José Luis López Antón es uno de los directores jóvenes más internacionales de nuestro país. Tanto en el campo sinfónico como en el lírico, ha trabajado en numerosos proyectos a nivel nacional, incluyendo varios estrenos absolutos. En el ámbito internacional, trabaja regularmente con diferentes orquestas de Latinoamérica, como la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo (Argentina) y la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, dirigiendo repertorios muy diversos
Por Marina E. Junquera
¿Cómo comenzó tu formación en la música y, más específicamente, en la dirección orquestal? ¿Quiénes son tus principales referentes?
Primero realicé en el Conservatorio Superior de Música de Salamanca mi formación más netamente instrumental, en la especialidad de saxofón clásico. La formación como director la hice en Madrid, con Miguel Romea y Andrés Salado. En 2014 y 2015, me formé con Andrew Gourlay, que fue director titular de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL), trabajando como director asistente. Al ser británico y haber trabajado en multitud de países, él compone mi influencia internacional en la dirección. Realmente fue un gran complemento para mi formación en Madrid.
De esta forma, pude realizar dos acercamientos muy diferentes en la forma de entender la técnica, el análisis, la programación y la dirección de orquesta en general. Fue muy enriquecedor para mí tener estas dos influencias diferentes, conformadas a través de los tres maestros como mis pilares, mis referentes.
Después de formarte con estos tres maestros, ¿cómo fue tu salto al mundo profesional?
Ese paso siempre es complicado. En mi caso, fue como de casualidad y con la OSCyL, en 2016. Necesitaban a alguien para hacer el primer ensayo de un programa que incluía el Concierto para piano núm. 1 de Rajmáninov, porque Vasili Petrenko —quien tenía que dirigir el proyecto— no llegaba a tiempo. Esta fue mi primera experiencia profesional, con la orquesta de mi tierra y, además, una de las agrupaciones de referencia en España. Me tocó muy hondo en el plano emocional, porque tengo un largo recorrido junto a esta formación: primero como oyente, luego como instrumentista y después como director.
En noviembre de ese mismo año, la OSCyL me volvió a invitar para dirigir unos conciertos pedagógicos y posteriormente, en 2017, la dirigí en el Festival Otoño Musical Soriano y en el Festival de Música Española de León. Ese fue mi paso a lo profesional y, para mí, fue de la mejor manera.
En las últimas temporadas has dirigido muchas orquestas diferentes entre ellas: profesionales, infantiles, jóvenes, grandes sinfónicas, etc., como la Orquesta Sinfónica RTVE, la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM), la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, la Orquesta Infantil ‘In Crescendo’ del proyecto socioeducativo de la OSCyL o la Joven Orquesta Sinfónica de Zamora. ¿Cómo es trabajar con formaciones tan diferentes entre ellas?
El fin siempre es el mismo con todas las orquestas: la excelencia artística y poder plasmar tu visión de la obra, lo que el compositor ha querido decir. Es cierto que los medios con los que cuentas cada vez son diferentes; los directores dependemos de un instrumento variable y complejo, formado por ochenta conciencias diferentes. Aglutinar eso en un mismo sentimiento o manera de entender la música es bastante complicado, por ello, el director debe estar muy abierto a la respuesta que le dé la orquesta y escuchar el sonido que ofrece. Yo entiendo la dirección orquestal como un intercambio de energía, de información: el director debe estar abierto a escuchar activamente la propuesta de la orquesta y así poder amoldar el sonido y llevarlo, de la mejor manera posible, a su visión de la obra. Esa es la estrategia que me intento aplicar a mí mismo.
Desde luego que el director debe ser el líder, pero debe ser un ‘primero dentro de iguales’, como bien decía el maestro López Cobos. También creo que ha habido una evolución sociológica en el aspecto del liderazgo y no solo en el ámbito de la dirección musical. Hace unas décadas nadie podía contestar a los directores —eran la autoridad máxima— y lo mismo con los doctores y otros profesionales. Hoy en día, esa figura autocrática que antes existía en todos los aspectos de la vida es muy diferente, es mucho más cercana. Los directores autócratas como tal ya no existen. Y, si existen, no tienen orquestas. Por eso, pienso que debemos ser profesionales, ir bien preparados y tener claro lo que queremos pedir a la orquesta.
