoso como el aficionado que toca por mero entretenimiento nunca quedarán insatisfechos: la emisión del sonido (de lo más espontánea) y la variedad de articulaciones (mediante toques de lengua sutiles que permiten mucha agilidad) aportan unas cualidades que le hacen superior a otros aerófonos. Sin embargo, resulta difícil equilibrar la corriente de aire (similar al fiato del cantante), y en esta limitación dinámica, donde el intento de contrastar un forte de un piano puede traer consigo desafinaciones, se opta por el rubato así por un criterio de articulación asequible: soplido corto para el piano y largo para el forte.
Entre los materiales escogidos para fabricar una flauta dulce están la madera, el plástico y el marfil. Las maderas corrientes son: el boj, muy resistente a la humedad; el ébano, de sonido potente pero menos cálido; el arce, con prestaciones excelentes; el plástico, ideado para evitar adversidades atmosféricas, aunque, ciertamente, incomoda la acumulación de saliva (muy habitual en los cuartetos de música renacentista); y el marfil, de timbre recio, valoradísimo (hay un ejemplar tenor, de autor anónimo, fabricado en Leipzig y que actualmente se conserva en el Museo Instrumental de Bruselas. Data del siglo XVIII y tiene una longitud de 50 centímetros).
Se distinguen tres digitaciones: la barroca, sin duda, la que permite más riqueza interpretativa con trazos de fraseo y ornamentación; la alemana, puesta de moda en la sociedad gracias a la escuela y que dispone al fa con más lógica en el transcurso digital; y la inglesa, con pequeñas variantes en las posiciones así como en otros rasgos.
Desde una perspectiva histórica, hay que hacer la consideración de flautas dulces renacentistas y barrocas. La primera consta de una sola sección y nueve orificios, de la cual Praetorius distingue ocho tamaños. La segunda, que tiene tres partes, se ha popularizado en su cuerda de contralto (para la que se ha escrito gran parte de la música del Barroco) y resulta inconfundible por su sonido, íntimo, tierno y candoroso.
¿Qué lugar ocupa en la distribución de los instrumentos de la orquesta?
En primer lugar, es raro que una orquesta sinfónica contenga flautas dulce, volviendo al hecho de su timbre, insuficiente para el volumen que exigía el Clasicismo, sonoridad a la cual respondía mejor la travesera, su sucesora. En la filarmónica la flauta dulce ocupa su sitio eventual, casi siempre en música de raíz folclórica.
De modo que se ha de ubicar en la orquesta de cámara, dependiendo de una circunstancias: si el papel es solista, bien de pie junto al director (en caso de haberlo), bien en el centro, bien a la vera del concertino. En cambio, si desempeña una función de masa, todo estará sujeto a la partitura, o sea, que la flauta dulce aporte una identidad melódica dentro de la composición (línea en obligado en una cantata de Bach) o que se desarrolle un papel imitativo-contrapuntístico o de bajo continuo en «ostinato» (cualquier escena de Purcell).
Dos claros ejemplos:
- Flautista delante en el centro, para el Concierto en Sol mayor de Anton Heberle.
- Flautista junto a los demás instrumentos para la Cantata BWV 152 de Bach.
¿Por qué suena como suena?
En aproximación, se puede contestar a la pregunta remontándonos a lo más rudimentario e ingenuo del campo: desde aquella ‘cañita’ hasta estas joyas en ébano se oye un timbre que ha conmovido a generaciones enteras y por el cual, atinadamente, los poetas bautizan al instrumento como el nombre de «flauta dulce».
Profundizando en otras lenguas, vemos que los angloparlantes usan el vocablo recorder, que según el erudito Christopher Welch (1911) deriva del verbo to record que, entre otras cosas, significa ‘cantar como un pájaro’, hecho patente al oír al miembro más agudo de la familia (sopranino).
La filología musical se decanta también por una acepción muy en consonancia: ‘tararear dulcemente alguna canción’. Personalmente, yo me inclinaría más por lo que oí decir a Montserrat Sanuy respecto a la palabra ‘recordar’, que significa en toda su pureza etimológica ‘llevar en el corazón’.
¿En qué estilos musicales podemos encontrarlo fuera de la orquesta sinfónica?
El creciente interés por la música antigua desencadenado a raíz del Historicismo familiarizó de nuevo al público hodierno con partituras que se habían ido desempolvando de las bibliotecas más vetustas. Decenas de composiciones engruesan hoy las programaciones a cargo de excelentes flautistas, sus verdaderos difusores.
