El compositor Israel López Estelche está en un momento muy dulce de su carrera, ya que, tras obtener varios reconocimientos importantes y disfrutar en 2017 de la Beca Leonardo BBVA, recibe encargos de composición de forma regular, tanto en España como en el extranjero. Tras su exitoso paso por el Festival Internacional de Santander, visitará México en estos días para estrenar Suspiros del desconsuelo, una obra para orquesta de cuerdas que será interpretada por la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, con dirección de Ludwig Carrasco.
Por Susana Castro
El próximo 30 de octubre se estrena su obra Suspiros del desconsuelo en el marco del Foro Internacional de Música Nueva Manuel Enríquez, en Ciudad de México. Se trata de una obra para orquesta de cuerdas, ¿cómo describiría musicalmente la obra que se va a encontrar el público mexicano?
Es una pieza de alrededor de veinte minutos, dividida en cinco movimientos de corta duración, miniaturas si se quiere, en las que he querido condensar el mayor contenido expresivo en cada una de ellas; se trata de un encargo del Festival de Música Contemporánea Cristóbal Halffter.
Cada movimiento tiene una entidad diferente. Se puede observar en cada uno una variedad de planos y planteamientos diferentes, siempre dentro de un contexto estructural global, lo que favorece la unidad a nivel general, pudiendo exhibir particularidades independientes en cada movimiento. Creo que he conseguido una madurez estructural y una liberación estética muy importantes en la obra; propia de la evolución que he seguido desde mi Partita para orquesta o el Concierto para cello.
¿Qué rasgos de su escritura podrán descubrir en esta pieza aquellos que conozcan sus composiciones anteriores?
Esta pieza comparte rasgos con algunas de mis últimas obras y cada vez se hace más evidente mi relación con la tradición de manera desprejuiciada. Mi gusto por el desarrollo melódico, la música vocal o el trabajo de los centros armónicos es cada vez más claro. Y, junto a ello, tengo una preocupación por la utilización de recursos instrumentales y combinaciones que brinden a la orquestación nuevas sonoridades. Como bien habrán detectado quienes han escuchado piezas mías anteriores, mi acercamiento a la tradición también se aleja de la veneración y la nostalgia. No pretendo emular nada que ya esté hecho. Pero no me privo de utilizar cualquier recurso que esté a mi alcance para lograr mis objetivos artísticos.
¿De dónde parte la colaboración con la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, que en este caso estará dirigida por Ludwig Carrasco?
A Ludwig lo vi dirigir hace una década al Ensemble Laboratorium en la sala de la Fundación Botín en el Festival Internacional de Santander y siempre he querido trabajar con él, por su sensibilidad y conocimiento de la música actual. Sin embargo, el momento definitivo surge absolutamente de la casualidad. Mi mujer, la musicóloga Tania Perón, es autora del mayor estudio sobre la compositora María Teresa Prieto, publicado por la Universidad de Oviedo en 2020. Ludwig se puso en contacto con ella porque estaba interesado en el libro y concertamos una cita con él para conocernos y llevarle un ejemplar. Fruto de ese encuentro surgió esta colaboración a la que seguirá otra la temporada que viene: un concierto para flauta, coro y orquesta de cámara en el que participarán el flautista Alejandro Escuer, la Orquesta de Cámara de Bellas Artes y el Coro Madrigalistas de Bellas Artes.
El pasado mes de agosto también vivió un momento especial, con el estreno absoluto de ‘Farewell’, una obra realizada por encargo del Festival Internacional de Santander, que se pudo escuchar en el Palacio de Festivales cántabro en interpretación de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, bajo la batuta de Elim Chan. ¿Cómo describiría la recepción de su obra por parte de público?
