Por Diego Manuel García
En enero de 2009 se cumplió el centenario del nacimiento de uno de los grandes cantantes del Siglo XX: el alemán Hans Hotter. Con casi dos metros de estatura, su presencia escénica resultaba impresionante en títulos como, por ejemplo, Jokanaan de la straussiana Salomé donde emergía -como un personaje verdaderamente del más allá- de la cisterna donde se encontraba cautivo. Su colega el gran tenor wagneriano Lauritz Melchior decía de él: “Si Dios existe, y pudiéramos oírle cantar, lo haría como Hans Hotter”. Su instrumento vocal era auténticamente monumental, con una extraordinaria riqueza tímbrica: una voz de tintes oscuros, con una pasta sólida, sin fisuras de unión en los diferentes registros, dotada de gran volumen y densidad, con una considerable extensión desde el muy grave Mi1 hasta el Sol3. Su técnica vocal se sustentaba en un perfecto dominio de la respiración y apoyo de la columna sonora, con un poderoso fiato que le permitía prodigiosas y escalofriantes regulaciones dinámicas, ensanchando y apianando el sonido. En su larguísima carrera, que abarca prácticamente sesenta años, destacó en el repertorio wagneriano y straussiano, con puntuales interpretaciones verdianas –hay que destacar su creación del Gran Inquisidor en el Don Carlo, que cantó en más de cuatrocientas representaciones- y de otros autores. Con un repertorio que abarcaba más de cien papeles, desde cualquier punto de vista, fue uno de los colosos del canto en el Siglo XX.
Por otro lado, no podemos dejar en el tintero su actividad como brillantísimo cantante de lied, con una carrera en este repertorio perfectamente equiparable a las de Elisabeth Schwarzkop y Dietrich Fiecher-Dieskau.
Asimismo, puede señalarse su faceta como regista, con importantes montajes del Anillo del Nibelungo en el londinense Covent Garden; y, también en Bayreuth, después de la muerte de Wieland Wagner. También cabe destacar sus actividades pedagógicas en la formación de cantantes como, por ejemplo, el bajo-barítono norteamericano James Morris y la contralto francesa Nathalie Stuzmann.
Una larga e intensa aventura vital y artística
Hans Hotter nació el 19 de enero de 1909 en Offenbach am Main. Sus padres, Karl Hotter y Kreszentia Winklmayr, se trasladaron a Munich cuando él tenía pocos años; de hecho, él se consideraba muniqués. Sus primeros pasos musicales en la Hochschule für Music de Munich se encaminan a la carrera de organista y director de orquesta. Siendo un adolescente, Hotter dirigía un coro estudiantil y ocupaba la plaza de organista en una iglesia muniquesa. Su interés por el canto comienza a manifestarse de un modo bastante secundario; él mismo comentaba que era bueno conocer algo de canto como complemento para dedicarse a la dirección orquestal. Hotter tenía una sólida formación musical antes de cumplir veinte años, siendo ya un excelente pianista. Para adquirir conocimientos sobre canto, fundamentalmente de lied y oratorio,
tomó clases de Mattäus Römer, quien había sido discípulo del gran tenor polaco Jean de Reszke. Hotter se mostró como un alumno aventajado con unas innatas dotes para cantar. Su primera interpretación fue a los diecinueve años en la parte del bajo en El Mesias de Haendel. En 1929 debutó en el Teatro municipal de Troppau en el papel de Sprecher de la mozartiana La Flauta Mágica. Hotter permaneció hasta finales de 1932 como miembro de ese teatro, cantando más de doscientas representaciones de variopintos repertorios: alemán, francés, italiano, checo y ruso. En 1933 se produjo su encuentro con el director Clemens Krauss, pero no en calidad de cantante sino como pianista acompañante de un tenor que Krauss iba a escuchar. Finalizada la audición, el cantante indicó al director que al joven pianista le gustaría cantar para él. Krauss exclamó: “¿Cómo, un pianista que también canta?”. Finalmente, accedió a escucharle y él mismo le acompañó al piano. Hotter interpretó “Abendlich strahlt” de Tannhäuser. Después de escucharle, Clemens Krauss pronunció aquellas famosas palabras: “Es usted demasiado joven para los papeles grandes y demasiado grande para los pequeños, no le perderemos de vista”.
