‘Así como el ignorante está muerto antes de morir, el hombre de talento vive aún de muerto’. Con esta cita del escritor de la Roma clásica Publio Siro me gustaría rememorar al maestro Cervelló, alma de violinista, temperamento de compositor y, sobre todo, gran músico y creador que recientemente nos ha dejado
Por José Manuel Gil de Gálvez
No es mi intención en este artículo hacer una oda personal o una loa sobre la vida de Jordi Cervelló, hablar de su catálogo compositivo, de su estilo musical o de sus grabaciones, porque ahí está o estará para consultarlo. Es el interés, dibujar un retrato relatando mi vivencia y acercamiento al maestro. Se trata de una elegía muy personal pues, con el paso de los años, estas crónicas de su tiempo son las que nos ayudarán a dibujar su personalidad que, como intérprete, acaba siendo lo más importante para entender la obra y, como investigador, siempre lo echo en falta. Parece que solo permanece la obra, pero no la persona, y uno está en esa fase vital en la que prefiere saber y recrear la vida del compositor para que la obra cobre un sentido real, poliédrico.
Curiosamente no fue por su faceta de compositor por lo que oí hablar de él, pues entonces mis intereses se enfocaban en la interpretación y en una incipiente vocación investigadora, ansias de saber. Allá por el año 2000, escarbando en fuentes con un voraz ánimo de absorción de conocimiento, di con su articulo ‘Las escuelas de violín y su origen’, publicado por el maestro en el año 1987, en el número 35 de la revista Quaderns, que por entonces editaba la Fundació Caixa de Pensions de Barcelona.
Eran tiempos en los que muy poco había escrito en castellano sobre la temática que entonces me obsesionaba. Tras indagar sobre el autor, vi que el personaje era muy interesante, polifacético, con múltiples dimensiones, pero todas tenían como nexo el violín. Tiempo después entendí que esta maravillosa obsesión por el instrumento rey se debió a un desgraciado accidente que sufrió en Italia en sus años de juventud, justo cuando estaba terminando los estudios de violín, truncando su carrera como intérprete. De aquel infortunio surgió un maravilloso compositor, una suerte de amante del violín, gran conocedor de su evolución, respetuoso de su tradición, capaz de reactualizarlo con criterio y sabiduría compositiva, transfigurando notas y acordes, desdibujando el instrumento hasta sacarlo de su zona de confort, dotándolo de una nueva e inusitada estabilidad, algo al alcance de pocos, sobre todo en la escritura de la parte solista del violín y, por ende, en el trato de los instrumentos de cuerda, rasgo distinguidísimo de sus obras y que también tamiza todos sus escritos y trabajos de divulgación del noble instrumento.
Amplio conocedor de la historia del violín, en diversas ocasiones me dijo que ‘los italianos me tienen chiflado y los aprecio a todos’; se refería a Corelli, Vivaldi, Tartini, Geminiani, Locatelli, y tantos otros. Igualmente, recuerdo largas tertulias sobre los bellísimos seis conciertos ‘Armónicos’ de Pergolesi, hoy días atribuidos a Wassenaer; cuántas veces escuché que era imposible que el diplomático holandés los hubiese compuesto, otorgándole la paternidad al de La serva padrona, algo que suscribo. Estas cuestiones que compartíamos me encandilaban, pues siento un apego muy parecido al instrumento y no siempre se puede hablar en estos términos. Teníamos una conexión violinística importante y mucha sintonía musical.
En otra ocasión me escribía: ‘Una cosa quiero decirte. Mi obra Burlesca Ibérica que Spivakov tocó en varias ocasiones la compuse hace ya muchos años. Tiene algo de folclore e incluso hacia el final aparece una especie de fandango. ¿Tú que crees?’. Bellas tertulias en persona o vía correspondencia que te atrapaban porque interesaban de verdad, al menos a mí. Igualmente, escuchaba con atención los recuerdos de su etapa como discípulo de Joan Massià y de Rosa Faria, de la que siempre hablaba apesadumbrado por lo que sufrió, pues como amigo de la familia conoció de primera mano su destino, una violinista de altísima valía que se fue marchitando a causa de las presiones conyugales. Siempre recordaba apenado y triste que ella debió aceptar en su día el ofrecimiento que el célebre violinista Henryk Szeryng le hizo para irse a enseñar a México. El maestro era un gran defensor de la aportación de la mujer a la música.
Siguiendo con el relato, algunos años después, y por mediación de mi buen amigo Jordi Roch, presidente de Honor de Juventudes Musicales Internacionales, con el que tanto años compartí Consejo de Dirección en la Confederación Nacional de Juventudes Musicales de España, me puse en contacto con él. Allá que fui por primera vez, ha llovido desde entonces, a su casa del barrio de Sarrià, al que estuve rindiendo visita prácticamente cada vez que pasaba por Barcelona, era muy hospitalario y dadivoso. De él nos dice el Dr. Roch: ‘Jordi Cervelló siempre ha sido un compositor inspirado por su entorno y muy motivado por sus inquietudes intelectuales. Muy original en el trato instrumental de la cuerda, que él dominaba con sabiduría’.
En los últimos años, el maestro se dejaba ver asiduamente por la serie de conciertos que organiza la Asociación Joan Manén que, con su nombre y fines, rinde homenaje al grandísimo violinista catalán. El presidente de la citada institución, Daniel Blanch, así lo recuerda: ‘El amor que sentía por la naturaleza y por el violín eran para él dos fuentes inagotables de inspiración y a la vez dos salvavidas que le ayudaban a sobreponerse de sus sufrimientos. Tenía una insaciable curiosidad por aprender y su amor por la lectura y la capacidad de emocionarse con interpretaciones musicales de calidad no tenían límites’. A cuenta de la lectura, otra de sus pasiones, justamente a finales de mayo me aconsejaba que leyera Amigo de la ganadora del Premio Nadal Ana Merino. Este libro está basado en tres cartas de Federico García Lorca, y en él aparece también Salvador Dalí, personaje del que tanto hablaba, pues lo trató y lo apreciaba.
