El 19 de junio de 1825 se escuchaba por primera vez en el Théâtre-Italien de París Il viaggio a Reims, última ópera de Rossini escrita en italiano, que formó parte de la conmemoración de la coronación de Carlos X de Francia. Pero tuvo que pasar siglo y medio de su estreno para que Il viaggio se volviera a entonar. Fue exactamente en el Auditorium Pedrotti del Rossini Opera Festival o, como popularmente se conoce, Festival Pesaro, en 1984, bajo la batuta de Claudio Abbado y con dirección escénica de Luca Ronconi.
Por Fabiana Sans Arcílagos
Historia de un viaje
Podríamos pensar que un compositor tan reconocido en su época habría resguardado con cautela todas sus obras, pero la verdad es que existen más extravíos en archivos y bibliotecas de lo que podemos imaginar, eso sin contar que no siempre los manuscritos se mantenían en manos cuidadosas. Lo cierto es que esta ópera bufa en un acto corrió gran suerte al ser adquirida por la reina Margarita Teresa de Saboya, quien en 1920 la trasladó a la Academia Nacional de Santa Cecilia de Roma. Estos documentos fueron hallados por el bibliotecario de la Academia y llamaron su atención; inmediatamente, se encargó a Philip Gossett su revisión. Los papeles, que se encontraban desordenados (se pensaba que extraviados), fueron reorganizados en 1977 y entre sus páginas había una un texto que rezaba: ‘Rossini Alcuni Brani Varias piezas della Cantata Il Viaggio a Reims. Mio Autografo. G. Rossini‘, escrito por el autor. Posteriormente fue recuperada en una edición crítica realizada por Janet Johnson en los años 80 para la Fundación Rosisin – Ricordi. Así, y gracias a Gossett y posteriormente a Johnson, se pudo recuperar el contenido de este manuscrito para su puesta en escena.
Pero la historia de este dramma giocoso, como ha sido denominado por algunos especialistas, realmente se inicia en 1825, tal y como hemos mencionado, como un homenaje de uno de los músicos más relevantes del momento al recién proclamado Carlos X. La ceremonia de coronación (última para un rey de Francia) tuvo lugar el 29 de mayo en la Catedral de Reims. Con ella se restauraron las costumbres del Antiguo Régimen, siendo una de ellas la realización durante un mes de entretenimientos oficiales, entre ellos obras de teatro, danza y conciertos.
La investidura de Carlos X llevó a Francia un reinado con grandes dificultades: el descontento por el despotismo del nuevo rey sobre las corrientes políticas posnapoleónicas, su abierta postura en contra de la burguesía y el nuevo pensamiento liberal, trajeron como consecuencia un gran cisma político resuelto con la expulsión del mandatario.
Debemos tener en cuenta que cuando Rossini llega a París se encuentra con una ciudad que ha cambiado gracias al fin de las guerras napoleónicas. La llegada a la ciudad de ciudadanos de provincia y extranjeros hizo que se aumentaran las filas de una burguesía cada vez más influyente, poniéndose nuevamente en boga espacios como el Théâtre-Italien. Tras diversas negociaciones, y con la muerte de Luis XVIII, Rossini firma un importante contrato que le otorga el título de director musical y escénico, así como la gestión general del teatro. Además de ostentar un gran sueldo y asegurar su vivienda en la ciudad, el músico debía componer óperas para mantener el estatus de la institución, cláusula que históricamente se ha demostrado que no fue del todo cumplida.
No obstante, y retomando el título que hoy traemos a colación, el primer gran encargo para el compositor vino con la celebración que hemos mencionado en la primavera de 1825. Para su estreno, Rossini contó con la participación de una gran compañía compuesta por importantes cantantes de la época, liderada por la soprano Giuditta Pasta, máxima exponente del bel canto italiano, Laure Cinti-Damoreau, Domenico Donzelli, Adelaide Schiassetti y Vincenzo Graziani, entre otros. El libreto realizado por Luigi Balocchi está basado en la novela de Madame de Staël Corinne, ou l’Italie y, aunque tanto el compositor como el libretista eran reconocidos personajes, no era pretensión de ninguno que esta ópera fuera a tener trascendencia histórica, ya que por un lado la trama estaba sujeta a un acontecimiento específico (la coronación y la simbología política de Europa) y, por otro, se dice que Rossini buscaba ‘silenciar temporalmente’ el descontento parisino por no ofrecer nuevas composiciones.
La ópera se centra en los invitados a la coronación del rey de Francia, simbolizando las diferentes naciones europeas. Rossini no escatimó en creatividad al realizar una de las mejores composiciones de su vida, pero al haber sido para una ocasión tan específica y, tras la reutilización de sus partes, desmembrando la obra original, esta perdió valor con el tiempo.
