Porque ser pionero es muy complejo, además de meritorio, y porque a veces a los pioneros se les supone y no se les otorga la memoria que merecen. Es de justicia recordar, difundir y salvaguardar el legado del maestro Monasterio de una forma más adecuada
Por José Manuel Gil de Gálvez
Jesús de Monasterio y Agüeros (1836-1903) nació en el lindísimo pueblo de Potes (Cantabria), que preside el espectacular Valle de Liébana, un pueblecito enclavado en un entorno que para los que nos gusta andar por la montaña es idílico. Allí una placa recuerda la que fue su casa natal, y una bella estatua del célebre artista, colocada en 1906, preside la plaza que lleva su nombre.
Dejando aparte los datos biográficos relativos a su formación, que es lo que más abunda repetidamente sobre el autor y que no es objeto de este artículo, recordaremos algunos datos menos difundidos. Visitó a Gounod en París y fue el primero en tocar lo que a la postre fue el Ave María sobre el bajo del preludio de El clave bien temperado de Bach. Conoció a Verdi, quien se presentó mientras Monasterio ensayaba en el salón del Conservatorio, en su tratada visita a Madrid. También fue Monasterio buen amigo de Sarasate, al que no dudó en elogiar públicamente cada vez que tuvo ocasión, aunque Ángel Pettenghi dijera: ‘Monasterio, que no busca o no quiere seguir el camino de las dificultades de Sarasate, va por el verdadero sentimiento del arte’. Usó un Guarnerius y un Stradivarius, este último lleva su nombre y fue tocado por el virtuoso Ricci. Hoy día es difícil saber dónde está, no sé si ustedes lo sabrán, pero yo no.
Como autorretrato personal, él mismo destacaba la virtud de la honradez y detestaba la hipocresía. Además, gustaba de hablar mucho y ser excesivamente franco. Le encantaban autores como Cervantes, Arenal, Calderón, Velázquez o Mozart, y admiraba el hecho histórico de Guzmán el Bueno. A Monasterio no le interesó ser un hombre exclusivamente consagrado a dominar el mecanismo del instrumento, sino que se propuso cultivar su espíritu enriqueciéndolo con conocimiento de las bellas artes, las letras y las humanidades, además de ser un gran aficionado a la fotografía, de ahí que fuese brillante en diferentes áreas.
Fue gran amigo de Concepción Arenal, mujer muy apegada a la familia que llegó a Potes viuda y con dos hijos. Esta pionera del feminismo español hizo gran amistad con el violinista y será este quien la introduzca en el mundo de la caridad y la filantropía. El trato con sus vecinos del pueblo fue siempre muy amable, tanto en sus vacaciones en Potes como en Casar, incluso, algunos años después de su fallecimiento y debido a su fama de santo, sus restos fueron trasladados al interior de la Iglesia, donde reposan en la actualidad.
Durante sus vacaciones de verano recibía a sus amigos de Madrid y también a sus amigos cántabros, entre los que destacaban el novelista Pereda y Menéndez Pelayo. Con este último y con Barbieri comía casi cada miércoles en Madrid. Precisamente fue Barbieri el que le introdujo en el estudio y transcripción de la música histórica junto a Pedrell, que lo hizo a su vez en la música popular. Dimensión esta de la investigación de la cual poco se ha hablado.
Un personaje polifacético y brillante
El Monasterio compositor fue pionero en escribir obras inspiradas en nuestras melodías populares y llevarlas al ámbito académico. Está entre el pequeño ramillete de autores españoles que recogen el testigo inmediato que Liszt, Glinka y Gottschalk dejan a su paso por España. Sin duda, esel primero en transcribir nuestros giros del folclore a la escritura para violín, un camino que seguirá después el propio Sarasate, pues Monasterio ya lo hace en los primeros años de la década de 1850 con obras como la Fantasía original española, Grande Fantaisie Nationale o Adiós a la Alhambra que posteriormente continuará desarrollando con su Concierto para violín en Si menor, el primero de su especie compuesto en España, o Sierra Morena, de claro motivo andaluz. Igualmente, en su producción para orquesta también se adelanta al propio Pedrell. Contribuye, además, a la configuración de lo que posteriormente se denominará el alhambrismo, corriente musical inspirada en el concepto de lo exótico andaluz, la confluencia entre oriente y occidente que suponía el contacto de los viajeros románticos con la Alhambra de Granada. Monasterio se sitúa, probablemente, como el más brillante de todos en la primera época de esta corriente, que alumbró en Granada poquísimos años antes el ruso Glinka mientras escuchaba al guitarrista Rodríguez Murciano y, ya saben, aquel Fandango-Estudio de Balakirev.
Evidentemente, hemos de tener en cuenta que Monasterio no está suficientemente considerado al nivel que su legado merece, digamos que está algo olvidado, máxime si subrayamos que solo hemos disfrutado de una parte de su catálogo rememorado en cenáculos concretísimos. Pues, si consideramos sus composiciones vocales y corales, un interesante e inspirado repertorio religioso, bastantes obras fuera de catálogo, estamos ante un literal olvido en la difusión de su legado, aunque justamente tengamos un conservatorio con su nombre y algunas calles en su memoria.
Otro aspecto por resaltar del ilustre compositor montañés, y del que poco o nada se ha dicho, fue su contribución como iniciador de la reforma de la música religiosa en España, al crear junto a Pedrell una asociación isidoriana al estilo de las cecilianistas de Alemania, que tenía orquesta de cámara y coro. Esta asociación convocó el primer congreso de música religiosa que en 1895 se realiza en Madrid, actuando como antecedente, ni más ni menos, de lo que luego se generará entorno al Motu proprio, promulgado por Pío X en 1903, que encabezó en España la figura de Otaño, desde Comillas.
