La buhardilla – Parte 3
Texto: Sofía M. Gascón
Ilustración: Iciar L. Yllera
Permanecí inmóvil casi tres segundos eternos allí plantada, sosteniendo la puerta. No voy a decir que fuese una persona extraña. Que lo era, pero sentía en mi pecho como si hubiese estado allí toda la vida… No obstante, seguía llamándome la atención. Puede que fuese por los moratones viejos que criaban óxido en sus mejillas, o porque hubiese llegado jadeando. O puede que fuese porque ella también permanecía inmóvil frente a mí, pese a estar empapándose por la lluvia.
Aunque todo me lleva a pensar que lo que más curiosidad me generaba de toda la situación era la ausencia de perro, y que llevase una maleta que, de pie, ocupaba lo mismo que ella.
Pasé la noche entera inventándome historias sobre su maleta, su perro invisible y sobre ella. Recuerdo llegar al séptimo rollo de papel higiénico cuando dieron las 6 y tuve que bajar a organizar los desayunos. También recuerdo que, pasadas las 6, dieron las 7, y luego las 8, las 9 y las 10, y ella no apareció.
—Hola Mabel, hija. ¿No recoges el desayuno?
—Falta la habitación número 5 por venir.
—No sabía que estuviera ocupada. ¿Cuándo…?
Le interrumpe, mirando al pasillo esperando a verla aparecer
—Ayer mismo, por la noche. Usted ya se había ido a casa, por eso no le comenté nada.
—Ah, ya, ya. Muy bien. Y, ¿cuántas personas son?
—Solo es una chica.
—¿Viajando ella sola? ¡Qué peligro! Dile que no vaya por el camino del pozo sola. Tú ya sabes que…
Vuelve a interrumpir
—No es una turista. Vive aquí al lado, a 20 minutos, me dijo.
—Ah… ¿Y qué hace ella sola aquí? ¿No está casada?
—Sí, señor. Pero no le he querido preguntar en qué punto exactamente está su relación matrimonial ahora mismo. Creí que sería más profesional no entrar en esos temas.
—Ah no, no, claro. Sí, sí. Pero es que es muy raro que vaya sola, ¿no te parece? Yo no dejaría que mi señora se fuese sola por ahí. Tengo que estar con ella, ¿entiendes? Y tú también deberías echarte novio, ¿sabes?
—¡Señor!— deja de mirar al pasillo e hinca su mirada en los ojos del anciano.
—No te enfades, yo solo digo que siempre estás aquí metida y no es bueno para ti. No tiene que darte miedo, tú eres muy bonita, seguro que encuentras a alguien, Mabel.
Es en ese momento en el que la puerta del final del pasillo se abre y aparece por fin la extraña mujer. Lleva un peto vaquero, una camiseta con manchas de lejía, un recogido mal hecho del que se descuelgan sus rizos, y una calentura en los labios. Vestida igual que ayer, pero esta vez sin zapatos.
—Mabel, esta señora va en calcetines…
Sonrío.
—Gustavo, atiende a la chica enseguida y cerrad cocina y recogedlo todo en cuanto se vaya, que vamos tarde. Pasa la cuenta a la habitación número 5, yo se lo cobro cuando se marche.
Me acerco.
—Hola, buenos días. ¿Cómo ha pasado la noche? ¿Encontró bien su habitación?
—Buenos días. Sí, sí. Lo encontré todo perfecto, muchas gracias. Y gracias por recibirme sin apenas aviso.
—No es molestia.
—Este es un hotel precioso. Tan antiguo… He estado paseando por aquí dentro y por vuestros jardines esta mañana. Es tan apacible el silencio que guardáis aquí dentro, lejos de la ciudad…
—Qué bien que le guste. Y su perro, ¿ha pasado buena noche— Sí… no pude aguantarme. Quise ser discreta pero, no pude evitarlo.
—¿Cómo que mi perro?
—Me dijo que venía con un perro.
—Ah, sí, sí… Iba a venir con mi perro, pero mi marido prefirió quédaselo para sentirse menos solo. Ya sabes…
—Ah vaya, ya decía yo que como no llevase al perro en esa maleta suya tan grande…–sonrío.
Entonces la sonrisa de la extraña se torció, apartó la vista y bajó la cabeza. Yo entendí que algo había pasado, y que la conversación había tomado un cariz molesto.
—Bueno, la dejo desayunar tranquila.
Y cuando me doy la vuelta…
—Una pregunta: ¿a quién pertenece la buhardilla de arriba del todo?
El corazón me dio un vuelco.
—¿Qué? No sé de qué buhardilla me habla…— tartamudeo.
—Ah… Ya entiendo…
—Tengo que dejarla, va a venir una familia y tengo que preparar su habitación. Si me disculpa…
Trato de salir corriendo de la manera más discreta posible, mientras intento respirar despacio para que mi corazón no rompa nada de lo que llevo dentro cuando me explote en el pecho.
—Gustavo, atiende a la señora.
—Me llamo Julia…
Deja una respuesta