Hace cien años la Asociación de Cultura Musical inauguró su fructífera andadura. Con la actuación del Cuarteto Wendling en el Teatro de la Princesa de Madrid el 11 de marzo de 1922 comenzó una larga lista de conciertos, que llegaría a sumar casi cuatro mil en más de cincuenta delegaciones por toda la Península. Aprovechamos este centenario para revivir la gloria de un proyecto nacional sin parangón y recordar el gran esfuerzo realizado por sus promotores
Por María Pilar Nosti Escanilla
‘Asociación de Cultural Musical
Esta asociación inaugurará su vida artística el próximo día 11, a las seis de la tarde, en el Teatro de la Princesa.
En esta sesión actuará el célebre Cuarteto Wendling, interpretando el Trío Serenata de Beethoven y los cuartetos póstumos de Schubert y Segundo de Borodine.
Las personas que no hayan recibido la circular de invitación para ser asociados y deseen asistir a este concierto pueden manifestarlo en el domicilio social, Los Madrazo 14′.
Con esta breve reseña el diario ABC en su edición de la mañana informa a sus lectores el 7 de marzo de 1922 sobre el concierto que iba a ofrecer esta nueva asociación.
Unas semanas más tarde ABC volvería a publicar una columna:
‘Como acontecimiento se reputa en el mundo filarmónico la constitución en Madrid de esta nueva entidad artística, que viene a difundir la cultura musical y que ha dado felizmente su primer paso ofreciendo a sus asociados una fiesta con el admirable Cuarteto Wendling. […] La feliz iniciativa que con dichoso éxito empieza a desenvolverse merece el concurso moral y material de cuantos aman de verdad el divino arte’.
Y un día después sería el diario La época quien le dedicaría su atención diciendo:
‘He aquí una nueva Sociedad musical que, si logra sus propósitos, como deseamos, prestará un servicio eminente al arte, en sus varias manifestaciones. No se limitará, como la Filarmónica y la menos pujante Nacional, a ser —como dice atinadamente un colega— una especie de cooperativa de consumo. Si, además, en la organización de programas de sus conciertos, no se empeña en ser escaparate de las más ultramodernas extravagancias, miel sobre hojuelas, y la primera en alegrarse será la nueva entidad’.
A lo largo de la andadura de la Asociación se publicaron cientos de críticas musicales que reflejan la importancia de su actividad. Cien años después es sorprendente que poco se hable y poco se sepa de esta asociación que deleitó a públicos variopintos a lo largo y ancho de la Península ofreciéndoles actuaciones de la más alta calidad musical.
Origen
La Asociación de Cultura Musical (AdCM) nació en Madrid fruto de una conversación entre Ernesto de Quesada y Ángel Ramírez, fundador de ‘El Hogar Español’. Así lo contaban los mismos miembros de la Junta Directiva de la Cultural (como así era llamada coloquialmente la AdCM) en una entrevista publicada en la revista Ritmo en 1930. Esta idea fue acogida con sumo entusiasmo por varios amigos que, apoyados por la Sociedad de Conciertos Daniel, de Ernesto de Quesada, crearon una sociedad con el fin de difundir la música de cámara por ‘aquellas provincias españolas donde muy de tarde en tarde podían gustar el placer emotivo de un concierto’.
La primera Junta Directiva la formaban Ángel Galé Hualde (presidente), Juan Tamariz Garciriain (vicepresidente), Jaime Martínez Sánchez (secretario), Julián Repáraz Astein (tesorero), Alfonso Mauleón Landa (contador), Francisco Torralba Mayoagan, José Subirá Puig, Fernando Rodríguez del Río y Juan Francisco Torollo (vocales) y Crispiniano García Caballero y Adolfo Hinojar Péris (censores).
Esta Junta apenas duró un año y tras la dimisión de Galé y Tamariz fueron Rafael Altamira y Xavier Cabello Lapiedra quienes asumieron las respectivas funciones. José Ontañón Valiente, Julio Casares, Ángel Peláez Quintanilla, Javier Dotres Aurrecoechea, Juan Bautista Aznar, Tomás Fernández Quintana, Juan Flórez Tavira, Venancio Meruendano Mosquera, Ignacio de Arrillaga y López, Juan Pérez Zúñiga, Felipe Ximénez de Sandoval, María Rodrigo, José María Franco, Amalia Salgado, Pedro Hornedo de Aragón y Gabriel Abreu serían en temporadas posteriores miembros de la Junta Directiva.
