El pasado 2 de junio falleció en París, a los 70 años, Kaija Saariaho. Su carrera ha sido inspiración y modelo para muchas compositoras. Su música ha sido su mejor carta de representación para ser reconocida como una de las más grandes compositoras del siglo XXI.
Por Fabiana Sans Arcílagos & Lucía Martín Maestro Verbo
Nacida en Helsinki (Finlandia), el 14 de octubre de 1952, Kaija Anneli Laakkonen compartía su tiempo entre los sonidos de la naturaleza y la incesante pasión que desde niña comenzó a sentir por la música. Su familia, ajena profesionalmente a este ámbito artístico, inscribió a la pequeña en una escuela para que desarrollase sus destrezas musicales. Es así como, a los 6 años, Kaija dio sus primeros pasos en la música: primero con el violín, al que se le sumaron el piano, la guitara y, finalmente, el órgano. Pero ninguno de ellos satisfacía su verdadero deseo: expresarse a través de la música con sus propias obras.
Según relataba la compositora, en su hogar no confiaban en su talento para la creación musical, actitud que amilanó la confianza de la joven. Esta situación, puede que fuese propiciada por la falta de referencias femeninas en la composición, pero ciertamente la alejó por un tiempo de esa idea, «redirigiendo» su intención creativa al estudio del diseño en la Universidad de Artes y Ciencias, y de la musicología en la Universidad de Helsinki. Pero Kaija no tardó muchos años en seguir el camino que sintió desde niña, ingresando a estudiar composición en la Academia Sibelius.
Con poco más de 20 años, a pesar de tener la impresión de no poseer el talento necesario para dedicarse a la composición, y tras la negativa de varios profesores a darle clase por ser mujer, Kaija encuentra al que será uno de sus grandes maestros, el compositor finlandés Paavo Heininen, quien se percató de la enorme capacidad de la joven. Según Kimmo Korhonen y Risto Nieminen, las producciones musicales de esta época incluyen muchas obras vocales melodiosas, aunque es con Im Traume para violonchelo y piano (1980) con la que su enfoque cambió de la melodía al tono de color.
Antes de cerrar su etapa en Helsinski, Kaija funda, junto a los compositores Magnus Lindberg y Esa-Pekka Salonen (también director), la asociación Korvat Auki (Ears Open). El grupo continúa en activo y su misión es abrir el camino a los jóvenes que se dedican a la música contemporánea y acercarla al oído del público. En este período, tras un breve matrimonio, la compositora toma el apellido Saariaho.
Con el afán de ampliar sus conocimientos y sus recursos compositivos, la compositora asiste a los cursos de verano de Darmstadt y comienza a estudiar con Brian Ferneyhough y Klaus Huber en el Conservatorio de Friburgo. Su estancia fue corta, ya que se negaba a limitar sus creaciones a condiciones estructurales rígidas y «prohibitivas» como las que imponía el serialismo.
En 1982 continúa su camino en la ciudad que será su casa y su gran impulso: París. Allí ingresa en el Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique (IRCAM), fundado por Pierre Boulez. Su perseverancia y talento fueron el impulso que la llevaron a abrirse camino en la ciudad francesa, además de ganarse el respeto de sus colegas compositores. Su trabajo especializado con medios electrónicos y digitales será definitorio para el desarrollo del resto de su carrera, creando su propio lenguaje y allanando el camino para las mujeres en este entorno.
La primera obra compuesta con estos recursos fue Lichtbogen, para nueve músicos y electrónica. Korhonen y Nieminen, anteriormente citados, explican que el punto de partida del proceso de composición de esta obra fue el análisis informático de los armónicos del violonchelo. Estos estallan en sonido cuando se aumenta la presión del arco, lo que proporciona la estructura y la armonía de la pieza. Continúan explicando que la música de Saariaho en la década de los 80 es más expresiva, contiene timbres brillantes y elementos rítmicos más fuertes, aunque con ausencia de pulsos regulares. Destacan obras como Jardin secret (I y II); Io, para conjunto de cámara, instrumentos electrónicos y cinta; Nymphea, encargada por el Lincoln Center; y Du cristal à la fumée, obra en la que, según el laudista Howard Posner, «las notas y las figuras melódicas cortas se repiten con insistencia, pero sin mucho movimiento, como si estuviéramos observado de cerca las facetas de un cristal». Esta composición fue un encargo de la Orquesta Filarmónica de los Ángeles y el Festival de Helsinki.