En 1936 se casó con Helga Fischer con la que tuvo dos hijos: Peter y Gabriele. Hotter tuvo su gran oportunidad en Munich, en 1937, al interpretar El holandés errante con dirección del propio Clemens Krauss. El éxito fue rotundo hasta el punto que es llamado a Berlín, al año siguiente, para interpretar el Wotan de Die Walküre, en la grabación de su Acto II dirigida por Bruno Sedler-Winkler, quien continuaba la grabación integral de esta ópera comenzada por EMI en Viena tres años antes, con el histórico registro del Acto I con Lauriz Melchior y Lotte Lehmann, con dirección de Bruno Walter. En 1939, nuestro cantante debutó en Viena; en 1940, en la Scala de Milán; y en 1942, en el Festival de Salzburgo. Después de los terribles años de guerra, Hotter, cuyas relaciones con el régimen nazi fueron prácticamente nulas, hubo de someterse a la obligada desnazificación. Se cuenta la siguiente anécdota: a Hotter le acusaron de que Hitler había tenido en su discoteca particular algunos de sus discos, a lo que Hotter respondió: “En efecto, y también los tiene el Papa”.
Ya en 1947, actuó por primera vez en Londres como miembro de la Ópera Estatal de Viena, interpretando personajes mozartianos: Don Giovanni y el Conde de Almaviva de Las bodas de Fígaro. Al año siguiente volvió a Londres para actuar en el Covent Garden con diferentes papeles wagnerianos: Hans Sachs de Los Maestros Cantores, Wotan y Kurwenal junto a la Isolda de Kirsten Flagstad. En noviembre de 1950 se produjo su debut en el Metropolitan neoyorquino y pocos meses después volvió a este mismo teatro para interpretar su gran rol wagneriano el Wotan en El oro del Rin del Anillo del Nibelungo. En 1952 se produjo su debut en el Festival de Bayreuth, en la mítica producción del Anillo del Nibelungo de Wieland Wagner. Es histórica la colaboración de Hans Hotter con directores como Joseph Keilberth, su gran
mentor Clemens Krauss y, sobre todo, Hans Knappertsbusch. En la colina verde de Bayreuth actuó hasta 1966.
Aunque ya había cantado en el Liceo de Barcelona en la temporada de 1935-1936, su vuelta al gran teatro barcelonés se produce en mayo de 1955 cuando la compañía del Festival de Bayreuth salió por primera vez de gira. Se representaron tres títulos, Parsifal, Tristán e Isolda y La Walkiria. Junto a Hotter acudieron a Barcelona los grandes cantantes wagnerianos del renacido Bayreuth de Wieland Wagner: Wolfgang Windgassen, Martha Möld, Hermann Uhde y Gree Brouwestijn, entre otros.
Durante las décadas de los sesenta, setenta y ochenta –vuelve al Liceo en la temporada 1986-1987 como Shigolch de Lulú de Alban Berg, un papel verdaderamente paradigmático en la última etapa de su carrera- Hans Hotter siguió actuando siendo un caso insólito de longevidad vocal, alternando sus actividades operísticas con su faceta como liederísta.
Un extraordinario cantante wagneriano
De todos los papeles wagnerianos interpretados por Hans Hotter, resulta antológica su creación de Wotan, personaje esencial en el transcurso de la Tetralogía, que fue el que más cantó y en el que mejor resume la quintaesencia de su arte. Desde el juvenil y un tanto indolente dios que se despierta ante el Walhalla, hasta esa figura trágica y decadente del viajero incapaz de alterar mínimamente el curso del destino. Su momento cumbre es ese soberbio y muy extenso monólogo del Acto II de La Walkiria, donde se pone a prueba la capacidad declamatoria del cantante, que se ha de mover desde el casi imperceptible susurro inicial hasta esa verdadera explosión de furia final, pasando por ese doble “Das Ende” al que Hotter sabía como nadie darle un matiz diferenciador: la primera vez como un grito agónico, en busca de la autodestrucción; y la segunda vez, como una terrible premonición de lo que será irremediable. Como afirmaba el malogrado crítico y musicólogo valenciano Gonzalo Badenes, gran especialista en Wagner, a quien tuve el
inmenso placer de conocer a comienzos de los años noventa, “Una frase clave para la comprensión del drama es Der durch Verträge ich Herr, den Verträgen bin ich nun Knecht”. Con el transcurso de los años, Hotter ahondaba cada vez más en su siniestro significado. La “K” de “Knecht” (esclavo) sonaba en el Anillo grabado por Geog Solti en 1958-1965 como escupida, en una lacerante expresión de sarcasmo y autocomplacencia en la propia miseria moral. En el Acto III, su sollozo en la frase “Denn einer nur freie die braut, der freier als, der Gott”, al acentuar la sílaba de esta última palabra, no era solamente una expresión de dolor del padre, sino una nueva afirmación de la inutilidad del poder divino. Como Wanderer en Sigfrido, Hotter sugería a la perfección la amarga ironía de su saludo a Mimi “Heil dir, weiser Schmied”, que contrastaba con aquella exultante frase “Hier stöhnt es Laut was liegt im Gestein” frente a ese mismo personaje en la escena tercera de El Oro del Rin. Todo un mundo de ruina y autoaniquilación media entre esos dos momentos. Pero todavía se elevaba la voz de Wotan/Hotter a una impresionante altura en su encuentro con Erda en el Acto III de Sigfrido, desde la imperiosa llamada inicial “Wache! Wala!” hasta esa patética exclamación “traümend erschaau mein Ende!