Fue fantástica, ciertamente. El encargo llegó como parte del compromiso de la dirección del Festival con la música contemporánea y no se podría haber dado de una mejor manera, junto a otro encargo de Beatriz Arzamendi, Speaking drums de Eötvös y Scheherezade de Rimski-Kórsakov. El público se volcó con la obra, con todo el concierto, realmente. Se sentía que había una vuelta de manera normalizada que espoleaba al disfrute más absoluto de la música y del ritual del concierto. Hubo mucha gente que me felicitó por la pieza, incluso hubo críticas que la describían como ‘de increíble belleza’. Pero todo esto no habría sido posible sin la volcada interpretación de orquesta y maestra.
¿Y por parte de los profesores y del director de la OSPA? ¿Cómo fueron las sesiones de ensayo?
Mi relación con la OSPA es de hace bastantes años. Llevo colaborando con ellos en diferentes actividades desde 2006, aproximadamente, aunque la primera obra que interpretaron fue en 2011. Y siempre me han tratado con una cercanía y respeto increíbles desde la gerencia, con Ana Mateo al frente, a los músicos y todo el equipo técnico. Farewell no era la primera obra que interpretaban y, como siempre, la interpretación fue magnífica. Se volcaron y les percibí muy a gusto.
Respecto a los ensayos, Elim Chan los planteó de manera muy intensa y acertada. El conocimiento de las obras era absoluto y vi en su planteamiento una intención de hacer lo mejor por la música. Ninguna repetición estaba injustificada, ningún detalle carecía de sentido. Todas las piezas del concierto brillaron en sus manos y los profesores de la OSP
Usted es de Santoña (Cantabria), ¿se sintió en ese momento ‘profeta en su tierra’?
Un poco sí, la verdad. Tener a tu familia cerca y que puedan presenciar la materialización de un camino tan incierto como el de la composición es siempre una satisfacción; más si se ‘juega en casa’.
Sin embargo, no ha sido un cambio radical en mi relación con la música en Cantabria. Por suerte, ya he tenido encargos y relación con grupos como el ENSEIC, que dirige Esteban Sanz Vélez, o concursos, como el Concurso Internacional de Música Ecoparque Trasmiera. El encargo del FIS, uno de los grandes festivales de España, supone la consecución de un proyecto que Valentina Granados y yo queríamos hacer desde hace años, pero no se había dado la oportunidad; y que uno, como cántabro, pueda estrenar allí, es aún más emocionante.
Haciendo un repaso por su trayectoria, son numerosos los premios que ha recibido a lo largo de su andadura, ¿qué importancia le da a estos reconocimientos en la carrera de un compositor?
Un premio siempre hace que se ponga un foco sobre ti, aunque sea brevemente. Te ofrece una visibilidad que te da pie a presentarte y da un espaldarazo —grande o pequeño, da igual— a tu carrera, porque, en ocasiones, te da la oportunidad de conocer otros músicos, compositores, orquestas, etc. En mi carrera yo les doy la importancia que tienen y sé lo que me han ayudado. De todos modos, que ganes un concurso no quiere decir que, de repente, te quieran en todos lados: hay que seguir trabajando, estudiando, componiendo, haciendo proyectos… en fin, seguir haciendo camino.
¿Cómo ve usted la figura del compositor en el siglo XXI? ¿Cree que realmente se puede vivir de la música de concierto en el momento actual?
La figura del compositor actualmente es muy precaria, pero creo que no difiere mucho de la de los siglos anteriores. Hay que ser muy versátil y ver todas las actividades como complementarias o adyacentes a la composición: gestión, pedagogía, dirección, investigación, copista, etc. Y absolutamente todo enriquece y termina siendo una parte indispensable de tu actividad como compositor. En mi caso, imparto clases en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, doy conferencias, cursos, etc. Dar clase es una actividad que me encanta. Lo disfruto mucho. Primero, porque el contacto con nuevas generaciones de músicos y compositores es enormemente enriquecedor ya que te plantean dudas que tú ni siquiera habías imaginado. Y, segundo y algo más egoísta, por el hecho de que enseñar es la mejor manera de aprender.
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