Su siguiente gran paso, que probablemente la catapultó hacia la eternidad, fue la decisión de componer su primera ópera. Gerard Mortier y Peter Sellars se reunieron con la compositora para proponerle la creación de una obra para el Festival de Salzburgo, el Teatro del Châtelet de París y el Teatro de Santa Fe. Esta aceptó el compromiso y, tras tres años de trabajo, el 15 de agosto del 2000 se estrenó L’amour de loin, inspirada en una obra medieval del trovador Jaufré Rudel, bajo la dirección de Susanna Mälkki, música de Saariaho y libreto de Amin Maalouf. Cabe destacar que las críticas ovacionaron este título y que, además, fue la segunda obra compuesta por una mujer en presentarse en la Metropolitan Opera de Nueva York tras el estreno, en 1903, de Der Wald de Ethel Smyth.
Seis años más tarde estrenó Adriana Mater, ópera encargada por la Ópera Nacional de París y la Ópera Nacional de Finlandia. En 2010, la compositora rindió homenaje a la matemática Émilie du Châtelet con el estreno de su tercera producción operística, Émilie, representada por primera vez en la Ópera de Lyon. Ambas producciones contaron con libreto de Maalouf. Su corpus lírico se amplía hasta 2021, año en el que se estrenó su última ópera, Innocence, basada en una obra de la novelista finlandesa Sofi Oksanen y con libreto de Aleksi Barrière, realizada gracias a un encargo del Festival de Aix-en-Provence. En España recordamos a Saariaho, entre otras cosas, por ser la primera autora extranjera en llevar a escena una ópera en el Teatro Real, gracias al estreno en el país de Only the Sound Remains, en 2018, para el que se contó con la participación del contratenor Philippe Jaroussky y el bajo-barítono Davóne Tines.
Más de ciento veinte obras componen el catálogo de Kaija Saariaho, entre las que destacan el oratorio La Passion de Simone —inspirada en los escritos de Simone Weil, en la que, según la descripción de la obra, «los quince movimientos son diferentes en carácter y estructura (…) la soprano tiene el papel crucial del narrador, mientras que los textos de Weill envuelven al público con electrónica»— y el ciclo de canciones Quatre Instants, dedicado a Karita Mattila, con quien la compositora trabajó para encontrar esos momentos que deseaba evocar de la soprano, imaginándose «toda una sección de música construida con imágenes contrastantes, cuyas subsecciones se comprimirían en momentos cortos pero poderosos», según relató la propia creadora.
La ópera Reconnaissance, las Canciones Saarikoski, la obra para orquesta Vista y la primera pieza de teatro musical Study for Life son algunas de sus obras más recientes. Su fallecimiento deja inacabas otras que estaban en proceso de creación, como el concierto para trompeta HUSH.
Reconocimientos como el otorgado por el jurado del Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, que declaró que su trabajo exhibe un «entrelazado perfecto de los mundos de la música acústica y tecnológica», el Prix Ars Electronica, el Grawemeyer Award de Composición o el Prix Italia, entre otros, son poco para el legado musical y emocional que nos ha dejado Saariaho.
Cerramos este brevísimo homenaje con unas palabras de la propia compositora en las que nos alerta de que «el arte es de las cosas más importantes desarrolladas por la humanidad. Se encuentra directamente relacionado con nuestra inteligencia emocional y esta nos hace humanos». No debemos olvidar que «la música es comunicación, debe llegar a la gente. Hoy en día eso es de gran importancia, ya que nos hacen falta experiencias espirituales y la música permite una forma de comunicación muy profunda».
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