La ópera y la música del siglo XX y de nueva creación son los dos caminos hacia los que Júlia Cruz ha orientado su recorrido como directora. Tras una temporada con importantes proyectos en México, incluido el estreno de un ballet con la Compañía Nacional de Danza y la reciente premier mexicana de Beatrix Cenci de Alberto Ginastera, Júlia debutará frente a formaciones españolas como la Orquesta Nacional de España, la Orquesta de Extremadura o la Oviedo Filarmonía.
Por Manuel Pacheco
Comenzaste tu carrera musical estudiando trombón. ¿Cómo entraste en contacto con la dirección de orquesta?
Como dices, mi instrumento es el trombón, lo cual no es nada raro porque soy valenciana. Recuerdo que de pequeña disfrutaba mucho de tocar en la banda o en clases de cámara, aunque sabía que mi camino no era ese. Lo de la dirección fue un poco por casualidad. Estando en el conservatorio, en Grado Medio, surgió la posibilidad de dirigir en una optativa que se inventaron, dirección de conjuntos. Ahí lo probé por primera vez y fue un flechazo, algo me hizo clic y decidí que quería ir por ahí.
¿Qué pasos diste a partir de ese momento?
Cuando tomé la decisión me tuve que poner mucho las pilas. Me empecé a preparar para las pruebas de acceso al Superior y conseguí una plaza en Zaragoza, que era donde quería estudiar. Mientras estaba allí gané la plaza de asistente en la Jove Orquestra de la Generalitat Valenciana, y esto me marcó mucho. Una plaza así te da acceso a tener ciertas experiencias, a escuchar ciertos repertorios. En particular en esta orquesta, porque en aquel entonces la dirigía Pablo Rus Broseta y estaba muy comprometido con el repertorio de nueva creación.
De aquí me fui a estudiar el máster a Maastricht. Estuve dos años, con la mala pata de que fueron los dos años de la COVID-19. Pero lo disfruté mucho, allí fue donde empecé a entrar en contacto con la dirección de ópera gracias a Federico Santi. Al acabar el máster me presenté al Concurso Internacional de Dirección de Ópera Blue Danube/Béla Bartók y me llevé el Segundo Premio. A raíz de esto, las cosas se empezaron a mover un poco.
¿De qué manera han influido los concursos en tu carrera o en tu visión de la dirección?
Son fundamentales, es una plataforma que te hace visible en un mundo en el que somos muchos yendo a por lo mismo. Tengo que decir que los concursos no me parecen la manera más adecuada de juzgar la música. Me parecen poco democráticos, poco inclusivos con el público y con las formas diversas de entender la música. Pero yo siempre los he disfrutado. Tampoco he hecho muchos, pero los que he hecho los he disfrutado precisamente porque son una experiencia compartida con el resto de candidatos, todos estamos pasando por la misma situación incómoda. Se aprende mucho de los compañeros y se ganan amistades que duran toda la vida. Además, el Béla Bartók me supuso el reto de tener que preparar cuatro títulos de ópera radicalmente distintos: Carmen, Don Giovanni, Pagliacci y El castillo de Barbazul. Estudiarlos en un tiempo limitado y luego ensayarlos y dirigirlos. Para mí esto fue una experiencia muy estresante, pero muy divertida.
De hecho, al hablar de tu repertorio destacas tu interés por el mundo de la ópera y, concretamente, de la ópera italiana.
Este interés nace en Maastricht. Federico Santi es director de ópera italiana y nuestras clases trataban este repertorio. Para mí fue un descubrimiento muy impactante y que me transformó mucho, porque de repente encontré una nueva manera de mirar la música y de entender la dirección, mi gestualidad, mi propio cuerpo. Y mi propia escucha. Cuando se dirige ópera se genera una escucha distinta, que tiene más que ver con la conciencia de generar un tempo e incluso un tiempo. Además, a mí siempre me ha interesado la teatralidad en la música y, claro, en el repertorio operístico la teatralidad está muy presente. He tenido la fortuna de continuar trabajando en proyectos de ópera muy diversos, y es algo que me hace profundamente feliz.
