‘Nunca jamás un compositor ha hecho una ópera nueva para Londres: ni Rossini, ni Donizetti, ni Bellini. Este honor estaba reservado al maestro’ Emanuele Muzio
Por Fabiana Sans Arcílagos
Pinceladas verdianas
Giuseppe Verdi, nacido en Le Roncole (Parma) el 10 de octubre de 1813. A lo largo de su vida estuvo sumergido en un sinfín de cambios políticos de gran influencia nacionalista, que terminaron por caracterizar alguna de sus obras como Nabucco, I Lombardi o La battaglia di Legnano. Pero, a pesar de la temática, Verdi fue desarrollando desde sus inicios un estilo compositivo propio, en el que ‘en gran parte de su escritura musical existe una simplicidad y energías totalmente nuevas’.
Verdi destaca por ser uno de los compositores ‘puente’ entre el belcantismo italiano de Rossini o Bellini, y el verismo, además de incorporar distintos efectos músico-teatrales en sus óperas, como el gesto orquestal o la música de escena, con los que buscaba ‘subrayar, mediante procedimientos convencionales, los grandes hechos que se narraban’ en el escenario; o como el empleo de los temas recurrentes para ciertos personajes o el coro, sin llegar al leitmotiv wagneriano —un ejemplo de ello se deja ver en la ópera I due Foscari, donde los temas ‘sufren alteraciones a medida que sufren los personajes’—; o la utilización violenta de contrastes rítmicos y sonoros utilizados, por ejemplo, en el IV acto de I masnadieri. Finalmente, se puede decir que a medida que fueron pasando los años, el propósito de Verdi era ‘componer una música continuada que dibujase cambios emocionales y actitudes, mientras que controlaba cuidadosamente la situación a la que aquellas conducían’.
Pero, si bien es cierto, estos son solo trazos de las rasgos generales que desarrolló el maestro italiano a lo largo de su carrera, y no debemos olvidar una de sus etapas de producción más importantes: los años de galera, término acuñado por el compositor en una misiva escrita a la condesa Maffei en 1858, en los que se enmarca la composición de I masnadieri.
Este período, que parte desde Nabucco y se extiende —según Verdi— durante dieciséis años, fue agotador. Los contratos con empresarios, teatros y representantes lo mantuvieron ‘esclavizado’ pero, sin duda alguna, fue una etapa de consolidación personal y musical. El reconocimiento del compositor fue inmediato, los teatros italianos le solicitaban estrenos para sus temporadas y estos competían por ofrecer la mejor representación escénica, los mejores decorados y a los cantantes más famosos. El período más arduo para el italiano fue entre 1842 y 1849, época en la que llegó a componer doce nuevas óperas.
Considerado a sí mismo un artista y no un artesano, Verdi se impuso a ciertas normas que hasta ese momento ‘sugerían’ los empresarios o los cantantes; una de ellas fue negarse a modificar, suprimir o cambiar arias, dúos o pasajes de sus óperas a gusto de los solistas, las óperas deberían interpretarse como estaban escritas. Además, aunque con menos incidencia artística, el compositor italiano se negaba a hospedarse con los empresarios —costumbre muy común entre los compositores y sus representantes, quienes aprovechaban la estancia para hacer arreglos en las partituras— y, excepto en ocasiones especiales, no se mezclaba con la compañía.
Verdi era un hombre exigente, que a pesar de sus problemas iniciales de salud supo reponerse y llevar una larga vida. Falleció en Milán, el 27 de enero de 1901, a los 87 años de edad.
Primer estreno internacional
Desde Oberto (1839) —primera ópera del catálogo— hasta 1847, año del estreno de I masnadieri, Verdi había compuesto todos sus títulos para teatros italianos; por ello podemos decir que Los bandidos (como suele traducirse en español), puede considerarse como la primera ópera de estreno internacional del compositor, ya que fue escrita expresamente para un teatro extranjero, el Teatro Her Majesty de Londres.
Tras la muerte de Pierre Laporte (encargado del teatro londinense), acaecida en 1841, el consejo de administración de la compañía de ópera le solicitó a Benjamin Lumley que asumiera el control. Lumley, abogado de profesión, había estado ejerciendo funciones de asesor jurídico, ganándose la confianza de los nobles que custodiaban el teatro.
Lumley buscaba mantener el estatus del teatro como sede de la ópera italiana y, tras el éxito de Ernani, decidió encargar una ópera para su teatro al compositor italiano del momento: Verdi. Este acontecimiento era importante por dos cosas: primero porque Verdi nunca había estrenado ninguna de sus óperas fuera de Italia, y segundo porque sería la primera ópera de un compositor italiano creada para una ópera en Londres, por esto, el entusiasmo general era latente.
