Darío Tamayo es clavecinista y director de Íliber Ensemble, formación de cámara dedicada al estudio e interpretación de la música antigua con criterios historicistas e instrumentos antiguos. El último trabajo discográfico de Íliber es El clave del Emperador (Ibs Classical, 2021), grabado junto al grupo Todos los Tonos y Ayres, sobre el programa del mismo nombre. En él, a través de la figura de Diego de Pantoja, misionero y músico de los siglos XVI y XVII, se reúnen la música antigua europea y china, dos culturas aparentemente lejanas que, gracias un exhaustivo trabajo de investigación, han encontrado diversos puntos de unión a través de la música.
Por Marina E. Junquera
Darío, tu formación comenzó con el piano y después diste el salto al clave y a la dirección, ¿cómo se desarrolló este proceso?
Todo empezó cuando, de pequeño, mi padre me llevó a un concierto de órgano y aluciné. Esto fue lo que hizo que me decantara por el piano en el conservatorio, básicamente porque quería tocar el órgano. Desde el principio estaba marcado que mi carrera iba a tirar por las teclas históricas. Cuando cumplí 15 años, en el Conservatorio de Granada, donde estudiaba, compraron un clave y, para mí, fue como un flechazo; incluso me solía colar entre las audiciones para probar el instrumento, sin tener ni idea de técnica. Desde ese momento empecé a formarme con el clave de forma privada y, paralelamente, hice los estudios superiores de piano en Granada. También comencé a estudiar dirección a través de cursos, clases privadas y dos estancias en Londres y Berlín.
Ya en 2018, cuando llevaba unos doce años tocando el instrumento, entré en la ESMUC para estudiar clave. Tenía ganas de profundizar, echar raíces en Barcelona, conocer el ambiente musical catalán… Así, hoy por hoy, los pilares de mi trayectoria son el clave y la dirección.
¿Cómo se despertó tu interés por la música antigua?
Gracias a mis padres. No vengo de una familia de músicos, pero mis padres tienen estudios musicales básicos y son muy melómanos. En casa siempre sonó mucha música de todo tipo y, dentro de la música clásica, la antigua se escuchaba muchísimo. Me fui impregnando de todo eso desde pequeño, como si fuese mi lengua materna, primero como escuchante y luego como intérprete.
En unos meses terminarás el Grado Superior de clave en la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC). ¿Después seguirás formándote?
Mi idea es trasladarme a la Schola Cantorum Basiliensis (Basilea). Me interesa mucho porque es un sitio legendario y tiene un máster enfocado al bajo continuo y la dirección de ensembles. Aparte, me gustaría seguir manteniendo contacto con la ESMUC o hacer algún año de formación continuada en La Haya.
Una vez acabado el máster, todo dependerá del punto en el que me encuentre. No descarto estudiar algo más pero, por ahora, me voy marcando objetivos a corto y medio plazo, con la mirada siempre puesta en ambiciones más grandes. Quiero estar a lo que me vaya encontrando, ya que muchas veces las propias circunstancias te van cambiando de una forma orgánica y natural.
Profesionalmente, ¿cuál es tu mayor objetivo?
Es complicado, porque los logros artísticos son muy difíciles de cuantificar: a veces, una pequeña conquista puede resultar mucho más significante que un enorme logro. Mi gran objetivo podría ser llevar mi proyecto, tanto personal como grupal, a un nivel que me permitiera vivir de ello; que fuese el corazón de mi vida profesional, aunque luego hubiera otras cosas. Quiero que mi futuro profesional se fundamente en Íliber, sin embargo, también quisiera tener una vida interpretativa aparte, sobre todo como director, y no solo de música antigua.
Hablando de Íliber Ensemble, ¿cómo nace el grupo? ¿Cuál ha sido su trayectoria hasta hoy en día?
Íliber Ensemble se creó en 2013, fruto de una idea que arrastraba desde antes: crear un proyecto con el clave como instrumento de cámara. Cuando estaba terminando el primer curso de piano en el Conservatorio de Granada, conocí a una serie de músicos con mis mismas inquietudes por la música antigua, a pesar de no pertenecer a ese mundo. Así, un día surgió la idea de crear un grupo que fuera un proyecto estable, con la idea de convertirse en algo profesional. En mayo de 2013 hicimos un primer ensayo y, aunque fue bastante surrealista, constituyó el germen de Íliber. Realmente fue un proceso de cocción muy lento y de mucho trabajo. Durante todo un año nos dedicamos solo a ensayar y a buscar y crear programas. Esto condujo a nuestro primer concierto, en abril de 2014, un año después de la creación del grupo. Desde entonces, Íliber echó a andar y así hemos llegado hasta hoy.
