No es frecuente entrevistar a una persona a la que le brillen los ojos (quizá se le salten las lágrimas) cuando recuerda a su primera maestra o habla con cariño de los amigos con los que hace música. Francisco Escoda rezuma humanidad, conocimiento y humildad por todos los poros. Siendo uno de los músicos de referencia en nuestro país en las últimas décadas, como docente, como intérprete y como músico de cámara, su modestia le mantiene alejado de los focos mediáticos, lo cual, sinceramente, no parece afectarle lo más mínimo.
Por Alfonso Carraté
Es usted una persona con una formación muy completa, tanto desde el punto de vista musical, como humanístico y científico. Está claro que el piano ha sido, con todo, una constante en su vida. ¿Por qué precisamente este instrumento?
Es una historia muy clara. Tengo una hermana seis años mayor que yo y que ya estudiaba piano cuando mi madre estaba embarazada de mí. Como buen hermano menor, yo siempre quería imitarla y, a los 5 años, me llevaron a estudiar con Dora Ramón, la misma persona que se hacía cargo de la enseñanza de mi hermana. Era una persona muy peculiar, tenía una papelería y el título de piano. Su pedagogía era muy anticuada, pero predominaban en ella la ilusión, la entrega y el amor a la música, algo que me contagió de forma definitiva el gusto por la enseñanza.
Al empezar el conservatorio, intentaron convencerme de que estudiara violín porque tenía oído absoluto (se suponía que eso era una gran ventaja, aunque a mí me parece una afirmación muy discutible), pero nadie logró disuadirme de seguir con el piano, ni siquiera María José Carrillo, que fue mi profesora en Alicante hasta que finalicé el Grado Superior allí y quien me empujó hacia Madrid para ampliar mis conocimientos, alguien a quien le debo gran parte de lo que soy ahora.
¿Y qué fue de su hermana, se dedicó al piano también?
Estudió Derecho y terminó su carrera de piano. Le ha dedicado toda su vida, como profesora de conservatorio.
Tengo entendido que, al igual que su hermana, no solo estudió piano y que, además, es un cerebro de las matemáticas…
Cuando terminé los estudios reglados de enseñanza general, comencé Psicología, más por hobby que por otra cosa, pues me habían admitido en Ámsterdam para ampliar mis estudios de piano. Es cierto que me apasionaban (y me siguen apasionando) las matemáticas y, cuando vi que disponía de un poco más de tiempo en mis estudios, en un curso que me parecía más fácil, aproveché y me matriculé un par de años en Ciencias Matemáticas. Luego comprobé que lo que de verdad quería ser era pianista, lo que requiere muchas horas, y que no podía dedicarme a algo tan complejo, y menos a distancia, cuando también seguía dedicando algunas horas a la psicología.
¿Cree usted que existe un vínculo, tan definitivo como algunos propugnan, entre la música y las matemáticas?
A veces es indudable que se establecen relaciones entre ambas. Yo no las busco ni las fomento, aunque hay una realidad física que las vincula, quizá no tanto como defienden ciertas teorías que las unen de forma indeleble.
A pesar de tanta sobrecarga de trabajo, usted ganó numerosos premios nacionales e internacionales. ¿Le sirvieron para algo o recuerda alguno de forma especial?
Los premios tienen su lado positivo y su lado negativo. Si se entienden como un medio para conseguir un fin a corto o medio plazo, pueden ser muy buenos, ya que los músicos necesitamos motivaciones para estudiar y seguir perfeccionándonos. Si se toman como un fin en sí mismo, la cosa cambia. Hay personas que estudian unas pocas piezas y se pasan la vida presentándose a concursos con este repertorio limitado; eso no es bueno para ellos, ni tampoco les ayuda a la hora de dedicarse a la enseñanza.