El pasado otoño, para nuestra felicidad, comenzó a escribirnos un concierto para violín y cuerdas, dedicado a Concerto Málaga y al que suscribe estas palabras, que finalizó en los primeros meses del año. La editorial Boileau tenía un borrador de la edición impresa en mayo, quizá fuese su última obra compuesta. Justamente ese mes pude visitar a Yolanda Guasch, gerente de la editorial y nieta de Alessio Boileau, fundador de la histórica editorial y actualmente la más antigua que continúa activa en España, con casi 120 años de servicio a la música en su emblemático local del 287 de la calle Provença en la ciudad condal. Esta fue su editorial de cabecera y así nos lo recuerda la propia Yolanda: ‘Ha sido un honor que editorial Boileau haya colaborado durante tantos años contigo en la publicación de tus obras que continuamente revisabas y mejorabas con el objetivo de proporcionar una escritura cómoda al intérprete. Eso ha dotado tus composiciones de una técnica natural y eficaz sin renunciar a aspectos virtuosísticos, y a expandir una expresión intensa del mensaje trascendente que canalizas a través de tu música. Todos sabemos que la historia te colocará en el lugar destacado que mereces’. Y así también lo creo, un compositor de estas características merece ese lugar en la historia de nuestra música.
Retomando su amor por la naturaleza, al concierto para violín y cuerdas lo llamó La Maroma, en honor a la cima más emblemática de la provincia de Málaga, y ahora entenderán por qué. Es una pieza verdaderamente bella, pero lo que más me sorprendió es cómo supo captar a la perfección las inquietudes de índole filosófico-estético que pude transmitirle como idea figurada del concierto soñado que buscaba, muchas compartidas, el amor por la naturaleza y especialmente por la montaña. Tanto es así, que no hay mejor explicación que reproducir sus palabras al respecto: ‘Imagino que te sorprenderá el título de La Maroma. Estuve mirando por internet muchas fotos y las historias que se explican de esta montaña que es como una ‘montaña sagrada’. Y no dudé, cuando todavía estaba escribiendo la obra, en poner como título La Maroma. Cuando yo era joven tengo un recuerdo de un famoso valle en los Pirineos (La Vall de Núria) que entre mis 8 o 9 años hasta los 20 años era un lugar sagrado para mí. Íbamos entre julio y agosto. El Valle de Núria, que puedes ver por internet, es un paraíso rodeado de montañas que llegan o pasan incluso de los 3.000 metros de altitud. El valle tiene ya 2.000. Íbamos a un hotel con mis padres, un hermano mío y otras gentes precisamente de la zona de Sarrià que es donde vivimos. Era una época maravillosa y que la sueño constantemente. Por esto y pensando en esta obra me decidí hacer como un trasplante e imaginar vuestra eterna montaña’. La última vez que lo pude ver, me indicó que estos recuerdos de la infancia le asaltaban constantemente y que rememoraba aquellos días en la montaña con mucho detalle.
Mientras escribo este artículo, me vienen a la cabeza repetitivamente los compases de La Maroma, su música exige estudiarla bien…, estrenada y grabada hace apenas un mes y que con tanta pasión compuso. Sobre esto, alcancé a decirle: ‘¡es una gran pieza, salió espectacular!’. Si conocen sus trabajos, su discurso armónico siempre tiene mucho desgarro, un mundo interior amplio, como su personalidad, cuando se sabe transmitir ese mundo interior se conoce muy rápido a la persona, es lo que distingue a las personas abiertas y transparentes del resto.
Para el estreno de la pieza invitamos como director de forma muy meditada a Gonçal Comellas, que tantos proyectos pretéritos y amistad le unían al maestro. Al respecto nos dice el maestro Comellas: ‘Que la vida es a veces difícil de entender y, a menudo, inexplicable, es un dilema que ahora mismo tenemos en la cabeza, y por supuesto en el corazón, con el triste acontecer de la muerte del compositor Jordi Cervelló, de quien el violinista José Manuel Gil de Gálvez y yo mismo estrenamos en Málaga hace escasamente cinco semanas el concierto La Maroma dedicado al citado violinista, obra que mezcla Clasicismo y modernidad de manera sorprendente y extremadamente sensible. Nuestra ilusión es que el compositor pudiera oírla mediante una grabación al no poder asistir personalmente al concierto. No cabe duda de que él la llevaba en el corazón y, estoy (estamos) seguros, la oirá, en el más allá. Con mi más sentido dolor’.
Y en la coda… no me gustaría finalizar sin recordar que recientemente, en marzo, pude estar en el estreno sinfónico de su obra L’harmonia de les formes, de manos de la Orquestra Simfònica de Barcelona i Nacional de Catalunya, básicamente un homenaje a su figura en L’Auditori. Una obra escrita en colaboración con el ilustre físico Jorge Wagensberg sobre las formas más frecuentes de la naturaleza. A mi parecer probablemente sea su obra magna, aunque él me manifestó su predilección personal por La sfera d’ametista, su concierto para violonchelo y orquesta, del que decía: ‘Me identifico mucho con esta pieza, antes no me paraba mucho a oírla, pero me he dado cuenta que soy yo completamente’.
Hasta siempre querido Jordi, tu música permanecerá siempre viva. D. E. P.
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