El sello Lindoro presenta un nuevo trabajo discográfico de la pianista Isabel Dombriz, Utopía. Su presentación tendrá lugar en Madrid el 17 de noviembre en la sala El Espacio, Boutique de las Artes Escénicas. Se trata de un proyecto nacido durante la pandemia, e incluye una serie de piezas románticas y nacionalistas de Rajmáninov, Bruckner, Falla o Smetana, a las que se suman otras de Mozart o Laura Vega. Hablamos con ella sobre cómo tomó forma el disco y su vinculación con el repertorio seleccionado.
Por Manuel Pacheco
Utopía se publica en 2024, pero lleva gestándose varios años. ¿Cómo se origina este proyecto discográfico?
La idea surgió durante la pandemia por COVID-19. Aquella nueva circunstancia supuso replantear mi situación profesional y personal. Durante algún período todos llegamos a pensar que la música en vivo quizá no iba a volver, y eso me hizo darme cuenta de que, a pesar de todo, quería seguir tocando como parte de mi crecimiento personal, sin importarme tanto el hecho de tener público o no. Me gusta tener la mente activa, con metas alcanzables a corto plazo y otras imposibles para no perder nunca la ilusión. La búsqueda de un nuevo repertorio y el placer de descubrir sus recovecos me mantuvo con buena energía durante la tan desagradable etapa que vivimos.
¿Por qué Utopía? ¿Cuál es el hilo conductor de las piezas del álbum?
Utopía porque todo el proceso de creación se ha gestado por caminos poco habituales. Parecían, en principio, imposibles. Pero esa fantasía con la que me gusta vivir, y que es el eje vertebrador del disco, se compensa con mi forma de ser más realista y pragmática, y han convertido a Utopía en una realidad. El nexo de unión de las obras surgió cuando, durante el confinamiento, sentí que a pesar de tener limitaciones de movimiento disfrutaba de más libertad mental. Disponía de tiempo, que era algo que siempre había echado en falta. Dentro de casa, sí, pero había tanta riqueza entre esas cuatro paredes…
Esa situación me llevó a plantearme si la libertad era una circunstancia externa o una sensación interna y qué relación podría tener con la música. La libertad externa puede estar asociada a formas musicales menos restrictivas como la fantasía, que permite la libre gestión del espacio para el compositor. Pero también me planteé la equivalencia musical de la situación: a pesar de tener una forma más limitada (nuestro confinamiento), si las ideas continúan buscando una expresión más allá de la realidad (mis pensamientos durante aquel período), entonces nos encontramos con lo fantástico. A partir de esas dos guías, la fantasía y lo fantástico, también me interesé por otra definición que el diccionario de la Real Academia Española da del adjetivo ‘fantástico’: ‘magnífico, excelente’. Las obras que quería encontrar debían tener esa calidad. De todo el repertorio que trabajé, mantuve aquel con el que más me identificaba y con el que podía vincularme de una forma más profunda.
La Fantasía Bética de Falla y la Fantasía sobre temas populares checos de Smetana se sitúan, creo que estratégicamente, al inicio y al final del disco. ¿Qué vínculo tienen estas dos obras?
Son dos obras de una grandísima complejidad y ambas tienen como sustancia generadora la música de raíz, la que vibra en las calles, la que tiene historia y expresa el sentir de una comunidad. Creo que la música popular es el germen que no se debe perder en una cultura. La música que no nace de una partitura sino de la transmisión oral contiene toda la expresión individual del intérprete y es reflejo de la sociedad en que habita.
La Fantasía Bética refleja toda la fuerza y el arraigo del flamenco. Es una obra llena de pasión, con el ritmo como otro de sus pilares y algunos destellos impresionistas. En la Fantasía sobre temas populares checos, Smetana juega con algunos cantos de extremada profundidad y otros llenos de júbilo. Son dos grandes obras que llevan la música de la tierra al escenario.
¿Cómo escogiste las obras de Rajmáninov, Bruckner y Reger? Destaca la Fantasía de Bruckner, un compositor que no es precisamente conocido por su obra para piano.