Por recordar alguno, para mí supuso un punto de inflexión ganar el Primer Premio en el Marisa Montiel de Linares, un concurso que era muy valorado entonces entre los pianistas españoles. Fue una auténtica sorpresa. Me presenté para obligarme a estudiar, como reto, pero no me veía ganándolo, sinceramente. También gané el Premio a la Musicalidad, todo ello en un momento en el que me iba ir a Holanda a estudiar, una época muy estresante para mí… supuso una inyección de confianza (entonces me faltaba bastante) y lo recuerdo con especial cariño por ese motivo y porque supuso un punto de inflexión, de pasarlo muy mal en el escenario a pasarlo un poco mejor.
Precisamente sus estudios de Psicología le han convertido en un pedagogo especialista en la ansiedad y el miedo escénico. Supongo que le ayudaría el tener que vencerlo usted mismo…
Al comienzo me gustaba la psicología también como hobby, y no pensaba que fuera a dedicarme profesionalmente a ello. Me atraía todo en esta disciplina y pensaba que podía ayudarme a desarrollar la parte educativa de mi carrera. Cuando empecé a ver los temas de Psicología Clínica, comprobé que algunos de los problemas que afrontaba coincidían plenamente con los problemas de ansiedad con los que había tenido que enfrentarme a lo largo de mi adolescencia como estudiante.
Empecé a tirar de ese hilo y me percaté de que en España era un tema apenas estudiado, así que decidí dedicarme a fondo a la Psicología Clínica, realicé un máster y un doctorado, centrándome en el aspecto de la ansiedad escénica de los músicos y también en su prevención, pues en ocasiones te encuentras que si transcurren demasiados años sufriendo este tipo de problemas, su solución es mucho más compleja que cuando se afrontan desde el principio. En ello intervienen muchos elementos: sociales, familiares y del propio ámbito docente, que hacen que en ocasiones algo que debería ser maravilloso para un joven, como es estudiar música, casi llegue a convertirse en un castigo. Una cosa es ponerse nervioso, lo que es muy lógico, y otra que esto llegue a perjudicar tu salud, con consecuencias que pueden ir desde problemas cardiovasculares hasta de depresión.
Parece obvio que usted no padecerá ninguna ansiedad al subirse al escenario.
La primera vez que disfruté de una ausencia absoluta de ansiedad fue precisamente el día que más habría tenido que padecerla: mi examen de máster en la Schola Cantorum de París. Desde la primera nota me di cuenta de que, desde el punto de vista psicológico, todo iba a salir perfectamente bien. Podría confundirme en algo musicalmente pero era como si eso me diera un poco igual en realidad (risas) y, por si fuera poco, todo me iba saliendo bien, también en ese aspecto. Cuando estaba terminando, me preguntaba si no querrían que tocase algo más, estaba tan cómodo que no quería irme de allí. Con el tiempo he descubierto que la preparación es una parte irrenunciable de esto. Hay que ser sincero con uno mismo y si, por cualquier motivo, no se va suficientemente preparado, saber que es por eso por lo que no te sientes seguro. En este caso la inseguridad es más racional y no se sufre tanto. Sabes que, si estudias más, la próxima vez lo pasarás mejor.
Centrémonos ahora en su trayectoria como pianista, concretamente como solista, una faceta en la que ha destacado su defensa de la música contemporánea.
En Alicante, mi ciudad natal, tuvimos durante muchos años la inmensa suerte de disfrutar de un festival de música contemporánea, de manera que pudimos educar de forma instruida la intuición hacia músicas tan complejas como el serialismo. También tuve la suerte de trabajar posteriormente en Ámsterdam con grandes especialistas como Claude Helffer, que le estrenó muchas obras a Boulez o a De Pablo, y Leonard Stein, que era director del Instituto Schoenberg. Aprendí mucho con estos artistas tan relacionados con este tipo de música y, cuando tuve la oportunidad de trabajar con Luis de Pablo, esto me ofreció la posibilidad de profundizar en su obra pianística. Lógicamente, lo compaginaba con el cultivo de otros estilos y repertorios, pero fue un trabajo muy fructífero que me ayudó a conocer la obra de otros autores contemporáneos.
Y, a la hora de compaginar, ¿con qué repertorio se siente más cómodo fuera del contemporáneo?