A principios de 2017, Íliber vivió un cambio bastante grande, ya que algunos miembros se marcharon a estudiar fuera y tuvieron que abandonar el grupo. Esta segunda etapa es la más profesional, pues entraron compañeros nuevos que han conformado el núcleo del ensemble desde entonces, los músicos con los que comparto el proyecto hasta hoy. ¡Y el año que viene cumplimos diez años!
Íliber es un grupo de apariencia joven y actual, ¿cómo son los músicos que lo forman?
Tras la renovación del grupo en 2017, primamos, por encima de todo, la calidad de los músicos y que tuvieran experiencia en otros estilos y disciplinas musicales. Así, los integrantes de Íliber vienen de la música medieval, el jazz, el folk, grupos de pop-rock y un largo etcétera. También me interesaba que albergaran una forma de mirar nuestro oficio que encajara conmigo y el proyecto y, por último, que su formación y trayectoria fuesen muy panorámicas. En la actualidad, tengo el placer de compartir este viaje con Abigail Horro (flauta de pico y arpa), Mar Blasco (violín), Javier Utrabo (violone), Aníbal Soriano (cuerda pulsada) y Luis Vives (percusión), a los que me unen no solo lazos profesionales y artísticos, sino también una profunda amistad.
¿Qué os aporta el hecho de ser un ‘grupo joven’?
El tema de la juventud es una moneda de dos caras. Por una parte, hoy en día hay un montón de plataformas que buscan promocionar y dar proyección a jóvenes músicos con potencial. Por otra parte, la juventud puede tratarse con un aire peyorativo, joven como sinónimo de poco formado, poco experimentado, poco maduro… He vivido ambas dimensiones: que por ser joven se te abran ciertas puertas o que te pongan una serie de prejuicios. Al final, uno tiene que contar con ellos y, en cierto sentido, hay que aceptarlos, aunque los prejuicios se deben combatir con tu propio trabajo, buscando la excelencia artística.
Generalmente, Íliber trabaja con repertorios de gran calidad pero que han permanecido sumidos en el abandono y el olvido. ¿Cómo presentáis estos repertorios al público?
Siempre buscamos algún elemento que resulte sugestivo. Por ejemplo, en nuestro programa Mestizajes sonoros —creado en torno al Códice Trujillo, un tesoro de un valor antropológico y artístico incalculable— apelamos mucho al valor patrimonial de lo que hacemos. Además, creemos que el oyente que consume música antigua es curioso por naturaleza, por lo tanto, buscamos también generar en él esta curiosidad hacia el repertorio. Finalmente, consideramos que es primordial tener una buena imagen, proyección audiovisual y presencia en redes sociales.
¿Cómo acoge el público este repertorio tan desconocido?
Generalmente la respuesta es muy positiva. Hasta ahora, todos los programas han tenido un componente folclórico bastante importante, música muy de raíz que conecta rápidamente con las personas. Estamos hablando de música sublime, de una calidad alucinante, con la que el público empatiza.
Por otra parte, nosotros cuidamos mucho la narrativa sonora de los programas, es decir, llevamos al oyente de la mano desde el comienzo del concierto hasta el final, con un hilo conductor muy claro, que ayuda a que la experiencia del concierto sea muy satisfactoria. Nada de lo que presentamos es al azar, está todo muy estudiado y cavilado: el orden, el equilibrio entre piezas, el repertorio y sus instrumentaciones… En las actuaciones también solemos ‘romper la cuarta pared’, hablar con el público y conectar con él. Gracias a todo ello, el proceso de comunicación —que es lo que es el concierto— se ve muy apuntalado.
Este año habéis lanzado, junto al grupo Todos los Tonos y Ayres, la grabación discográfica del programa El clave del Emperador (Ibs Classical), que repasa el legado de Diego de Pantoja, misionero y músico de los siglos XVI y XVII y primer español en acceder a la Ciudad Prohibida y establecer relaciones con la corte imperial china.