El argumento relata el viaje de los asistentes al magno evento. Todos hacen una parada y coinciden en el balneario ‘El lirio de oro’, en Plombières. Madame Cortese, consciente de que su negocio no se encuentra en su mejor momento, intenta satisfacer a los huéspedes por todo lo alto. Aparece la condesa de Folleville sumamente nerviosa, ya que la diligencia que la conducirá a Reims no llegará a su destino. Los invitados esperan los nuevos caballos, pero se les informa de que estos tampoco llegarán. Ante la sorpresa de los invitados, al no poder acudir a la celebración, madame Cortese anuncia que los festejos por la coronación se mantendrán en París durante un mes tras el acto en Reims. Con algarabía por la noticia, los visitantes deciden simular e improvisar una celebración en honor a la nueva familia real.
Unido al inconveniente del transporte, y mientras transcurre la espera, don Álvaro, el caballero español, y el conde ruso Libenskof se enfrentan por el amor de la marquesa polaca Melibea; estos son observados por un anticuario italiano y un conde alemán, quienes se burlan de la situación. Justo cuando la hostilidad es mayor, aparece la poetisa romana Corina entonando una oda al amor fraternal. Es este uno de los momentos de gran magnitud de la ópera, el sexteto de la tercera escena, en la que Rossini refleja parte de sus escritos vocales más brillantes.
Por otra parte, lord Sidney se lamenta por su amor no correspondido, mientras que Belfiore le declara su amor a Corinna. En esta disparatada trama de amores y desamores, don Profondo (anticuario italiano) ríe y entona un monólogo ‘describiendo a los viajeros y a sus naciones en función del contenido de cada equipaje’.
Una de las curiosidades de esta ópera es la caracterización de las naciones a través de los personajes, quienes se unen en el gran concertato a catorce voces en escena. Estos territorios ‘en decadencia’ son ‘salvados’ por Carlos X, quien desempeñaría el rol de restaurador de la monarquía prenapoleónica.
¿Sabías qué…?
Históricamente Rossini está considerado no solo como uno de los más importantes compositores del estilo belcantista, sino como uno de los principales ‘promotores’ de cantantes, entre los que destacan principalmente las mujeres. Por ello, queremos detenernos en cinco cantantes femeninas que han trascendido gracias a los roles representados en las óperas de este compositor.
Primero tenemos a la grandiosa Giuditta Pasta, que hizo del bel canto su vida, pasando a la historia como la máxima exponente del mismo. Su consagración como cantante llegó tras su presentación en 1821 en La gazza ladra, donde el público quedó impresionado con la amplitud vocal de esta joven cantante. A lo largo de su vida representó en varias ocasiones papeles en Otelo, Moisés en Egipto y Semiramide, todas de Rossini, además formó parte del estreno de Il viaggio en 1825 representando a Corinna. Pasta se retira muy joven de la escena, los daños vocales durante sus casi dos décadas de actividad fueron irreversibles y no le permitieron mantenerse en los escenarios.
Por su parte, Adelaide Schiassetti, Melibea en Il viaggio y amiga de Giuditta, llega a París gracias a un contacto de su padre, el general Fortunato Schiassetti, quien la guió hasta la casa de su amiga milanesa Stendhal. A pesar de ser actualmente una desconocida, lo cierto es que formó parte del teatro italiano de París que regentaba Rossini, interpretando roles en óperas como La italiana en Argel, Semiramide y La dama del lago.
Tenemos también a Laure Cinti-Damoreau, soprano francesa que estudia con el mismísimo Rossini, una de las más destacadas intérpretes de roles rossinianos, siendo la condesa de Folleville en Il viaggio. Fue docente en el Conservatorio de París, publicó un interesante libro sobre la técnica del bel canto y ‘coleccionó’ unos cuadernos con notas en los que figuran las arias y todo aquello que pudiese ser útil para su interpretación. Estos documentos son custodiados por la Universidad de Indiana y son de gran referencia para el estudio del bel canto.
Saltamos varios años y nos centramos en tres de las cantantes que reestrenaron esta ópera en 1984. La primera de ellas es Katia Ricciarelli. La soprano italiana es una de las que mejor ha defendido el papel de madame Cortese, bajo la dirección de Claudio Abbado. Ricciarelli no tuvo unos inicios fáciles, pues trató de afrontar papeles que no se adecuaban a su tipo de voz. No fue hasta que se interesó por el bel canto italiano que pudo saborear el éxito, en especial el repertorio rossiniano.
No es de extrañar que la carrera de Lucia Valentini Terrani, tras su debut en Brescia como Angelina en La cerentola, se centrase en gran parte en Rossini, de quien interpretó La italiana en Argel, El barbero de Sevilla y, por supuesto, El viaje a Reims, compartiendo reparto con Katia Ricciarelli en la producción dirigida por Abbado así como en otras producciones. Sus encarnaciones de roles rossinianos causaron verdadero furor entre el público pero, lamentablemente, la mezzosoprano murió a los 51 años a consecuencia de una leucemia.
Y, finalmente Lella Curbeli, soprano americana que también hizo algunas de las interpretaciones más destacadas de Rossini. Con una voz cuyo ámbito no era apabullante, supo sacarle partido al máximo para afrontar repertorios belcantistas, aunque también barrocos y clásicos, en especial Mozart y Beethoven. Interpretó el rol de condesa de Folleville en la legendaria versión de Abbado.
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