El encargo debía estar listo para 1846, pero al finalizar Attila, Verdi cayó enfermo y el estreno tuvo que posponerse un año. En este período, donde sanar era la prioridad, el maestro italiano y su buen amigo y poeta el conde Andrea Maffei barajaron varios títulos para Londres y Florencia, entre los que estaban los textos de Shakespeare y Schiller traducidos al italiano por el poeta, y Grillparzer, que fue descartado rápidamente. Finalmente la pareja se decantó por Macbeth, del escritor inglés —cuyo libreto para la ópera fue trabajado por Francesco Maria Piave—, y Die Raüber, del dramaturgo alemán, encargándose del libreto Maffei. La ópera finalmente recibió el nombre de I masnadieri.
En un principio I masnadieri fue planteada para estrenarse en Florencia, pero al no contar con el tenor apropiado para afrontar el papel de Carlo, esta fue programada para su estreno en Londres. Verdi concluyó la ópera en Milán en los plazos establecidos y se propuso orquestarla durante los ensayos, como era costumbre.
A finales de mayo de 1847 parte Verdi a París acompañado por Emanuele Muzio, quien se adelantó a Londres para reunirse con Lumley. El compositor necesitaba tener el elenco, la orquesta y el teatro constituidos para iniciar los ensayos, por lo tanto permaneció dos días en la ciudad de la luz, y de esta manera hizo presión para obtener los artistas que quería.
Una vez logrado su fin, partió a Londres, engalanando la ciudad; contaba con un reparto jamás visto en una ópera verdiana y en la propia capital, encabezado por la soprano sueca Jenny Lind, el bajo Luigi Lablache y el tenor Italo Gardoni.
Verdi, a pesar de estar entusiasmado con la ciudad, se centró en finalizar los detalles que tras los ensayos debía modificar, rechazando casi todas las invitaciones a cenas o banquetes; pero Lumley organizó una cena que el compositor no pudo rechazar, ya que uno de los invitados era el príncipe Luis Bonaparte, futuro Napoleón III, con quien compartió gustosamente esa noche.
Finalmente, el 22 de julio de 1847 se estrena I masnadieri con una orquesta de primera, cantantes de renombre internacional y el compositor en la batuta; ‘los diarios habían promovido el entusiasmo general, hasta que una multitud, que excedía holgadamente la capacidad del teatro, se reunió frente a las puertas’, además el Teatro de su Majestad contó entre el público con la presencia de la reina Victoria, el príncipe Alberto y el duque de Wellington, entre otros miembros de la aristocracia.
Al día siguiente hubo infinidad de críticas, tanto positivas como negativas, pero lo cierto es que I masnadieri no pasó la criba dentro de las óperas más populares de Verdi. Algunos autores atañen esta falta de mérito a la poca emoción que sintió el italiano al leer el libreto, pero que lo continuó por no desmerecer el trabajo de su amigo Maffei; otros relacionan la falta de inspiración con el cansancio y los problemas de salud. Pero esta primera representación tuvo gran éxito: ‘la ópera en sí misma no recibió tan buena acogida como la que recibió su protagonista, la gran soprano sueca Jenny Lind, quien ese mismo año estaba realizando una temporada gloriosa en Londres’.
A pesar de esto, I masnadieri cuenta con pasajes de gran belleza musical, como por ejemplo los dúos entre la soprano y el barítono ‘Io t’amo Amalia’, seguida de la cabaletta ‘Ti costa, o malnato’; el dúo de tenor y bajo del último acto, en el que Verdi crea un momento melodioso con voces contrastantes, que llega a su culminación en el trío final. Otro momento especial es el preludio, en el que a través del solo de violonchelo deja ver el lado melancólico y romántico de la ópera; este fue escrito para Alfredo Patti, ex compañero de estudios de Verdi en Milán.
Estreno de I masnadieri en España
Uno de los principales problemas a los que se enfrentó Verdi para promocionar su undécima ópera una vez estrenada, fue el contrato firmado con Francesco Lucca, editor que estaba en posesión de los derechos de Attila e Il Corsaro, con quien el compositor no tenía buena relación. Lucca, cuyo poder era poco comparado con su competidor inmediato, la editorial Ricordi, se limitaba a reponer las óperas en teatros pequeños o de escasa importancia, y dificultaba los tratos que le eran ofrecidos al maestro italiano.