La música española tiene unas características que me atraen por razones obvias: los motivos rítmicos procedentes del folclore en la obra, por ejemplo, de Albéniz, te retrotraen directamente a la música de tu infancia, a lo que llevamos dentro, y esto me atrae muy especialmente. Por otro lado, y debido a la influencia de mi profesor de París, Eugen Indjic, Beethoven y Schumann son dos compositores que programaría constantemente. El pianismo de Schumann y la enormidad de la música de Beethoven son indiscutibles para mí.
Cuando concertamos esta entrevista, tenía prevista para otoño-invierno una gira por los Balcanes, que está de momento a la espera de ver cómo se desarrolla la pandemia en Europa. ¿Qué repertorio quiere abordar allí, si la COVID-19 se lo permite?
La gira iba a ser en octubre y se ha pospuesto por el momento al primer trimestre de 2021. La gira se complementa con una serie de conferencias sobre el piano en España, desde Pedrell y pasando por los grandes compositores para piano en nuestro país. En los conciertos abordaré una primera parte con música de Granados y Falla y una segunda parte con la Iberia de Albéniz, obra que he tocado siempre, desde niño, con la que me siento muy cómodo.
Abundando en la música española, pronto podremos verle en el Auditorio Nacional interpretando el Concierto para clave de Falla.
Sí, será en el Ciclo Satélites de la Orquesta Nacional. Como 2021 es Año Falla, se trata de una propuesta muy ecléctica con obras suyas de diferentes formaciones y estilos, cerrando el programa con este magnífico Concierto para clave y cinco instrumentos para el que la OCNE tuvo a bien invitarme a tocar la parte del clave junto a músicos solistas de esta formación. Será en febrero y estoy muy ilusionado, agradecido, y me siento privilegiado de tocar en un espacio como este y con los músicos que estarán a mi lado. Como decíamos antes, hay que trabajar muchas horas para después poder pasarlo bien tocando.
Su relación con la Orquesta Nacional viene de hace años, ya que el Trío Musicalis lo componen, junto a usted, dos profesores de la OCNE. Háblenos de su faceta como músico de cámara y las satisfacciones que le ha proporcionado.
Son muchas, sin duda. Todo empezó cuando acompañé en un concurso al chelista de la OCNE, Josep Trescolí, que ahora colabora mucho con el Trío, aunque no forme parte del mismo. Él me recomendó a su colega de la Orquesta, el violinista Mario Pérez. Nos conocimos, nos llevamos muy bien y tiempo después me llamó para decirme que había entrado en la OCNE un clarinetista fantástico, Eduardo Raimundo, y que tenían la idea de tocar repertorio para trío de violín, clarinete y piano, que es escaso pero maravilloso (Bartók, Jachaturián, etc.), y que podríamos hacerlo por gusto, para disfrutar sin más (también había un concurso de por medio a los pocos meses). Como me gusta apuntarme a todo tipo de retos, dije enseguida que sí.
Tuvimos un inmediato enamoramiento musical; me quedé anonadado con el sonido del clarinete de Eduardo, que me dijo con toda humildad: ‘el clarinete es muy fácil de tocar; al menos, tendré que esforzarme en que suene bonito…’. Nos compenetramos muy bien desde el principio, compartimos ideas sobre la música y disfrutamos con ello. Es fundamental que exista esa sintonía para tocar juntos más de diez años. Pronto empezamos a tener conciertos y el Trío Musicalis se consolidó, se forjó una gran amistad y eso también se traduce en el escenario.
Recuerdo un concierto en el Auditorio Nacional: yo llegaba triste por una situación familiar y vi que Mario había escrito en algún lugar que ‘estaba muy contento de poder tocar con sus amigos’, así, sin mencionar ni el Auditorio ni con intención de hacer publicidad. Aquello me cambió la mentalidad, salí al escenario y disfruté muchísimo, sintiéndome arropado por mis amigos.
Son, como dice, más de diez años. Recuerdo el disco con el que celebraron esa década, publicado hace un par de años.
