La crítica musical en Venezuela ha contado con ilustres exponentes a lo largo de su historia y Rhazés Hernández López es, probablemente, uno sus principales actores.
A través de la compilación de sus críticas, ensayos y notas, Hernández López nos permite reconstruir la actividad musical de la ciudad de Caracas y los valores imperantes durante la segunda mitad del siglo XX, aportando datos importantísimos para la creación de la historia contemporánea de la música nacional venezolana. Hoy, treinta años después de su fallecimiento, quiero hacer un homenaje a uno de los músicos más significativos que ha tenido Venezuela, pilar indiscutible para el rescate de la historia musical de este país.
Por Fabiana Sans Arcílagos
Rhazés Hernández López nació el 30 de junio de 1914 en Petare, estado Miranda, Venezuela. Estudió en la Escuela José Ángel Lamas, donde realizó cursos de solfeo, historia de la música y composición hasta 1939, año en el que culmina su educación formal. A partir de 1934 perteneció a la Orquesta Sinfónica Venezuela como ejecutante de flauta. Invitado por Guillermo Meneses, quien era columnista del diario Ahora, comienza a escribir artículos para ese medio, iniciándose con una reseña sobre un libro de Beethoven escrito por Carlos Brandt. A partir de ahí, Hernández López dedica toda su vida a la música compaginando sus facetas de flautista, compositor y musicólogo, centrado, especialmente, en la investigación y en la crítica musical.
Si hablamos de su faceta compositiva debemos resaltar que fue muy prominente. Su producción se divide en dos períodos: uno nacionalista y otro enmarcado en el atonalismo puro. Su primera obra, Imagen, es un vivo reflejo de ese momento de la ‘búsqueda del color local’, aunque la más destacada de esta etapa fue el Cuarteto Rapsódico Monseñor, de la que comenta el musicólogo José Peñín: ‘temas tradicionales venezolanos asoman y se aluden con habilidad’. Un momento de transición entre el nacionalismo con tintes románticos e impresionistas abarca obras como Tres impresiones para cinco instrumentos, Las torres desprevenidas o La niña brisa, dedicada a la cantante Fedora Alemán, para llegar a su nueva etapa de madurez compositiva con su serie Casualismos para piano que, según el autor, están ‘basados sobre las tendencias del empleo de los doce tonos, pero no con una ortodoxia rigurosa y sin la rigidez del serialismo de Darmstadt, sino con un juego más libre de elementos esenciales sobre los cuales se cimenta este nuevo decir en música’. Fue galardonado con distintos premios, entre los que destacan cuatro premios nacionales de música por sus obras y uno por su trayectoria.
En el ámbito en el que sin duda tuvo mayor relevancia fue en el de la musicología. Interesado por mostrar al mundo su pensamiento sobre la música y sus intérpretes, dedicó su vida a escribir, investigar, rescatar y difundir el acervo musical de su país. Sus textos contienen una mirada especial hacia la interpretación de la música venezolana más académica, hacia la mejora de la educación musical y la promoción de la cultura en el país latinoamericano. Como muestra de ello solo debemos leer artículos como: ‘Agonía y muerte de nuestra música popular’, ’25 años de un programa cultural’, ‘Algo más sobre la Sinfónica Juvenil’ o ‘El Decreto del uno por uno’.
Como hemos dicho, su primer artículo se lo dedica a Beethoven en una reseña que realiza en 1937 para la revista Ahora. A partir de este momento, su pluma se convierte en una referencia nacional contando, hasta la fecha de su muerte, con uno de los catálogos más extensos de artículos de opinión, reseñas y críticas, alcanzando, aproximadamente mil trescientos textos tan solo en los periódicos principales de Venezuela, El Nacional y El Universal, en los que curiosamente llegó a escribir de manera simultánea durante los años 60. A esta cifra debemos sumar otras revistas y publicaciones, llegando a alcanzar así los dos mil títulos. Quizá esto hoy no nos parezca abrumador, pero si tenemos en cuenta la época, donde la era digital era un sueño, son cantidades realmente sorprendentes.
Si leemos el trabajo crítico de Rhazés Hernández López en gran parte tiene un carácter docente, tal y como precisa Fermín Fevre en su libro Las formas de la crítica y la respuesta del público: ‘definimos la crítica como una actividad creadora destinada a objetivar valores y principios artísticos’. Esta conceptualización podemos referirla específicamente a las columnas ‘Aulos’ (Papel Literario), ‘El mundo de nuestra música’ (El Universal), ‘Sonido, hermano del alma’y ‘La Piedra y el Sonido’ (El Nacional), siendo estas últimas las que mayor duración tuvieron en la prensa nacional, extendiéndose entre 1966 a 1980 de manera continua e intermitentemente durante los años 80.