Dicha pregunta se responde básicamente en la sonata. He aquí lo más destacado: Loeillet propagó el gusto por la flauta dulce en sus seis sonatas, tan frescas como ingeniosas. Benedetto Marcello y Bonincini plasman un talante expresivo que se alterna con un virtuosismo nada desbordado. Especial atención merece la Sonata en La menor RV 86, para flauta fagot y continuo de Vivaldi, donde la euforia del trémolo nunca empaña al contrapunto. Barsanti muestra en sus sonatas un placer por la tradición, que se diferencia con los destellos de modernidad de Veracini. Y también de gran importancia italiana las seis sonatas de Haendel, obras que dentro del repertorio son las que equilibran mejor la melodía con el bajo continuo. Pero el más completo es Telemann, cuyo proverbial mimetismo le permite ser más autóctono que los nativos, añadiéndose una astucia para ocultar entre la escritura más simple en apariencia un sinfín de danzas: Der getreue Musikmeister y Essercizii Musici.
En cuanto a sonatas con más de una flauta resaltan la Sonatella a 5 flauti et organo de Antonio Bertali, un barroco conservador que pronuncia el sabor del contrapunto. Marin Marais nos dejó obras preciosas con museta y viola de rueda. Por su lado, Johann Heinrich Schmelzer compuso una sonata para siete flautas.
Curiosas las doce Sonatas para dos y tres flautas sin bajo de Johann Mattheson. Magnífica por su austeridad Pro tabula a 10 de Von Biber, cuyo equivalente inglés podríamos hallarlo en la Chacona para tres flautas y bajo obstinado de Purcell. En Scarlatti (Alessandro), la inventiva jala de la tradición. Johann Joachin Quantz, quien escribiera cerca de trescientas obras para la travesera, compuso para la flauta dulce media docena de sonatas con cuerda impregnada también de ese viento nórdico que hace barruntar el sentimentalismo. Y terminando este recorrido, las doce Sonatas para dos flautas y bajo continuo de Sammartini.
¿A partir de qué momento tiene sitio en la orquesta?
En el Barroco, cuando surge el concierto. Llegando el Clasicismo desaparece de los escenarios hasta bien entrado el siglo XX, una reaparición encauzada en dos vertientes:
- Música contemporánea de los 80.
- Pedagogía.
Cuantitativamente menor es la música concertante, quizá porque la plantilla orquestal pudiere ensombrecer a la flauta dulce.
Un primer ejemplo, el precioso concerto pastorale de Petz; aterciopelado el escrito en Do para cuatro contraltos de Heinichen. Otro muy representativo es el de Graupner; sutil el de Boismoister, titulado Zampogna. Vivaldi, uno bucólico y otro latinamente apasionado. Bach, en sus conciertos núm. 2 y núm. 4 de ‘Brandemburgo’. Para todos los gustos Telemann, y de trazos muy elegantes el de Naudot. No se deben olvidar el de Babell, en el Fa de Giuseppe Sammartini y el floreado Concierto en Sol de Heberle (muestra acabada de concierto clasicista).
También hay música incidental en que la flauta no es protagonista, aunque sí da un soporte muy expresivo, bien a la voz (cantatas), bien a la escena (óperas).
Cabe destacar las danzas de Susato y Holborne, muestras de un Renacimiento a las puertas del Barroco. Purcell dotó de una fuerza hasta entonces no vivida en el teatro, cuyo dramatismo se ve enriquecido en muchos aspectos.
Y en Bach la flauta dulce se puede considerar una institución. Tradicionalmente, se relaciona con la muerte, ejemplos notables, las cantatas BWV 81, 106 y 161. Por otro lado, la número 25 habla de gloria, la 152 de fe y anhelo y la 175 de un aire pastoril pero en prados celestiales.
¿Por qué la elección de este instrumento? ¿Lo volvería a elegir?
Fue en la pubertad cuando descubrí mi pasión por la música: al volver del colegio me quedaba embobado con Radio Clásica sin descolgarme la maleta. Una noche anunció la emisora un concierto para flauta dulce y orquesta (combinación impensable entonces para mí); tocaba Michala Petri, cuyo estilo me encandiló. ‘Pero… ¡pero si estoy viendo todos los colores de la fantasía!’, dije. Me aficioné a la danesa, y cuanto más la escuchaba, más cerca veía la conquista de toda ilusión vital. Quizá esa inocencia de la flauta es lo que yo un día perdiera y hoy sigo buscando.
Decidí pues consagrarme al instrumento, y lo hice básicamente sacando jugo de aquello con que me dotó la providencia (oído absoluto) aparte de, como es natural, horas extenuantes de estudio frente a la partitura, esto casi siempre en verano. Después, recitales y conciertos: una serie didáctica con la fundación «El Monte», un curso que hicimos Guillermo Peñalver y yo en la Universidad de Huelva. Y, sin duda, lo más gratificante desde el punto de vista artístico en mi trayectoria, las actuaciones con el guitarrista Antonio Rodríguez, director del Conservatorio de Huelva, con quien debuté en el Gran Teatro en 1993.
Pero no sería hasta el año 2000 cuando notase un paso de gigante en mi carrera: la importancia del público más espontáneo y menos influido. Tengo que citar a los niños y chavales de El Rompido, a la cuadrilla de albañiles, encabezada por el Volcán de Oro, y a tantas personas que sonarán siempre en la música de mi alma.