Destacó Monasterio en su vida por ser un compositor de música puramente instrumental, un rara avis en la España de mediados del XIX que andaba muy centrada en otra tipología de composiciones. Él se afanaba en buscar sonoridades románticas en consonancia con lo que se hacía en Europa, un lenguaje más internacional. Brillante en la dirección de orquesta, desarrolló una gran labor, tal y como nos decía en su tiempo Esperanza y Sola: ‘El gran conocimiento que tiene del instrumental de cuerda, alma de toda orquesta, hace que dominados los que la componen por su batuta, que en sus manos se convierte en varilla mágica, obedezcan maravillosamente a la más ligera inflexión de ella, canten con el violín con voz suave como el director podría hacerlo, ejecuten portamentos y toquen con uniforme movimiento de arcos, dos cosas que desconocíamos hasta ahora en nuestras orquestas’. Lógico, era un enorme violinista, culto e intelectual.
Por todo ello, se hace evidente que su escritura para cuerdas es exquisita, transparente y muy equilibrada, pues apunta claramente a la sonoridad que perseguía para su ejecución instrumental, un sonido que por desgracia no tenemos registrado, pero que sin lugar a duda debió representar una refundación de lo que se podría llamar la escuela violinística española que abarcaría desde mediados del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX. Escuela diseminada por discípulos tales como Fernández Arbós, Fernández Bordás o Andrés Gaos, entre muchísimos otros. En línea con esto, como violinista he de significar que he tenido la ocasión de tocar su música en múltiples conciertos e incluso en grabaciones liderando la orquesta de cuerdas Concerto Málaga. Destacables en este registro, el Andante Religioso y Andantino Expresivo, ambas para cuerdas, y la pieza solística Adiós a la Alhambra, obras de lindísima factura, profundidad sentimental y gran gusto musical, que subrayan esta claridad sonora compositiva que se adscribe, sin duda ,a su concepto del ‘bel suono‘ como violinista.
Como divulgador y gestor, en 1863 crea la Sociedad de Cuartetos, que fue pionera en España en la difusión de la música de cámara de corte clásico y romántico, dando a conocer de forma sistemática la música de autores como Haydn, Mozart, Beethoven, Brahms o Dvorák, cuestión por entonces muy necesaria. Algunos años más tarde, colabora en la creación de la Sociedad de Conciertos de Madrid, siendo director de su orquesta hasta 1869. Allí nunca faltó la programación de autores españoles como Ledesma, Espadero o Bretón, por citar algunos. En 1873 da vida a la Sección de Música de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, hasta entonces inexistente. Fue miembro de la Junta para la Defensa de la Ópera Nacional y el primero en introducir el diapasón en España. Desde 1894, asume la dirección del Conservatorio de Madrid, por entonces Escuela Nacional de Música, sucediendo a Arrieta. Como director, contribuyó a reformar normas decisivas que mejoraron la estructura y planes de estudios, renunciando finalmente por la política musical del Ministerio, esa es la versión oficial, aunque probablemente lo que más le causó desesperanza fue el enfrentamiento con parte del claustro de profesores. El hecho es que Monasterio, estuvo detrás de la contratación de Pedrell, aquello parece que sentó mal a parte del profesorado, a tenor de las persecuciones que el de Tortosa sufrió, tildado de catalanista, el mismo que tituló su discurso de entrada a la Academia de Bellas Artes de San Fernando como ‘Sentir en español’, imagínense. Aquellas circunstancias sustanciadas en guerras cainitas estériles le acabaron agotando y presumiblemente fue la causa nuclear de su dimisión.
Patrimonio cultural de Cantabria
Pero en España, la acciones en memoria de estos grandes quijotes musicales del pasado, suelen estar en manos de personas con el pundonor y la sensibilidad para entenderlo. En el caso de Monasterio, podemos destacar como valedor de su memoria a Enrique Campuzano, director del Museo Diocesano de Santillana del Mar y académico de las Reales Academias de Bellas Artes de San Jorge, en Cataluña, y de San Fernando, de Madrid. Además, es el promotor del proyecto y del montaje de la Casa Museo en Casar de Periedo, e igualmente lidera allí muchas de las actividades que se realizan en recuerdo del ilustre cántabro.
Recientemente, y gracias al empuje de Enrique Campuzano, el Palacio de Gómez de la Torre del siglo XVIII, casa de Jesús de Monasterio en Casar de Periedo, pasa a formar parte de la Red Europea de Casas de Músicos por mediación del gestor cultural cántabro Pablo Álvarez de Eulate, en colaboración con la Dirección General de Patrimonio de Cantabria. A esta red están adheridas las casas de figuras como Beethoven o Bach, una bella iniciativa de Jorge Chaminé, director del Centro Europeo de Música (CEM), situado en la bella colina de los impresionistas de Bougival (Francia), un recinto donde están las casas de Viardot, Bizet y la ‘dacha’ de Turguéniev.
Por tanto, referenciar la vida y obra de Jesús de Monasterio en ese maravilloso lugar de España, sumado a la oportunidad que supone el pertenecer a esta red, le da un rango internacional; la convierte en un factor de indudable valor turístico y cultural de la comarca; aporta una gran riqueza patrimonial a Cabezón de la Sal y, en definitiva, suma altísima cultura a la bella comunidad de Cantabria. Adelante con ello, aceleren, yo me sumo.
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