Con la ópera HalkaStanislaw Moniuszko pasaría de cosechar un calamitoso fracaso en Vilna al éxito más deslumbrante e inesperado en Varsovia. Entre uno y otro momento mediaron diez años y una ampliación de la obra que la convertirá en paradigma de la ópera nacional polaca.
Por Alejandro Santini Dupeyrón
Los dos primeros estrenos
‘Hubo algunos momentos de verdadera preocupación por el horror del público que, teniendo delante el libreto impreso y escuchando la música, debió completar el resto del encanto con su imaginación, en parte inexperta en esta gimnasia’.
El joven Stanislaw Moniuszko escribe estas líneas a su amigo y crítico musical Józef Sikorski poco después de estrenarse Halka en Vilna el día de Año Nuevo de 1848. Meses antes, en nombre del compositor, Sikorki había presentado la partitura al Gran Teatro de Varsovia (entonces capital del Zarato de Polonia), donde se acepta sin gran convencimiento. Comenzado apenas el período de ensayos la ópera es retirada. Moniuszko no informa de razón oficial alguna, pero la conjetura verosímil sugiere un boicot del sector aristocrático de la Ópera, incómodo con la desafiante temática de la obra.
Tampoco en la capital lituana encuentra Moniuszko apoyo para representar la ópera. La otrora académica, teatral y musical Vilna atraviesa entonces un período de decadencia. La universidad permanece clausurada por la administración zarista y el ruso se impone como idioma obligatorio en las escuelas. Con el traslado de la principal compañía a Minsk, la dinámica actividad escénica y operística del teatro de Vilna pronto colapsa. Del prolongado empobrecimiento musical se hace eco Moniuszko, años más tarde, al comentar a Sikorski la calidad de los instrumentistas a su disposición:
‘No hay fagot. Un oboe y el segundo clarinete son tan falsos que preferiría que no existieran en absoluto. Las trompas son en extremo débiles, las trompetas aún más débiles, solo el trombón retumba por todos. Los timbales son perfectos, pero no tenemos timbalero. El cuarteto [de cuerdas] es más que mediocre’.
Gracias solo al empeño personal conseguirá Moniuszko estrenar Halka en Vilna, si bien de un modo muy disminuido con respecto al proyectado en Varsovia: sin decorados ni escenografía, sin vestuario y, caso de haber podido solventar los requerimientos financieros necesarios, sin el pertinente permiso de representación al margen del teatro principal de la ciudad. La ópera, en consecuencia, se da a conocer en versión de concierto en una de las dos principales salas de la ciudad, la Casa Müller, que, afortunada casualidad, es propiedad de su suegra de Moniuszko. De manera entusiasta e incondicional, contribuyen al estreno amigos y conocidos del compositor. Son un puñado de músicos de orquesta, de cantantes aficionados y cantantes de iglesia (de San Juan seguramente, iglesia donde Moniuszko ejerce como organista). Está también el barítono italiano Giuseppe Achille Bonoldi, residente en Vilna como profesor de canto. Una agrupación, en suma, de en torno a cuarenta personas que, bajo la dirección de Moniuszko, se emplean a fondo, mejorando con cada ensayo y orgullosos de aportar en la medida de sus posibilidades a la presentación exitosa de Halka. La preocupación del compositor por el ‘horror’ del público, incapaz de imaginar la acción a partir del libreto, anunciaba ya la culminación desastrosa del noble empeño. Las mínimas referencias al evento atestiguan que pasa prácticamente desapercibido.
Tras varios años rechazando las insistentes solicitudes de Moniuszko, el teatro de Vilna accede a representar la ópera. Con el compositor en el foso, sube por fin el telón el 16 de febrero de 1856. La distinguida soprano Wanda Rostkowska interpreta el rol principal. La recepción de la crítica oscila entre la frialdad y el rechazo. Se censuran al compositor y al libretista, el poeta Wlodzimierz Wolski, por promover actitudes inmorales. Será esta la noticia que llegue a Varsovia, donde numerosos amigos de Moniuszko presionan desde hace tiempo con miras a una representación de Halka en el Gran Teatro. El estreno se programa finalmente para comienzos de 1858.
El poeta, la montañesa, la trama
Doce años antes, en 1846, cuando Moniuszko visita por primera vez Varsovia, es, a sus 26 años, un compositor reputado en círculos burgueses e intelectuales. Ha publicado los dos primeros volúmenes de su Spiewnik domowy (Cancionero doméstico), sendas colecciones con poemas de autores románticos polacos, algunos amigos suyos, que Achille Bonoldi ayudara difundir. Ha compuesto también una opereta, Loteria, que espera sea pronto representada en el Gran Teatro, y otras piezas escénicas notables más pequeñas, como Nowy Don Kiszot czyli sto szaleństw(El nuevo Don Quijote o cien locuras), una ‘payasada’ en tres actos.
Moniuszko conoce al poeta Wolski en el salón literario de la familia Luszczewski. Wolski es un declarado enemigo de las convenciones sociales y radical en sus postulados políticos. Moniuszko, retraído y religioso, es un conservador moderado. Nada augura el buen entendimiento entre ambos, como en efecto sucede. La idea de un proyecto conjunto surge de inmediato cuando Wolski habla de su último poema, Halszka, inspirado en una novela corta de Kazimierz Wójcicki, Góralka (Montañés). Prohibido por la censura zarista, el poema continua inédito. El poeta propone escribir un libreto a partir del poema. Moniuszko, deseoso de componer una grand opéra al estilo de los admirados compositores franceses, se siente atraído por la injusticia de la trama erótica y por cuanto en esta hay de crítica a las contradicciones sociales de un mundo rural dividido entre los poseedores de la tierra y quienes sin apenas derechos la trabajan, terratenientes y campesinos, amos y siervos. La masacre de terratenientes ocurrida a comienzos de año en la región de Galitzia se debatía aún acaloradamente cuando Moniuszko llega a Varsovia. El parecer general era atribuir la responsabilidad a la ignorancia brutal del campesinado; algo que en modo alguno compartía el compositor, educado en un ambiente partidario de la emancipación de los siervos y de reformas democráticas burguesas. Lamentaba las muertes de los terratenientes, pero en parte los responsabilizaba de lo ocurrido. Wolski, en cambio, no vacilaba en considerar a los terrateniente responsables de su propio destino y a los campesinos como las verdaderas víctimas. Halka evocará de manera implícita ese terrible contexto.