Entre 2022 y 2024 has sido becaria del programa Taki Alsop, que apoya la carrera de jóvenes directoras. ¿Qué puedes contarnos de esta experiencia?
Han sido dos años muy emocionantes. Lo que tiene de excepcional esta beca es que genera en las becarias una comunidad real. El gran premio es formar parte de una red en la que puedes preguntar a personas que igual te sacan veinte años de experiencia. Cuestiones de repertorio, técnicas, administrativas, personales, artísticas… Eso es un tesoro. Y, por supuesto, poder trabajar con Marin Alsop, observarla, asistirla, consultarle cosas. Está siempre a un correo de distancia, las primeras veces que le escribes no te lo crees. Es una oportunidad realmente única, utilizo esta palabra a conciencia, y es muy emocionante a nivel artístico y humano.
Hablemos de tus compromisos artísticos. Este último curso has tenido mucha relación con México, y acabas de estrenar allí la ópera Beatrix Cenci de Alberto Ginastera. ¿Cómo han sido estos meses de trabajo?
Fui por primera vez a México hace un año, cuando me presenté con la Orquesta Filarmónica de la UNAM, con quienes además regreso el próximo marzo. A raíz de esto empecé a volver. Una de las ocasiones en la que me reinvitaron fue para hacer El cascanueces en la temporada de Navidad de la Compañía Nacional de Danza y la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, y a partir de ahí se gestaron los proyectos de estos últimos meses. Uno ha sido el estreno de Ciudad Delirio, un ballet que encargó la Compañía Nacional de Danza a Marcela Rodríguez para celebrar el 90.º aniversario del Palacio de Bellas Artes, y que ha coreografiado Sonia Jiménez que es una artista increíble, una persona de una sensibilidad arrolladora. Vine unas semanas a finales de verano para trabajar esta pieza, y lo hemos empalmado con la producción de Beatrix Cenci.
¿Cómo describirías esta ópera? No es un título precisamente conocido.
Es una experiencia total para cualquiera que se acerque, sea desde la producción musical, escénica o como público. Me parece una ópera… Es difícil hablar de ella. Es una ópera salvaje, y con una sensibilidad muy moderna. Es de los años 70, pero la lógica que la sustenta es más teatral o incluso cinematográfica que musical. A la vez, tiene un elemento de música de cámara que hace que todo lo que suceda sea íntimo. Estas cualidades permiten contar de manera ética la historia, que es violenta y terrorífica pero real.
A este lado del charco también abordarás una producción operística con L’Elisir d’Amore, que dirigirás en diciembre en Terrassa.
Me hace muy feliz, porque L’Elisir d’Amore fue el primer título que dirigí, la primera ópera que estudié. Me sigue pareciendo un festival del humor, una ópera mucho más inteligente de lo que puede pensarse. Cuando te sumerges en la partitura empiezas a ver bromas musicales refinadas que son maravillosas. Está muy bien hacer música más seria, pero también está muy bien disfrutar, simplemente. Amo hacer L’Elisir como amo hacer Beatrix Cenci, me interesa mucho el medio de la ópera.
Tu debut frente a la Orquesta Nacional de España en noviembre llega, sin embargo, con dos partituras sinfónicas de Germaine Tailleferre y Prokófiev.
Estoy ilusionada de poder debutar con la ONE y en el Auditorio Nacional de Música, y de hacerlo con este programa y con Antonio Oyarzabal, que estará como piano solista en la obra de Tailleferre. Ambas piezas son caramelitos, relativamente breves pero que tienen mucho más de lo que muestran. La música de Tailleferre es… voluptuosa, muy sensual, con esta elegancia tan francesa. Es interesante que en la primera parte tiene un abanico de recursos en el más puro estilo impresionista y, de repente, te enseña la otra cara de la moneda y la música se convierte en una especie de vals desfigurado que me parece encantador.
