Por Rocío Gallego-Largo
Gran compositor, músico, concertista, pianista.
Los vecinos de Brook Street se sobresaltaron de un golpe sordo. Vibraron los cristales, las ventanas.
Haendel en esos momentos yacía inmóvil. Su amo intentó auxiliarlo y echó a correr.
El cochero lo reconoció gritando: Haendel se está muriendo.
Subió el doctor, y comentó que los disgustos y la culpa es lo que le estaba pasando.
Compuso obras sublimes.
Estaba cansado, sin fuerzas. Pensaban todos que iba a quedarse paralizado de una apoplejía. Al músico se le perdía. Durante cuatro meses Haendel vivió sin fuerzas.
No podía andar, no podía escribir, ni tocar una sola tecla.
Él quería seguir el ritmo de la música pero, los sentidos, los músculos, habían dejado de obedecerle.
Le habían llevado a las aguas termales por si podían proporcionarle alguna mejoría.
La fuerza de voluntad de Haendel era implacable, ya que al cabo de poco tiempo pudo volver a caminar.
Poco a poco empezó a tocar, improvisar y le iba llegando la inspiración.
Iban llegando los acordes, de luminosos sonidos.
Jamás habían oído tocar de aquel modo, volvía del infierno.
Escribe una ópera y luego oratorios: Saúl, Israel en Egipto, L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato.
De repente, recibió un sobre de Jennens, el poeta que había escrito Israel, entre los otros mentados, llamado el phoenix musical. Ahí se encontraba El Mesías.
Lo que él oía, sentía, se reproducía en música. El señor lo había evocado en la palabra desde lo alto.
Transformar en eternidad lo que de mortal y transitorio había en la palabra y exaltación.
Allí sonó: ¡Aleluya!, ¡Aleluya!, ¡ Aleluya!
Se encontraba en estado místico.
En tres semanas terminó su obra.
Empezó a tocar el clavicordio y las melodías al ofertorio, eran las palabras al Mesías.
La corriente musical le arroyaba.
Reproducía incluso las voces de júbilo.
Entonces, el doctor nunca escuchó nada semejante.
Resonó el aleluya como una creación musical única en el mundo.
Haendel quería dirigir su obra, pero, era extraño, como si no lo hubiera creado, se dejaba llevar por la inspiración.
Ya nada pudo abatir a Haendel. ‘Las trompetas sonarán’, escuchando sus acordes con el Amén.
Después del aleluya más famoso de la historia, la tercera parte hablaba de la vida eterna, el juicio y la victoria final del Mesías sobre el pecado, concluyendo con un emotivo Amén.
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