Con la colaboración de Sikorski y del etnógrafo y folclorista Oskar Kolberg, Wolski ahorma la trama en torno al conocido esquema de seducción y abandono. La joven montañesa Halka, doncella aldeana (en varias ocasiones referida como ‘niña’, ‘biedna dziewczyna‘: ‘pobre chica’) sucumbe a las promesas de amor de Janusz, noble heredero de un terrateniente local. Jontek, enamorado de Halka y montañés como ella, vive lleno de pesar y de rencor hacia el señor por haberla poseído. El interés de Janusz por Halka acaba tan pronto como decide comprometerse con Zofia, hija de un aristócrata y, por tanto, de su misma condición. Halka se niega a aceptar la nueva realidad y continua porfiando en su amor por Janusz, indiferente a los ruegos de Jontek. La desesperación la conduce a la locura y, tras anunciar que lleva en su seno al hijo de Janusz, acaba con la vida de ambos arrojándose al río.
Se ha señalado con acierto la semejanza argumental de Halka con Masaniello, ou La muette de Portici (Masaniello, o La muda de Portici) de Daniel-François Auber, estrenada en 1828, ópera en la que el hijo del virrey de Nápoles se desposa con una princesa española después de haber seducido, abandonado y en último término abocado al suicidio a la hermana muda de pescador Masaniello. La particularidad de Halka, su originalidad, radica en incardinar de trama la injusticia cometida contra la protagonista en la realidad histórico-social polaca, y por supuesto en la elección del imponente entorno de la aldea y valles (actos tercero y cuarto) donde esta acontece, las tierras altas del país y los montes Cárpatos.
Mismo día, diez años después
Cuando Jan Ludwik Quattrini, director del Gran Teatro de Ópera de Varsovia, decide incluir Halka en la programación para 1858, lo hace con la condición de que la ópera sea modificada. Los dos actos de la presentación de Vilna son demasiado breves y no se ajustan a los estándares del Gran Teatro.
Moniuszko trabaja en la ampliación de la ópera instalado en la residencia de Henryk Toepitz. A este industrial, judío emancipado y mecenas de las artes, se le atribuye la sugerencia de los números considerados más representativos de la ópera, como el aria de Halka ‘Gdyby rannym słonkiem‘ (‘Si fuera sol de la mañana’; Acto II, Escena 1) y el aria de Joinek ‘Szumią jodły na gór szczycie‘ (‘Sobre lejanas cumbres susurran los abetos’; IV, 1); la Mazura (Mazurca; I, 6) y las animadas Tańców góralskich (Danzas montañesas; III, 3).
El día elegido para el estreno de Halka en el Gran Teatro es el 1 de enero, el mismo del desastroso estreno en concierto en la ópera en Vilna, diez años antes. En esta ocasión Moniuszko no dirige. La tarea recae en el avezado maestro del teatro, Leopold Matuszynski, director, asimismo, en 1865, de la premier de Straszny dwór (La casa embrujada) del compositor. Ante los exuberantes decorados diseñados y pintados por el veneciano Antoni Sacchetti, vertidos por Ewa Gwozdecka, cantan la soprano Paulina Rivoli y el barítono Julian Dobrski (Moniuszko deberá transportar a sus necesidades el papel Jontek, concebido como tenor). El éxito es clamoroso. Entre los más sorprendidos, el propio Moniuszko, que al día siguiente escribe a su esposa:
‘¡Alma mía! Todo ha terminado. Éxito total. Hoy representan Halka por segunda vez, mañana por tercera vez. Ahora lee lo que se escriba entonces; lee lo que se escriba [en los periódicos]. Perdóname por escribir sin sentido. No entiendes lo que me está pasando […]. Estoy muy contento conmigo mismo, con los artistas y con el público’.
En el reverso de la carta, Jan Müller, cuñado del compositor y presente también en el estreno, informa con mayor precisión a su hermana Alexandra: ‘Después de leer las líneas de Stass, que te escribió como medio loco por un ataque de felicidad, yo, como persona seria, te ofreceré más detalles’. Cuenta Müller que después de la obertura hubo un gran aplauso y que, al escucharse la polonesa tras subir el telón, el teatro volvería a rugir; que las deliciosas y cuidadosamente presentadas decoraciones entusiasmaron al público nada más verse y que los cantantes, todos sin excepción, desempeñaron sus papeles de manera óptima. Los aplausos no cesaron de producirse a lo largo de toda la representación. Después del tercer acto Moniuszko es llamado a saludar en cuatro ocasiones, y otras tantas acabada la ópera. El entusiasmo general fue extraordinario. Müller continúa: ‘Hoy es la segunda representación, que seguro irá aún mejor. Hay gran afluencia en las taquillas y ya no se consiguen entradas. Hoy aparece la crítica del Kurier […]. Todos los críticos estuvieron presentes ayer’.
Deja una respuesta