Texto: Sofía M. Gascón
Ilustración: Iciar L. Yllera
‘Es martes. Hoy ha vuelto a ser un no muy buen día. El psicólogo dice que trate de evitar hablar de que tengo ‘problemas’ o experiencias negativas. Dice que así todos los problemas se hacen pequeños en el subconsciente. Pero como este es mi diario, llamaré a las cosas por su nombre. Esta mañana me he atrevido a sentirme guapa, a ponerme un vestido y dejarme el pelo suelto. Pero ahora solo quedan de eso unos trapos sucios llenos de tierra. Espero que mamá no se enfade, les he pedido que parasen de empujarme, pero cuanto más chillaba más tierra me tiraban. Hasta que uno se ha animado lo suficiente como para arrastrarme de los pies por el recreo y dejarme la falda a la altura de los hombros… ‘Cristina, ¿no sabes que aunque la mona vista de seda, mona se queda?’. No sé ni por qué me esfuerzo en quererme si eso solo va a ser otro motivo más que les incite a encerrarme en los baños, tirarme piedras, insultarme o que incluso vayan comentando por ahí que me he quedado embarazada, ‘porque si no tanta grasa no es normal’. Pero, ¿qué es lo normal?, ¿por qué me tengo que sentir tan mal por culpa de ellos cuando me encuentro tan común como todos (para bien o para mal)?’.
Llega el autobús, por fin. Solo a un paso más de llegar al refugio, a la cueva del monstruo, a mi casa… Me siento en el penúltimo asiento del autobús, y me enchufo como una exhalación los auriculares a las orejas, me tapo los ojos y espero a que pase todo. La música me ayuda, hace que las cosas cobren sentido en mi cabeza. Y a menudo ocurre que todo se simplifica, que no existen malos ahí dentro de las notas, que no hay buenos, ni regulares. Simplemente se disfruta o se cambia de canción, eso es todo.
De pronto el asiento se vence un poco, como si cediese bajo un peso y… ¿alguien se ha sentado a mi lado? Abro los ojos para descubrir una sonrisa. Es ese chico guay que siempre está tan callado.
—Tienes algo marrón en la nariz.
—Será sangre seca… puf… qué vergüenza…
—Cristina, todos sangramos. Hoy estás guapa, ¿sabes? Por eso has vuelto loca a tanta gente. A la gente no le gusta sentir que hay alguien mejor que él o que ella. Y estás a tantas leguas de todo el mundo, que la gente rabia contigo. Lo que aún no entiendo es que no te des cuenta de eso y que en vez de crecerte, te vuelvas cada día más pequeña.
—No sé qué decir.
—Pues por ejemplo puedes decirme qué música escuchas.
—Me gusta de todo, la verdad. De rock a clásica. Toma un auricular, si quieres.
—Qué bonita, Cristina.
‘Y luego bajé del autobús. Tenía un amigo nuevo y ya no estaba tan sola. Quedamos en que cada día uno le enseñaría nueva música al otro y que la escucharíamos juntos para hacernos invisibles de los demás y estar así solos. Era nuestro ratito. Lo que ahora no puedo parar de pensar es en quién de las dos era bonita, si la canción o yo. Puede que hoy no haya sido tan ‘no muy buen día’ como pensaba’.
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