Para poder comprender el funcionamiento de la Cultural es imprescindible hablar de su relación con la Sociedad de Conciertos Daniel. Esta empresa fue ‘fundadora, gestora y garantizadora de la AdCM’ y la relación entre ambas sociedades se describía minuciosamente en los primeros estatutos de la Cultural. Fue sin lugar a dudas una relación simbiótica con claros beneficios para ambas partes. Conciertos Daniel, además de proporcionarles la sede social en la calle los Madrazo 14, se encargaba de toda la logística de la Cultural: elaboración del ‘plan programa’ de cada temporada, contratación de artistas (algunos de los cuales eran representados por la misma Sociedad Conciertos Daniel), compra y suministro de instrumentos y organización de las giras. Además, garantizaba a la AdCM contra todo riesgo de pérdidas. En contrapartida, Conciertos Daniel percibía el veinte por ciento del importe bruto de las cuotas anuales satisfechas por los socios y, más importante aún, se aseguraba de un alto número de conciertos para los artistas que representaba.
Objetivos
Como se desprende de los primeros estatutos de la Cultural los objetivos eran muy ambiciosos en su inicio: fomentar la cultura musical de sus asociados; crear y estimular el espíritu de asociación, previsión, ahorro y ayuda mutua; proteger y patrocinar a jóvenes que hayan acreditado hallarse dotados para la música, instituyendo becas y pensiones para perfeccionar sus estudios; ayudar y proteger a músicos de verdadero mérito, que carezcan de recursos, creando a su favor pensiones y jubilaciones; fundar escuelas gratuitas de música y declamación en Madrid, provincias y en el extranjero; celebrar conciertos y toda clase de festivales artísticos en beneficio de la Asociación; fomentar el establecimiento de sociedades similares en las poblaciones de España y en el extranjero; propender el cultivo de la producción musical, y procurar su publicación y propaganda.
Pronto fue obvio que no todos estos objetivos eran factibles y dos años más tarde se aprobaron los definitivos estatutos en los que se restringía la labor de la Asociación al ‘cultivo, difusión y progreso de la Música con miras exclusivamente altruistas, artísticas, de enseñanza y benéficas’, por medio de ‘la celebración de sesiones musicales, conferencias y concursos, haciendo cuanto pueda contribuir a una actuación activa y constante en pro de la afición, desarrollo y engrandecimiento del Arte de la Música’.
Analizando retrospectivamente la actividad de la Cultural, se puede concluir que su principal actividad fue la de organizar conciertos, algunos de ellos de carácter benéfico e indirectamente elevar la cultura musical de sus miembros a través de los fragmentos explicativos que acompañaban los programas de mano.
Delegaciones, delegados, socios y temporadas
Cabello Lapiedra, presidente de la AdCM, declaraba en una entrevista a la revista Ritmo en 1930 que ‘a diferencia de otras sociedades musicales del momento, que al igual que la Cultural buscaban proporcionar a sus asociados las más bellas audiciones, la Cultural quiso desde el primer momento que los artistas que llamados por ellos acudían a Madrid, pudieran también ser escuchados en poblaciones de tercer y hasta cuarto orden’. De este modo, entre 1922 y 1936 (año en la que la Cultural dejó de existir en su formato original), se llegaron a crear más de cincuenta delegaciones en diversas poblaciones españolas, que tuvieron el privilegio de recibir a un buen número de las más grandes figuras musicales del momento tanto nacionales como internacionales. Estas delegaciones se regían por los mismos estatutos que la delegación madrileña. La primera delegación que se acordó crear fuera de Madrid fue la de Cádiz, a la que siguieron Almería y Huelva. Cada delegación estaba a cargo de un delegado local. Solía tratarse de una persona ilustre de aquella población, en muchos casos un músico o aficionado a la música, que gestionaba el buen funcionamiento de la misma. Sus tareas, en coordinación con la Junta Directiva de Madrid, incluían la confección del programa de conciertos de cada temporada, la contratación de las salas donde tenían lugar los mismos, las labores administrativas relacionadas con los socios (gestión de las listas de socios, cobro de cuotas, envío de entradas y programas) y mantener informada a la prensa local. No se trataba de un cargo fácil de desempeñar, pues requería una gran dedicación y responsabilidad con una bien desarrollada capacidad organizativa y de improvisación.
Para poder asistir a los conciertos organizados por la Cultural era imprescindible ser socio, para lo cual se requería ser presentado por al menos dos socios de la misma y satisfacer una cuota de ingreso y las sucesivas mensualidades. En 1922, los socios madrileños debían de abonar 5 pesetas de entrada y 48 pesetas por temporada o año musical (seis por mes), que comprendía desde octubre a mayo, ambos inclusive. No existía limitación al número de asociados, ni discriminación por sexo. Antes de cada concierto los socios recibían su propia tarjeta de invitación que les permitía el acceso a la sala. No debió resultar fácil hacer llegar a tiempo a cada delegación dichas tarjetas (de cuya impresión se encargaba Conciertos Daniel), por lo que en 1925 la Junta Directiva decidió crear un carné de socio con un sistema de cupones mensuales. Este carné, además de permitir la asistencia a los eventos musicales de la delegación en la que un socio estaba inscrito, también le daba derecho a asistir a los conciertos de otras delegaciones en las que se encontrara de paso.
