Por Tomás Marco
Entre las diez acepciones directas que el diccionario de la RAE da de la palabra máquina, la primera de todas la define como ‘artificio para aprovechar, dirigir o regular la acción de una fuerza’. Esta definición conviene plenamente a lo que en sí es un instrumento musical, que no es otra cosa que una máquina para hacer música.
Comprendo que todavía haya a quien chirríe que llamemos máquina a algo tan sutil como un violín Stradivarius. Y sin embargo lo es y no solo eso sino que los instrumentos-máquina han acabado por erigirse en el paradigma más claro de la llamada música pura (desde Hanslick) o música absoluta.
No siempre fue así. Si pensamos un poco nos daremos cuenta que un elevadísimo porcentaje de la música compuesta e interpretada a lo largo de la historia, prácticamente un noventa por ciento, es música vocal y que, en la mayoría de los casos, el que se acompañe o no con instrumentos es algo puramente anecdótico. Y eso se aplica incluso a la actual música de consumo.
La música griega, de la que conocemos todo en la teoría y casi nada de su sonido, era aplastantemente vocal. No es que no hubiera instrumentos en Grecia pero eran siempre secundarios incluso aunque se tratara de la lira con la que Apolo venció, no sin algunas trampas, al desafortunado Marsyas que tocaba el aulos, la flauta griega. Pero la música importante de los himnos, la pedagogía, la poesía épica o lírica —que era cantada— o el teatro era música vocal. Y no hay más que ver el verdadero desprecio con que Platón trata a los instrumentistas.
No obstante, los griegos, al menos los alejandrinos, quisieron investigar en las máquinas musicales y, dejando aparte algún rastro en los mitos, llegaron a artificios sonoros que nadie dudaría en calificar como máquinas. Diógenes de Laercio atribuye al matemático Ctesibio la construcción del hydraulis, una especie de órgano accionado por agua que es el primer antecedente del órgano moderno. Y, por cierto, los romanos conocieron bien el órgano y lo usaban con profusión aunque era más bien un artilugio que se empleaba en burdeles y fiestas subiditas de tono. Esa es la razón por la que en los albores de la Edad Media, el órgano, que llegaría a ser el instrumento eclesiástico por excelencia, estuvo prohibido en las iglesias donde más tarde llegaría a reinar.
Nadie ignora que durante los siglos medievales la música continuó siendo aplastantemente vocal. Da igual que se trate de canto ambrosiano, gregoriano o mozárabe o que, fuera de la iglesia, lo encontremos en trovadores, troveros o minnesingers, la música es siempre vocal y si se recurre al instrumento, éste es un acompañamiento casi siempre prescindible. En la iglesia, aparte de la lenta y ascendente función del órgano, apenas se conocen los instrumentos. Fuera de ella, solo tienen alguna importancia como elementos de la danza.
El que los instrumentos cobren una mayor dimensión en el Renacimiento tiene que ver con el auge científico de la época. Las máquinas en general mejoran su rendimiento y por tanto, los instrumentos-máquinas también lo hacen. Es entonces cuando tímidamente se va a ir creando la música instrumental independiente de la voz. Para ello hacen falta ciertas cosas en la música práctica que van desde la lenta sustitución del sistema modal por el tonal y la creación de la armonía vertical hasta la idea que se va abriendo paso del sistema de temperamento igual. Pero, sobre todo, hay un extraordinario perfeccionamiento de las máquinas musicales con el desarrollo implacable de los instrumentos de cuerda, de los hoy legendarios lutieres como Salò, Amati, Stradivarius, Guarnieri…
Ciertamente el Barroco es la gran época de los instrumentos y de la música instrumental. Por su longitud y variedad se ha llegado a defender que hay que sustituir lo de Barroco por ‘edad del bajo continuo’ pero es abusivo y además priva a la música de su enlace estético con las demás artes de la época. En todo caso, crea una rica variedad de música instrumental que será aprovechada por el clasicismo para su creación formal de música pura.
Si hay un instrumento que sea una máquina en el sentido más mecánico de la palabra, éste es el piano, nacido por las exigencias que el clave no podía cumplir cuando las salas se hacen más grandes y la música exige distinguir entre fortes y pianos. Los primeros pianos de Cristofori o Silberman eran mamotretos mecánicos que se asemejaban más a auténticos forgendros que a verdaderas máquinas para hacer música. Pero eso era momentáneo, el piano se va refinando y acabará triunfando en los finales del XVIII. Un músico de vida no larga como fue Mozart empezó como clavecinista y componiendo para clavecín y acabó como pianista y escribiendo para piano. Y desde Beethoven ya no hay cuestión.
Pero las máquinas se perfeccionan continuamente y el piano seguirá evolucionando hasta casi la actualidad. Todavía tendrá mejoras trascendentales con el doble escape introducido por Sebastián Érard que permitía la repetición rápida de notas, Y la carrera de Liszt, a través de sus obras, describe bien la evolución que iba sufriendo el instrumento y las exigencias que él mismo pedía a los constructores. Otros instrumentos van perfeccionándose como máquinas: sistema Böhm en las flautas, las válvulas en los metales, los pedales de afinación en el arpa… la máquina tiende siempre a la evolución.
Otro terreno en el que las máquinas hacen su aparición es el momento en que las vanguardias históricas pretenden incorporar el ruido como elemento musical y en el radicalismo del futurismo italiano encontramos a un Luigi Russolo teorizando sobre L’arte dei rumori y fabricando los enormes intona rumori mecánicos. Pero eran máquinas demasiado primitivas y faltaba un salto que es importante en el maquinismo del siglo XX: la dependencia de la electricidad y el desarrollo de la electrónica.
La aparición de la música concreta y la electrónica al término de la Segunda Guerra Mundial remediaba con creces las aspiraciones y carencias de Russolo. Y los inventos de Robert Moog llevaron a crear los sintetizadores. A quien crea que la música electrónica, que es también de máquinas, es un caso aislado o prescindible, le recordaremos que hoy no existe ningún conjunto de músicas pop, folclóricas, étnicas o de cualquier tipo, que no use sintetizadores y que en la música culta actual la presencia electrónica es moneda común. El paso siguiente, los ordenadores, es ya algo diario.
Paralelamente pensemos cómo máquinas que no son instrumentos han influido en la difusión y disfrute musical: la radio, el fonógrafo, disco de vinilo, cd, mp3… con enumerar algunas de ellas evocamos toda una transformación esencial de las relaciones musicales.
Pero la máquina siempre ha sido temida por algunos y en música eso no es una excepción. Siempre se ha sospechado que acabe con lo anterior, pero eso en arte no es posible. Ni los instrumentos acabaron con las voces ni las máquinas electrónicas (sintetizadores, ordenadores) acabarán con las máquinas mecánicas (instrumentos). No se trata de sustituir, se trata de añadir y de sumar. La evolución del arte sonoro no es ni puede ser otra cosa que una continua suma.