Cuando hago la elección del repertorio necesito tener alguna reacción física durante el primer acercamiento a la obra. Debe captar mi atención de principio a fin y tiene que estar bien escrita para el instrumento —es decir, que el hecho de trabajarla sea un enriquecimiento y no una posible causa de lesiones o incomodidades—.
De Rajmáninov escogí en un principio varias de sus Piezas de fantasía, opus 3, pero el tiempo fue despejando mis atracciones naturales. Me parece que la Elegía está compuesta con materiales exquisitos, sabe utilizar muy bien todo el equilibrio de registros en el piano y tiene expresiones muy contrastadas pero todas ellas dolientes. De Max Reger seleccioné la Rêverie Fantastique porque tiene un estilo poco frecuente en su obra. Es una obra de juventud y, tal como indica ese quasi improvisato de la partitura, es una obra que fluye muy bien. El piano pierde la sensación de ser un instrumento de percusión, jugando con una souplesse [flexibilidad] que hace que el instrumento se sienta más maleable.
De la Fantasía de Brukner me atrajo mucho su Langsam [lento]. Me llevaba a escuchar una voz acompañada de cuerdas, transformándose sutilmente con cada acorde. También escuchaba a los vientos que entraban con un carácter mucho más solemne, y que volvían a desaparecer para dejar paso a ese canto, lleno de lamento, pero también de esperanza. Inicialmente ese Langsam lo trabajé por placer personal, como bis para mis conciertos, pero es cierto, que junto al Allegro que le sigue, forman una obra muy curiosa y que merecía la pena dar a conocer completa.
En medio de estas se sitúa la Sonata – Fantasía de la compositora canaria Laura Vega. ¿Qué relación guarda con las anteriores?
Esta composición de Laura Vega tiene un espectro muy amplio de expresiones y recursos pianísticos. Utiliza un lenguaje que, por momentos, conecta con la escritura de Rajmáninov y de otros autores románticos —la partitura hace referencia a los compositores favoritos de quien le encargó la obra—. Es muy intensa, y en el disco funciona como eje entre el repertorio más habitual y las obras que puedan resultar más novedosas para los oyentes. Me gusta aportar variedad de estilos en mis proyectos e intento ser siempre una voz para la música actual. Esta obra tiene una expresión pasional y una riqueza tímbrica que me atraen mucho. Cuando contacté con Laura para interesarme por su obra, la partitura todavía no estaba publicada. Afortunadamente, ya se puede adquirir gracias a la Editorial Tritó.
Llama la atención la inclusión de la Fantasía en Re menor de Mozart en medio de este repertorio tan marcadamente posromántico.
Sí, era necesaria para aportar también cierta claridad y equilibrio. Me gusta que el repertorio de mis proyectos funcione como un buen menú gastronómico: debe tener distintas texturas, sabores y densidades. Y, como bien observas, entre tanta pasión era necesaria también música que nos estabilizara (y eso que esta Fantasía en concreto tiene muchísimos contrastes). Siempre hay algo depurador en la música de Mozart.
¿Cómo ha sido el proceso de grabación y el posterior proceso de publicación con el equipo del sello Lindoro?
El proceso ha sido curioso, ya que la intención inicial no era el proyecto discográfico sino la pura motivación personal, el descubrimiento de un repertorio interesante y en buena parte desconocido. Junto a Álvaro Menéndez Granda decidimos llevar a cabo una serie de grabaciones audiovisuales para plasmar este trabajo. Se realizaron en distintas fechas, según íbamos sintiendo que era el momento, en Estudio Uno y en Hinves. Una vez terminado el trabajo audiovisual que compartí este verano en mi canal de YouTube, vi que realmente era un repertorio que merecía ser compartido con más oyentes. Afortunadamente, Lindoro se interesó por el proyecto y me abrió sus puertas para publicar el disco antes de acabar el año, ya que, precisamente, estamos celebrando el 200.º aniversario de nacimiento de Bruckner y Smetana. Una Utopía hecha realidad.
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