Cuando todavía tan solo estaba activa la delegación de Madrid en 1922, esta empezó contando con 124 asociados (¡al primer concierto asistieron tan solo veinte socios!). En las siguientes temporadas se observaría un rápido incremento alcanzándose la máxima cota en 1926, con más de ocho mil abonados en 41 delegaciones.
La evolución de las delegaciones fue muy variada. Así como hubo algunas que de forma muy constante mantuvieron su actividad a lo largo de toda su existencia, hubo otras que, tras un inicio exitoso, apenas duraron un par de temporadas. El reducido número de socios que las formaban no era suficiente como para hacer esa delegación rentable y, a pesar de que en un primer momento hubo un verdadero espíritu de hermandad entre las delegaciones más solventes y las deficitarias, llegó un momento en que la situación no era sostenible y la Junta Directiva en Madrid acordó tomar todo tipo de medidas que llevaran a una nivelación económica por la cual los gastos que suponía la organización de los conciertos mensuales no superase a los ingresos que proporcionaban las cuotas. En numerosas delegaciones la falta de perspectiva de una mejoría económica motivó el cierre prematuro de las mismas.
Conciertos: intérpretes y programas
La AdCM ofrecía un concierto una vez al mes y en Madrid y Barcelona hasta dos mensuales. Según los estatutos, la Sociedad de Conciertos Daniel se comprometía a presentar un detallado plan programa de la campaña artística a efectuarse la siguiente temporada para la delegación madrileña. En delegaciones más pequeñas el plan programa se decidía ‘sobre la marcha’ dependiendo de la disponibilidad de los artistas y de los teatros.
Si por algo se caracterizaba la programación de conciertos que ofrecía la Cultural era por su variedad. La Sociedad de Conciertos Daniel gestionaba la contratación de los artistas y la oferta musical abarcaba prácticamente todos los géneros, desde los recitales individuales hasta la participación de orquestas sinfónicas, coros y agrupaciones varias de música de cámara. Fue la primera sociedad musical en España que incluyó en sus programas la ópera de cámara, representando por primera vez La serva padrona de Pergolesi.
Resultaría tedioso nombrar a todos los grandes artistas que desfilaron por la Asociación pero, incluso a riesgo de omitir músicos excelentes, es mandatorio mencionar algunos de ellos: Segovia, Iturbi, Kreisler, Horowitz, Rubinstein, Arrau, Brailowsky, Cortot, Prokófiev… La mayor parte de ellos eran invitados para actuar en Madrid, comprometiéndose además a realizar giras por las diversas delegaciones. De esta manera los honorarios de los artistas se reducían considerablemente. Las giras eran maratonianas, con más de quince conciertos en un mes a lo largo y ancho de la Península. A finales de 1930, el pianista chileno Claudio Arrau, invitado por la Cultural, nos visitaba por segunda vez para presentarse en Jaén, Palma, Madrid, Huelva, Jerez, Cádiz, Gibraltar, Granada, Almería, Alcoi, Salamanca, Alicante Murcia, Málaga y Tolosa. Hay que añadir a la lista los conciertos ofrecidos para las sociedades filarmónicas de Valencia y Zaragoza, que son prueba de la buena relación que mantenía la Asociación de Cultura Musical con las sociedades filarmónicas. Desde su inicio, la Asociación se comprometió a no abrir delegaciones allá donde ya existiera una sociedad filarmónica. Con la existencia de unas y otras instituciones se tejió una densa red de entidades musicales que facilitaba la creación de rutas artísticas.
Los programas de los conciertos, la mayoría de tres partes con dos pausas de quince minutos entre ellas, eran elegidos por la Directiva, que trataba de armonizar los ‘distintos y muchas veces contrapuestos anhelos estéticos del público’. Con frecuencia las dos primeras partes ofrecían obras pertenecientes a los grupos clásico y romántico y la tercera, piezas ‘modernas’ de Debussy, Ravel, Schoenberg, Scriabin, Stravinski, Szymanowski, Bartók, Krenek… Se intentaba incluir en cada concierto obras de compositores españoles, en cariñoso auxilio de la música nacional, como diría el presidente de la Asociación, Altamira.
A tenor de las críticas que aparecían en la prensa local, la reacción del público, curioso y hambriento de buena música, no pudo ser más entusiasta, celebrando cada concierto con largas ovaciones. La labor de la Asociación y de sus delegados fue siempre acogida con profundo y sincero agradecimiento. Una labor que, incluso un siglo después, sigue impresionando por su espíritu filantrópico, su magnitud y su calidad.
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