Hotter también cantó papeles wagnerianos de bajo, entre ellos el Gurnemanz de Parsifal, al que otorgaba una tremenda intensidad dramática. La escena del Encantamiento de Viernes Santo, en la versión donde Hotter era dirigido por Hans Knappertsbusch, es una de las cumbres interpretativas wagnerianas de toda la historia.
Hay que señalar también sus excelentes creaciones del Holandés errante; Pogner y el zapatero-filósofo Hans Sachs en Los maestros cantores de Núremberg; Marke y Kurwenal en Tristán e Isolda; y Gunther en El Ocaso de los dioses.
Su importante relación con Richard Strauss
Hans Hotter fue también un extraordinario cantante straussiano. Su relación con el gran compositor muniqués se extendía al plano familiar, ya que su hija Gabriele se casó con un nieto de Richard Strauss. El 24 de julio de 1938 Hotter intervino en el estreno mundial de Friedenstag (Día de Paz), en Munich, con dirección de Clemens Krauss cantando el papel del Comandante, junto a
Viorica Ursuleac, Ludwig Weber y Julius Patzak. El 28 de octubre de 1942 interpretó el papel de Olivier, en el estreno –también en Munich y con dirección de Clemens Krauss- de Capriccio, asimismo con la Ursuleac como Condesa Madelaine. Muchos años después interpretó el papel de La Roche, en la grabación para EMI de esta ópera, realizada en 1958 con dirección musical de Wolfgang Sawallisch, junto a Elisabeth Schwarzkofp y Nicolaï Gedda. En el verano de 1944, se produjo en Salzburgo el ensayo general de la nueva ópera de Strauss Die Liebe der Danae (El Amor de Danae) donde Hotter fue Júpiter pero debido al cierre de los teatros impuesto por las autoridades nazis, el estreno no se produciría hasta el 14 de agosto de 1952 en el Festival de Salzburgo, tres años después de la muerte de Richard Strauss. Hotter también realizó extraordinarias creaciones del Jokanaan en Salomé y Mandryka de Arabella.
Para dar una idea de su entrañable relación con Richard Strauss, vale la pena reproducir el siguiente comentario del propio Hans Hotter: “Me encontraba indispuesto en vísperas del estreno de Friedenstag, por lo que el director Clemens Krauss me recomendó que, durante el ensayo general, actuara sin cantar. Richard Strauss estaba presente y al concluir se dirigió a mí con estas palabras: su voz ha sonado maravillosamente. Yo le contesté: ¡no he cantado una sola nota! A lo que respondió: lo sé, pero en mi mente he escuchado como sonará mañana”. Otra típica frase de Strauss a Hotter: “no cante tan fuerte forzando la voz en este pasaje, porque la orquesta suena tan fuerte que no se le podrá escuchar. ¡Abra simplemente la boca y gesticule!”.
Un gran liederista
Hans Hotter comentaba: “mi asociación con Wotan fue producto de la naturaleza y el destino, pero fue un éxito más artístico que personal; en mi corazón soy un interprete de canciones de cámara”.
Dentro del lied alemán, Hotter ha legado varias extraordinarias versiones del Winterreise schubertiano. Mucho se ha comentado de las múltiples versiones de este ciclo grabadas por Dietrich Fischer-Dieskau entre 1948 y 1991. Sin embargo, reputados críticos consideran la interpretación realizada por Hotter en 1942/1943 como la más grande de las grabadas en disco, que, de alguna manera, influye en la magnífica versión grabada hace pocos años por su alumna Nathalie Stuzmann. También es importante destacar las interpretaciones de Hotter en los Cuatro Cantos Serios de Brahms y en los Tres Sonetos de Michelangelo de Hugo Wolf.
Casi al final de la Segunda Guerra Mundial, Hotter participó de modo importante en la extensa edición de lieder preparada por el pianista acompañante Michael Raucheisen, profesor, junto a su esposa, la soprano húngara María Ivogün, de Elisabeth Schwarzkopf. Aquellas grabaciones han sido recopiladas y reeditadas en una larga serie de álbumes por la firma alemana ACANTA y allí podemos escuchar a un juvenil pero ya musicalmente maduro Hans Hotter, junto a los liederistas alemanes de la época con un amplio catálogo de los grandes autores alemanes del género.
Hotter destaca en su amplia discografía de lied por una perfecta dicción, su gran capacidad de comunicación con el oyente, todo ello unido a la belleza de la voz.
Hans Hotter murió en su querido Munich el 6 de diciembre de 2003, con casi noventa y cinco años. Sirva este trabajo como homenaje en el año de su centenario a uno de los gigantes de la lírica de la pasada centuria.