En 2019 estrenaste dos óperas del compositor Igor Escudero con la OSCyL y la Orquesta Sinfónica Verum. Recientemente, igualmente con la OSCyL, subiste al escenario por vez primera la ópera Los comuneros del mismo compositor. También llevaste el estreno de la zarzuela El orgullo de quererte de Javier Carmena ante la ORCAM. ¿Cómo te enfrentas al estreno de un título lírico?
En la ausencia de la tradición está la dificultad o la oportunidad, depende de cómo lo quieras interpretar y afrontar. En la lírica, la tradición tiene un peso muy importante: de los grandes títulos hay muchas versiones disponibles. Sin embargo, una ópera nueva, aunque trabajes con el compositor o sobre el piano, no sabes cómo suena. Esto tiene algo muy bonito, ya que es un proceso de trabajo muy colaborativo, no solo con el compositor, sino también con los cantantes, incluso con la orquesta. Aunque difícil, me parece un proceso muy interesante e importante para romper los moldes del repertorio histórico.
Estrenar repertorio es un trabajo que te permite mucha flexibilidad, además de tener contacto directo con un compositor vivo, para analizar una obra de forma conjunta. Entablar esta conversación con el creador es muy interesante y constructivo —también complejo—, ojalá poder hacerlo con otras grandes figuras, como Verdi o Mozart.
A la hora de dirigir ópera y zarzuela, independientemente de que sea un estreno o no, ¿encuentras diferencias notables entre una u otra?
Realmente, la zarzuela es nuestro género y yo soy un firme defensor de ella. Creo que debemos ser comprometidos con la defensa de nuestra música, no en un plano teórico, sino programándola cuando tengamos ocasión.
Los principales puntos en común de la ópera y la zarzuela son la pertenencia al repertorio lírico, el trabajo con los cantantes y todo lo escénico. Los puntos diferentes son la especial conexión que puede tener la zarzuela con el texto, así como ciertos códigos y giros que aparecen —como la cadencia andaluza o el modo frigio—. Para nosotros, todo esto es muy común, aparece en nuestro código genético y lo escuchamos de una manera natural, pero quizá para el músico extranjero no lo es tanto. Estas peculiaridades forman parte de nuestra idiosincrasia y permiten entender cómo es nuestro género, para mostrarlo así al mundo. Además de en España, he podido dirigir zarzuela en el extranjero y creo que debemos sentirnos muy orgullosos de ella.
Actualmente, y desde 2015, eres el director titular de la Orquesta Sinfónica de Ávila (OSAV). Además de dirigir conciertos, ¿qué supone asumir la titularidad de una orquesta?
El caso de la Orquesta Sinfónica de Ávila (OSAV) es peculiar porque es una orquesta joven y con una plantilla variable y, por ello, no tiene la misma carga de trabajo, ni esfuerzo, ni tiempo. Hacemos dos o tres encuentros al año, que no es lo mismo que ser titular de una orquesta institucional o profesional.
Sin embargo, en todas las orquestas, aunque no sean profesionales, hay una serie de labores que van aparejadas al puesto de director titular. En el ámbito más puramente musical, algunas de mis competencias son el diseño más específico de la programación, buscando la posibilidad de trabajar con solistas o directores invitados y creando proyectos con diferentes programas. También es necesario trabajar los valores y el sonido que quieres sacar de la orquesta, así como cuestiones administrativas: reserva de espacios, etc.
La comunicación con el público también es importante. Con la OSAV creamos un ciclo de conferencias que se llama ‘Contando la música’ para acercar la música clásica a todas las personas que les interese y quitándole el cliché de arcaico que la acompaña.
En lo internacional, has trabajado mucho en Latinoamérica. Has hecho varias visitas a México y, el pasado mes de octubre, debutaste en Argentina. Generalmente, en la música clásica se compara el mundo hispanoparlante con el europeo —conjuntando Latinoamérica con España—, pero creo que son mundos muy diferentes. ¿Cómo es trabajar como director en España y en Latinoamérica?