La idea de este programa parte de una investigación de Todos los Tonos y Ayres, que es un grupo especializado en música antigua china, el único en España que se dedica a eso. Rubén García Benito, su director, comenzó a estudiar los paisajes sonoros de Diego de Pantoja y reunió en torno a cuatro horas de música. Poco después, en 2017, empezamos a trabajar de forma conjunta en un periodo de investigación, documentación y selección del programa. 2018 fue declarado Año de Diego de Pantoja por el 400 aniversario de su muerte. Así, a través del Instituto Cervantes de Pekín, el Instituto Confucio y la Embajada de España en China, hicimos una gira de casi dos semanas, con varios conciertos en Pekín y Shanghái. Tocamos en sitios impresionantes y la experiencia fue increíble desde diversos puntos de vista: musical, cultural y humano. La hospitalidad china es muy conocida y nos trataron maravillosamente.
¿Cómo es el público chino? ¿En qué se diferencia del español?
El público en China fue sorprendentemente cálido, la creencia de que los chinos son fríos es un prejuicio. Además, están acostumbrados a un paradigma de concierto mucho más extenso del que hay aquí, al menos en Pekín y Shanghái. Por eso, en los conciertos, la gente estuvo conectada con el repertorio todo el tiempo, a pesar de que era una versión extendida del programa. Allí nos sentimos como los Rolling Stones: la gente nos hacía fotos por la calle —por nuestro aspecto occidental— y teníamos un autobús privado para ir por toda la ciudad.
¿Qué trato recibe allí la música antigua?
Creo que depende de la región y la ciudad. La impresión general fue que, en estos momentos, en China no existe el grado de conocimiento que hay en Europa con respecto a la música antigua. El sector está aún empezando a desarrollarse; se están creando departamentos de música antigua en los conservatorios —sobre todo en Shanghái—, pero en un estado bastante germinal. La música antigua china no es especialmente conocida, al menos por el gran público, aunque seguro que hay un sector de la población que la conoce.
¿Cómo explicarías la unión en un mismo programa de dos culturas, en un principio tan lejanas, como son la europea y la china?
Esta unión es uno de los grandes retos del programa. Nos encontramos con sistemas de afinación —tonales y modales— e instrumentos diferentes, además de toda una tradición musical distinta. Al principio, parecía que no había puntos de unión. Por ello, tratamos de hallarlos a partir de los que ya encontró Diego de Pantoja. Por ejemplo, pensamos en agrupar los instrumentos buscando analogías organológicas y poniéndolos a dialogar entre sí.
Otra de nuestras grandes motivaciones fueron los documentos que demuestran que en la corte china, tras la llegada de Diego de Pantoja, el emperador comenzó a organizar jornadas musicales en las que las dos culturas dialogaban: se interpretaba música china con instrumentos europeos o música europea con instrumentos orientales, y se hacían una serie de mezclas que hemos intentado emular en el disco. De hecho, nada de lo que hay en él es una suposición: está todo muy fundamentado en los registros históricos de la época y en prácticas que sabemos que se hacían en el momento. Es impresionante encontrarse, en mundos tan lejanos, instrumentos que tienen funciones parecidas: unos destinados a la armonía, otros con funciones solísticas, instrumentos de percusión… Todas estas analogías encajan perfectamente, es fascinante.
Volviendo a Íliber, además de los conciertos que realizaréis en los próximos meses en el Festival Internacional de Santander, el Festival de Música Renacentista y Barroca de Vélez Blanco o el Ciclo de Patrimonio Nacional, por destacar algunos, ¿tenéis algún otro proyecto en mente?
Queremos grabar un proyecto con la música sacra de Sebastián Durón en torno al cambio de dinastía —a principios del siglo XVIII—. Grabaremos su Misa de difuntos, varias obras del Oficio de Difuntos y su Misa a la moda francesa. Se encuentran entre las obras más importantes de Durón y, hasta donde sabemos, todas serían primera grabación mundial. La intención es grabarlo este verano, si llegamos.
También tenemos en mente otro proyecto en torno a la música del siglo XVII en Bohemia; es un programa de cámara que ya está pensado y que queremos empezar a mover el año que viene.
El año que viene cumplís una década de trayectoria, ¿cómo lo celebraréis?
Para celebrar los diez años de Íliber Ensemble se están cociendo varias cosas, entre ellas el disco de Durón, ya que quisiéramos hacer coincidir su salida con el aniversario. Queremos preparar un proyecto Haendel de gran formato, con un Occasional Oratorio, bajo la dirección de Luca Guglielmi como director invitado. Queremos que este sea el concierto de conmemoración del décimo aniversario. Además, quizá también hagamos un pequeño documental que repase nuestra trayectoria, pero depende de muchas cosas; todo está por ver aún.
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