Por Álvaro Marías
A mi maestro Rafael López del Cid,
que me desveló casi todos los secretos de la flauta
Es una contradicción evidente que la flauta, el instrumento más agudo de la familia de viento-madera, no se construya en madera. Desde hace más de un siglo las flautas se fabrican en metal, a menudo en metales preciosos, como la plata, el oro e incluso el platino. Es una de la innovaciones aportadas por Theobald Böhm (1794-1881), diseñador de la flauta moderna en su forma definitiva (al menos hasta la fecha). Sin embargo, todavía las flautas modernas pueden ser construidas excepcionalmente en madera; algunas grandes orquestas (como la del Concertgebouw de Amsterdam) y solistas (como el joven Partick Gallois) mantienen esta tradición. Sin embargo, el material de que estaba hecha tradicionalmente la flauta era la madera, sobre todo el boj, el ébano o el granadillo, aunque también conocemos maravillosas flautas de marfil y, más excepcionalmente, de porcelana o cristal. El hacer flautas en metal es un invento relativamente reciente, que ayuda a que el sonido sea más brillante y potente, aunque sea a costa de perder algo de su encanto.
Los expertos en acústica suelen afirmar que el material del que esté hecho una flauta influye poco en el sonido, pero lo cierto es que, si no el público, al menos los flautistas diferenciamos las sutiles diferencias del color sonoro de una u otra madera, de uno u otro metal, y estamos dispuestos a gastar cantidades astronómicas por tener una flauta de un material precioso, como el marfil o el oro, aunque sea para lograr un matiz que pocos aficionados pueden llegar a distinguir.
En cualquier caso, hecha en madera o en metal, la flauta solista es algo así como el primer violín, como el concertino de toda la sección de viento de la orquesta.
¿Con qué se toca la flauta?
En muchos instrumentos se respondería sin dudarlo: con las manos. En la flauta las manos se limitan a hacer una labor difícil pero rutinaria: tapar los agujeros o las llaves para «escoger» cada nota. Esto es, que los dedos tienen que funcionar como una máquina de precisión, pero no intervienen en lo más importante: la producción del sonido. ¿Con qué se produce el sonido de una flauta? En primer lugar con los labios, que componen lo que los flautistas llamamos embocadura. La embocadura es para un flautista exactamente lo mismo que las cuerdas vocales para un cantante. Los labios determinan la «voz» del flautista, el sonido personal, intransferible, irrepetible, de cada instrumentista. Lo mismo que en el caso de un cantante, la embocadura que Dios nos ha dado a cada cual tiene que ser «colocada» lo más perfectamente posible mediante el estudio y la técnica, para lograr extraer todas sus posibilidades y explotar al máximo nuestra naturaleza, pero a última hora cada flautista tiene su voz propia y esta voz proviene de la configuración de sus labios. Por eso los flautistas somos casi tan maniáticos e histéricos como los cantantes, aunque nos demos en general menos importancia. Por eso tenemos días buenos y malos, por eso podemos estar o no estar «en voz» y hasta quedarnos tan afónicos como un cantante. Los instrumentistas dedicamos miles de horas al estudio no en busca de la fama o el dinero, sino en busca del placer. El tacto del aire pasando por nuestros labios y su roce con el bisel de la flauta constituye un placer indescriptible. Jean-Pierre Rampal siempre compara la embocadura de la flauta con los labios de una mujer.
Los labios son lo más importante y sus movimientos, tan pequeños que son imposibles de ver, son capaces de crear todo un universo de sutilezas sonoras. Pero no són lo único. Hace falta aire, y el gran responsable del suministro de aire es el diafragma. A él corresponde, además de una buena parte de la belleza del sonido, los matices dinámicos, el tocar forte o piano, el hacer crescendos o diminuendos. Todavía al diafragma corresponde algo de gran importancia: el vibrato, que los violinistas producen mediante la oscilación de la mano izquierda pero que los flautistas producimos haciendo oscilar con precisión, flexibilidad y gran velocidad este músculo que mueve los pulmones en su base. El diafragma de un flautista tiene que tener la flexibilidad de una cama elástica y la agilidad de los pies de Fred Astaire.