Lo primero que debemos tener en cuenta es que hay muchos vínculos sociológicos e históricos entre España y Latinoamérica que están presentes y facilitan el entendimiento. Todas las agrupaciones profesionales tienen sus peculiaridades, sean de este o aquel lado del charco. A la hora de trabajar con las orquestas es necesario entender los códigos de cada una de ellas: cada una respira de una manera, tiene un sonido propio y unas peculiaridades. Pero eso ocurre aquí y allí. Las programaciones son bastante parecidas, sin embargo, las temporadas no. En la mayoría de los países de América del Sur diseñan las temporadas por año natural, con dos períodos —de enero a julio y de agosto a diciembre—, incluso tres.
Por otro lado, en Latinoamérica los proyectos pedagógicos los asumen los directores titulares, cosa que es muy positiva y no usual en España. De hecho, aunque hay excepciones, en nuestro país los conciertos pedagógicos suponen el lugar en el que los jóvenes directores encuentran su espacio para dirigir las orquestas profesionales.
Me sorprende un poco que el repertorio sea el mismo…
Pues sí, es muy parecido. En 2019, cuando trabajé con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, me impusieron —por así decirlo— interpretar una obra de un compositor mexicano. Fue el poema sinfónico Pueblerinas de Candelario Huízar, que tiene un lenguaje parecido a Silvestre Revueltas. Este trabajo fue muy enriquecedor para mí porque me hizo profundizar mucho en la música mexicana y aprender mucho sobre ese repertorio. También he hecho Shostakóvich o Dvorák y mucha música española, como Turina o Guridi. De este compositor estrené en México sus Diez melodías vascas con la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato y tuvo muy buena acogida. En México tienen algo de predilección por las obras de compositores patrios, pero igual que en España. En líneas generales, el repertorio es el mismo: el canon de la música clásica es universal.
Y el público, ¿se parece a un lado y otro del Atlántico?
En México lo que más me chocó fue la diferencia de número en el público: allí hay mucho menos. Parece ser que, en el país, más concretamente en Ciudad de México, la idea de música clásica académica tiene aún un público selecto, un punto de elitismo. Es un hecho que me llama poderosamente la atención, que en una ciudad tan grande llegue a faltar el público en los conciertos de temporada. También he de destacar que en Argentina este hecho no está tan marcado.
Sin embargo, los conciertos pedagógicos se llenan. Con la Orquesta Sinfónica Nacional de México hice un proyecto para público familiar en el Palacio de Bellas Artes. Estuvo lleno los dos días y hasta tuvimos que abrir el ensayo general.
Mirando al futuro, ¿hacia dónde quieres centrar tu carrera: ámbito sinfónico u operístico?
Seguiré las oportunidades que me vaya brindando la vida. Sí que es verdad que, en mis inicios, trabajé mucho más en el ámbito sinfónico, pero ahora estoy más centrado y cada vez más cómodo en el terreno de la lírica. El trabajo en el foso es muy diferente: como director, eres el eslabón que conecta el escenario con la orquesta, el nexo total. Sin embargo, en el trabajo sinfónico creas el sonido. Creo que son dos formatos complementarios, que se pueden enriquecer el uno al otro. Como músico, me ilusiono y apasiono con cualquier cosa que caiga en mis manos. Aunque puedo tener ciertas preferencias en cuanto a programación, me gusta todo: en el equilibrio está la virtud y con eso me quedo.
¿Cuáles son tus principales compromisos para esta temporada 2022-23?
En octubre de esta misma temporada debuté en Argentina y ya me han ofrecido fechas para volver. Recientemente trabajé con la Orquesta de Madeira (Portugal) y, en diciembre, estaré envuelto en una producción de ópera de nueva creación en el Teatro Cervantes de Málaga: de nuevo, la ópera en mi vida.
En enero volveré a México, con la Orquesta Filarmónica del Estado de Querétaro. También haré una Traviata y otros proyectos con la Orquesta Clásica Santa Cecilia y seguiré teniendo cierta presencia con la Orquesta Sinfónica de Ávila, que se irá prolongando en el tiempo.
Para mí, ha sido muy importante retomar el contacto con el desarrollo profesional internacional tras la pandemia, ya que en Latinoamérica costó más volver a la normalidad. Antes de la COVID-19 trabajaba mucho allí y aquellos meses supusieron un parón muy grande en mi carrera internacional. Todo lo que vivas y experimentes como ser humano repercute en tu vida como músico y trabajar fuera enriquece mucho, en el plano humano y profesional.
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