A pesar de esto, la primera vez que se presenta I masnadieri en España fue en el Teatro Principal de Barcelona en 1848. El rol de Amalia fue interpretado por la soprano Costanza Rovelli, mientras que Carlo fue cantado por el tenor Enrico Tamberlick. Según el musicólogo Víctor Sánchez: ‘la función no fue más que una excusa para la presentación de una prima donna poco conocida que afrontaba un difícil papel lleno de coloratura’, además, ‘estaba promocionada por los círculos de Lucca’.
Una vez presentada en Barcelona con poco auge, pasa a representarse en Sevilla, Cádiz y finalmente Madrid, programada primero por una agrupación de poca calidad, la compañía Teatro del Museo, y en 1854 en el Teatro Real, aunque la ópera no fue del agrado general.
Argumento
Melodrama trágico en cuatro actos a partir del drama Die Räuber de Friedrich Schiller. La acción se desarrolla en Alemania, a principios del siglo XVIII.
Acto I
Carlo, hijo mayor de Massimiliano de Moor, considera que la sociedad donde ha crecido es hipócrita. Inmerso en la lectura y deseando el perdón de su padre y su amada Amalia por su vida tabernera, recibe una misiva de su hermano en la que le anuncia que su padre lo destierra y deshereda. El joven, lleno de ira, decide convertirse en bandido.
Francesco Moor, quien ha firmado la carta en nombre del conde, medita sobre un plan para apartar a su padre y quedarse con la herencia. Así, en complicidad con Arminio, harán creer al viejo y triste conde que Carlo ha muerto.
En el dormitorio del castillo Amalia contempla al viejo Massimiliano. Este, sumergido en un sueño, se sobresalta con la idea que Carlo pueda morir. Despierta, se acerca Arminio disfrazado de mensajero y le indica que trae malas noticias: Carlo ha muerto en Praga. Sus últimas voluntades son entregarle al conde la espada con la que luchó y que Amalia se case con Francesco. Amalia, desconcertada, sale de la habitación; Massimiliano, abatido, se desvanece.
Acto II
Junto a la iglesia del castillo, cerca de la lápida tallada a Massimiliano, Amalia se refugia del banquete de Francesco. Arminio, afligido por la mentira, le cuenta la verdad a la joven: Carlo y el conde están vivos. Se acerca Francesco, le propone matrimonio a Amalia, pero esta lo rechaza desafiando su ira. El ‘heredero’ arremete contra la joven y ella lo amenaza.
En un bosque de Bohemia cercano a Praga algunos bandoleros comentan sobre la captura de uno de sus compañeros, Rolla, quien ha sido castigado con la horca. Al fondo observan el incendio que ha empezado en la ciudad. Jadeando, llegan Rolla y Carlo, que ha salvado de la muerte a su compañero. Los bandoleros que esperan la puesta del sol para partir se ven rodeados de soldados; todos luchan.
Acto III
En un bosque cerca del castillo se encuentra Amalia, quien empieza a escuchar gritos y cantos en el interior de la arboleda. Atemorizada por caer en manos de los ladrones, pide piedad a los bandidos, pero Carlo la reconoce y la joven se arroja en sus brazos. Amalia explica los motivos de su huida: Francesco, su hermano, luego de dar por muertos a su padre y hermano, ha amenazado su vida y su honor. Carlo quiere vengarla; mientras, los bandidos reposan en un paraje donde se levantan las ruinas de una antigua fortaleza.
Arminio lleva la cena a Massimiliano, que se encuentra encerrado en la torre de la fortaleza. Carlo, vigilante en la noche, escucha al chambelán y una voz que cree reconocer; velozmente increpa a Arminio, quien logra huir. El joven Moor sacude la reja de la torre y al entrar observa a un viejo desgastado: es su padre. Massimiliano le cuenta a Carlo lo que ha hecho Francesco con él. El joven despierta a sus compañeros y les pide que le ayuden a vengarlo.
Acto IV
Francesco es preso de terribles visiones, busca redimir su culpa gracias a la buena voluntad del pastor Moser; pero este, que ya ha sido burlado en otras ocasiones por el tirano Moor, no le exculpa de sus pecados. Francesco huye.
Carlo se halla junto a Massimiliano, que aún no le ha reconocido. Aparecen unos bandidos con Amalia apresada y otros con la noticia de que su hermano se escapó del castillo. Amalia se arroja a los brazos de Carlo, pero el joven la rechaza, se avergüenza de su vida como bandido. Carlo saca el puñal y, frente a sus compañeros, hiere mortalmente a Amalia. Carlo se marcha en busca de su condena.
Deja una respuesta