Pero falta un personaje más, de extremada importancia: la lengua. La lengua sirve para «articular», esto es, para separar con precisión unos sonidos de otros. Si la lengua no interviene tocaremos en legato, pero si queremos separar unas notas de otras la lengua tendrá que moverse en perfecta simultaneidad con los dedos y con el diafragma, y a veces a velocidades supersónicas. Cuando la lengua tiene que picar muy deprisa, el procedimiento normal (tu-tu-tu-tu) no basta, y hay que hacer uso del «turbo»: el doble picado (tu-cu-tu-cu-tu-cu) y el triple picado (tu-cu-tu, tu-cu-tu). Si el diafraga logra que la flauta «cante», la lengua logra que la flauta «hable», y las dos cosas son igualmente importantes.
Un instrumento de reyes
La flauta es un instrumento que provoca grandes pasiones. Han sido muchísimos los reyes, nobles, aristócratas, intelectuales o escritores que han tocado la flauta por afición. Enrique VIII o Isabel la Católica poseyeron magníficas colecciones de flautas y de flautas dulces. Una buena colección de flautas era para los poderosos de otra época un signo de riqueza como pueda serlo hoy una buena colección de coches. El caso más célebre es el de Federico II de Prusia, que fue un considerable flautista y un prolífico compositor de música para su instrumento. Su profesor de flauta era el gran Quantz. C. P. E. Bach solía bromear diciendo que la fiera más temible del mundo era el caniche de la Sra. Quantz, porque cuando se ponía a ladrar asustaba a la señora Quantz, que era temida por su marido el Sr. Quantz, cuyas reprimendas eran a su vez temidas por el monarca más poderoso y temido del mundo. Como instrumento aristocrático, la flauta fue el gran competidor del violín durante la época barroca como instrumento solista. La flauta vivió su Edad de Oro durante el siglo XVIII. En esta época la práctica totalidad de los grandes compositores (Vivaldi, Telemann, Bach, Haendel, Haydn, Mozart, Beethoven…) escribieron numerosas obras para la flauta. Durante el siglo XIX el prestigio de la flauta decayó, pero durante el siglo XX se ha producido una resurrección y la flauta ha recuperado su gran prestigio como instrumento solista. Esta resurrección ha sido protagonizada por grandes instrumentistas. Los dos más famosos son el francés Jean-Pierre Rampal y el irlandés James Galway, pero no son los únicos. Francia ha dado un buen número de flautistas geniales, como Marcel Moyse, Maxence Larrieu, Alain Marion, Michel Debost y muchos más. La tradición francesa sigue siendo hoy admirable, aunque en la actualidad hay excelentes flautistas en casi todas partes.
Un poco de historia
La flauta ha cambiado mucho a lo largo del tiempo, y no solo a causa del material de que esté hecha. En época barroca la flauta tenía siete agujeros. Como el último no podía ser alcanzado con el dedo meñique de la mano derecha, poseía una única llave para poderlo tapar. Esta flauta tenía un sonido mucho más dulce que las flautas modernas y un colorido más variado, porque cada nota sonaba muy diferente a las otras. Aunque la flauta barroca es un instrumento muy difícil de tocar —algunos en vez de llamarla «il flauto traverso» lo denominan «il flauto perverso»— resulta tan adecuado para la música barroca que en la actualidad muchos flautistas la tocamos. El holandés Frans Brüggen y el belga Barthold Kuijken fueron los primeros que «reinventaron» la técnica de la flauta barroca.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII la flauta fue complicando su mecanismo con el fin de mejorar su afinación y facilitar la ejecución. A la única llave existente se fueron añadiendo otras, de manera que hay flautas de cuatro, de cinco, de seis y de ocho llaves. Todas estas flautas están volviendo a ser tocadas en la actualidad con el fin de poder interpretar cada música con el instrumento para el que fue pensada.
Pero fue el alemán Theobald Böhm quien a mediados del siglo pasado diseñó la flauta actual, que se ha impuesto en todas partes. Boehm no sólo generalizó la construcción en metal, sino que añadió un complejo mecanismo de llaves que permite tocar cómodamente en cualquier tono y sustituyó el tubo cónico (que se iba estrechando hacia abajo) que la flauta había tenido siempre por un tubo cilíndrico. El sonido más potente y brillante de la flauta Boehm, unido a sus nuevas posibilidades de virtuosismo, ha determinado en gran medida la nueva Edad de Oro que la flauta vive en la actualidad.