Por María Antonia Rodríguez
La flauta se considera uno de los instrumentos más antiguos y uno de los pocos comunes a la mayoría de las culturas. Diversos hallazgos arqueológicos constatan la presencia de flautas desde hace más de 20.000 años pero, tal y como la conocemos hoy, se debe al flautista, compositor y constructor alemán Theobald Boehm, que alrededor de 1832 ideó un sistema de llaves más ergonómico que facilitaba la digitación.
Posteriormente se sustituyó la madera por metal y a partir de 1846 el tubo cónico por cilíndrico, con lo cual se corrigieron varios defectos de afinación y se homogeneizó la sonoridad de los tres registros de la flauta travesera moderna. Hasta ahora no se ha producido ningún cambio significativo, salvo pequeñas mejoras muy puntuales en el sistema Boehm, lo cual quiere decir que los principales constructores de flautas mantienen este sistema de fabricación en todos sus instrumentos.
La flauta travesera actual está construida sobre un tubo de 67 centímetros de largo y 19 milímetros de ancho aproximadamente, dependiendo del material de construcción -oro, plata, platino o madera-. Consta de tres partes: embocadura o cabeza, parte superior y fundamental para la sonoridad del instrumento, por donde se introduce la columna de aire; cuerpo, parte central del instrumento donde se colocan ambas manos sobre las llaves; y pata o pie de do o de si, fija la nota más grave del instrumento. En cuanto a sus características técnicas, resaltar que se trata de un instrumento muy ágil, en el que es habitual encontrar pasajes de gran virtuosismo, escalas y arpegios para ser ejecutados a gran velocidad, así como grandes intervalos y cambios de octavas.
La flauta pertenece a la familia de instrumentos de viento madera, se coloca en la primera fila de dicho conjunto de instrumentos, junto a los oboes e inmediatamente delante de clarinetes y fagotes. Además de la flauta que todos conocemos, tenemos dentro de la misma familia al flautín o flauta piccolo —instrumento muy brillante tanto en el terreno sinfónico como operístico y que suena una octava más alta de como está escrito, es el instrumento más agudo de la orquesta— y a la flauta en Sol —el más grave de la familia y como tal menos ágil, pero con un timbre muy cálido y particular que podemos escuchar por ejemplo en La consagración de la primavera de Stravinski—.
La nota más grave de una flauta es el do central del piano —o en ocasiones un semitono más bajo, la nota Si— y en esa primera octava ascendente la sonoridad es bastante mate y difícil de apreciar en la orquesta, salvo en pasajes de pianísimo. Como ejemplo, basta recordar el principio del Bolero de Ravel —solo con la caja y pizzicato de chelos— o el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy. En el registro medio la flauta gana en volumen, timbre y brillantez, como en el solo del último movimiento de la Octava sinfonía de Dvorak o el de la Cuarta sinfonía de Brahms. En el registro agudo el sonido es más brillante y luminoso, normalmente en pasajes de gran agilidad, recordaremos en este caso Pedro y el Lobo de Prokófiev o la Décima sinfonía de Shostakóvich. En el registro sobreagudo —de do a fa, dos octavas por encima del pentagrama— el sonido es incisivo, hiriente. Lo encontramos solamente en obras a partir de la segunda mitad del siglo XX. Un ejemplo en el repertorio de cámara sería Density 21.5 de Varèse y en lo sinfónico la Sinfonía Clásica de Prokófiev.
Pasando a hablar del repertorio, si nos referimos a solos de flauta dentro de una sinfonía, uno de mis favoritos es el de la Cuarta de Brahms, pero como sección es muy emocionante tocar Ravel (Dafnis y Cloe) con todas las compañeras de la sección, en mi caso con Mónica Raga (solista), Eva María Álvarez (solista de flautín) y Arantza Lavín (ayuda de solista).
En mi caso, comencé a estudiar música con mi madre, pianista, desde muy pequeña, y cuando estaba casi terminando la carrera profesional de piano, con 14 años, después de haber hecho música de cámara con diversos instrumentos, me apeteció estudiar un instrumento más social que el piano y elegí la flauta travesera, escuchando al solista de la Orquesta Sinfónica de Asturias, César San Narciso, que fue mi primer profesor.
Formar parte de una Orquesta como la Sinfónica de RTVE al principio te crea una gran presión, puesto que nuestra Orquesta es la más vista y oída de todas las agrupaciones del país y la grabación en directo de cada viernes supone una gran responsabilidad. Después de veinticinco años, ya estoy un poquitín más relajada. Por otra parte, es muy emocionante ir a distintos lugares de España y que la gente venga a saludarte después del concierto como si te conocieran de toda la vida y quieran estar un rato contigo, porque en definitiva entras en su casa cada sábado a las 8 de la mañana.
El concierto más virtuoso que yo he tocado es el Concierto Pastoral para flauta y orquesta de Joaquín Rodrigo, además tengo un precioso recuerdo de él, puesto que lo interpreté en la temporada de conciertos de nuestra Orquesta dirigida por el maestro Sergiu Comissiona y fue incluida la grabación en directo en un disco del sello RTVE-Música que ese mismo año (2001) fue Premio al Mejor Álbum de Música Clásica de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Música. En cuanto a la música de cámara, me resulta muy difícil elegir, pero me quedo con los cuartetos de Mozart para flauta y trío de cuerda.
Para mí han supuesto un referente todos los profesores que he tenido en mi carrera, César San Narciso (Asturias), Antonio Arias (Madrid), Raymond Guiot y Alain Marion (París). En lo que respecta a los famosos, es imposible no citar al que dio a conocer la flauta al gran público, gran flautista y personaje encantador en el escenario y en las clases: Jean Pierre Rampal. De la actualidad sería interminable la lista, pero destacaré entre todos a Emanuel Pahud y a Emily Beynon. Además, me gustaría tener un recuerdo especial para los flautistas que han formado parte de la plantilla de la Orquesta, ya jubilados, y con los que he compartido atril años atrás: José Moreno, Vicente Martínez, Vicente Sempere y José Montañés.