Sí, la idea era mostrar nuestra visión de los cinco grandes clásicos del repertorio que puede abordar nuestro trío, y lo había hecho a lo largo de esos diez años: Contrastes de Bartók, el Trío de Jachaturián, la Suite de Milhaud, el Adagio de Alban Berg y la versión para trío de La historia del soldado, que realizó el propio Stravinski. Fue como un cierre de etapa, aunque, lógicamente, hemos seguido tocando estas obras después. El disco fue una especie de auto regalo por nuestro décimo cumpleaños.
Ahora ya estamos pensando en un segundo disco porque durante este tiempo hemos hecho muchos estrenos de obras dedicadas al Trío por diversos compositores españoles, y queremos llevar esas obras a un CD. Es un deber y un placer fomentar y difundir la música de autores españoles vivos. Eso nos convierte en parte de la cultura de nuestro país.
En esa línea, y reforzando una vez más su gran especialidad en la obra de Luis de Pablo, tiene próximamente otro concierto en torno a este autor.
Sí, es un concierto ahora, a finales de octubre, junto a Sax Ensemble. Se trata de un homenaje a Luis de Pablo, en el que tocan varios grupos. Sax Ensemble suele tocar Corola y yo haré con ellos la parte de piano.
La otra gran pata de la mesa en su trayectoria profesional es, sin duda, la docencia. Además de los conservatorios superiores de Castellón y Alicante, fue maestro en Polonia, en la República Checa y, actualmente, lo es en la Schola Cantorum de París, y dirige el Máster en Interpretación e Investigación Musical de la VIU. Mucha actividad para compaginar con las salas de conciertos…
He estado varios años en el mundo del conservatorio y a veces es realmente difícil compaginar la actividad concertística, incluso en los conservatorios superiores, donde quizá debería haber más flexibilidad para hacerlo posible. Tuve dos grandes golpes de suerte cuando me invitaron a la Universidad Internacional de Valencia (VIU) en un tiempo en que nadie creía en la enseñanza musical semipresencial on line (y mira ahora cómo estamos en este asunto, con la COVID-19). Fue un gran acierto y una experiencia muy gratificante ver cómo ha ido creciendo el proyecto cada año. El otro golpe de suerte fue que, a las pocas semanas de dejar el conservatorio, recibí la invitación de pasar a formar parte del claustro de la Schola Cantorum en París. Siendo un centro tan emblemático supuso, no solo una gran sorpresa, sino una inmensa alegría. No es normal que te llamen de un centro así.
Además, soy patrono de la Fundación MpMusic, que fomenta la enseñanza de la música semipresencial on line, algo impensable hace diez años. Y, por último, siempre que alguien me pide ayuda a título particular, estoy encantado de darle clases. Me encanta poder transmitir lo que sé, y más allá de la clásica clase de piano, me gusta ayudar y guiar a los jóvenes que, si se sienten por lo general bastante perdidos cuando comienzan Grado Superior, lo están mucho más cuando lo finalizan. Mi último mentor, Eugen Indjic, me transmitió ese deseo de orientar a quien lo necesite.
Creo que, sin duda, esa faceta humana y el valor que le confiere usted a los sentimientos están presentes en todo lo que hace. ¿Eso se traduce en el escenario y en la docencia a la hora de inclinarse por los sentimientos, antes que por la perfección técnica?
La técnica no puede aportar las mismas soluciones para todos porque cada músico es diferente, tiene manos diferentes y formas de pensar y de sentir diferentes. Por más que repitamos e insistamos en un pasaje, muchas veces, cuando no sale, se lo achacamos inmediatamente a que nos falta técnica. Sin embargo, con frecuencia el problema es de otra índole, y basta con pensarlo de otra manera y abordarlo bajo un prisma diferente. La solución está entonces en cambiar la perspectiva, no en repetir hasta la saciedad sobre lo mismo.
Al final, lo que todos deseamos es tocar bonito, transmitir emociones (siempre dependiendo del estilo y de la época, lógicamente), transmitir un mensaje y hacerlo con belleza. Esto suele requerir un conocimiento técnico, por supuesto. Con el diagnóstico de los problemas que surgen vas construyendo tu propia técnica, tu propia relación con el piano, que será la que te permitirá después tocar bonito y hacer que el público disfrute.
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