El 28 de agosto se cumple la conmemoración de uno de los éxitos de José Padilla en el Lyceum Theatre de Nueva York. Otras celebraciones de algunas de sus obras se iniciarán el próximo 21 de junio, Día Europeo de la Música, con la presentación de la Orquesta José Padilla y la lectura de la Declaración de Universalidad de su música, que la UNESCO hizo pública en ese mismo día.
Por Eugenia Montero
‘Siempre estoy componiendo, mientras hablo con usted surgen notas en mi cabeza’
(extracto de una entrevista en el diario Irodalom de Hungría)
Magia y misterio en su vida y en su creación
La música, como todas las artes, necesita una entrega absoluta. El músico pasa horas y horas tejiendo y destejiendo sobre la partitura las notas buscadas, soñadas, para una sinfonía, un musical o una canción.
La música está hecha de técnica e inspiración, pero es el alma del autor la que llega al público, le conmueve y permanece a través del tiempo. Y es el alma apasionada de José Padilla la que hace que su música permanezca, lleve felicidad, emoción, y siga llegando al corazón del público de países distintos que escuchan las notas sentimentales, dulces o vibrantes de su obra.
Es sorprendente y apasionante que podamos descubrir aún hoy música de José Padilla y aspectos desconocidos de su existencia, como sus éxitos en Broadway. La magia pone su luz en el destino de los que aman y viven en el teatro.
Cuando la música de José Padilla llegó a Broadway, al Lyceum Theatre y al Winter Garden, los hermanos Lee Sam y Jacob Shubert eran empresarios y propietarios de estos teatros. Hoy, la Fundación Shubert continúa el empeño familiar, el esfuerzo y la dedicación al teatro y es propietaria de estos prestigiosos coliseos.
Música viva
José Padilla ha sido (es, su música sigue viva) uno de los compositores cuyo destino parece tocar por los ángeles de la música, que con sus alas le impulsaron a viajar y entregar su obra a todo el mundo, a las culturas y sociedades más diferentes.
Actuó ante el presidente de Argentina, Hipólito Yrigoyen, en la Casa Rosada; ante los príncipes de Piamonte, más tarde reyes de Italia, en conservatorios de distintos países y teatros, Champs-Élysées de París, London Coliseum, Umberto de Roma, y en los teatros de Oslo, Varsovia, Praga o Estambul.
Padilla recorrió el mundo en unos años en los que viajar era muy distinto: largas travesías en barco en las que la visión del mar inspiraba al joven músico que dejaba atrás España, trenes de cuyas historias se han hecho películas y escrito novelas, automóviles atravesando interminables y a veces polvorientos o peligrosos caminos.
Europa, América, Asia y África recibieron la visita del compositor español y de su música. Esa presencia suya envuelta en notas musicales que llegaban directamente al corazón es la que ha hecho que permanezca y que a lo largo del tiempo se haya escrito sobre ella dejando constancia para la historia, como en las memorias de un explorador inglés que recordaba su visita a una aldea de África:
‘El jefe de la tribu me hizo pasar a su cabaña y me enseñó un gramófono, símbolo de la civilización que había llegado hasta ese pequeño lugar. Orgullo, puso un disco, movió la manivela, y escuché la música que está en todo el mundo: Valencia‘.
Desde París a Broadway
José Padilla afirmaba que su vida habría sido muy distinta sin ‘este maravilloso París’. Desde allí su música llega a Nueva York, perfuma Broadway con su aroma de violetas, extiende su capa de torero y hace vibrar a Estados Unidos de 1920 con ‘My Spanish Rose‘ en la elección de Dwight Eisenhower como presidente en 1953, o en Esencia de mujer, la película de 1992 que supuso el Oscar para Al Pacino acompañado por ‘La Violetera’ y ‘El Relicario’ en la carrera en el Ferrari, sueño del militar ciego acompañado del asustado estudiante que interpreta Chris O’Donnell o en el final del film.
Little Miss Bluebeard celebró 175 representaciones, del 28 de agosto de 1923 al 27 de enero de 1924, e inspiró una película en 1925 basada en la comedia musical estrenada en el Lyceum Theatre. La prensa afirmaba que la música de Padilla era una popular melodía parisina.
En Little Miss Bluebeard hay una presencia constante de París: el compositor español que vivía y triunfaba en París, los figurines de Paul Poiret, el modisto que quitó el corsé a las mujeres y ponía un sello teatral en sus modelos, y de Max Weldy, muy de moda en País, donde hacía fantásticos diseños para teatros y salas como el Folies Bergère.
Había en Nueva York en aquellos años una gran influencia de París, y esa influencia está en Little Miss Bluebeard, cuya historia gira en torno a una misteriosa y encantadora francesa, Colette, que en el tercer acto de la comedia canta ‘Who’ll Buy My Violets?‘.
En un musical anterior, Night Boat, en el que se interpreta otra creación de José Padilla, Padilla, ‘My Spanish Rose‘, la historia transcurre en gran parte en Deauville, la elegante ciudad francesa a la que acudían artistas, millonarios, y en la que ya en los años 50, Maurice Chevalier estrenó en el Festival de Les Lits Blancs, a beneficio de los niños enfermos, una obra de Padilla: ‘Les Grands Soirs de Paris‘.
Y el primer gran espectáculo de París que se presenta en Nueva York es ‘Ça c’est Paris 2‘, cuyo tema, envuelto en la aureola del éxito reciente e inmediato a partir de su estreno, era ‘Ça c’est Paris‘ de Padilla.
París, siempre París, unido al compositor en el corazón y en la memoria de su historia, como si de un destino se tratara. Destino hecho de música y viajes en el que, junto al amor a la tierra en que nació, País era la ciudad amada desde la que su música voló a Broadway y al resto del mundo.
Recordemos que escritores americanos como William Saroyan o Lovecraft se inspiraron en la música de Padilla. También Julio Cortázar o Borges. Evocando a Padilla, ya en este siglo, el escritor y periodista Raffaele Raimondo escribió:
‘Mientras exista el mundo no habrá un éxito ni una popularidad igual. Una locura universal. El autor, un español: José Padilla’.
Con mi agradecimiento a la Fundación Shubert y Arielle Dolester por su gentil colaboración.
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