Y esto tiene que ver con alguno de los fragmentos de la Sinfonía núm. 7 de Prokófiev. Es un compositor que tiene esa ‘otra’ sensibilidad, esa ‘otra’ manera de hacer las cosas. La Sinfonía núm. 7, que no es de las más conocidas. Se la encargaron para la División Infantil de la Radio Estatal, y puedes comprar que sea música para niños, pero siempre tiene ese subtexto puñetero, punzante, irónico. Hay momentos en que la lógica es más teatral, tiene más que ver con el Prokófiev de los ballets que con el sinfónico.
¿Qué espacio consideras que tienen las compositoras en el repertorio sinfónico u operístico?
Es evidente que se toca más música de hombres que de mujeres, y las razones para esto también son evidentes. El debate interesante a este respecto es cómo planteamos la música de mujeres y cómo nos siguen viendo a las mujeres en la industria musical. Me da la sensación de que se nos sigue catalogando como la otredad: yo no soy directora sino ‘mujer directora’, porque asumimos que el universal es el hombre. Muchas instituciones, seguro que con toda la buena intención, caen en este discurso que nos sitúa a directoras y compositoras en la excepción. Un buen ejemplo de esto me parece que cada vez somos más directoras invitadas, pero… ¿cuántas directoras artísticas de instituciones hay en nuestro país, o en Europa? Es necesario hacer una lectura crítica de la situación, y no quedarse en discursos que ofrecen soluciones muy superficiales.
Este concierto forma parte del ciclo Descubre, en el que las obras se ilustran con una charla previa y ejemplos. ¿Has trabajado ya en otros formatos similares, orientados a conectar con el público?
Va a ser la primera vez que participe en un concierto de este tipo, y la verdad es que me hace sentir muy cómoda. Es muy interesante que una institución como la OCNE tenga este tipo de formatos. Interesante e inteligente. Creo que estas charlas… no quiero decir didácticas, sino introductorias, funcionan muy bien cuando se dan herramientas para, antes que educar, emancipar la escucha de quien viene. Es decir, que no te condicionen la escucha, sino que te la liberen, que te den herramientas para poder escuchar cosas, imaginar cosas. Sé que es así como lo hace la OCNE, y me hace ilusión. Todo lo que sea generar interés individual por venir al Auditorio me parece una buena noticia.
Este invierno también te espera un concierto con la Oviedo Filarmonía y una gira de Año Nuevo con la Orquesta de Extremadura.
Con la Oviedo Filarmonía haré en noviembre un programa extraordinario con Brahms y Schumann. No es el repertorio que más hago, y me alegra poder meterme en este tipo de música tan tópicamente romántica y conocer a la orquesta. Y estar en Oviedo, que se come muy bien. El compromiso con la Orquesta de Extremadura es de los que más ilusión me hace, porque ¿a quién no le va a gustar un concierto de Año Nuevo? Lo que he intentado, respetando la tradición de las polkas y los valses, ha sido meter repertorio diverso: repertorio español, zarzuela, danzas de otros lugares del mundo. Va a ser un programa muy divertido y comunitario.
Y en febrero visitarás el Teatro Real como directora asistente de Jordi Francés, en un doble programa que incluye La vida breve de Falla y el estreno de Tejas verdes de Jesús Torres. ¿Cómo abordas la preparación de una partitura de estreno?
Me gusta mucho la música contemporánea, en parte porque tuve acceso a ella relativamente pronto en mi recorrido. Una partitura de estreno te pone en la tesitura de tener que usar tu imaginación, y eso me parece muy sano y siento que crezco como directora y como músico cuanta más contemporánea hago. Se activa una manera distinta de entender la lógica musical, muchas veces la tienes que construir tú misma. Ya conozco la música de Jesús Torres, en particular su otra ópera, Tránsito, que me parece una pieza excepcional. Me hace muy feliz poder participar, además de la mano de Jordi Francés, que tiene esta habilidad para generar discursos musicales que atrapan al oyente.
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