Su trabajo se basó en la crítica que honraba al ejecutante, director o compositor, sin dejar de señalar aspectos contrastantes del concierto. No buscaba reforzar lo negativo que pudiese ocurrir en la presentación, sino que tomaba los aspectos positivos y apoyaba el desarrollo de sus protagonistas. Él exponía al público lo más exuberante de la presentación, indagaba sobre el porqué de algunos errores que pudieron ocurrir, llegando en ciertas ocasiones a excusarlos, pero no convertía al músico en estrella, simplemente desarrollaba un discurso en el que ponía sobre una balanza todas las circunstancias del concierto, proponiendo, en ocasiones, algunos aspectos para mejorar el trabajo musical.
Por otro lado, reunía referencias históricas y culturales de la época, llevando al lector a interesarse por los temas allí tratados y valorar su propio pasado. Un ejemplo de esto podemos leerlo en el artículo ‘José Ángel Lamas, música y símbolo’, en el que se dedica a enaltecer tanto la figura de uno de los forjadores de la música venezolana como la opulencia cultural de la Caracas del siglo XVIII: ‘nuestro siglo XVIII fue fecundo en las manifestaciones del espíritu. Durante ese período se realizaron en la Venezuela colonial una serie de tareas en el campo humanístico y de las artes de sumo valor. Gran parte de esa labor sucumbió o desapareció sin dejar huellas a causa de la cruel guerra de nuestra independencia. Nadie podría negar el alto grado de cultura de aquella burguesía criolla que, con admirable contemporaneidad, sabía de las ideas que ya comenzaban a manifestarse en el mundo de la música […]. En aquella Caracas del XVIII se cultivaba la música al par de las grandes capitales europeas. Nuestra ciudad fue como una Viena tropical, donde emergiera todo el movimiento impulsado por las ideas enciclopedistas’.
Hernández López fue director de Cultura de la Universidad de los Andes, para la que escribió artículos con una visión más pedagógica. Finalmente, además de sus críticas en los diarios El Nacional y El Universal, tuvo participaciones en el diario Ahora, en el Daily Journal, así como en programas de concierto, especialmente los de la Orquesta Sinfónica de Venezuela. Escribió en algunos prólogos de libros, en la Revista Nacional de Venezuela, la revista Elite, de la que fue su director, y finalmente en la Revista Nacional de la Cultura de la Universidad Central de Venezuela, obteniendo durante algunos años el cargo de jefe de publicaciones.
No podemos olvidar el trabajo de recuperación que realizan Hernández López y Primo Casale para el reestreno de la ópera Virginia del compositor venezolano José Ángel Montero, en la que, por un lado, Casale orquesta de nuevo y, por otro, Rhazés recupera, analiza y difunde. Esta ópera, una de las primeras realizadas por un compositor venezolano, se estrenó el 26 de abril de 1873 y fue olvidada hasta casi un siglo después, cuando en 1969 es llevada nuevamente a escena en el Teatro Municipal de la capital. Sobre ella, escribe Rhazés: ‘Virginia representa un sólido eslabón entre las obras de los maestros clásicos coloniales y las concepciones de creadores de la era romántica nacional, todo ello comparable por la diafanidad de plasmación, por la inventiva, por la luminosidad del estro, por la elevación de las ideas concretamente musicales. Admirable fue Montero que sin haber nunca salido del medio artístico de su patria hubiese logrado el dominio para salir adelante en una partitura que podría ocupar puesto relevante en las obras más sobresalientes del arte lírico romántico’.
Rhazés Hernández López falleció en Caracas el 31 de enero de 1991, pero su trabajo, como el de muchos otros musicólogos, no debe caer en el olvido. Los críticos son oyentes que forman parte de la estructura musical y son necesarios para, a través de su visión, reconstruir parte del contexto musical de una época. Para concluir, recordamos las certeras palabras de Moraima Guanipa: ‘el crítico aspira a una permanencia en el tiempo que excede la contingencia periodística’.
Valentin dice
Excelente cronologia, principalmente por los hechos y personajes involucrados.
Dandole a nuedtro pais un invaluanble aporte a la historia del pais en especial a la Historia de la musica.
Increible los hechos y los actores.
Rhenzel Hernández dice
Mi Padre Rhazes Hernández López fue también sub director y director de Cultura de la UCV, concejal, diputado al legislativo, y varias veces premio nacional, pero también recibió diversos premios en otros países con Alemania, EEUU, Italia, entre otros. Y fue vice Presidente y Presidente de la Fundación Cultural Humboldt. Así mismo escribió para una importante enciclopedia musical de Alemania, el capítulo sobre músicos clásicos de Venezuela, en perfecto alemán. Ya que mi abuelo el Dr. Pedro Pablo Hernández Mujica se graduó de médico y farmacéutico en ese país y seguramente enseñó el idioma a mi padre.
Rosangélica Hernández dice
Rhazes Hernández López was my grandfather and his wonderful classical works live on forever. I take on his musical talent but with a completely different genre of music.